viernes, 8 de agosto de 2014

ENRIQUE ANDRÉS RUÍZ [12.752] Poeta de Castilla-León



Enrique Andrés Ruiz

Enrique Andrés Ruiz (Soria, 5 de agosto de 1961), es un poeta, escritor y crítico de arte español. Estudió Derecho en la Universidad Autónoma de Madrid.

Algunos críticos como José Luis García Martín o Juan Manuel Bonet lo han considerado entre los mejores poetas españoles que comenzaron a publicar su obra a caballo entre los dos siglos, sobre todo a partir de la publicación de Estrella de la tarde, una breve colección que significó el giro hacia una mayor naturalidad y un mayor énfasis del sentimiento del tiempo con respecto a poemarios anteriores, de tono épico o mitográfico. Con posterioridad ha publicado Con los vencejos y El perro de las huertas.

También se ha ocupado de la obra de otros poetas, como Julio Garcés, de quien publicó la Poesía completa. Ha escrito sobre la poesía de José Jiménez Lozano o José Antonio Muñoz Rojas, autores con los que ha estado muy relacionado; y es autor de la antología de la poesía de Julio Martínez Mesanza titulada Soy en Mayo, así como de Las dos hermanas. Antología de la poesía española e hispanoamericana del siglo XX sobre pintura, donde reflexionó sobre un asunto que ha tratado con asiduidad, como son las relaciones entre la poesía y las artes plásticas. En sus ensayos sobresalen las meditaciones de carácter filosófico y teológico.

Es autor asimismo de una única obra narrativa, Los montes antiguos, los collados eternos, más una colección de historias que una novela, dedicada al intento de salvación o evocación del mundo ya desvanecido de una vieja provincia española en el que muchos personajes sin historia viven sus mínimas aventuras y sus sueños de perduración.

Por lo que se refiere a su dedicación a la crítica de arte, cabe destacar que ha colaborado en el suplemento cultural de ABC y en muchas otras publicaciones. De 1990 a 1992 fue redactor jefe de la revista internacional de arte CYAN. Ha escrito numerosos artículos, catálogos y estudios sobre arte y artistas españoles, y comisariado diversas exposiciones. En 2001 se ocupó de la exposición retrospectiva de Ramón Gaya y en 2004 de la de Juan Manuel Díaz-Caneja, ambas celebradas en el Museo Nacional Reina Sofía de Madrid. Muchos de sus escritos sobre arte y literatura han sido reunidos en libros como Vida de la pintura, o Santa Lucía y los bueyes.

Poesía

La línea española (Fundación Colegio del Rey, Alcalá de Henares, Madrid, 1991).
Más valer (Pre-Textos, Valencia, 1994).
El Reino (Pre-Textos, Valencia, 1997).
Cantar de los azules (La Ortiga, Santander, 1997).
Estrella de la tarde (Fundación Mainel, Valencia, 2001).
Con los vencejos (Pre-textos, Valencia, 2004).
El perro de las huertas (Pre-textos, Valencia, 2013).

Novela

• Los montes antiguos, los collados eternos (Ediciones Encuentro, 2011)

Ensayo

• La visión memorable (Renacimiento, Sevilla, 1995)
• Vida de la pintura (Pre-Textos, Valencia, 2001)
• Santa Lucía y los bueyes (Pre-Textos, Valencia, 2008)
• Conversación de un día con Elena Goñi (Gobierno de Navarra, Pamplona, 2008)
• La tristeza del mundo. Ediciones Encuentro (Ediciones Encuentro, 2010)
• Los hombres difíciles. Escritos sobre el pintor Ramón Gaya y otros de sus órbita (Museo Ramón Gaya, 2013)

Antologías y estudios poéticos

• Poesía completa, Julio Garcés (Anthropos, Barcelona, 1992)
• Soy en mayo, Julio Martínez Mesanza, Antología 1982-2006 (Renacimiento, Sevilla, 2007)
• Las dos hermanas. Antología de la poesía española e hispanoamericana del siglo XX sobre pintura (Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2011)







Del miedo y el fuego

El niño al que enviaban los mayores 
por leña a los desvanes,
vuelve otra vez.
Y no es que quiera nada. Más que nada

parece que viniera como a expresar la ley
según la cual adentro de la boca
del animal hambriento, siempre cae algo
nada más que la abre.

Y es mucho, desde luego, lo que le debe al hambre
de argumento la oscura recurrencia,
la insistencia tenaz con la que, al mismo tiempo
que lo veo subir en ciertas noches

-de invierno, sobre todo- la escalera sin luz,
peldaño tras peldaño hasta llegar al último,
ya sé que canta y canta
para ahuyentar al miedo.

Y que obedece al fuego, que por lo que se ve
la tribu le tenía encomendado
(sin que él supiera nada, claro está)
mantener encendido. Lo que queda

cuando pasa el recuerdo cargado de sentido,
es otra voz que canta en la tiniebla, a solas,
un último rescoldo que tiembla entre cenizas.
Pero, ahora, sabiéndolo.

El perro de las huertas 
Editorial Pre-textos, Valencia, 2013. 





Así me desvelaste la noche del poema:
me pusiste en la danza como al perro baldío
que en los pueblos de España –su recuerdo me quema–
vagaba entre la plaza y las huertas del río.

Ahora todo ha acabado. Pero ahora quisiera, 
cuando todo ha acabado, saber para qué tanto
ir y venir del cuarto hasta la luz entera, 
y vuelta con los ojos como ardidos de espanto.

Hoy ya es quince de abril. El alba en paz de un día
en que traigo a esta mesa y te dejo extendido
lo que queda de aquello después de la agonía.

Lo que tú deslumbraste. Lo que tú has abatido: 
el pobre animal, ciego por tu luz que venía
de frente, y lo arrojaba ribera del olvido.

"El perro de las huertas"







Voy siempre por la misma, la larga carretera

que me lleva en los viajes de ida o de regreso
rumbo siempre a las mismas, por ella separadas
o juntas pero siempre las mismas dos ciudades.

Voy y vengo por esta carretera de siempre
que atraviesa los páramos cruzando las anchuras
con el sol y el silencio de los llanos apenas
como solos testigos que acompañan la ruta.

(Solos... hoy: ya hace mucho —la carretera traía
los rumbos del espacio pero también del tiempo—
que sobre esta calzada se cerraban los oímos
y el rumor circulaba por un claustro de sombras).

Ahora nada se oculta porque en la luz no hay nada,
ni en el aire que mide lo profundo del cielo,
que detenga a los ojos cuando a lo lejos vuelan
por campos de matices de cambios infinitos.

Tanto es así que puedo, cuando los días crecen
y verdean los cerros con facetas moradas,
recontar, en las copas de los chopos, los nidos
que, puntuales, cada año, regresan la vida.

Y allí, junto a uno de esos escasos accidentes
—en invierno, una pértiga congelada y desnuda—
hay una casa en ruinas que busca mi costumbre
como si allí encontrara refugio mi mirada.

Como si...: Cuántas veces he pasado por ella;
cuántos días delgados, del otoño, cobrizos,
o de la primavera, restallantes y malvas;
cuántas tardes cualquiera me he fijado en su rostro

y enseguida he soñado con tejer una historia
hilvanada en las leyes del ayer y el mañana:
... En un día primero —como siempre pensamos—
los muros con firmeza derrotaban al viento...

Después, la lluvia, el peso de la nieve en las cámaras
filtrada por rendijas cada noche más hondas
las rendijas abiertas por el polvo de agosto...
Y luego —en ese sueño todo va hacia otra nada—

la llave que se oxida sobre el brocal del pozo,
la boca de la puerta, sin labios, las ventanas
como cuencas vacías que miran con fijeza
desde una calavera clavada sobre el páramo...

Como si...: Cuánta imagen ordenada en secuencias
prisioneras de un sueño, tan humano, y del hábito
del relato del tiempo con su efecto y sus causas.
Cuánta gris carretera para no darme cuenta

de que allí, en el recodo, sobre la áspera loma,
por entre los oteros que arrugan la meseta
y donde al fin espero ver hundida la casa,
todo allí, sin que nadie lo haya visto, regresa.

Todo ha estado volviendo, pero ahora sin tiempo:
los cimientos han ido fraguando en la argamasa
y el mortero ha trazado las paredes de nuevo
con el pobre aparejo de las piedras y el barro;

en el techo, los nudos de las vigas, dorados,
ya sin tiempo rezuman otra vez la resina,
y las tejas han dado trabazón a su urdimbre,
y de nuevo ha encajado, sobre el quicio, la puerta.

Cuánto viaje por esta carretera de siempre
sin pensar que aquí mismo, en el campo, a mi paso,
todo lo liso y llano, lo sucesivo acaba,
lo que tienen de tiempo mis palabras se acaba

pero entonces, vacías, en silencio, obedientes,
despertarán si escuchan decir a otra palabra
que la muerte se cierra como zarza entre ruinas
y una vida entreabre su camino al que espera.

(1998-2005)






El reino
Editorial Pre-Textos
Fecha de edición mayo 1997 ·



El cielo

El cielo que me ocultan mis ojos cuando miran
no es el cielo que sur can los pájaros enormes:
el verde del que vienen al alba las bandadas
y el rojo en el que siguen al sol cuando atardece.
Hay un cielo que es mío y otro cielo lejano.
El cielo que contemplo y el otro, sin sentido.
El que usurpa una imagen y el que cruzan los limpios
bandos grises y blancos de los pájaros grandes
que vuelan como ciegos, que nunca se separan
de un destino y de un acto superiores, del hecho
de abrir con los carmines de las alas el día
y de cerrar el día con galas de matices
iridiscentes, malvas, bermejos y cobrizos,
violetas navegantes, turquesas y dorados
que rasga como un velo la escuadra de las aves
guiada por timones que ignoran el peligro.







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