Rubén Azócar
(Arauco, Chile 25 de marzo de 1901 — † 9 de abril de 1965), escritor chileno.
Concluidos sus estudios en el Seminario de Concepción, hizo cursos especializados de gramática castellana, historia de la literatura española y en particular de la literatura chilena. Fue también alumno de la Facultad de Derecho, pero no llegó a graduarse. Completó el curso de pedagogía, recibiéndose de profesor de Estado en la asignatura de castellano (gramática y literatura).
Desde 1922 ejerció como profesor de gramática y literatura. Adscrito a la Generación de 1927, escribió libros de poesía como Salterio lírico (1920) y La puerta (1923), el poema El cristal de mi lágrima (1928) y la antología La poesía chilena moderna (1931). Sin embargo, su título más conocido es la novela neorrealista Gente en la isla (1938), en la que describe la vida de los habitantes de Chiloé y que, en opinión de Pablo Neruda, es una de las mejores novelas chilenas.
Rubén Azócar falleció el 9 de abril de 1965, a las 17:40 horas en la Clínica Boston de Santiago, enfermo de un cáncer pulmonar. La noche antes de morir, su imaginación fabuladora le permitió ver a la Muerte que venía a buscarlo, junto a su cama. Acaso guiado por esa misma intuición, despidió a Ricardo A. Latcham en su funeral unas semanas antes de seguirlo en el viaje misterioso.
Bibliografía
Carlos Gispert (2000) - Enciclopedia de Chile, Diccionario, Tomo 1. Editorial OCEANO. ISBN: 84-494-2336-8
Rubén Azócar, autor de Gente en la Isla, una de las mejores novelas sobre Chiloé. Fue íntimo amigo del poeta Pablo Neruda, el cual se enamoró perdidamente de su hermana Albertina.
POEMA
Rumor de la resaca. Viento que ahuyenta mis voces Ruinas llenas de sombras. Torreones sin pájaros y al poniente las carpas gitanas de la tarde.
Detrás de las vidrieras mi abandono se puebla de imágenes. Pero en tus ojos vagabundos, juguetería de colores, el carrusel de la primavera da vueltas y hace música.
Es el tiempo de las lluvias, molino de paisajes despintados. Lloro y canto. Alegría definitiva. Ah nada puede contenerla y rebalsa en tus brazos como el mar en las playas.
Surco recién arado húmedo aún de crepúsculo. Campana suspendida de tus ojos llenos de pájaros
Ataría mis voces como cordeles infinitos a tus fanales iluminados. Lejanía, no existes.
Toda la noche caerá la soledad sobre mi alma.
He ahí mis palabras, molino vagabundo, columpio de aguas azules, espejo de Otoños amarillos.
Al otro lado del mar pliegan las velas del crepúsculo. Como una plaza solitaria mi soledad está anocheciéndose.
La marea implacable golpea a mi congoja, recinto de pájaros tristes: he ahí cómo huyen.
Viajero taciturno, dulces caminos de la tierra, ceñidos a mi cuerpo como un cinturón ebrio.
Para qué decir las palabras de las ausencias, canciones de humo, abandonados cantos de olvido.
Quién empuja los astros, quién deshoja las constelaciones; dónde sujetan los paisajes y cortan las amarras al viento. Ah. Vastedad horrible. Soledad inconclusa. Quién cantará mis palabras de júbilo.
Himno de estrellas; surtidor bajo la noche, carrusel envejecido mi corazón está triste.
LA PUERTA
Puerta ruinosa, puerta obscura,
eres como mi madre,
que me abría los brazos cada vez que volvía.
Yo recuerdo que cuando se la llevaron muerta,
abriste las dos alas
como un pájaro triste que se va de la jaula.
El camino en silencio
se tendió como un perro
frente a la antigua reja.
A veces se me ocurre
que alguien viene a buscarme.
Entonces, como nunca, te hallo igual a mi madre.
Puerta ruinosa y triste,
tienes las alas negras y los ojos obscuros
y el alma hecha pedazos.
Apriétate a mi cuerpo en un abrazo,
como hacía mi madre
para que no me fuera.
LAS ISLAS
Ahí oigo el oceano, el alegre correr de las olas;
ahí los alegres rebaños, los alegres vientos del cielo;
las praderas en donde se abre la flor de los días,
hacia el sol, hacia el mar, más allá de las landas,
más allá de las islas, oh amorosa.
Veo al fondo del agua tu alegre sonrisa de niña
que vuela en torno ahora como una abeja roja.
Aquí vivo. Pongo una seña cada día.
Ayer llovió; hoy hay luna nueva.
El árbol de Pascua aquí florece noche a noche.
El mar rodea mi alma herida y triste.
Subiendo las playas y las tardes,
la inmóvil pared de las noches,
la luna empujando las aguas y los viajes.
Todo lo llena la soledad con su húmedo anillo.
Salen los dias luciendo sus armas de soldados.
Recién amanecida, fresca de estrellas, tiembla el agua.
Cogiendo mariposas, cojo tu nombre distraído.
Canta, canta el océano, distiendo el arcoiris.
¿Quién te llenó los ojos de sombras, niña mía?
El rio moja tu mejilla en la flor de los lirios.
El tiempo se desvanece de súbito.
Ay, perdura el último canto,
tierna niña de júbilo,
la tristeza del pueblo te deshoja.
Solamente yo arrullo tu congoja
como ola de la playa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario