José Zorrilla
José Zorrilla y Moral (Valladolid, 21 de febrero de 1817 – Madrid, 23 de enero de 1893) fue un poeta y dramaturgo español.
Vallisoletano, era hijo de José Zorrilla, un hombre conservador y absolutista, seguidor del «pretendiente» Don Carlos V de España; que era relator de la Real Chancillería. Su madre, Nicomedes Moral, era una mujer muy piadosa. Tras varios años en Valladolid, la familia pasó por Burgos y Sevilla para al fin establecerse cuando el niño tenía nueve años en Madrid, donde el padre trabajó con gran celo como superintendente de policía y el hijo ingresó en el Seminario de Nobles, regentado por los jesuitas; allí participó en representaciones teatrales escolares.
Muerto Fernando VII, el furibundo absolutista que era el padre, fue desterrado a Lerma (Burgos) y el hijo fue enviado a estudiar derecho a la Real Universidad de Toledo bajo la vigilancia de un pariente canónigo en cuya casa se hospedó; sin embargo el hijo se distraía en otras ocupaciones y los libros de derecho se le caían de las manos y el canónigo lo devolvió a Valladolid para que siguiera estudiando allí (1833–1836). Al llegar el díscolo hijo fue amonestado por el padre, que marchó después al pueblo de su naturaleza, Torquemada, y por Manuel Joaquín Tarancón y Morón, rector de la Universidad y futuro Obispo de Córdoba.
El carácter impuesto de los estudios y su atracción por el dibujo, las mujeres (una prima de la que se enamoró durante unas vacaciones) y la literatura de autores como Walter Scott, James Fenimore Cooper, Chateaubriand, Alejandro Dumas, Victor Hugo, el Duque de Rivas o Espronceda arruinaron su futuro. El padre desistió de sacar algo de su hijo y mandó que lo llevaran a Lerma a cavar viñas; pero cuando estaba a medio camino el hijo robó una mula, huyó a Madrid (1836) y se inició en su hacer literario frecuentando los ambientes artísticos y bohemios de Madrid , y pasando mucha hambre.
Se fingió un artista italiano para dibujar en el Museo de las Familias, publicó algunas poesías en El Artista y pronunció discursos revolucionarios en el Café Nuevo, de forma que terminó por ser perseguido por la policía. Se refugió en casa de un gitano. Por entonces se hizo amigo de Miguel de los Santos Álvarez y del italiano Joaquín Masard. A la muerte de Larra en 1837, José Zorrilla declama en su memoria un improvisado poema que le granjearía la profunda amistad de José de Espronceda y Juan Eugenio Hartzenbusch y a la postre le consagraría como poeta de renombre. Comenzó a escribir para los periódicos El Español, donde sustituyó al finado, y El Porvenir, empezó a frecuentar la tertulia de El Parnasillo y leyó poemas en El Liceo. Su primer drama, escrito en colaboración con García Gutiérrez, fue Juan Dándolo, estrenado en julio de 1839 en el Teatro del Príncipe. En 1840 publicó sus famosísimos Cantos del trovador y estrenó tres dramas, Más vale llegar a tiempo, Vivir loco y morir más y Cada cual con su razón. En 1842 aparecen sus Vigilias de Estío y da a conocer sus obras teatrales El zapatero y el rey (primera y segunda parte), El eco del torrente y Los dos virreyes. De 1840 a 1845, Zorrilla estuvo contratado en exclusiva por Juan Lombía, empresario del Teatro de la Cruz, en el que estrenó durante esas cinco temporadas nada menos que veintidós dramas.
En 1838 se casó con Florentina O'Reilly, una viuda irlandesa arruinada mucho mayor que él y con un hijo, pero el matrimonio fue infeliz; un hijo que tuvieron murió, y él tuvo varias amantes. En 1845 abandonó a su esposa y marchó a París, «...donde asistió a algunos cursos en la facultad de medicina».[cita requerida] Allí mantuvo amistad con Alejandro Dumas, Alfred de Musset, Víctor Hugo, Théophile Gautier y George Sand.
Volvió a Madrid en 1846 al morir su madre. Vendió sus obras a la casa Baudry de París, que las publicó en tres tomos en 1847. En 1849 recibió varios honores: fue hecho miembro de la junta del recién fundado Teatro Español; el Liceo organizó una sesión para exaltarle públicamente y la Real Academia lo admitió en su seno, aunque sólo tomó posesión en 1885. Pero su padre murió en ese mismo año y eso le supuso un duro golpe, porque se negó a perdonarle, dejando un gran peso en la conciencia del hijo (y considerables deudas), lo que afectó a su obra.
Huyendo de su mujer otra vez, volvió a París en 1851, donde endulzó sus penas su amante Leila, a la que se entregó apasionadamente, y viajó a Londres en 1853, donde le acompañaron sus inseparables apuros económicos, de los que le sacó el famoso relojero Losada. Después pasó once años de su vida en México, primero bajo el gobierno liberal (1854–1866) y después bajo la protección y mecenazgo del Emperador Maximiliano I, con una interrupción en 1858, año que pasó en Cuba.
Llevó en ese país una vida de aislamiento y pobreza, sin mezclarse en la guerra civil entre federalistas y unitarios. Sin embargo, cuando Maximiliano I ocupó el poder como Emperador de México (1864), Zorrilla se convirtió en poeta áulico y fue nombrado director del desaparecido Teatro Nacional.
Muerta su esposa, regresó a España en 1866, donde se enteró del fusilamiento de Maximiliano; entonces vertió en un poema todo su odio contra los liberales mexicanos así como contra quienes habían abandonado a su amigo, Napoleón III y el Papa. Esta obra es El drama de un alma. Desde entonces su fe religiosa sufrió un duro golpe. Se recuperó casándose otra vez con Juana Pacheco en 1869. Vuelven los apuros económicos, de los que no logran sacarle ni los recitales públicos de su obra, ni una comisión gubernamental en Roma (1873), ni una pensión otorgada demasiado tarde, aunque recibe la protección de algunos personajes de la alta sociedad española como los condes de Guaqui. Los honores sin embargo llovían sobre él: cronista de Valladolid (1884), coronación como poeta nacional laureado en Granada en 1889, etc. Murió en Madrid en 1893 como consecuencia de una operación efectuada para extraerle un tumor cerebral. Sus restos fueron enterrados en el cementerio de San Justo de Madrid, pero en 1896, cumpliendo la voluntad del poeta, fueron trasladados a Valladolid. En la actualidad se encuentran en el Panteón de Vallisoletanos Ilustres del cementerio del Carmen.
En 1982 se inauguró en su ciudad natal el estadio del Real Valladolid C.F que lleva su nombre.
La literatura de José Zorrilla
Cultivó todos los géneros poéticos: la lírica, la épica y la dramática.
Hay en la vida de Zorrilla tres elementos de gran interés para comprender la orientación de su obra. En primer lugar, las relaciones con su padre. Hombre éste despótico y severo, rechazó sistemáticamente el cariño de su hijo, negándose a perdonarle sus errores juveniles. El escritor cargaba consigo una especie de complejo de culpa, y para superarla decidió defender en su creación un ideal tradicionalista muy de acuerdo con el sentir paterno, pero en contradicción con sus íntimas ideas progresistas. Dice en Recuerdos del tiempo viejo: «Mi padre no había estimado en nada mis versos: ni mi conducta, cuya clave él sólo tenía».
En segundo lugar hay que destacar su temperamento sensual, que le arrastraba hacia las mujeres: dos esposas, un temprano amor con una prima, amores en París y México, dan una lista que, aunque muy lejos de la de Don Juan, camina en su misma dirección. El amor constituye uno de los ejes fundamentales de toda su producción.
No es ocioso preguntar, como tercer factor condicionante, sobre la salud de Zorrilla. A cierta altura de su vida, en efecto, se inventó un doble, loco (Cuentos de un loco, 1853), que aparece casi obsesivamente después. En Recuerdos del tiempo viejo, su autobiografía, habla de sus alucinaciones y sonambulismo. ¿Cuándo apareció el tumor cerebral y cómo afectó su comportamiento? Quizá el papel predominante de la fantasía en el escritor encuentre una explicación por este lado.
De su carácter ha dicho su biógrafo Narciso Alonso Cortés que era ingenuo como un niño, bondadoso y amigo de todos, ignorante del valor del dinero y ajeno a la política. Conviene resaltar, además, su independencia, de la que se sentía muy orgulloso. En versos que recuerdan a los de Antonio Machado, confesó que a su trabajo lo debía todo, y llegó a rechazar lucrativos puestos públicos por no sentirse preparado: «Yo temo —afirma en sus Recuerdos del tiempo viejo— que nuestra revolución va a ser infructífera para España por creernos todos los españoles buenos y aptos para todo y meternos todos a lo que no sabemos». En efecto, en su obra hay preocupaciones prerregeneracionistas que asoman de vez en cuando a pesar de su tradicionalismo, auto impuesto para no desairar a su padre.
Casa Museo Zorrilla en Valladolid
Alberga la casa del poeta, donde transcurrió su primera infancia de forma continua, así como su estancia esporádica en otras etapas a lo largo de su vida, como la que coincide con su regreso de México.
Obras
Lírica
Religiosa (Ira de Dios, La Virgen al pie de la Cruz)
Amorosa (Un recuerdo y un suspiro, A una mujer)
Sentimental (La meditación, La luna de enero)
Tradicional (Toledo, A un torreón)
Épica
Los Cantos del Trovador (1840)
Granada (1852)
La Leyenda del Cid (1882) (Edición on-line por la Universidad de Toronto)
Leyenda
A buen juez mejor testigo
Para verdades el tiempo y para justicias Dios
El capitán Montoya
Margarita la tornera
La pasionaria
La azucena silvestre
La princesa Doña Luz
A la memoria de Larra
Poemas dramáticos
El zapatero y el Rey (1839 y 1842) (Edición on-line)
Sancho García (1842)
El puñal del godo (1843)
Don Juan Tenorio (1844) (Edición facsímil)
La Calentura (1847)
Traidor, inconfeso y mártir (1849)
A buen juez, mejor testigo
I
Entre pardos nubarrones
Pasando la blanca luna,
Con resplandor fugitivo,
La baja tierra no alumbra.
La brisa con frescas alas
Juguetona no murmura,
Y las veletas no giran
Entre la cruz y la cúpula.
Tal vez un pálido rayo
La opaca atmósfera cruza,
Y unas en otras las sombras
Confundidas se dibujan.
Las almenas de las torres
Un momento se columbran,
Como lanzas de soldados
Apostados en la altura.
Reverberan los cristales
La trémula llama turbia,
Y un instante entre las rocas
Riela la fuente oculta.
Los álamos de la Vega
Parecen en la espesura
De fantasmas apiñados
Medrosa y gigante turba;
Y alguna vez desprendida
Gotea pesada lluvia,
Que no despierta a quien duerme,
Ni a quien medita importuna.
Yace Toledo en el sueño
Entre las sombras confusa,
Y el Tajo a sus pies pasando
Con pardas ondas lo arrulla.
El monótono murmullo
Sonar perdido se escucha,
cual si por las hondas calles
Hirviera del mar la espuma.
¡Qué dulce es dormir en calma
Cuando a lo lejos susurran
Los álamos que se mecen,
Las aguas que se derrumban!
Se sueñan bellos fantasmas
Que el sueño del triste endulzan,
Y en tanto que sueña el triste,
No le aqueja su amargura.
Tan en calma y tan sombría
Como la noche que enluta
La esquina en que desemboca
Una callejuela oculta,
Se ve de un hombre que guarda
La vigilante figura,
Y tan a la sombra vela
Que entre las sombras se ofusca.
Frente por frente a sus ojos
Un balcón a poca altura
Deja escapar por los vidrios
La luz que dentro le alumbra;
Mas ni en el claro aposento,
Ni en la callejuela oscura
El silencio de la noche
Rumor sospechoso turba.
Pasó así tan largo tiempo,
Que pudiera haberse duda
De si es hombre, o solamente
Mentida ilusión nocturna;
Pero es hombre, y bien se ve,
Porque con planta segura,
Ganando el centro a la calle,
Resuelto y audaz pregunta:
"¿Quién va?", y a corta distancia
El igual compás se escucha
De un caballo que sacude
Las sonoras herraduras.
"¿Quién va?", repite, y cercana
Otra voz menos robusta
Responde: "Un hidalgo, ¡calle!"
Y el paso el bulto apresura,
"Téngase el hidalgo", el hombre
Replica, y la espada empuña.
"Ved más bien si me haréis calle,
Repitieron con mesura,
Que hasta hoy a nadie se tuvo
Iván de Vargas y Acuña."
"Pase el Acuña y perdone",
Dijo el mozo en faz de fuga,
Pues, teniéndose el embozo,
Sopla un silbato y se oculta.
Paró el jinete a una puerta,
Y con precaución difusa
Salió una niña al balcón
Que llama interior alumbra.
"¡Mi padre!", clamó en voz baja,
Y el viejo en la cerradura
Metió la llave pidiendo
A sus gentes que le acudan.
Un negro por ambas bridas,
Tomó la cabalgadura,
Cerróse detrás la puerta
Y quedó la calle muda.
En esto desde el balcón,
Como quien tal acostumbra,
Un mancebo por las rejas
De la calle se asegura.
Asió el brazo al que apostado
Hizo cara a Iván de Acuña,
Y huyeron en el embozo
Velando la catadura.
II
Clara, apacible y serena
Pasa la siguiente tarde,
Y el sol tocando su ocaso
Apaga su luz gigante;
Se ve la imperial Toledo
Dorada por los remates
Como una ciudad de grana
Coronada de cristales.
El Tajo por entre rocas
Sus anchos cimientos lame,
Dibujando en las arenas
Las ondas con que las bate.
Y la ciudad se retrata
En las ondas desiguales,
Como en prendas de que el río
Tan afanoso la bañe.
A lo lejos en la Vega
Tiende galán por sus márgenes,
De sus álamos y huertos
El pintoresco ropaje;
Y porque su altiva gala
Más a los ojos halague,
La salpica con escombros
De castillos y de alcázares.
Un recuerdo en cada piedra
Que toda una historia vale,
Cada colina un secreto
De príncipes o galanes.
Aquí se bañó la hermosa
Por quien dejó un rey culpable
Amor, fama, reino y vida
En manos de musulmanes.
Allí recibió Galiana
A su receloso amante,
En esa cuesta que entonces
Era un plantel de azahares.
Allá por aquella torre
Que hicieron puerta los árabes,
Subió el Cid sobre Babieca
Con su gente y su estandarte.
Más lejos se ve el castillo
De San Servando, o Cervantes,
Donde nada se hizo nunca
Y nada al presente se hace.
A este lado está la almena
Por do sacó vigilante
El Conde Don Peranzules
Al rey, que supo una tarde
Fingir tan tenaz modorra,
Que, político y constante,
Tuvo siempre el brazo quedo
Las palmas al horadarle.
Allí está el circo romano,
Gran cifra de un pueblo grande,
Y aquí la antigua basílica
De bizantinos pilares,
Que oyó en el primer concilio
Las palabras de los Padres
Que velaron por la Iglesia
Perseguida o vacilante.
La sombra en este momento
Tiende sus turbios cendales
Por todas esas memorias
De las pasadas edades;
Y del Cambrón y Bisagra
Los caminos desiguales,
Camino a los toledanos
Hacia las murallas abren.
Los labradores se acercan
Al fuego de sus hogares,
Cargados con sus aperos,
Cargados con sus afanes.
Los ricos y sedentarios
Se tornan con paso grave,
Calado el ancho sombrero,
Abrochados los gabanes;
Y los clérigos y monjes
Y los prelados y abades,
Sacudiendo el leve polvo
De capelos y sayales.
Quédase sólo un mancebo
De impetuosos ademanes,
Que se pasea ocultando
Entre la capa el semblante.
Los que pasan le contemplan
Con decisión de evitarle,
Y él contempla a los que pasan
Como si a alguien aguardase
Los tímidos aceleran
Los pasos al divisarle,
Cual temiendo de seguro
Que les proponga un combate;
Y los valientes le miran
Cual si sintieran dejarle
Sin que libres sus estoques
En riña sonora dancen.
Una mujer, también sola,
Se viene el llano adelante,
La luz del rostro escondida
En tocas y tafetanes.
Mas en lo leve del paso
Y en lo flexible del talle
Puede a través de los velos
Una hermosa adivinarse.
Vase derecha al que aguarda,
Y él al encuentro le sale
Diciendo... cuanto se dicen
En las citas los amantes.
Mas ella, galanterías
Dejando severa aparte,
Así al mancebo interrumpe
En voz decidida y grave:
"Abreviemos de razones,
Diego Martínez; mi padre,
Que un hombre ha entrado en su ausencia
Dentro mi aposento sabe,
Y así quien mancha mi honra
Con la suya me la lave;
O dadme mano de esposo,
O libre de vos dejadme."
Miróla Diego Martínez
Atentamente un instante,
Y echando a su lado el embozo
Repuso palabras tales:
"Dentro de un mes, Inés mía,
Parto a la guerra de Flandes;
Al año estaré de vuelta
Y contigo en los altares.
Honra que yo te desluzca
Con honra mía se lave,
Que por honra vuelven honra
Hidalgos que en honra nacen."
"Júralo", exclama la niña.
"Más que mi palabra vale
No te valdrá un juramento."
"Diego, la palabra es aire."
"¡Vive Dios, que estás tenaz!
Dalo por jurado y baste."
"No me basta; que olvidar
Puedes la palabra en Flandes."
"¡Voto a Dios! ¿Qué más pretendes?"
"Que a los pies de aquella imagen
Lo jures como cristiano
Del Santo Cristo delante."
Vaciló un punto Martínez.
Mas porfiando que jurase,
Llevóle Inés hacia el templo
Que en medio la Vega yace.
Enclavado en un madero,
En duro y postrero trance,
Ceñida la sien de espinas,
Descolorido el semblante,
Veíase allí un crucifijo
Teñido de negra sangre
A quien Toledo devota
Acude hoy en sus azares.
Ante sus plantas divinas
Llegaron ambos amantes,
Y haciendo Inés que Martínez
Los sagrados pies tocase,
Preguntóle
"Diego, ¿juras
A tu vuelta desposarme?
Contestó el mozo:
"¡Sí juro!",
Y ambos del templo se salen.
III
Pasó un día y otro día
Un mes y otro mes pasó,
Y un año pasado había,
Mas de Flandes no volvía
Diego, que a Flandes partió.
Lloraba la bella Inés
Oraba un mes y otro mes
Su vuelta aguardando en vano,
Del crucifijo a los pies
Do puso el galán su mano.
Todas las tardes venía
Después de traspuesto el sol,
Y a Dios llorando pedía
La vuelta del español,
y el español no volvía.
Y siempre al anochecer,
Sin dueña y sin escudero,
En un manto una mujer
El campo salía a ver
Al alto del Miradero.
¡Ay del triste que consume
Su existencia en esperar!
¡Ay del triste que presume
Que el duelo con que él se abrume
Al ausente ha de pesar!
La esperanza es de los cielos
Preciosos y funesto don,
Pues los amantes desvelos
Cambian la esperanza en celos
Que abrasan el corazón.
Si es cierto lo que se espera
Es un consuelo en verdad;
Pero siendo una quimera,
En tan frágil realidad
Quien espera desespera.
Así Inés desesperaba
Sin acabar de esperar,
Y su tez se marchitaba,
Y su llanto se secaba
Para volver a brotar.
En vano a su confesor
Pidió remedio o consejo
Para aliviar su dolor,
Que mal se cura el amor
Con las palabras de un viejo.
En vano a Iván acudía,
Llorosa y desconsolada;
El padre no respondía,
Que la lengua le tenía
Su propia deshonra atada.
Y ambos maldicen su estrella,
Callando el padre severo
Y suspirando la bella,
Porque nació altanero.
Dos años al fin pasaron
En esperar y gemir,
Y las guerras acabaron,
Y los de Flandes tornaron
A sus tierras a vivir.
Pasó un día y otro día,
Un mes y otro mes pasó,
Y el tercer año corría:
Diego a Flandes se partió,
Mas de Flandes no volvía.
Era una tarde serena,
Doraba el sol de Occidente
Del Tajo la Vega amena,
Y apoyada en una almena
Miraba Inés la corriente.
Iban las tranquilas olas
Las riberas azotando
Bajo las murallas solas,
Musgo, espigas y amapolas
Ligeramente doblando.
Algún olmo que escondido
Creció entre la hierba blanda
Sobre las aguas tendido
Se reflejaba perdido
En su cristalina banda.
Y algún ruiseñor colgado
Entre su fresca espesura
Daba al aire embalsamado
Su cántico regalado
Desde la enramada oscura.
Y algún pez con cien colores,
Tornasolada la escama,
Saltaba a besar las flores,
Que exhalan gratos olores
A las puntas de una rama.
Y allá, en el trémulo fondo,
El torreón se dibuja
Como el contorno redondo
Del hueco sombrío y hondo
Que habita nocturna bruja.
Así la niña lloraba
El rigor de su fortuna,
Y así la tarde pasaba
Y al horizonte trepaba
La consoladora luna.
A lo lejos, por el llano,
En confuso remolino,
Vio de hombres tropel lejano
Que en pardo polvo liviano
Dejan envuelto el camino.
Bajó Inés del torreón,
Y llegando recelosa
A las puertas del Cambrón,
Sintió latir zozobrosa
Más inquieto el corazón.
Tan galán como altanero
Dejó ver la escasa luz
Por bajo el arco primero
Un hidalgo caballero
En un caballo andaluz.
Jubón negro acuchillado,
Banda azul, lazo en la hombrera
Y sin pluma al diestro lado,
El sombrero derribado
Tocando con la gorguera.
Bombacho gris guarnecido,
Bota de ante, espuela de oro,
Hierro al cinto suspendido
Y a una cadena prendido
Agudo cuchillo moro.
Vienen tras este jinete
Sobre potros jerezanos
De lanceros hasta siete,
Y en adarga y coselete
Diez peones castellanos.
Asióse a su estribo Inés,
Gritando: "¡Diego, eres tú!"
Y él viéndola de través,
Dijo: "¡Voto a Belcebú,
Que no me acuerdo quién es!"
Dio la triste un alarido
Tal respuesta al escuchar,
Y a poco perdió el sentido,
Sin que más voz ni gemido
Volviera en tierra a exhalar.
Frunciendo ambas dos cejas
Encomendóla a su gente,
Diciendo: "Malditas viejas,
Que a las mozas malamente
Enloquecen con consejas!"
Y aplicando el capitán
A su potro las espuelas,
El rostro a Toledo dan,
Y a trote cruzando van
Las oscuras callejuelas.
IV
Así por sus altos fines
Dispone y permite el cielo
Que puedan mudar al hombre
Fortuna, poder y tiempo.
A Flandes partió Martínez
De soldado aventurero,
Y por su suerte y hazañas
Allí capitán le hicieron.
Según alzaba en honores
Alzábase en pensamientos,
Y tanto ayudó en la guerra
Con su valor y altos hechos,
Que el mismo rey a su vuelta
Le armó en Madrid caballero,
Tomándole a su servicio
Por capitán de lanceros.
Y otro no fue que Martínez
Quien ha poco entró en Toledo,
Tan orgulloso y ufano
Cual salió humilde y pequeño.
Ni es otro a quien se dirige,
Cobrado el conocimiento,
La amorosa Inés de Vargas,
Que vive por él muriendo.
Mas él, que olvidando todo
Olvidó su nombre mesmo,
Puesto que Diego Martínez
Es el capitán Don Diego,
Ni se ablanda a sus caricias
Ni cura de sus lamentos,
Diciendo que son locuras
De gente de poco seso:
Que ni él prometió casarse
Ni pensó jamás en ello.
¡Tanto mudan a los hombres
Fortuna, poder y tiempo!
En vano porfía Inés
Con amenazas y ruegos;
Cuanto más ella importuna
Está Martínez severo.
Abrazada a sus rodillas,
Enmarañado el cabello,
La hermosa niña lloraba
Prosternada por el suelo.
Mas todo empeño era inútil,
Porque el capitán Don Diego
No ha de ser Diego Martínez,
Como lo era en otro tiempo.
Y así, llamando a su gente,
De amor y piedad ajeno,
Mandóles que a Inés llevaran
De grado o de valimiento.
Mas ella, antes que la asieran,
Cesando un punto en su duelo,
Así habló, el rostro lloroso
Hacia Martínez volviendo:
"Contigo se fue mi honra,
Conmigo tu juramento;
Pues buenas prendas son ambas,
En buen fiel las pesaremos."
Y la faz descolorida
En la mantilla envolviendo,
A pasos desatentados
Salióse del aposento.
V
Era entonces de Toledo
Por el rey, gobernador,
El justiciero y valiente
Don Pedro Ruiz de Alarcón.
Muchos años por su patria
El buen viejo peleó;
Cercenado tiene un brazo,
Mas entero el corazón.
La mesa tiene delante,
Los jueces en derredor,
Los corchetes a la puerta
Y en la derecha el bastón.
Está, como presidente
Del tribunal superior,
Entre un dosel y una alfombra,
Reclinado en un sillón,
Escuchando con paciencia
La casi asmática voz
Con que un tétrico escribano
Solfea una apelación.
Los asistentes bostezan
Al murmullo arrullador;
Los jueces, medio dormidos,
Hacen pliegues al ropón;
Los escribanos repasan
Sus pergaminos al sol,
Los corchetes a una moza
Guiñan en un corredor,
Y abajo, en Zocodober
Gritan en discorde son,
Los que en el mercado venden,
Lo vendido y el valor.
Una mujer en tal punto,
En faz de grande aflicción,
Rojos de llorar los ojos,
Ronca de gemir la voz,
Suelto el caballo y el manto,
Tomó plaza en el salón
Diciendo a gritos: "¡Justicia,
Jueces, justicia, señor!"
Y a los pies se arroja humilde
De Don Pedro de Alarcón,
En tanto que los curiosos
Se agitan alrededor.
Alzóla cortés Don Pedro,
Calmando la confusión
Y el tumultuoso murmullo
Que esta escena ocasionó,
Diciendo:
"Mujer, ¿qué quieres?
"Quiero justicia, señor."
"¿De qué?"
"De una prenda hurtada."
"¿Qué prenda?"
"Mi corazón."
"¿Tú lo diste?"
"Lo presté."
"¿Y no te le han vuelto?"
"No."
"¿Tienes testigos?"
"Ninguno."
"¿Y promesa?"
"¡Sí, por Dios!
Que al partirse de Toledo
Un juramento empeñó."
"¿Quién es él?"
"Diego Martínez."
"¿Noble?"
"Y capitán, señor."
"Presentadme al capitán,
Que cumplirá si juró."
Quedó en silencio la sala,
Y a poco en el corredor
Se oyó de botas y espuelas
El acompasado son.
Un portero, levantando
El tapiz, en alta voz
Dijo: "El capitán Don Diego."
Y entró luego en el salón
Diego Martínez, los ojos
Llenos de orgullo y furor.
"¿Sois el capitán Don Diego
-Díjole Don Pedro- vos?"
Contestó altivo y sereno
Diego Martínez:
"Yo soy."
"¿Conocéis a esta muchacha?"
"Ha tres años, salvo error."
"¿Hicisteisla juramento
De ser su marido?
"No."
"¿Juráis no haberlo jurado?"
"Sí, juro."
"Pues id con Dios."
"¡Miente!", clamó Inés llorando
de despecho y de rubor.
"Mujer, ¡piensa lo que dices...!"
"Digo que miente, juró."
"¿Tienes testigos?"
"Ninguno."
"Capitán, idos con Dios,
Y dispensad que acusado
Dudara de vuestro honor."
Tornó Martínez la espalda,
Con brusca satisfacción,
E Inés, que le vio partirse;
Resuelta y firme gritó:
"Llamadle, tengo un testigo;
Llamadle otra vez, señor."
Volvió el capitán Don Diego,
Sentóse Ruiz de Alarcón,
La multitud aquietóse
Y la de Vargas siguió:
"Tengo un testigo a quien nunca
Faltó verdad ni razón."
"¿Quién?"
"Un hombre que de lejos
Nuestras palabras oyó,
Mirándonos desde arriba."
"¿Estaba en algún balcón?"
"No, que estaba en un suplicio
Donde ha tiempo que expiró."
"¿Luego es muerto?"
"No, que vive,"
"Estáis loca, ¡vive Dios!
¿Quién fue?"
"El Cristo de la Vega,
A cuya faz perjuró."
Pusieronse en pie los jueces
Al nombre del Redentor,
Escuchando con asombro
Tan excelsa apelación.
Reinó un profundo silencio
De sorpresa y de pavor,
Y Diego bajó los ojos
De vergüenza y confusión.
Un instante con los jueces
Don Pedro en secreto habló,
Y levantóse diciendo
Con respetuosa voz:
"La ley es ley para todos;
Tu testigo es el mejor,
Mas para tales testigos
No hay más tribunal que Dios.
Haremos... lo que sepamos.
Escribano, al caer el sol
Al Cristo que está en la Vega
Tomaréis declaración."
VI
Es una tarde serena,
Cuya luz tornasolada
Del purpurino horizonte
Blandamente se derrama.
Plácido aroma de flores
Sus hojas plegando exhalan,
Y el céfiro entre perfumes
Mece las trémulas alas.
Brillan abajo en el valle
Con suave rumor las aguas,
Y las aves en la orilla
Despidiendo al día cantan.
Allá por el Miradero
Por el Cambrón y Bisagra,
Confuso tropel de gente
Del Tajo a la Vega baja.
Vienen delante Don Pedro
De Alarcón, Iván de Vargas,
Su hija Inés, los escribanos,
Los corchetes y los guardias;
Y detrás, monjes, hidalgos,
Mozas, chicos y canalla.
Otra turba de curiosos
En la Vega les aguarda,
Cada cual comentariando
El caso según le cuadra.
Entre ellos está Martínez
En apostura bizarra,
Calzadas espuelas de oro,
Valona de encaje blanca,
Bigote a la borgoñesa,
Melena desmelenada,
El sombrero guarnecido
Con cuatro lazos de plata,
Un pie delante del otro,
Y el puño en el de la espada.
Los plebeyos, de reojo,
Le miran de entre las capas,
Los chicos al uniforme
Y las mozas a la cara.
Llegado el gobernador
Y gente que le acompaña,
Entraron todos al claustro
Que iglesia y patio separa.
Encendieron ante el Cristo
Cuatro cirios y una lámpara
Y de hinojos un momento
Le rezaron en voz baja.
Está el Cristo de la Vega
La cruz en tierra posada,
Los pies alzados del suelo
Poco menos de una vara;
Hacia la severa imagen
Un notario se adelanta
De modo que con el rostro
Al pecho santo llegaba.
A un lado tiene a Martínez,
A otro lado a Inés de Vargas,
Detrás al gobernador
Con sus jueces y sus guardias.
Después de leer dos veces
La acusación entablada,
El notario a Jesucristo,
Así demandó en voz alta:
Jesús, Hijo de María,
Ante nos esta mañana,
Citado como testigo
Por boca de Inés de Vargas,
¿Juráis ser cierto que un día
A vuestras divinas plantas
Juró a Inés Diego Martínez
Por su mujer desposarla?
Asida a un brazo desnudo
Una mano atarazada
Vino a posar en los autos
La seca y hendida palma,
Y allá en los aires: "¡Sí, juro!"
Clamó una voz más que humana.
Alzó la turba medrosa
La vista a la imagen santa...
Los labios tenía abiertos
Y una mano desclavada.
Conclusión
Las vanidades del mundo
Renunció allí mismo Inés,
Y espantado de sí propio
Diego Martínez también.
Los escribanos, temblando
Dieron de esta escena fe,
Firmando como testigos
Cuantos hubieron poder.
Fundóse un aniversario
Y una capilla con él,
Y Don Pedro de Alarcón
El altar ordenó hacer,
Donde hasta el tiempo que corre,
Y en cada año una vez,
Con la mano desclavada
El crucifijo se ve.
A la estudiantina burgalesa
Oigo al pie de mi balcón
Vuestra gentil serenata.
¡Cuánto es a mi oído grata!
¡Cuán grata a mi corazón!
Pusieron hondos pesares
Entre Castilla y yo el mar,
Y a Castilla al regresar
Me recibís con cantares.
¡Dios os dé tanto placer
Como con ellos me dais!
Si un día en España dejáis,
Como a mí os haga volver.
Temí que mi corazón
Se hubiera insensible hecho,
Pero palpita en mi pecho
De vuestra música al son.
Y pues le hace ella latir
Después de tanto pesar,
Tal serenata a pagar
Debe el corazón salir.
¡Gracias, pueblo burgalés!
En cambio de la canción
Que envías a mi balcón,
Los versos echo a tus pies.
No extrañes si en el hogar
Do entre lágrimas me hospedo,
Tu serenata no puedo
Con gayos versos pagar.
Págote con éstos, pues;
Mas nunca olvides que son,
Tan pobres como los ves,
Hechos con el corazón.
A Narciso Serra
I
Es el signo fatal del que algo vale;
Quien de las medianías sobresale,
El genio egregio, mientras vive, lidia
Con los ruines mosquitos de la envidia,
Con todo el que de vulgo nunca sale:
No hay quien no le rebaje o se le iguale,
Y aún todo el que no es algo, por desidia,
En vez de trabajar, crecer, seguirle
Y alcanzarle, se goza en zaherirle,
Del mundo por la tumba hasta que sale.
Entonces elegías, epitafios,
De luto nacional muestras ruidosas,
Lápidas, monumentos, cenotafios,
Estatuas coronadas de oro y rosas:
Todo lo que ya es inútil al difunto
Y a su nación de vanagloria asunto.
¿Por qué no confesarlo, aunque nos pese?
Esa es la sociedad, el mundo es ese.
II
Así Serra vivió, y en su tristeza,
Viéndole agonizar le abandonamos:
No por ruindad, ni envidia, ni vileza;
Por esta dejadez y esta torpeza
Que con la leche del país mamamos;
Porque éste es el país de la nobleza.
Somos raza entusiasta y generosa,
Mas vence al entusiasmo la pereza;
No estalla, si a estallar no se le acosa;
Nuestro alegre país no se apercibe
De que se muere nadie mientras vive:
Y mientras vive el genio, nadie inquiere
Si vive bien, o si viviendo muere.
III
Serra vivió de nuestra tierra al uso:
Yo, su memoria al bendecir, me acuso
De no haberme atrevido en esta vida
A sondar la alma grande que Dios puso
En una carne por el mal roída:
Yo no le conocí; yo en tierra extraña
Le admiré y le aplaudí lejos de España.
Su polvo al conducir al cementerio,
No le puede decir lo que hoy le digo,
Por no turbar la calma y el misterio
Del sagrado lugar que le da abrigo,
Y por no aparentar que me exhibía
Otra vez en lugar del que moría.
IV
Duerme en la tumba en paz, Serra festivo:
Dios todo lo equilibra y lo compensa:
El mundo olvida a quien inciensa vivo:
¡Feliz aquel a quien difunto inciensa!
Prueba evidente de que en vida vale
El que, de ella la salir, al mundo sale.
Ardió del genio creador la llama
Viva en ti: de tu espíritu el imperio,
Unida a aquél con deleznable trama,
Dominó hasta su fin la materia;
Nutrida en larga enfermedad tu fama,
Volará de hemisferio en hemisferio,
Pues hoy por genio tu país te aclama.
Pero por genio al aceptarte en serio,
Te abandonamos ¡ay!, viva laceria,
A vivir en la sombra y la miseria,
Para llevarte en triunfo al cementerio.
Tal fin en existencias semejantes
De tiempo inmemorial nadie aquí extraña:
Así mueren los genios en España;
Así murió Colón, así Cervantes.
¿Por qué? Sin duda porque Dios lo quiere:
Nadie es grande en España hasta que muere.
V
Poeta, ¡duerma en paz tu polvo inerte!
Aunque tu patria te esquivó, te amaba;
Podrías, si te alzaras, convencerte:
Tu gloria empieza do tu vida acaba.
Yo en tierra extraña, con la nuestra en guerra,
Te admiré y te aplaudí sin conocerte;
Y hoy, más viejo que tú, me cabe en suerte
Llorar sobre la tumba que te encierra.
Duerme en paz, y a mirar no te levantes
Qué estela dejas tras de ti en tu tierra:
Fueron tu vida y muerte las de Serra,
Pero es tu porvenir el de Cervantes.
Corriendo van por la vega
Corriendo van por la vega
A las puertas de Granada
Hasta cuarenta gomeles
Y el capitán que los manda.
Al entrar en la ciudad,
Parando su yegua blanca,
Le dijo éste a una mujer
Que entre sus brazos lloraba:
"Enjuga el llanto, cristiana
No me atormentes así,
Que tengo yo, mi sultana,
Un nuevo Edén para ti.
Tengo un palacio en Granada,
Tengo jardines y flores,
Tengo una fuente dorada
Con más de cien surtidores,
Y en la vega del Genil
Tengo parda fortaleza,
Que será reina entre mil
Cuando encierre tu belleza.
Y sobre toda una orilla
Extiendo mi señorío;
Ni en Córdoba ni en Sevilla
Hay un parque como el mio.
Allí la altiva palmera
Y el encendido granado,
Junto a la frondosa higuera,
Cubren el valle y collado.
Allí el robusto nogal,
Allí el nópalo amarillo,
Allí el sombrío moral
Crecen al pie del castillo.
Y olmos tengo en mi alameda
Que hasta el cielo se levantan
Y en redes de plata y seda
Tengo pájaros que cantan.
Y tú mi sultana eres,
Que desiertos mis salones
Están, mi harén sin mujeres,
Mis oídos sin canciones.
Yo te daré terciopelos
Y perfumes orientales;
De Grecia te traeré velos
Y de Cachemira chales.
Y te dará blancas plumas
Para que adornes tu frente,
Más blanca que las espumas
De nuestros mares de Oriente.
Y perlas para el cabello,
Y baños para el calor,
Y collares para el cuello;
Para los labios... ¡amor!"
"¿Qué me valen tus riquezas
-Respondióle la cristiana-,
Si me quitas a mi padre,
Mis amigos y mis damas?
Vuélveme, vuélveme, moro
A mi padre y a mi patria,
Que mis torres de León
Valen más que tu Granada."
Escuchóla en paz el moro,
Y manoseando su barba,
Dijo como quien medita,
En la mejilla una lágrima:
"Si tus castillos mejores
Que nuestros jardines son,
Y son más bellas tus flores,
Por ser tuyas, en León,
Y tú diste tus amores
A alguno de tus guerreros,
Hurí del Edén, no llores;
Vete con tus caballeros."
Y dándole su caballo
Y la mitad de su guardia,
El capitán de los moros
Volvió en silencio la espalda.
Don Juan
En los años que han corrido
Desde que yo le escribí,
Mientras que yo envejecí
Mi Don Juan no ha envejecido.
Y fama tal por él gozo
Que se cree, a lo que parece,
Porque Don Juan no envejece,
Que yo he de ser siempre mozo:
Y hoy el bravo Ducazcal
Os anuncia en su cartel
Que he de hacer aquí un papel,
Que tengo que hacer ya mal.
Yo no soy ya lo que fui:
Y viendo cuán poco soy,
Dejo a los que más son hoy
Pasar delante de mí;
Pues, por Dios,que por más brava
Que sea mi condición,
La fiebre rinde al león,
La gota la piedra cava,
Aún latir mis bríos siento:
Pero es ya vana porfía,
No puedo ya la voz mía
Pedirle otra vez al viento:
Y a quién me lo quiere oír
Digo años ha por doquier,
Que pierdo el ser de mi ser
Y que me siento morir.
Pero nadie me hace caso
Por más que hablo a voz en grito,
Porque este Don Juan maldito
Por doquier me sale al paso;
Y ni me deja vivir
En el rincón de mi hogar,
Ni deja un año pasar
Sin dar de mí que decir.
Yo me apoco día a día,
Y este bocón andaluz,
A quien yo saqué a la luz
Sin saber lo que me hacía,
Me viste con su oropel
Y a la luz me saca consigo;
Por más que a voces le digo
Que ir no puedo a par con él.
Más tanto favor os debo
Por él, que en verdad me obliga
A que algo esta noche os diga
De este insolente mancebo.
Oíd... es una leyenda
Muy difícil de contar,
Porque tiene algo a la par
De ridícula y de horrenda:
Una historia íntima mía.
Yo era en España querido
Y mimado y aplaudido...
Y me huí de España un día.
Vivía a ciegas y erré:
Y una noche andando a oscuras
Tropecé en dos sepulturas
Y de Dios desesperé.
Emigré: me dí a la mar;
Y esperando en el olvido
Una muerte hallar sin ruido,
En América fui a dar.
No llevando allá negocio
Ni esperanza a qué atender,
Al tiempo dejé de correr
En la oscuridad y el ocio.
Once años anduve allí
Vagando por los desiertos,
Contándome con los muertos,
Y sin dar razón de mí.
Los indios semisalvajes
Me veían con asombro
Ir con mi arcabuz al hombro
Por tan agrestes parajes;
Y yo en saber me gozaba
Que nadie que me veía
Allí, quién era sabía
El que por allí vagaba;
Y esperé que de aquél modo
De mí y de mi poesía
Como yo se olvidaría
A la fin el mundo todo.
Mi nombre, pues, con intento
De dejar perder, y en suma
Sin papel, tinta, ni pluma,
Ni libros ya en mi aposento,
Bebía en mi soledad
De mis pesares las heces:
Más tenía que ir a veces
Del desierto a la ciudad.
Vivo el cuerpo, el alma inerte,
A caballo y solo, iba
Como una fantasma viva,
Sin buscar ni huir la muerte.
Y hago aquí esta narración
Porque sirva lo que digo
A mis hechos de castigo,
Y a modo de confesión.
Sobre mí a un anochecer
Un nublado se deshizo,
Y entre el agua y el granizo
Me dejó una hacienda ver.
Eché a escape y me acogí
De la casa entre la gente,
Como franca lo consiente
La hospitalidad allí.
Celebrábase una fiesta.
Que en aquel país no hay día
Que en hacienda o ranchería
No tengan una dispuesta;
Y son fiestas extremadas
Allí por su mismo exceso,
De las hembras embeleso,
De los hombres emboscadas.
Y a no ser de mi leyenda
Por no cortar la ilación,
Hiciera aquí la descripción
De una fiesta en una hacienda,
Donde nadie tiene empacho
De usar a gusto de todo;
Porque son fiestas a modo
De las bodas de Camacho.
Allí acuden sin convite
Buhoneros, comerciantes
Y cirqueros ambulantes;
Sin que a nadie se le quite
De entrar en corro el derecho,
De gastar de los abastos,
Ni de colocar sus trastos
Donde quiera que halle trecho.
Jamás se apaga el hogar,
Jamás el servicio cesa;
Siempre está puesta la mesa
Para comer y jugar.
Por salas y corredores
Se oye el son a todas horas
De carcajadas sonoras,
De onzas y de tenedores.
Todo es pelea de gallos,
Toros, lazos, herraderos,
Manganas y coleadores
Y carreras de caballos;
Y al fin de un día de broma
Que nada en Europa iguala,
Todo el mundo entra en la sala
Y sitio en el baile toma.
Entré e hice lo que todos:
Cuando creí que al sueño
Se iban a dar, di yo al dueño
Gracias por sus buenos modos:
Mas mi caballo al pedir,
Asiéndome por la mano,
Me dijo el buen campirano
Soltando el trapo a reír:
"¿Y a quién hay que se le antoje
Dejar ahora tal jolgorio'
Vamos, venga usté a la troje
Y verá el Don Juan Tenorio."
Y a mí,que lo había escrito,
En la troje me metía;
Y allí al paso me salía
Mi audaz andaluz precito.
Mas ¡ay de mí, cuál salió!
Lo hacía un indio otomí
En jerga que el diablo urdió;
Tal fue mi Don Juan allí,
Que ni yo le conocí
Ni a conocer me di yo.
Tal es la gloria mortal,
Y a quién Dios se la confiere,
Si librarse a ella quiere
Se la torna Dios en mal.
A mí no me la tornó,
Porque por mi buena suerte
Del olvido y de la muerte
Doquier Don Juan me salvó.
¡Dios no quiso allá de mí!
Y de mi patria el olvido
Temiendo, como había ido
A mi patria me volví.
¡Feliz malogrado afán!
Al volver de tierra extraña,
Me hallé que había en España
Vivido por mi Don Juan.
Comprendí en su plenitud
De Dios la suma clemencia:
Don Juan había en mi ausencia
Borrado mi ingratitud.
Monstruo sin par de fortuna,
Mientras yo de España huía,
En España me ponía
En los cuernos de la luna.
Y ni fuerza ni razón
Han podido derribar
Tal ídolo del altar
Que le ha alzado la opinión.
Pero hablemos con franqueza
Hoy que todo coadyuva
Para aquí se me suba
A mí el humo a la cabeza:
Desvergonzado galán,
Siempre atropella por todo
Y de atajarle no hay modo;
¿Qué tiene, pues, mi Don Juan?
Del fondo de un monasterio
Donde le encontré empolvado,
Yo le planté remozado
En mitad de un cementerio:
Y obra de un chico atrevido
Que atusaba apenas bozo,
Os parece tan buen mozo
Porque está tan bien vestido.
Pero sus hechos están
En pugna con la razón,
Pero tal reputación
¿Qué tiene, pues, mi Don Juan?
Un secreto con que gana
La prez entre los dos Juanes;
El freno de sus desmanes:
Que Doña Inés es cristiana.
Tiene que es de nuestra tierra
El tipo tradicional;
Tiene todo el bien y el mal
Que el genio español encierra.
Que, hijo de la tradición,
Es impío y es creyente,
Es balandrón y es valiente,
Y tiene buen corazón.
Tiene que es diestro y zurdo,
Que no cree en Dios y le invoca,
Que lleva el alma en la boca,
Y que es lógico y absurdo.
Con defectos tan notorios
vivirá aquí diez mil soles;
Pues todos los españoles
Nos la echamos de Tenorios
Y si en el pueblo le hallé
Y en español le escribí
Y su autor el pueblo fue...
¿Por qué me aplaudís a mí?
Dueña de la negra toca
Dueña de la negra toca,
La del morado monjil,
Por un beso de tu boca
Diera a Granada Boabdil.
Diera la lanza mejor
Del Zenete más bizarro,
Y con su fresco verdor
Toda una orilla del Darro.
Diera la fiesta de toros
Y, si fueran en sus manos,
con la zambra de los moros
El valor de los cristianos.
Diera alfombras orientales,
Y armaduras y pebetes,
Y diera... ¡que tanto vales!,
Hasta cuarenta jinetes.
Porque tus ojos son bellos,
Porque la luz de la aurora
Sube al Oriente desde ellos,
Y el mundo su lumbre dora.
Tus labios son un rubí,
Partido por gala en dos...
Le arrancaron para ti
De la corona de Dios.
De tus labios, la sonrisa,
La paz de tu lengua mana...
Leve, aérea, como brisa
De purpurina mañana.
¡Oh, qué hermosa nazarena
Para un harén oriental,
Suelta la negra melena
Sobre el cuello de cristal,
En lecho de terciopelo,
Entre una nube de aroma,
Y envuelta en el blanco velo
De las hijas de Mahoma!
Ven a Córdoba, cristiana,
Sultana serás allí,
Y el sultán será, ¡oh sultana!,
Un esclavo para ti.
Te dará tanta riqueza,
Tanta gala tunecina,
Que ha de juzgar tu belleza
Para pagarle, mezquina.
Dueña de la negra toca,
Por un beso de tu boca
Diera un reino Boabdil;
Y yo por ello, cristiana,
Te diera de buena gana
Mil cielos, si fueran mil.
El contrabandista
Subiendo la negra roca
De embarazosa montaña,
Contrabandista español
Bridón andaluz cabalga.
Lleva el trabuco a su lado,
El cuchillo entre la faja,
Y con el humo del puro
Su voz varonil levanta.
"Que brame en la peña el viento,
Que se arda el monte vecino,
Que rompa el inhiesto pino
El aquilón violento.
Yo desprecio sus furores;
Y aquí solo, sin señores,
De pesadumbres ajeno,
Oigo el huracán sereno
Y canto al crujir del trueno
Mis amores,"
"El albor de la mañana,
En sus matices de rosa,
Me trae la imagen graciosa
De mi maja sevillana,
Y en sus variados colores
Me pinta las lindas flores
Del suelo donde nací,
Donde inocente reí,
Donde primero sentí
Mis amores."
"Cuando la enemiga bala
Chilla medrosa a mi oído,
Ya mi contrario caído
El alma rabioso exhala.
¡Qué me importan vengadores
Cien fusiles matadores
Que amenacen mi cabeza!
Con mi Moro y mi destreza
Yo les canto en la maleza
Mis amores".
"Sienta yo el pujante brío
Del galope de mi Moro ,
Y el trabucazo sonoro
De algún compañero mío;
Y que vengan triunfadores
Los caballeros mejores
Que empuñaron lanza o freno.
Yo de temerles ajeno
Cantaré libre y sereno
Mis amores".
Tranquilo el contrabandista
Aquí el canto llegaba,
Cuando un acento francés
"¡Fuego!" a su lado gritaba.
Sobre su frente pasaron
Con ruido silbar las balas,
Y gendarmes le acometen
Diciendo "¡Ríndete a Francia!"
Y entonces él " No se rinden
Los que nacen en España",
Y contra el jefe enemigo
Su ancho trabuco descarga.
Cayeron dos, como arbusto
Que el cierzo en pos arrebata.
En impetuosa carrera
El bruto gallardo arranca;
Y por sobre los peñascos
Que en rápida fuga salva,
Cantando va el español
Al trasponer la montaña:
"Vivir en los Pirineos,
Pero morir en Granada".
El trovador
I
De un elevado castillo
Que Arlanza orgulloso baña,
Un trovador elegante
En la puente se paraba.
En el rastrillo golpea
Con el pomo de una daga,
Y en los góticos salones
Ronco el eco se propaga.
Un joven doncel, del fuerte
Presentóse en la muralla,
Y con semblante halagüeño
Dijo en alta voz: "¿Quién llama?"
El Trovador que le ha oido
Dirigióle aquesta fabla:
-"Si llegado es en buenhora,
Un pacífico infanzón
Que envía a vuestra señora
Don Rodrigo de Aragón".-
Se alzó a este tiempo el rastrillo,
Y en el patio tuvo entrada;
Un paje tomó el corcel
Por las riendas plateädas,
Y el gallardo trovador
Por los salones se entraba.
II
Confuso ruido se oía
En la sala principal,
Y el extranjero
Hacia ella se dirigía
En continente marcial
Muy altanero.
Hallóla toda ocupada
De galanes y de bellas
En gran festín;
Doña Blanca de Moncada
Se ve la primera entre ellas
Como la rosa mas orgullosa
En un jardín.
El día feliz memora
En que la luz primera vio;
Y a su lado
Por eso, gentil señora,
Tanta dama encantadora,
Tanto héroe celebrado
Hoy reunió.
III
Entró do estaba el convite
Gentil el recién venido;
Hizo gracia
Con el morado sombrero,
Y atrevido
En denodado ademán
A Doña Blanca se fue;
Y después de haber pedido
Su venia, ante ella galán
Quedó en pie.
La dama se la otorgó
Y así el trovador habló:
IV
"Don Enrique mi señor,
"El cuarto Enrique es,
"Me manda donde me ves,
"A mí, que soy trovador,
"Trovador aragonés.
"Dizque es hoy vuestro natal,
"Y este monarca del mundo
Quiere honrarlo como tal,
"Que el cuarto Enrique así val
"Como val Juan el segundo.
"Y una trova te regala
"Que trova de amores es
"Y ninguna se la iguala;
"Por eso vine de gala,
"Trovador aragonés.-"
-"Yo a tu señor agradezco,
-Doña Blanca respondió-
"De un amor que no merezco
"Esta prueba que me dio.
"Y a estas damas placerá
"Y galanes que aquí ves
"Trova de amores
"Que cantará
"Trovador aragonés".
V. Trova
Un día risueño
Prepara la aurora
¡Feliz la señora
Del alto Muñón!
¡Oh cuántas personas
Se ven a su lado!
¡Cuánto señalado
Valiente infanzón!
Un búho funesto
Que cerca habitaba.
Lejano graznaba.
¡Se le vio huir!
La blanca paloma
Ocupa su nido;
Su amante gemido
Se acaba de oír.
Porque hoy es el día
De Blanca fermosa,
La más bella rosa
Que tiene el jardín.
VI
Su dulce voz espiró,
Y sus ecos repitieron
Las bóvedas de Muñó.
Y en vano le pidieron
Quedase en el castillo.
No pueden los caballeros
Ni las damas alcanzallo,
Que ha perdido su caballo
Y mandó
Que le alzaran el rastrillo;
Despidióse muy cortés
Y díjoles al partir:
"Quedárame hasta mañana
"En este festín de amor,
"Y fuera de buena gana;
"Más de Enrique mi señor
"Otra la voluntad es,
"Y yo soy su trovador,
"Trovador y aragonés".
En el álbum
En vuestro álbum escribir
Me ordena Vos un ser
De quién me ordenó vivir
Dios cautivo hasta morir
Por amor y por deber.
Mas dignaos advertir
Que para haceros servir
No era tanto menester,
Pues me honráis Vos con querer
Lo que a mí me honra cumplir.
Su sola presentación
Por sólo ser de quién es,
Da a este álbum pasa y razón;
Y pues prez da y galardón
Él donde va, venga pues;
Yo sé que mi obligación
Es poner mi corazón
Y mi pluma a vuestros pies;
Y lo están... sin interés,
Sin plazo y sin condición.
Más de este álbum, ¡ay de mí!
Hay que miniar el papel
Con una gota turquí
De la sangre de una hurí
Recogida en un clavel,
Y tomando por pincel
El pico de un colibrí,
Que no iba más que miel;
En vuestro álbum, Isabel,
No se escribe más que así.
Quisiera así escribir yo:
Pero así, ¿cómo y con qué?
La que por Vos me le dio
En mis manos le dejó
Me dijo "escribe" -y se fue.
Le he de escribir, ¿cómo no?
Mas, señora, os juro a fe,
Que desde que a mí llegó
No sé lo que me pasó
Que lo que es de mí no sé.
Le miro y vuelvo a mirar,
Le hojeo y vuelvo a hojear;
Una hoja de la otra en pos
Me detengo a contemplar;
Una busco en que firmar
Y se me pasa entre dos.
¡Ay! Vuestro álbum es el mar
En donde me arroja Dios
Mi pensamiento a buscar...
Y yo no hablo más que a Vos.
Busco una idea a través
Del ondulaje en que van
Y vienen, como una mies
Sobre quien los vientos dan,
Las mías; pero mi afán
Perdido e inútil es:
Mis pensamientos están
Todos con Vos. ¿Qué trae, pues,
Vuestro álbum? ¿Es talismán
Que os echa almas a los pies?
De vuestra cámara real
Trae el perfume sutil:
Vuestros labios de coral
Con vuestro aliento vital
Le han dado nardos de abril
El olor primaveral,
Y en su canto marginal
De vuestra mano gentil
Se adivina la señal
De los dedos de marfil.
Eso trae, y eso al traer,
Trae de mi alma al interior
De la esperanza el albor,
La luz al amanecer,
La prez de vuestro favor,
Al vapor de vuestro ser,
No como de una mujer
Sino como el de una flor:
La flor que planta el deber
Y que cultiva el honor.
Trae además para mí
Vuestro álbum más alta prez
Que ambiciona la altivez
De mi ingenio baladí:
Jamás fue par el neblí
Con el águila; y buen juez
De mí mismo, si esta vez
Hasta estas hojas subí,
Mirad que me alzó hasta aquí
Vuestra regia esplendidez.
Aquí os voy, pues, a poner
Un cantar, no por llenar
Un deber, no por saber
Que, el álbum al registrar,
Por mis versos vais, al leer,
Vuestros ojos a pasar;
Y si logro yo el placer
De que os logren agradar,
¡Qué honrados se van a ver
Los versos de mi cantar!
Más, ¿por qué anheláis señora,
Tener aquí un vil montón
De versos míos, ahora
Que mi vieja musa llora,
Y a la puerta del panteón,
La vejez me desvigora,
Del mundo me desamora,
Me amilana el corazón
Y tiene a mi guzla mora
Descordada en un rincón?
¿Cómo ya hasta Vuestra Alteza
Elevar podrá un cantar
Un viejo, de quien ya empieza
A desvariar la cabeza
Y la lengua a balbucear,
Y que vacila y tropieza
Al escribir y al andar?
Imposible: mi torpeza
De este papel la limpieza
No se atreve a emborronar.
Vuestra Alteza me perdone:
Para mí es sólo el sonrojo
De no poder vuestro antojo
Cumplir, mas la edad me abone.
Llegar a viejo supone
Cambiar de ser; no es mancilla;
Mas dejar de ser, humilla;
Y pues lo que fue ya no es,
Sólo pone a vuestros pies
Lo que fue José Zorrilla.
En el álbum de mi hija
Por cima de la montaña
Que nos sirve de frontera,
Te envía un alma sincera
Un beso y una canción;
Tómalos; que desde España
Han de ir a dar, vida mía,
En tu alma mi poesía,
Mi beso en tu corazón.
Tu padre, tras la montaña
Que para ambos no es frontera,
Lleva la amistad sincera
Del autor de esta canción.
Recibe, pues, desde España
Beso y cantar, vida mía,
En tu alma la poesía
Y el beso en el corazón.
Si un día de esa montaña
Paso o pasas la frontera,
Verás en el alma sincera
De quien te hace esta canción,
Que la hidalguía de España
Es quien sabe, vida mía,
Dar al alma poesía
Y besos al corazón.
Primera impresión de Granada
Dejadme que embebido y estático respire
Las auras de este ameno y espléndido pensil.
Dejadme que perdido bajo su sombra gire;
Dejadme entre los brazos del Dauro y del Genil.
Dejadme en esta alfombra mullida de verdura,
Cercado de este ambiente de aromas y fresura,
Al borde de estas fuentes de tazas de marfil.
Dejadme en este alcázar labrado con encajes,
Debajo de este cielo de límpidos celajes,
Encima de estas torres ganadas a Boabdil.
Dejadme de Granada en medio del paraíso
Do el alma siento henchida de poesía ya:
Dejadme hasta que llegue mi término preciso
Y un canto digno de ella la entonaré quizá.
Si, quiero en esta tierra mi lápida mortuoria;
¡Granada!... Tú el santuario de la española gloria:
Tu sierra es blanca tienda que el pabellón te da,
Tus muros son el cerco de un gran jarrón de flores,
Tu vega un chal morisco bordado de colores,
Tus torres son palmeras en que prendido está.
¡Salve, oh ciudad en donde el alba nace
Y donde el sol poniente se reclina:
Donde la niebla en perlas se deshace
Y las perlas en plata cristalina:
Donde la gloria entre laureles yace
Y cuya inmensa antorcha te ilumina;
Santuario del honor, de la fe escudo,
Sacrosanta ciudad, yo te saludo!
Soliloquio
Y al galope de un caballo
Que cogió y montó al azar,
Bufando este soliloquio
El Cid de Burgos se va.
-"¡Tu soberbia me destierra
"Por haberte hecho jurar!
"¿Crees que fuera de tu tierra
"No hay ya tierra en que pisar?
"¿Crees que el mundo se me cierra
"Ni que a mí me has de encerrar?
"¿A mí, que he ido en buena guerra
"Para ti tierra a ganar?
"¡Dios de Dios! ¡La ira me abrasa!
"¿Tierra a mí me ha de faltar...
Y hasta al pájaro que pasa
Da Dios tierra en que posar,
"Y hasta el pez que el agua rasa
"Da Dios aire que aspirar?
"¡Hijosdalgos de mi casa!
"¡A caballo y a campear!
"¡A caballo! Aún hay de moros
"Hartas tierras que ganar,
"Con ciudades y tesoros
"Que podamos conquistar.
"¡A caballo! Aún queda tierra
"En que pueden galopar,
"Sobre buen botín de guerra"
"Los caballos de Vivar.
"Infanzones de la villa
"Donde finca mi solar,
"A Babieca echad la silla,
"De él nos viene el Rey a echar:
"Mas sin miedo y sin mancilla
"Mi perdón podéis sacar.
"¡Fuera, fuera de Castilla.
"Por el Rey los de Vivar!
"Rey ingrato. ¡Dios te guarde!
"Yo te doy mi fe a mostrar;
"Y a mi fe, que cual sol arde,
"Sólo Dios puede apagar.
"¡Quiera Dios que tú más tarde
"De ver no eches, con pesar,
"Que eres ruin y eres cobarde
"Con Ruy Díaz de Vivar!
"¡Dios te guarde de mancilla!
"Yo te voy, Rey, a probar
"Que no tienes en Castilla
"Campeador conmigo par.
"Infanzones en la villa
"De que borra el Rey mi hogar:
"¡Fuera, fuera de Castilla
"por el rey los de Vivar!"
Y el caballo ya jadeando
Y él roja de ira la faz,
Dio el Cid en Vivar, ya noche,
Con asombro de Vivar.
Vuelta a la patria
I. En la frontera
-¿Estamos ya en la frontera ?
-El tiro de este relevo
Es ya español. -¡Pues afuera!
-¿Qué va usté a hace ? -La primera
Canción que a mi patria debo.
¡España! ¡Te vuelvo a ver!
Dios tan lejos me hizo ir,
Que temí nunca volver.
Si hoy no me mata el placer
No debo nunca morir.
¡Dame tu tierra a besar;
Y puesto en ella de hinojos,
Déjame dejar de brotar
Las lágrimas de mis ojos
Y a Dios un momento orar!
Deja que a pleno pulmón
Aspire voraz tu ambiente,
Aunque en tal aspiración
Dilatándose reviente
De placer mi corazón.
¡España del alma mía!
Sin orar a Dios por ti
No he pasado un solo día:
¿Quién sabe si todavía
Te acordarás tú de mí?
Dios me llevó mis pesares
A llorar a tierra extraña;
Ya a través de tierra y mares
Mis lágrimas traigo a España
Convertidas en cantares.
España de mis amores,
Si aún mis cantares ansías,
No quiero que por mi llores:
Para ti tornaré en flores
Todas las lágrimas mías.
¡Dios de España, a quien jamás
Olvidé por donde fui,
Aquí es en donde tú estás:
Aquí es en donde te das
A ver y adorar de mí!
¡Dios, que sabes con qué fe
Diez años hora por hora
La de mi vuelta esperé,
No me abandones ahora
Que pongo en España el pie!
II. ¡Al coche!
¡Bien haya quien grito tal
Me da en español de nuevo!
Ten mi bolsa, mayoral:
Yo en mi patria sólo llevo
Mis versos por capital.
III. En España
¡Patria... de placer venero!
Ya tu aura mi faz orea;
Ya mi oído el son recrea
De tu lengua nacional.
Yo no soy aquí extranjero:
Si no conocen ya al hombre,
Aun fío Dios que mi nombre
No suene al oído mal.
¡Patria! No sé si en mi ausencia
La calumnia me ha mordido:
Yo vuelvo como he partido,
Hijo leal para ti.
Maestro en la gaya ciencia,
De los pueblos asombro,
Solo, y el laúd al hombro,
Tu gloria a cantar me fui.
Siempre en plazas y en palacios,
En teatros y salones,
Mis primeras impresiones
Me acusaron de español;
Cual poeta y hombre, a espacios
En mi vida hay malo y bueno:
Español, puedo sereno
Enseñar mi faz al sol.
Si te dicen que amor tengo
A un pueblo antes tu enemigo,
No lo fue para conmigo
Y yo le debo lealtad.
De tu sangre hidalga vengo;
No he de ser jamás ingrato
Con quien fiel me dio buen trato
Y franca hospitalidad.
Si te dicen que dependo
De extranjero soberano,
Me tendió leal su mano,
Me trató de igual a igual.
Yo me doy y no me vendo:
Él lo sabe y él lo estima;
De fe en prenda, llevo encima
Coronada su inicial.
Yo he nacido castellano;
Mas doquiera que me he visto,
Soy cristiano, y como Cristo
Prediqué fraternidad.
Todo hombre nace mi hermano;
Do llevo mi gaya ciencia,
La fe llevo en la conciencia
Y en la lengua la verdad.
Fénix que anunció mi muerte,
Vengo en mis patrios hogares
De mis últimos cantares
El son postrero a exhalar;
Vengo en un esfuerzo fuerte
De mis postrimeros bríos,
A saludar a los míos,
A hacerme otra vez a la mar.
A mí, a través de las olas,
Llegó el cántico vibrante
De una pléyade brillante
De nuevos poetas mil.
De las letras españolas
Aún mi alma el amor abriga...
Ven a que yo te bendiga
¡Oh pléyade juvenil!
¡Con cuan íntima delicia
Qozaba oyendo tu cántico,
Cuando a través del Atlántico
Lograba hasta a mi llegar!
Ven, ven a mí, que es justicia
Que los vates castellanos
Den un apretón de manos
Al que tuvo aquí su hogar.
Que yo os conozca; cercadme:
Yo soy leal; yo soy un viejo
Que sin pesadumbnre dejo
Mi puesto a la juventud.
Mas al llegar, toleradme,
Mi viejo laúd que empuñe,
Y un mal cantar os rasguñe
En mi ya ronco laúd.
Trémula traigo la mano
Y cana la cabellera:
Mas aún traigo la alma entera
Y brío en el corazón,
Y aún puedo, buen castellano,
Lanzar con mi último aliento
Un "¡bravo!" a vuestro talento
Y un "¡viva!" a nuestra nación.
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