Carmén Yáñez, poeta chilena
Nacida en Santiago en 1952, Carmen Yánez es una de las poetas chilenas más sobresalientes de la actualidad. Su poesía tiene una dulzura estremecedora que invita a la contemplación y fascina a todo aquel que haya nacido con cierta tendencia instintiva hacia la belleza.
Su vida, como la de tantas escritoras legendarias, está llena de dolor, pero no exenta de felicidad. Ella, como Anna Ajmátova, Marina Tsvietáieva o María Teresa de León, vivió en carne propia uno de los episodios más terribles de la historia del siglo XX, razón por la cual debió exiliarse en Suecia desde 1981. En 1997 cambió su residencia a España. En Gijón, Asturias, encontró un paisaje que la fascinó y el regocijo de volver al más puro origen, que para ella, como para todo escritor auténtico, está en el idioma.
Aunque había empezado a publicar en revistas desde Suecia no fue sino hasta 1998 cuando apareció su primer libro “Paisaje de Luna Fría”. Muy pronto su poemario fue traducido y editado en Italia. En el 2001 publica “Habitata dalla memoria”. Al año siguiente recibe en España el prestigioso premio de poesía “Nicolás Guillén”. Su más reciente título “Alas del viento”, aparecido en el 2006 fue traducido en Francia por el Atelier de traduction d´espagnol de Saint Malo que Claude Couffon dirige en La Maison des poètes et des écrivains. Ese mismo año se publicó en Italia en edición bilingüe el libro “Tierra de Manzanas”.
Desde hace poco más de una década forma parte del consejo de redacción de la revista del Salón del Libro Iberoamericano de Gijón. Y es una de las mejores promotoras de la poesía que haya conocido jamás. Los recitales poéticos que organiza en Gijón todos los años durante el Salón del Libro tienen un éxito absoluto, porque Carmen, además del cuidado que pone en cada detalle, tiene el don de la armonía. En un mundo que aparenta inclinarse cada vez más por lo corriente Carmen Yánez sobresale por ser una mujer extraordinaria.
Latitud de sueños
Una está tranquila
en un hotelito de Saint-Maló
frente al mar, es decir, expuesta.
El agua azul
y de pronto golpea el Pacífico espléndido
la brisa alimentada de eucaliptos
a la orilla de un recuerdo indeleble
donde moró la pequeña felicidad
que sostiene vértebras de vida.
¿Dónde tiene uno el mar que le pertenece para siempre?
¿En que órgano se oculta después de tantos viajes?
¿En qué víscera aúlla el animal de los recuerdos?
La infancia que brota entre las olas
desde la ventana de un exilio que nunca para de envolvernos
con sus pequeñas manos ahora.
Piedritas que juntaba y todo lo que fue posible
en los bolsillos rotos.
Una está tranquila
caminando sobre la arena tan tangible,
pero los zapatos se retrasan por el peso de la arena,
¡Tanta vida caminada!
Aunque los pies quieran despegar del suelo
confundirse con el azul.
Y en el fondo uno sabe
que todo es engaño
el aquí y allá en el cuerpo.
La única verdad es el dolor,
la incisión molesta
que ha hecho el filo de un guijarro en el zapato izquierdo
el talón herido que impide a veces avanzar
que va y viene
como la ola que muerde
a pesar de su belleza implacable.
He vivido en una república y dos reinos
Fui libre y vasalla,
la calandria enjaulada y melancólica,
las alas quebradas del viento.
Trenes de humo sin estaciones donde apear.
Órgano de lluvia desatada que ha golpeado
el hormigón estéril.
En mi república las cajitas nobles de mi fe primaria.
En mis dos reinos un baúl pesado que arrastro todavía.
Morada
Se han ido todos;
el bosque con su música de abetos,
los hombres cargando sus sombras
y sus perros.
Y eran de sueño los prismas de colores
que dejaban tras de sí.
Se han ido todos.
Yo me quedo
con un mínimo candil
entre las manos.
De vez en cuando
soy el árbol
que apuesta sus raíces
a la tierra.
Proclama
Yo estoy aquí
para recordarles lo feo, lo mínimo.
El cardo, la piedra, la espiga
el guijarro, la hormiga,
la carga.
La doliente raíz
que se ciñe a la vida
espantada de muertes.
El polvo que se atreve a levantarse,
los pasos que se pierden
y no vuelven,
la mierda del perro
—¡ah! por aquí pasó la vida
y no se detuvo.
La soledad de un zapato en la orilla
de un viaje interminable.
La roca gris que sostuvo el cansancio del caminante
y el tonel de la desesperanza
husmeando los rieles.
Los huesos, sí, los mínimos huesos
que escarban la memoria
y despiertan a todos los pájaros
de un grito.
Yo recuerdo lo feo, la arruga,
lo viejo, lo inútil,
lo roto.
Más allá se duele una muralla
con tres mil nombres
sobre el silencio.
El hueco de una fosa,
la evidencia.
El color de la tierra y sus estrías.
Los árboles
¿Qué es el poema escrito en la hoja blanca, sino el suspiro de un árbol
que expiró hace ya tanto tiempo?
¿Y qué de la palabra declamada, sino la voz del viento que pasó rozando
el delirio de la boca?
¿Y el libro cerrado en los anaqueles sino el paisaje ordenado de los árboles muertos?
¿Y qué del libro abierto en el insomnio de la noche, sino los fantasmas del bosque que se han tomado la almohada en los desvelos?
Y el libro perdido y olvidado, los hijos de los árboles abrasados por las llamas de la desmemoria.
Parque por la Paz “Villa Grimaldi”
Los olivos se llenan de pájaros, sólo ellos al trinar
Estremecen las rosas,
(¿las mismas rosas de aquel entonces?)
La torre guarda el grito de las sombras
Que emergen de la nada.
Fueron cuatro mil quinientos nombres
En cautiverio.
La hierba cubre
La tierra pre-cordillerana.
Y en medio de todo
El muro de los nombres, digna su estatura
A tesón y fuego del olvido.
Donde hubo vileza,
Hay dolor.
Las fuentes se inundan de lágrimas en la paz.
Las noches velan
Las siluetas de los amados
Que han quebrado el silencio
Con sus ausencias.
¿Dónde amordazó la muerte sus misterios?
¿Acaso se oculta en el tiempo y bajo el desasosiego?
¿Acaso el vigía de la historia nos resguarde el futuro sin duelos?
En el portón, la leyenda reza un conjuro:
Que no oscurezca otra vez. Nunca más.
Las Alas del Viento de Carmen Yánez.
Ediciones Elogio del Horizonte
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