lunes, 15 de noviembre de 2010

1911.- MARCELO GUAJARDO THOMAS


Marcelo Guajardo Thomas. Santiago de Chile, 1977.
Es periodista de la Universidad de Santiago de Chile y Magíster (c) en Literatura Chilena y Latinoamericana de la misma institución. Ha recibido diversos reconocimientos como: primer lugar del Concurso Nacional de poesía para jóvenes Armando Rubio Huidobro y el primer lugar del concurso nacional de poesía Dolores Pincheira Oyarzún.
Ha publicado: Teseo en el mar hacia Cartagena y epílogo de la aventura y El dolor de los enjambres.



Abdomen de pez

Aquello rasgando desde la palma
el pulgar atorado al vértice y el surco
que corta el henchido tallo. Principio.
Trozo de agua. Pulpa. Raíz abultada del tacto.







Joven Mercader

A la medialuna. mordida por la piel
el circulo convexo y los acantilados. Rodean.
el manto transparente donde el agua
va y regresa a la luminosa caverna.

La sangre nace y tiembla bajo el domo.
Vestigio donde habita la serpiente.

Primero la carne. Primero la carne.








Mar de la sangre

Extenuada. Caliente.
Al amparo del granito y la arteria
que inunda el enorme páramo.
Tendón. Astilla. Partícula de partículas.
Fuego, tizón, roca que marcha. Escalda aquella
brasa sanguínea que abomino.







Refugio del viento

Anclado al espacio, cuelga de la raíz
un inmaterial sofoco, luz que escurre
desde el hueco y orada el estrépito
del silencio inmóvil del junco y el oso.

Una caverna tras el laberinto
Donde las dagas se hunden
en el corazón del extenuado muchacho.








Palacio celeste

El agua que tributa
en las escalas del palacio
un carnero para el sacrificio.
Entre la cuenca y el abismo
la meseta del buey. Su fuerza.
La mandíbula allí. Lentamente.
Tritura la hierba que crece en el estanque.







Montañas Kuen Loun

Al final de la depresión
se levanta el observatorio
y el iris del hueso, vigilando
el guijarro que cercano
evita el lugar donde
la nieve lo ha cubierto todo.







Máquina terrestre

Un óvalo que abraza
la intensa forma. Cercado.
Por la tierra y el mecanismo
la gruta donde precipita
el sonido que escampa
luego del continuo escarmiento
de la carne nueva sobre la tierra.






Curva del estanque.

El fango invisible, luego
de la curva que explora
el cartílago y el vientre
allí, donde el agua escarba,
un trozo de espacio que no existe.
La huida precede el bostezo del pescador.








Pantano joven

Cubre el limo, el vestigio
próximo a la piel azul de la salamandra.

Leve temblor de la carne y las ciruelas.







Cinco comarcas

Descuelga el nudo hacia el triángulo
De la iracunda colina.
Trepa. Hincha. Retrocede
Hacia el desfiladero y huyendo
la infinita luz de la caravana.






EJEMPLO DE EXTRAÑAMIENTO

Cualquiera de estos autos en la lenta procesión
junto a la playa
sus luces bajo tu departamento que circunda,
tomado del vértice hacia la grieta
flotando sobre los riscos, en la niebla,
que de pronto escoge su gobierno.
El extraño anochecer de la luz en una ciudad
futurista a punto de desplomarse
a unos kilómetros de la virgen negra en la gruta
serpentearte. Advierte.
El zumbido que se extiende desde las dunas,
al agujero de piedra donde las langostas crecían
al amparo del esmero y el vértigo.
De que te extraña que los golpes vengan de las paredes
que este único ruido venga del tibio acantilado interior.
Que desgano trabar la piedra que desciende
hasta su desembocadura, Lijar otra vez los sentimientos.
La exasperante redondez de la piedra de río
inservible al final de su viaje.








Víctor Sarmiento comprende el tedio


To say: I have lost the consolation of faith
though not the ambition to worship,
to stand where the crossing happens.
Forrest Gander


De esta forma, en mi clavícula y mi lengua
la obstinada voluntad de la vigilia

Víctor Sarmiento comprende el tedio
aun cuando este se confunde con el sueño,
en el cruce hambriento de la costumbre y la horca de los días.

Amanece el roce de los labios sobre la espalda
el resplandor ilumina las ciruelas maduras

En la primera luz, los ojos le parecen órganos inservibles,
los precursores de una manía terca, un hecho aterrador y detenido.

En la cálida matriz del semejante, el hartazgo cede su lugar al sueño

Migra el silencio desde una casa en llamas hasta el vacío de
la semejanza
el aguijón que busca una coordenada, en donde el hueso se precipita
y desaparece

todo es hueso y coordenadas, repite, y en la memoria un griterío
interminable
acercándose como un pedazo de pan que marcha sobre las brasas

Cava la raíz del geranio más allá de la vista
reconoce el gesto familiar del placer, con el hombro ahuecado
en donde el pelo húmedo y recogido deja caer el agua sobre su pecho

Víctor Sarmiento comprende el tedio
le es normal como las evidencias de su cuerpo al tacto
o el silbido del aire que sale irremediable por su garganta

Una celda aun mayor que la rabia, es la prisión cálida del tedio

En la proximidad del cuerpo, un instante
la carne blanda de la ira, cuyos gajos cuelga, oblicuos y estáticos,
antes de los preciosos segundos que preceden a su mano acariciando
el inicio de una espalda inmóvil sobre la cama

El grito de las yemas, el placer sosegado avanza
desde el cuello hasta la cervical como un lento mamífero

El abrevadero que de noche tiembla con la proximidad de
los caballos

Con el miedo entrelazado un rostro
así, el retorno de esta plaga
la horca que mece los segundos
en el borde donde el agua golpea

en su lengua
otra lengua afilada

siguió con los labios
la línea del abdomen

sedado


Víctor Sarmiento comprende el tedio
al punto de oír, cortando la transparencia
una pequeña voz rugiendo
como si de pronto el cardo encendido tuviera su propia lengua
y el animal hubiese comprendido la simetría del fango

La quemadura de la silueta aparece en fragmentos
la repetición del instante rompe la piel del sueño
éste, sin embargo, prevalece

Los martillos repartidos entre los geranios
la sangre mancha la piel del oso polar engulle

Aquí la soga y la máscara
en la gruta deshabitada
en donde el agua escurre
como un animal devastado

Veía el redoble de las hojas
urdidas al tallo, contemplaba el prolijo recurso
de las orugas, en su capullo colgadas, esperando
que sus cuerpos cambiaran hasta la cima de la esperanza

Sin embargo, le era imposible comprender la fe

La fe eclipsa el paso congelado de los segundos
mezclada con la esperanza, suele ser un mortífero tipo de explosivo

Era, desde luego, un retorno a la atroz semejanza
con la mano extendida sobre su faz, en cuclillas y en silencio
frente a la conmovedora persistencia de los objetos

Aquello que habla de sí con las manos atadas
una lengua súbita que recoge el aire de la aversión
con el sol fulminado, los rostros dentro de los espejos
semejantes al estallido arrancado de la vigilia

¿Qué queda entonces?

La suma de los fragmentos que cambian de forma
la insistencia de los geranios que encuentran agua en la materia
revuelta

Víctor Sarmiento comprende el tedio
como si fuera un escenario cuya fortaleza radica en la silueta de
los objetos,
un marsupial que suspendido por los hilos de un titiritero flota
sobre el agua negra

Pegado al sueño de los cuerpos
la imagen el desperfecto la aversión
una clase de tacto pronunciado y bélico
un cráneo que el silencio esculpe pegado a la certeza

El sol aparece entre los árboles
la mantis caza en el follaje del jazmín

Así, el intervalo, en medio del azar y las partículas,
en donde el aspa le corta la garganta al sonido
cuatro veintiséis la proximidad de un cuerpo
la rebelión del agua en el hueco de la piscina
otra respiración que lo alimenta saciando un hambre tan distinta

el clavo del hartazgo su boca cortada
sobre el prado y rozando el cuerpo estático del mirlo

Del otro lado, el tapiz del oído, y las puntas de los dedos
sobre la piel húmeda sucede el cruce del líquido y la desesperación
en las direcciones que dibujan las trizaduras del cemento
inundado de agua clorada, donde la oreja cautiva
emite un insoportable chillido, en aquella profundidad
la rótula ha perdido el habla

Víctor Sarmiento comprende el tedio
de la misma forma que comprende la hilera militar de las hormigas
que llevan los trozos del mirlo hasta una profundidad austera

Perplejo y desnudo el hueso se hunde en el jardín

Sumergido ciego inmóvil
escucha el chillido metálico de los codos que se estrellan en el fondo

Los cuerpos ovillados de los niños rompen la superficie
sobre el agua los redondos caballos de hule esperan el abandono


El oxígeno horada con una cuchara el interior de los caballos de hule
el sol atraviesa el follaje de los helechos y se dispersa en millones
de nervaduras
La boca hacia arriba la comisura
una gota de sangre que se desliza hasta la clavícula

Bajo la piel y cavando la marcha del hastío
pronuncia una vacuidad que no se repele

El animal levanta la cabeza
perplejo por la ausencia de depredadores

Se queda inmóvil sobre el agua, suspendido en el tráfago
las manos empuñadas la mandíbula empuñada
mientras el espasmo atrapado en el diluido sol
impulsa un pequeño iceberg que tiembla en el reflejo

La extravagancia del miedo es un vestigio,
el trozo de una colmena abandonada bajo los árboles

el intervalo y su aguja la oreja prisionera en el follaje

Abre la boca
el aire entra de una vez
recoge los trozos del mirlo antes de su desaparición
y los reparte en la tierra mojada

Una manilla circular, donde la cuerda aprieta y levanta
la sombrilla el resplandor metálico del pica hielo hundido
en la cubeta pulida y la copa de un lado de la sombra del tendedero
que corta la superficie dejando los objetos simétricamente
organizados

Recuerda la claridad de aquel día. Las secretas flores de los cactus.
Su padre subía una colina polvorienta marzo
se había secado la hiedra que poblaba las rocas
en el Pucara de la cima el viento roía los cardos dejándolos desnudos

En la vasija de madera donde las ciruelas forman un montón oscuro
y húmedo
la enorme mosca azul dibuja un trazo incomprensible
tan diferente a las rigurosas figuras anaranjadas de los vasos
del verano

Primero el estupor como un bien estético corrosivo
de la otra orilla la perplejidad
como quién suelta a la tormenta
la vaina de un grano de trigo y la sigue con los ojos
suena el teléfono del comedor
se inicia el cosquilleo del riego automático que cubre el jardín
alguien contesta y habla
un cuerpo compacto rompe otra vez la superficie del agua

Avanza hasta la sección política

-Se han quebrado los preciosos equilibrios del gobierno
se espera un cambio de gabinete para los próximos días-

adentro quebrado el tallo de la semejanza
un trozo de acero en la pupila que impide al ojo ver su gemelo

Víctor Sarmiento comprende el tedio
acaso su veneno más mortífero y seguro,
que con la aguja del cartílago
destruye mas allá de la aversión

Un cuerpo flota como los manatíes
en medio de los hígados y el miedo
giran los engranajes concéntricos
los tallos de los juncos cruzan la superficie del agua

Escucha el repentino estallido del aspa
las ramas viejas comprimidas en vasijas
arrojados sobre la hierba martillos
y el agua aproximándose en trazos cortados sobre el aire
el cuerpo dormido en la superficie de hule
las palmas de las manos vueltas hacia el agua
el antebrazo estático las pulsaciones
de pronto el golpe metálico de la podredumbre
se arrastra hacia el fuego y la desaparición

Toma una ciruela madura y la lleva hasta su boca
la sombra de las grúas cae en el vértice del jardín
un pie desciende a la ceguera

La casa está en silencio
y este silencio es una obstinada brasa

El mecanismo funciona por simple succión,
entre el respiradero y la hoja de metal, el aire escasea
y los trozos salen disparados por el conducto de los desechos

el rugido la respiración entrecortada

Hubo un tiempo en que la fatiga precedía al descubrimiento
un tiempo en que sus rasgos le daban una extraña tranquilidad
como la frágil cubierta de una larva en simbiosis con la raíz del nogal

El jardinero pasa la cortadora de pasto
donde la hierba crece con más fuerza

La luz se debilita. Anochece.

Víctor Sarmiento en posición fetal sobre su cama
el ligero hundimiento el arco de la espalda la luz lateral encendida
su cuerpo encorvado y tibio frente al destello

Un paso y otro más saciado
ya no espera la quemadura de la vigilia

Los ciervos escarban en los junquillos de los muros
en donde la pesadilla se multiplica

Cruza su rostro el látigo de luz desde la curvatura
donde el tronco hinchado de un animal
encalla en la ribera del río luego de la inundación

el hambre es la próxima catástrofe


Víctor Sarmiento comprende el tedio

Con la frágil brutalidad del oso polar
flotando en la espesura del pozo transparente cautivo

Los rayos del sol cayéndole por la espalda
el grito del otro lado del reflejo

No existe nada más tedioso que el hambre
el continuo mecanismo que lleva al oso polar más allá de la superficie
donde una mano sostiene un trozo de carne sobre su mandíbula

Comprende además la combustión del desengaño
como si fuera la brutal persistencia de un espejismo
a tientas en el hueco del sueño desprovisto

un ojo cortado flota entre los juncos


Víctor Sarmiento comprende el tedio

Dejándolo paralítico en un lugar
en donde los surcos del hastío, inverosímiles
profundos sobre la roca, como una plaga
encuentran un acantilado sin tiempo.

Luego de la saciedad
el bulto cartilaginoso cae
a través de la garganta

Con la piel quemada por el clavo de la persistencia
el sueño y la desaparición emergen en las mismas coordenadas

La quijada de la oscuridad traga los redondos caballos de hule
y el agua contenida que aún tiembla en el gigantesco cántaro

abierta sobre la cama, la edición en inglés de Latin American Trade

-Carlos Slim, el hombre más rico de Latinoamérica,
ha acumulado la mayor colección de Rodin fuera de Europa-
La lenta extremidad del vapor se desplaza por el cielo raso
convierte la luz en un extraño vestigio
el agua escurre por la tuberías

En la celda del hastío el oído es un prisionero desnudo

He aquí las horas del rencor

Víctor Sarmiento comprende el tedio
Deseando la resignación de la ceguera
del cuerpo que tropieza en una casa en llamas
a punto de caer y en la boca
una lengua confusa y atónita

La cáscara trizada desde adentro por la inconfundible voluntad

En la humedad de los helechos, la persistencia
con las manos enterradas en el fango una pupila empuña los segundos
del otro lado del sueño un contorno se aproxima y le besa los labios

una caída entonces la repentina brasa
las pulsaciones una plaga que se alimenta de la memoria

El agua está en calma
el dispersor corta el grito estático del trazo
ruge el aspa y levanta las partículas del hueso pulverizado



Mas, contiene el aliento, mientras el vapor oculta los objetos
la simetría de la clavícula el cuello desprendido
las caderas húmedas el abdomen

Esa silueta basta
para desprender un desgarro y darle nueva vida al silencio

Urdido al vacío el tambor del desamparo

Su amor hambriento en la celda

Recobrada. La podredumbre habló como lo haría la carne

Recuerda, una alegría conmovedora,
la risa tardes en que había amado tanto

ahora, la aparición de las palabras es una aguja
y el silencio un huésped, que imita su rostro para hablarle de sí mismo

En la niebla, convertidos en fragmentos, los rasgos inmóviles
de la certeza;

las vasijas y los utensilios de fierro forjado el abismo
de los aparatos de la cocina, el estudio, los dormitorios
el hueco de la chimenea, los libros de Munch y de Hopper
las piedras de la terraza, el jardín rigurosamente organizado

en el corredor se asoma un ciervo
cegado de pronto por el destello

Llamó a esto el desvergonzado hastío

a menudo el volumen y el silencio
en el humus donde la lombriz persiste
un asno se pudre entre los geranios

la lluvia, el vapor de las piedras trizadas

noviembre el tórax hundido la oreja

Luego del habla

el grito vencido del interior de la carroña















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