Guillermo Mondaca
Nació en Coquimbo, Chile, en 1991. Es licenciado en Letras y Ciencias del lenguaje con mención en Investigación por la Universidad Finis Terrae (Santiago de Chile). Ha publicado Nocturna (Edit. Fuga, Santiago de Chile, 2013), su primer libro de poesía.
Nocturna, Ed. Fuga, 2013, Santiago,
Guillermo Mondaca
I
Somos el humo que abrazando su propósito de fuego
quema la luz, borra el incendio. Nos sostiene
la piel de la imagen arrancada, la palabra
que se cae y se quiebra en la otra orilla de la voz nos sostiene.
Somos la mirada que apunta desde el fondo del animal,
dejándonos huir
como el fuego a la arcilla persigue la presencia.
No viene la composición del tiempo, únicamente
el tacto en la continuidad de algo que no comienza;
llovida en la ceniza la piel, únicamente,
como un remolino de metal entre los ojos,
mientras buscas una hebra que te sostenga
hacia la lengua del silencio; mientras anudas
el viento en la hélice vacía,
¿qué es lo que se pronuncia en ese nombre borrado que te
arrancas?,
¿a quién despierta la luz dormida al fondo de tus ojos?;
¿a dónde crece la precipitación de lo que junta el vidrio a lo
continuo
sin reflejar jamás?
Has dicho que no hay accesos, que la cumbre
es la sombra del fuego
en un planeta oscuro, un rincón sellado
de escombros en tus párpados, enterrado
en los entresueños de las manos a tientas;
solamente un pájaro ciego buscándose la voz
en el abismo cerrado de la distancia.
Has dicho que no hay accesos,
con los brazos desollados entre las costillas
como dos culebras asidas en el hambre;
en una dirección
de regreso que no vuelve,
de llamada que se avergüenza;
de rostro y de figura
desatadas del cuerpo que propagan.
No puedes cantar con los dientes rotos
mordiéndote la boca, ni nombrar
sin que te propagues en lo húmedo
de aquella región jamás pisada que son los días,
cortados con su espada rota,
con su sabor a metal de muchas manos los días,
arrancados aún en su seca semilla
como una red de humo que te quema
en los ojos las imágenes. No puedes sacar
al animal inconcluso
que se ahoga creciendo en tu garganta, que te adormece
de categorías y estructuras
y horas y semanas lanzadas hacia el cenizado
petróleo de los comienzos.
Porque hemos perdido la semilla entre la estría del agua;
porque algo fue despojado, lento en la respiración de la piedra.
La vimos alejar, hacia abajo,
enredadera de humo en la sien de su brote,
en pasos opuestos al girar del retorno través del mundo.
Vimos cerrarse las raíces del árbol sin haber nacido,
lanzar únicamente un viento de canto quebrado
entre las ramas; florecer raíces de agua seca.
Por ello, entonces, hemos de ir
hacia el rayo que cierra lo que alrededor cubre de límites:
generar una línea igual a sí misma para que se incendie
/la serpiente
en la voz inmóvil que cruza el fluir,
en el curso bajo el cual está grabado el río:
Nuestro rostro está entremedio de la cara y el aire.
Hemos de subir, enredando la piel del círculo
en un trazo que se abre como magnolia de bronce,
avanzando y hundiéndonos
de la corola
hasta la raíz dispersa de la tierra.
Prendo mi calidoscopio en lo oscuro
y veo al vacío, como riéndose.
II
Volveré a mi voz cuando el yo sea eco,
abierto anillo en la línea que persigue, únicamente
la dirección de arrastrar mi cabello a través de los surcos
me da el salto en la profundidad desenterrada del cielo,
porque no me voy pero sigo llegando incesantemente
al reverso del límite que ciega las orillas.
Volveré al tiempo tatuado en la ceniza,
naciendo como una gota en el metal, naciendo
en la escritura tornasol del vértigo,
en una hoja que gira sumergida en el polvo
rompiendo en puntos disímiles su peso sin raíz.
Y el agua antes de ser un rostro abierto que se quiebra
como una estatua de pájaros entre las manos;
el líquido antes de ser la piel que sella lo visible,
toca con su ortiga el tacto
partido de la sed y el sonido sin cara, aún yermo,
que dentro del viento repleta el mensaje.
Ahí es donde se seca la procesión trenzada de los signos,
ahí es el sendero por donde corre el sueño de pestañas que se
/queman,
el contacto llagado del arpista en el arpegio de vidrio:
materia descompuesta en ruedas enraizadas;
el lugar que me lanza en la cuerda ciega del rayo
hacia la composición hundida
de los dientes en la fruta del tiempo.
En este ámbito abandono el doble espacio de mi sombra,
en el cantar
donde nace la bala que despierta la cerrada luz del fuego,
como el ave que pasa y corta
la caza en su busca, levantando la mirada desde otra torre.
Dejar que el olvido te nombre el rostro desde cerca. Subiré
a la materia en su légamo, poblador
en las hebras eternamente amanecidas de los ojos,
como una llama encerrada en la ceniza,
como la piel del río en sus rotas dagas, ciego,
contra la continuidad entre la roca que lo florece;
caeré, pez atravesado de espuma en su contorno, mirando
a través del lino de la niebla, los ojos encendidos del aire.
Volver a la negra orilla de la silueta que no se alcanza,
volver hacia la oblicua cicatriz del mar.
Entonces el quebrarse del puente que atraviesa
el ladrido vacío hacia donde cae la voz,
la rueda de repeticiones
choca contra un mismo tiempo en diferentes nombres
y se le agotan las raíces de la mirada, mientras escarba el aire
con el pestañeo endurecido de la distancia.
Volveré a mi voz cuando el yo sea eco,
volveré al árbol que ahonda sus brazos en la piedra sahumada
hasta quebrarlos; al grito del pájaro que se incendia,
como un émbolo en el vacío repitiendo su designio.
Repitiendo. Tirar
de los ojos lo perdido,
de las uñas hasta escribir el polen seco de la sangre,
atracción como de salto que se mira;
tirar de la lengua a lo nombrado.
Porque tengo intuición de pájaro
que en la llamada grita buscándose;
tengo el abrazo de lo desecho
en los restos de infinito que me nombran sin repetirme,
golpeándose arena contra los ojos, humedeciendo alfileres
entre la imagen y el pulso. Puedo oler
el brillo de una gota en la selva,
en el corazón y en medio
de las escondidas vidas que la palpitan.
Volveré a mi voz cuando el yo sea un cauce de flechas enterradas,
solamente el viento roe las cadenas del mar hasta florecer el tallo
/del silencio.
Arranco del tiempo su fuga que sigue en lo inconcluso,
detenido en la expresión que abarca: escalera cubierta
de simulacros estéticos que no terminan de caer.
Es el sitio amarrado al remolino ciego de las olas,
es la fuente detenida de cicuta, el tacto de un leopardo
que nace desde la espuma,
violento de belleza; un sonido
de espuelas que se parten
sin tocar el tambor polvoriento donde danza.
Para caminar hay que desprenderse los ojos
de la red de figuras que los apresan,
porque en este camino que no avanza no has de oír
lo que te ve pasar, las vidas que te ven nacer.
Eres un rasgueo entre los dientes,
venido desde el nunca, venido
desde todos los orígenes
como un nacer que se precipita.
Rodando en fragmentos
tienes la oblicuidad de un capullo encendido
a través del espejo que se acerca hasta cernir las orillas:
la indecisión entre la cisterna y el reflejo irrumpe una mano,
que ya le han esculpido una mirada enterrada en el dónde,
en el adónde de dos momentos nacidos en iguales asas desde
/la raíz;
una mirada de relámpago que muere con los ojos abiertos,
mientras quema el apoyo de su salto.
Ahora, el vacío es un tacto con lo restante.
Sonata de libélulas nocturna,
retorno ritmado que se trenza, dedos
que interpretan los arcos de sonrisas,
las hebras y el brillo de la sal en tu cabello;
o la manera en que cae tu ropa como máscaras
de un teatro que se realiza sobre la constancia atravesada
por el precipicio de la saeta y tu piel
se toca con la piel abierta de la nieve.
Es el transe de una ola antes de morir.
III
Nuestras manos erguidas de distancia
como una llama que en el hielo cruza su ardor,
roen la cáscara donde revienta la cara del mundo,
buscando la dirección cortada en su madeja.
Acaso, una grieta donde hundir el pilar que sostiene
el ladrido vertiginoso, de la cadena hacia los precipicios;
una huella para quebrar el paso en que nace el sendero.
Lo distante en el ciego toca su rostro, de pronto
como un crepitar borrado las hojas secas arrastran su semilla
entre largas cuerdas.
Este es el abismo que sube en busca de su propio equilibrio.
Aun cuando el agua
de la copa no es la misma en su círculo que permanece,
aun cuando la ola en lo sumergido no reviente.
Por ello descorro las vendas que son mis ojos
y estoy de mar atravesado en su brasa blanca
que revienta crecida de anillos; estoy ahora
acostándome con un puñado de estrellas
hasta romperlas, mordiendo la moneda en mi boca ya florecida
en el crisol que derramas entre los cuernos. Entonces entro
en la piel germinada por los tragados párpados,
para ver que en lo inacabado rueda el simulacro de carne
y sangre y ojos, que me lanza enredado en la lengua de la tormenta
hacia la tormenta, encerrando el sonido
como las alas de un pájaro entre los vidrios del aire.
Este es el punto, abierta el agua y la tierra en su marca
como la silueta en la pupila perdura un instante su lejanía:
Se yergue el camino desenredado entre los peldaños,
la cuerda que une lo lejano y lo desconocido,
que mueve mis piernas, mis brazos desde lo negro
de un ovillo que al tejerse te pronuncia.
El blanco de una sien hacia su anverso precipitada
nos otorga su lámpara entre las cicatrices de la ola,
entre el disparo y su tránsito ciego; nos otorga su zarza encendida
que yace en medio del océano sin vuelos;
en el mar que quiebra sus hombros de espejos entre peñascos,
en sus ojos de espadas que se hieren
salta nuestra bengala desenredada de búsqueda,
expandida, aquí corpórea, la bengala hecha instinto
que se le agotan las manos,
callando y siguiendo,
callando y siguiendo
callando
y siguiendo, los faroles atravesados en mi garganta guían
las náufragas puntas de la estrella; porque la mandíbula rota del
canto
continúa nadando encendida de petróleo, como animal
que choca con la quebrada diadema de la ola
y en su fragmentación de nogales de vidrio el animal
es una hiedra oceánica, un corazón bajo la lluvia
comiéndose la abstracción de su referencia.
En este ballet de tierra, en este remolino contra la corriente
donde el jinete gira en la soledad del caballo desasido,
me tallo los granos dispersos de la piedra en la locura, los hundo,
anillo las verdes cuerdas del mar en la lira,
arranco las marcas del tiempo que araña en el árbol;
desde el torso de un ave que me flota el cielo
lanzo los sellos encendidos del vuelo, la germinación de los
/fragmentos,
la germinación como una lluvia de dientes pronunciándose
tras el ventanal trisado del mundo; desde este laberinto
cruzado entre ojo y ojo, enredado en un decir que no se alcanza,
que se persigue el dolorido olor de la sombra huacha,
que se persigue quebrando el reflejo dormido de su imagen.
Con las manos enterradas entre las aspas
avanzo, como avanza
una mancha de tinta en la camisa,
o un viento que dobla las rodillas del viento,
volcando el barranco de la voz
hacia el susurro cortado que se busca en círculo de pedazos;
hacia donde se agranda la llama de sangre
en el roto cuadro de tiempo trisado
por el tiempo y por la risa de su estructura royéndose
entre la yerba; la llama de sangre, la pared del humo inaccesible a
/su incendio:
ninguna línea que los busque,
ninguna línea que me nombre,
porque he sido robado por la loba
que marcaba el óleo de la nieve con sal, en las hojas
con su sonido de alambres.
La última palabra que te nombra, ahora
en tu pecho se secan los nombres que fuiste, ahora
la llave de rotas cerraduras
que te esconde en ecos enredados,
como el polen de metal araña sus puntas en otro pétalo;
ahora, la última peregrinación por el rostro anterior del dios,
la búsqueda reversa de sus facciones donde entra el volumen
de la máscara, está entre los bosques, en su crujir
de cuerpos que se han unido a las raíces
que la piedra hecha de ceguera, dolorosa, la piedra:
Una sima sostenida al interior de las torres insomnes del cielo
ve pasar sus saltos.
Tu propagación no es tan sólo esta luz con los ojos cerrados,
/desollándose,
no es tan sólo esta lanza de agua encendida por dentro:
Porque las raíces de la tierra
eclipsan el sendero de los gorriones oscuros,
rapsoda, trovador
de cuerpo mineral y rugoso es el viento
que pasa tragándose los sueños.
Y es el sueño, tú, detrás de la última cicatriz
que encierra la distancia de tu piel y tu sangre,
sueltas el párpado que te abre,
sigues hasta romper la arcilla y quemas
tus dedos moldeándote, ser
uno en las fracciones,
ser de tiempo y marcas,
ábrete con tus manos
el rostro, quémate riendo, tú, embrión de hielo, ser
de sucesión y repeticiones
y simulacros y calcos, germínate
los ojos en su cuita tornasol
donde asedia la raíz oscura que no existe, reflejándose
hacia el ápice interior sujeto de banderas en tus años.
Deshilachados, procréate hasta comer la sangre negra de la tierra.
Te hundes de ti, vacía lengua que pronuncia la vida,
haciéndote de amor en la higuera donde atravesado cantas;
tuya desde cuándo la higuera, desde dónde,
ahora reconociéndote,
como se reconoce un animal en la muerte de su hermano;
tú, te ves cadenciosamente morir en tu continuidad
como la forma caza lo distante.
¿En la mano de tu piel está la línea
que te persigue y que te arrancas, sin permanecer?
Entre el pestañeo de tu piel y tu sangre pasa un río de palomas.
Acaso, la fuente que del reflejo es una estatua
quebrándose en el océano, te aprieta el fluir
ahogado en la cerrada flor de las venas, te impulsa
este eco a la orilla de tu voz
y luego solamente los vestigios palpitando la quemadura.
Solamente los vestigios
dan cuenta de que la llama cambia de fuego, no de luz.
Somos un puñado de arena
que al caer en el espejo recompone
la marca anterior a la sílaba,
zambullidos con los ojos abiertos en la flor de cien puntas,
mientras quiebro el sello que roe el mensaje;
desarticulación de la huella que abarca la palabra nunca,
desarticulación de la huella que rueda cerro abajo
cortando rosas y enredándose en el cuello de los cisnes,
sostenida en la cara opuesta de la niebla,
como lo que en el vivir aún presencia lo perdido
en lo no llegado.
En el oleaje por la piel del sonido sube una grieta
sin cara desde el faro abre su espacio,
rayada de cirios, como una serpiente
encendida por dentro.
Una flecha de ínfulas que se enraíza en los pómulos
atravesados aquí forman un puente,
entonces
solamente lanzarse por la garganta
del aire, en el aire y en el viento
que esparce su fisura por el óvulo
abierto de las pausas, su cóncavo
y derramado contenido;
el instante del reloj quebrando primaveras,
de la propia piel abriéndose a través del humo,
crisálida en cámara rápida y en el centro
vacío de la flor arquitectónica en que nos componemos,
sangre de la sangre manada, como un líquido que se cae
de boca en el sendero de su tránsito. La búsqueda que somos
/nos deja ir.
IV
He de encontrarme con el ámbito donde me genero,
he de procrear en la espuma su cara diseminada,
mientras la madera borra la línea en que tallo la memoria.
Puedo seguir
con mis piernas nacidas hacia los sentidos
ya brotados del viaje.
Entonces me ha de dar una razón el azar, o un pulso
el decantar monótono de mi frente buscando lo que no se
/encuentra
perdido ni enterrado en los días, en la sucesión terrible.
Me veo anterior al grito, formándolo con cuerdas encendidas
y en la llama
se quema el color de las visiones:
el ojo que se hunde
de cemento en cemento no tiene raíz. He dicho
que tengo las piernas hacia los sentidos florecidos del transcurso
como un coral que agranda su mano y no puede
asir el volumen del color.
He dicho que procreo en su fisura el signo,
que arranco las estrellas que miran las estrellas
hundidas en el fondo del cielo y sigo ante todo sigo
que solamente quede el verso que se le resbala al tiempo
húmedo naciente el verso como una mano irrumpiendo desde
/las plumas y la orilla
naciendo desde el ojo quemante del mar en su antorcha que
/brama
a través de los ojos entregados de su racimo,
y en los párpados cubiertos de vaho
el musgo abasteciéndose y rompiéndose el propósito del hambre.
Sólo el golpe del minotauro que danza en su círculo,
machacando la piel del ruido, hundiendo
el martillo del galope en la boca del límite.
No puedo ir desde un punto hasta otro punto:
no me vincula el piso húmedo
donde se sostiene el rostro del tiempo en la memoria;
florecer sin el cuerpo del pétalo,
la única puerta que te empuja a elegir, pero no hay cerradura:
de silencio en silencio grita el mundo,
lo borrado persiste mirándome, alargándome con la ausencia
y no quiere soltarse de mí la larga huella que arrastro,
haciendo surcos con una espalda de barro
que no puede nacer en su luz de fuego negro;
o una sombra que se levanta
y le peso demasiado a la sombra.
Navego como un puñado de piedras en la garganta,
la palabra que no terminó de hilarse ya cae en el sonido,
bruta y hermosa, recompone su peso en el otro perfil del tiempo
y me mira
desde el catalejo poderoso del naufragio.
Recomponer el camino borrado del planeta en su salto,
recomponer la ausencia que sueñas que te roban.
Hay que morder en este transcurso la simetría, bramar
el espiral de espermas que te asciende,
porque el doble te choca con la ceguera de su dirección gastada.
Pártese como una piedra de agua,
pártese como el grito
de la caída que sube por las paredes del légamo:
la cara que veo al interior de la sombra la voz ahuyenta,
el único despojo que me contiene, animal de dos colas
que una y otra tiro en direcciones opuestas, noche de procrear
/como
cerrando la puerta de sangre contra el espejo,
como sellando una larga máscara de carbón en la silueta,
o moler los dientes y levantar la figura caliza,
que se la lleve el viento, que se la lleve la ruptura
de un cuerpo quieto de polvo cuando el viento lo alza;
el vestido largo y pobre de la ausencia
aquí se repleta de numerosas sangrías,
enfermo terminal de sueños contra la corriente,
me he ganado la otra cara del dios, laceando un sol gastado,
ovulador de realidades,
edificador, alumbrador en transe, escalera clavada en la tierra,
construyendo úteros alrededor del mundo.
En el deambular de los pilares la serpiente pasa incendiando
la voz que la persigue; aquí descorro la piel repetitiva de la
/imagen,
todos los momentos
son un solo punto tirado de las puntas.
Me como la crisálida ya crecida hasta la última puerta del siglo,
en el tiempo desgastador hago una grieta, entierro un vaso,
en la edificación continua de las olas
grito con el puño cosiéndome,
porque está seca sin los labios la víspera cortada de la noche,
pero yo agarro del cabello al tiempo y lo lanzo
contra los cristales del olvido:
sólo busca el incendio la luz que poblada lo desconoce,
salir a cortar montañas para hundirse, vuelo noche arriba,
carta de tres caras, sueño
de raíces opuestas que te olvidan pero presencian:
lo que te ve no ha de reconocerte, porque lo que no apresas
no necesita tu designio; luz de bosque demasiado llovido
que te hiere los ojos como un alcohol de toda la noche.
Me mano en el viaje ha de arrancar
la raíz ya florecida y lanzar en la suerte la moneda de la sucesión.
He de procrear, manifestar los dobles, manifestar
los dobles, levantar el sonido de las campanas con una larga soga;
solamente en lo inconcluso se rompe la continuidad,
sólo en el espejo sumergido no se es preciso de los límites
en la referencia, abarcar lo inacabado,
proyectándome del viento en su herida;
sólo la oruga del silencio abarca lo que de mí no existe,
he de buscar en la cifra que crece de rostros en mi nacimiento.
Tan adentro mi piel que he abandonado la sucesión:
como el río apresa una larga llama de vidrio en su perfil.
Es el jaguar ahorcado en la luz que muerde dentro del relámpago,
el telón sin cuerpo que se cae, antorcha
de las miradas que ven la piel incondicional
del tacto crecer hasta la muralla del humo;
la escritura en el polvo frío y desesperado de la sed,
agrandando en tus labios la proyección de un puñado de caminos
abiertos en sus cauces, como una red de agua encendida.
Que haya voz para los pájaros hundidos al fondo del cielo.
Que ellos griten ahora, como un piano que sonríe sus teclas,
que ellos se multipliquen desde la garganta del canto
como un ola que rompe sin caer;
que crezcan hasta oscurecer el cielo, que al ojo lo nutran
con una cicatriz demasiado honda, demasiado negra,
donde me sea dado, ahora, alargar el brazo hasta manar el aceite
oscuro del sueño a través de mi cadena de proporciones;
donde me sea dado rodar siendo la suerte y la cara opuesta que
/me determina,
donde me sea dado multiplicarme en lo inúmero, abastecerme
de este decantar en cámara rápida
por la garganta de las manos que la aprietan.
Mas una nueva figura, un silbido sostenido,
de la proyección arranca el cuerpo y del cuerpo la mirada,
diámetro que quiebra en sus espalda el tránsito
y gira como una hélice de leche en el cielo,
seguir, solamente que lo simultáneo me avance,
como en la ola el mar se pliega.
Agua nocturna derramando la posición vertiginosa del reflejo
y piernas que se cortan cerro arriba.
Se fuga un disparo entre las sábanas, la sangre
y el frío con su fiebre de recuerdos
se confunden en una cadencia como de mediodía entre la arena,
de sentirnos
en el ir, en el transcurso
yerto y hermoso de la agonía.
Porque se convierte el agua del tiempo
en agua de seres que pasan en el tiempo.
Nocturna, en lo inasible están las marcas,
que canten por mí que soy un eco sin término ni grito,
que estoy en lo ausente,
como la flecha al arco atraviesa su inmovilidad.
Voz de garganta florecida
sobre la ceniza negra, tus pies se caen cansados
y se enredan con las raíces cerradas del símbolo,
pero transcurre un fluir de venas
y como en el espejo roto es dado extraer la baba del silencio,
me es posible arrancar las gotas de este cauce
con una larga soga hundir los pedernales.
Perpetúo el perfil de lo inacabado,
pero la forma no termina jamás la presencia
de lo que se halla
eternamente girando sobre sí mismo.
El anillo aprieta el olor de la cicatriz.
La mirada que ve el retorno y lo niega, que se mira
a sí misma,
voz que sueña su medida entre el límite
y la figura que persigue.
El barro quema el hueco donde el ojo templa sus largas cuerdas,
cruzado entre tréboles de seis estrellas.
Mientras la voz no duerme, no descansa, no se cierra
no colorea, ella
ella solamente
observa
cómo
se teje la vida pequeña, la otra vida que te impulsa el iris,
tu sonrisa lanzada hacia el jamás de su centro. Vertiginosa escalera
de ser, porque se escuchan
caras seguir el cuerpo de la mirada,
porque se siente el instinto de estar perseguido,
rompiendo, como un oleaje en mitad
de océano desértico de la mente, sin orilla, sin fuerza.
El amanecer hacia tu boca se desconoce,
porque tú corres abriendo
todas las puertas para herir en los ojos la suerte.
La llave es tuya,
como la dirección es en el transcurso,
del naufragio la posibilidad
y de la orilla, el retorno.
V
He de abrir el volumen hacia sus claros,
encontrar el anverso de los pilares
dentro de las pieles de la esfera que el tacto ahonda;
he de entregar la mano que esculpe la semejanza
en la tragedia de la unidad sin sus dobles asidos;
proponiendo una apariencia escarchada de astillas en los labios,
proponiendo que se pueble la repetición
hasta el pozo donde se corta la raíz y se fatiga
la curva línea en centros compuesta.
Sólo me ilumina la luz
cuando quemándome me apaga.
La tea hundida emerge
el rostro de la roca aún no esculpido
en la dimensión que abarca.
Porque la visión no es lo que se modela,
sino el rostro inmenso tras la máscara.
La flecha
no cruza la vida, pero la toca.
El traspaso ahueca en mi mano la antorcha:
No ha de ser el ámbito que aprieto
sujeto en el precipicio del abrazo,
sino que en la falda del tiempo me hilan como un racimo
de continuidad y cintas
que no terminan de caer.
Que un papel quemado rompa el artificio
del límite en su sostenida referencia. Si he de verlo
propagado el yermo a mis pupilas siembra;
y el espejo en un rostro conocido, multiplicándose en sus posibilidades,
con la vista confunde sus manos, como distancia de un mismo
puente.
Los pasos entre la pausa que dejan caer
y sus manos representadas hacia lo que no alcanzan,
no son tan sólo esta unión que abre las puertas que al azar fija,
que une la orilla de la simetría:
de un río hasta otra lejanía
solamente lo inaprensible
desanuda a la bestia de dos lomos,
arqueando el camino del tránsito hacia sí mismo.
El mar no es la unión de cada gota con cada gota, sino
el pelaje extendido de la nada:
Cierro los ojos a la luciérnaga con otra luz
y abro el cuerpo de mi posición,
como una palabra a los labios extiende.
Los tábanos persiguen un eco cortado
mientras delineo
la huida de la culebra
con fuego.
¿Hay alguien dentro mío enmascarado con mi rostro?
¿Hay alguien dentro de mi rostro enmascarado con mis formas?
El peso de ser abre una orilla en mitad del mar.
Veo al océano debajo de mi cara,
reconozco los rasgos de mi ceguera,
veo a mi mano tensar
la vasta cuerda hasta quebrarla:
una estrella cegada pasa debajo del mar
como el sonido se extiende hasta romper su vibración
y luego sólo granos
de un fruto sin retorno.
Abro la línea sucesiva en su huella
y veo pausas embozadas,
cuento las hiedras que me nacen de la boca,
iluminadas de ríos.
Por ello recompongo los pequeños dientes
de la piedra aún liza
y relleno con encendida arcilla los peldaños
de mi presencia, templando
las aspas donde romper la parte de mí
que se sostiene como un peso callado.
He de ver a mis dedos creando la estructura de su tacto,
sin embargo reconozco la ficción
de asir un puñado de luz que se quema.
¿Acaso algo se pierde en el juntar
al agua dura del río
un motón de transcurso?
¿Es solamente mi substancia la suma de un solo volumen sordo
que determina y corta
allí donde no alcanzo y sin embargo me precipito?
¿En lo curvo está la mano
que acaricia el pilar?
Hay un hueco constante
entre los labios, un aire hecho de espera
que no pertenece al viento de lo pronunciado:
cada fuerza que se dispone y es
y será; el sepulcro, el cuerpo, los recintos
que se necesitan:
El beso a la boca unifica su vacío
en otro silencio.
El movimiento de la llave a mi mano abre, pero
¿Cómo urdir al olvido en otro olvido?
¿Cómo a la cera en el fuego permanecerla
sin perder una cima, un éxtasis?
¿El color en el aceite, acaso, no es únicamente
un puñado de segundos y luego una muerte
lenta que se apaga?
Pero solamente está muerto lo que se mata:
Hay tantos pájaros que florecen entre más distancia los anida
en el vacío.
Nosotros asgamos lo expulso:
en la figura que se fuga están los tactos que nos sostienen.
Por ello sumerjo la flauta de sangre
para que cante la interminable cinta:
El reflejo ahogado en mi puño aún
estira sus raíces
en la luz que nombrada signa lo que de ella se pierde,
sin alcanzarla jamás. Jamás
termino de despertar cuando sueño un largo llano
repleto de rostros iguales en sus leves diferencias.
Solamente el espiral integra el recorrido
que apresa una parte y puebla los restos.
Se decanta, como una mirada de polvo
en el viento, hasta de la sombra ciega llenar el espacio
ciego y un sendero
determinado por el lagar del tacto
crece de venas, como una red abierta en sus puntas.
Voy hacia la tierra quemada,
soy la tierra del incendio
con sus uñas de bronce mordido.
Junto el idioma de la cera, la manada
miel de sus ojos me dice que sigue abarcándose,
como lo que soy en las cosas quietas
me moldea.
En el espejo de ojos derramados
el lago abarca el contorno y la manera
en que se arrastra la búsqueda : ¿El hueco de la duda
tañe la facción donde duerme
el cerrojo de la rosa cerrada?
Pero algo sigue palpitando en el fruto caído,
la sombra pesada del silencio,
o el silencio pesado de la presencia de ser
uno y muchos, sin ser la llave que te espera
detrás del movimiento y la posición,
todo en una sombra extendida, sola
que huelo en sus palpitaciones y arrastro hacia otras lejanías,
como una bestia de muchos cuernos tirada
hacia el barranco su sonido arranca.
Por ello el ahorcado duerme besando sus ejes,
para que por allí pasen cicatrices y nombres.
Ha de ser lo que en el descenso
se partió, como una piedra a la rompiente no socava,
como un remolino enterrado
se ahoga en el aire quieto.
El hocico blanco de la ola
alumbra la fracción común de los despojos
cuando se yergue el mar
en su garganta abierta de pétalos blancos.
Se ha de bajar,
encender la escalera de argolla enraizada
en el pecho y reconocer
la voz
pegada a las paredes húmedas, como escamas,
cuando la lámpara cruza de brazos su peregrinaje
y aun el hilo tuerce el llamado,
sin regresar nunca
a donde se ha extendido.
La cítara suena
a medida que el horizonte del contorno
contiene el sonido que se expande.
Se ha de descender
con la boca anegada de monedas,
con el filo mordiendo el labio negro de su sangre.
Se ha de descender.
Ilumino el acorde lejano
hundido en medio de mi frente, ahí
donde el espacio desanuda un idioma que su estructura
sigue poblando, inamovible, porque está cortada
la red que te sujeta, que sujeta al aire
que la sostiene.
La cuerda tragada desanuda la lejanía
de la dirección que en el camino se derrama
como un beso sin boca.
¿Busco, acaso, algo
que agrupe el vértigo de la caída
y la limpieza de la unión en sus trazos?
¿Busco, acaso, el ámbito
donde componer lo que disperso me unifica?
No soy más que una multitud callada en una sola boca.
No soy más que la confusión
de la arena en el viento desatada.
Sin embargo, ya se ha descorrido la gasa
de la frente hacia la herida inmensa tras la ceguera.
Me hundo como un rosal de bronce
en el metal, rompiendo la belleza de lo definido;
en los dientes de la tierra quiebro mi boca,
mientras la llave en mi voz
ilumina la ceniza
cerrada.
En la clepsidra robo el agua, ignorante,
que teje la larga línea que se hunde sin recorrerla.
No somos más que una tejedura de recintos,
una espera constante de movimientos que duele sobrepasar,
una ola que el viento vence antes de erguir, quizá,
ahora que la orilla comienza
hacia el cielo.
Alumbro y rompo el cristal borroso
que contiene el cuerpo ondulante de la sombra, el sonido
arrastro por las piedras, enredando la serpiente
de mi espalda en el húmedo fuego del musgo.
Y entonces coso mis granos en un tronco sahumado.
No ha de venir la medida del agua
con su larga máscara de lino. Arrullo
el negro aceite derramado entre los cuernos,
mientras del despeñadero extraigo el catalejo
crecido de raíces y lo hundo
en mi garganta, perdiéndolo
de nacimiento en nacimiento, el catalejo no tiene nombre,
no tengo designio en el número que rompo
danzando en su eje sin facciones.
La ceguera se busca sí misma para nacer,
mientras me giro como una bengala de sangre
en el ojo cerrado del cielo, rompiéndolo.
Nocturna, Ed. Fuga, 2013, Santiago,
Guillermo Mondaca
Por Juan Carlos Vásquez
¡Ay de mí! ¿Dónde recogeré flores
en invierno? ¿Dónde
el espejo del sol
y las sombras de la tierra?
Hölderin.
*
Es tanto el viaje como hacerse cargo de ese transcurso en el que el poeta avanza como un aedo cantando las <<diferencias>>, los márgenes, las fronteras que se unen y bifurcan como Nocturna de lo indeterminado, lo jamás nombrado. Lugar que acoge las diferencias del yo lírico, espacio y tiempo que hace suyo. Sitio por el que Odiseo buscaba el retorno al hogar, pero siempre dirigiéndose a la <<al otro mar y la otra tierra>>; allí donde las referencias aguardan signar aquello que se va en el intento; las máscaras y los sismos de la repetición devienen y la voz dispersa indica: “sueño/ lo que no alcanzo, alcanzándome/ en el límite que me cierra” (Mondaca, “VII” 32).
Nocturna es un lugar pensante, a la vez estético y real. Porque como bien señalara Max Bense, “el ser estético no se da, pues, en la condición de la coidealidad, sino sólo en la condición de la correalidad” (128). Y ese ser de la escritura existe, avanza y repleta los signos. Por lo que Nocturna es tanto lugar pensante como el esfuerzo por referir lo borrado, lo inalcanzable y la posibilidad de algo más en el límite que acoge todo lo vivo, pues “solamente está muerto lo que se mata” (Mondaca, “V” 21). Y lo muerto no tiene ciudad ni vuelta al nombre, pero sí la muerte, las máscaras, las diferencias, las repeticiones, los cuerpos y las figuras que vuelven sobre sí. Ya que todo aquello que está en la hoja tiene vida a través del gesto que es Nocturna como un texto que insiste en traer al juego lo que reclama.
Es el gesto por el que la escritura llena las casillas vacías del lenguaje como si ahora de veras el asunto consistiera en saber lo que tal signo quiere decir, lo que Nocturna quiere decir al erguirse como visión textual que apunta los muchos lados que trae a la palabra. Deleuze y Guattari ya dijeron: “lo fundamental no es tanto esa circularidad de los signos [que reclaman sobrevivir y volver a ocupar un lugar en la cadena] como la multiplicidad de los círculos o de las cadenas. El signo no sólo remite al signo en un mismo círculo, sino también de un círculo a otro o de una espiral a otra” (119) Y Guillermo Mondaca insiste: “solamente el espiral integra el recorrido/ que apresa una parte y puebla los restos” (Mondaca, “V” 22).
Los valores que constituyen a Nocturna transcurren mayormente entre los del <<afuera>> y los del <<adentro>>, ambos vitales. Ahora, “el afuera no es un espacio diferente que se abre más allá de un espacio determinado, sino que es el paso, la exterioridad que le da acceso, en una palabra: su rostro, su eidos” (Agamben 43). Donde la exterioridad es ese paso, el rostro, la idea que va del adentro al afuera para dejarse en el <<borde>>: “umbral [que] no es, en este sentido, una cosa diferente respecto del límite; es, por así decirlo, la experiencia del límite mismo, el ser-dentro de un afuera” (Agamben 44). Experiencia de la escritura como inscripción y búsqueda, “porque todo rostro se pierde en el vacío sin cara que lo sueña” (Mondaca, “VII” 29), del ser estético, vivo, lírico; ser que se reparte y vuelve para asirse en la letra diseminada. Experiencia de la idea que no se reduce a su exterioridad, y, por el contrario, gana espacio en la zona límite en que se juega el volver, la huída, el desmarque y el retorno-unión.
Queremos trazar el modo en que este texto se conforma como un <<lugar>>. Debido, pues, a que la idea de <<lugar>> no se articula como un continuum que desearía hallar partida y meta, más allá de que todo texto anhele de sí un fin, o que el poeta lo desee. No es Nocturna, en su nivel de estructura en tanto tejido significante atravesado por x significado totalizante, si pensamos contrario a lo dicho por Deleuze y Guattari, “una red sin principio ni fin que proyecta su sombra sobre un continuum atmosférico amorfo … [significado que] no cesa de deslizarse bajo el significante” (118). Tampoco la travesía de Barthes[*]. Su <<lugar>> deviene en la repetición y en las diferencias de las repeticiones.
Revisemos, por extensión, tres momentos: “soy lúcido para desposeer a mis márgenes/ y ser la unión que los acoge” (Mondaca, “VII” 34); “yo, escultor de la estructura que me contiene,/ no me voy perdiendo en la disolución, sino/ que me tallo en los despojos como el otoño/ sobre el otoño de sí mismo” (Mondaca, “VII” 31); “es el tiempo/ de la cara desarticulada en el tiempo, el golpe/ de los ojos que no alcanzaron a abrirse” (Mondaca, “VI” 25).
En el primer caso el poeta señala un movimiento lúcido y consciente por el que no sólo desposee a sus márgenes, sino que da cuenta de una habitualidad en el <<desposeer>> marcada por la conjugación del presente indicativo –actos “reales”– <<soy>>: “soy lúcido para desposeer mis márgenes [como otras veces lo he sido o como ahora; por consecuencia, mañana]. Esta consciencia para deshacerse de los márgenes tiene conexión con el segundo fragmento: <<yo, escultor de la estructura que me contiene,/ no me voy perdiendo en la disolución, sino/ que me tallo en los despojos como el otoño/ sobre el otoño de sí mismo>>. En este sentido, percibimos que la lucidez está antecedida por un conocimiento de <<escultor>>: conocimiento del cuerpo y del alma. Esta estructura es tanto el adentro como el afuera –extensión, exterioridad, rostro/máscara, donde la pérdida no tiene que ver con la disolución –mezcla que siempre implica una pérdida de alguna de las partes–, sino con tallarse [él] en los despojos como el otoño; tallarse en las <<hojas que caen nunca borrando su origen, la huella-árbol que las delata como integrantes de la estructura mayor. En el tercer fragmento asistimos a una situación similar, sólo que relacionada con el <<tiempo>>. En la indicación: <<es el tiempo/ de la cara desarticulada en el tiempo, el golpe/ de los ojos que no alcanzaron a abrirse>>, el motivo símil radica nuevamente en la insistencia de una diferencia que no impide la unión de las zonas del ser. Zonas que transitan por Nocturna como lugar en el que algo se busca. Nocturna es tanto el espacio de la búsqueda como el lugar en el que el cuerpo (los cuerpos del cuerpo) se descubren. Sitio de salida y entrada, eco femenino como la sombra dorada del sol que no deja de hallar raíz en la materia solar, Nocturna se funda como un límite que resuena en el yo lírico en la medida que lo forma y se forma así. Cada metáfora, cada símbolo, cada figura retórica o alcance estético funciona como una repetición de esa diferenciaque es nocturna –“hay un hueco constante/ entre los labios, un aire hecho de espera/ que no pertenece al viento de lo pronunciado:/ cada fuerza que se dispone y es/ y será; el sepulcro, el cuerpo, los recintos/ que se necesitan[**]” (Mondaca, V 21).
Como acontece Nocturna –texto y lugar del poeta–, asistimos a una diseminación. A una ruptura y a una repetición de ese <<hueco>> que no conlleva un desatender a la unidad o a la unión, sino más bien, recalca dicho procedimiento y constitución del yo [la estructura] como <<zona múltiple>>, <<rostros/máscaras múltiples>> que se necesitan en el ahora y en un mañana en que será, como versa Borges, <<el misterioso, el muerto>>. No es la <<evidencia de la idea>>: el problema de la representación <<unívoca>> “que suple regularmente la presencia. Pero, articulando todos los momentos de la experiencia en tanto que se compromete en la significación …, esta operación de suplementación no es exhibida como ruptura de presencia sino como reparación y modificación continua, homogénea de la presencia en la representación” (Derrida 354). Es un <<lugar>> donde la presencia [<<que la arcilla persigue>>] se persigue en tanto que reconoce ese espacio huella que viene como un después sin dejar de ser un antes: “somos un puñado de arena/ que al caer en el espejo recompone/ la marca anterior a la sílaba …/ desarticulación de la huella que abarca la palabra nunca,/ desarticulación de la huella que rueda cerro abajo” (Mondaca, “III” 13). Lugar de lo posible y de lo inalcanzable que se orienta, como los <<horizontes>> de Hans-Goerg Gadamer, “hacia lo abierto, hacia el todo y la amplitud del tiempo y del futuro, de la libre elección y del problema abierto [hacia el reconocimiento de nosotros mismos, nuestro lugar y nuestras propias distancias-distanciamientos]” (Gadamer 106).
JUAN CARLOS VÁSQUEZ, Universidad Alberto Hurtado.
Primavera, Santiago de Chile.
Bibliografía
- Agamben, Giorgio. “Afuera”. La comunidad que viene. España: Pre-Textos, 1996. 43-44.
- Bense, Max. “El ser estético de la obra de arte”. Antología textos de estética y teoría del arte. Ant. Adolfo Sánchez Vázquez. México: Universidad Autónoma de México, 1978. 126 – 130.
- Deleuze, Guilles y Félix Guattari. “5.587 a J.C.- Sobre algunos regímenes de signos”. Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. España: Pre-Textos, 2002. 117 – 154.
- Derrida, Jacques. “Firma, acontecimiento, contexto”. Márgenes de la filosofía. Madrid: Cátedra, 1994. 347 – 372.
- Gadamer, Hans-Georg. “Histórica y lenguaje: una respuesta”. Historia y Hermenéutica [Reinhart Koselleck y Hans-Georg Gadamer]. Barcelona: Paidós, 1997. 95 – 106.
- Mondaca, Guillermo. Nocturna. Santiago: Fuga, 2013.
Notas
[*] Dejamos afuera la estructuración heroica de Nocturna –que es distinta a la idea de travesía del texto de Barthes, pero puede confundirse en el valor tradicional de travesía como transcurso hacia un allá. Dejamos, no obstante, señalados los puntos percibidos, para quien los desee retomar en otro momento, que constituirían el carácter heroico del poema de VII cantos de G. Mondaca. Estos aparecen en I y II. A) Configuración de un ser singular y múltiple [somos el fuego…]. B) Noción de <<pérdida>>: “porque hemos perdido la semilla entre la estría del agua;/ porque algo fue despojado, lento en la respiración de la piedra” (Mondaca, I 6); “vimos cerrarse las raíces del árbol sin haber nacido,” (Mondaca, I 6). C) Definición del ser-allá: lugar del yo lírico en el viaje, en la búsqueda homérica y de Díaz-Casanueva: “por ello, entonces, hemos de ir/ hacia el rayo que cierra lo que alrededor cubre de límites…” (Mondaca, I 6); prendo mi calidoscopio en lo oscuro/ y veo al vacío, como riéndose” (Mondaca, I 6). D) Definición del retorno o el término de la misión: “volveré a mi voz cuando el yo sea eco…” (Mondaca, II 7). E) Consejos del viaje y/o despersonalización de yo heroico para aconsejar a otros: “para caminar hay que desprenderse los ojos/ de la red de figuras que los apresan,/ porque en este camino que no avanza no has de oír/ lo que te ve pasar, las vidas que te ven nacer” (Mondaca, II 8). En el III se trazan descripciones y señales de lo que luego será (…).
[**] Negrita nuestra.
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