MAURICIO NEHBLI
Nacido el 24 de julio de 1975, en una tierra que no ha sido tocada por mis pasos, viví mi primera infancia en la ciudad amurallada de Campeche, México, en la cual fui registrado y seguí mis andanzas —involuntarias en ese entonces— en Guadalajara, ciudad donde resido desde el mes más frío del invierno de 1980. Mi vida la define el término “experimento”, unas veces fallido, otras inesperadamente exitoso, las más de las veces impredecible. Mi encuentro con la poesía es una extensión de esa misma palabra; un experimento que parece haberse estacionado por más tiempo que el pensado y que me brinda una ventana abierta a un sinnúmero de revelaciones. Es un instrumento de restauración de mi propia realidad, no el único, pero sí el más constante y, creo yo, trascendente; me ha dado la alegría de mis primeros textos publicados en Amoxcalli y La Voz de la Esfinge, así como un primer libro de título Las estancias del hombre, editado este 2003 por la Universidad Autónoma de Tabasco en su colección José Carlos Becerra. El resto de mis vocaciones está en camino y, a estas alturas, sólo me resta pensar que no tengo meta alguna, sólo senderos en los que circulo con los sentidos abiertos y el paso puntual de la memoria.
PRIMERA PIEDRA en la que será una trayetoria sólida dentro de la literatura de Mauricio Nehbli, como prometen las ciudades incluidas en los apartados titulados “Álbum de siglos”, “El beso de Cronos”, “Sac bé” y “Palabras para decir deseo”. La primera y más amplia sección está formada por estaciones imaginarias, siempre con referencia de lo natural, que van del tono mítico a la viñeta emotiva. Al final aparecen personajes y territorios mucho más eróticos y confesionales, de gran belleza metafórica.
PRIMERA PIEDRA es el libro de uno de los autores jóvenes más prometedores, deseosos y cultos de la poesía de Jalisco. Arduo lector de los poetas clásicos, sobre todo griegos y latinos, con quienes comparte cierta visión estética y el clasi-cismo formal que revitalizan la complacencia o modorra de algunos círculos literarios.
NACIDO EN EL SAGRADO DÍA DE BOLÍVAR
en el año 75 del siglo que nos dejó solos
y nos puso de frente nuestros rostros
parido en una isla que nunca pisó
porque lo cargó en su brazos
hijo de dos madres inmensas —una la tierra—
de un padre ausente y de otro omnipresente —el mar—
que atraviesan su cuerpo y lo conforman
practicante de un don que no le pertenece
mal habituado a lo sórdido
visitante amoroso de los sitios íntimos
de cualquier ciudad que conserve humanidad en sus piedras
árbol solitario
que extiende su oración a la naturaleza
narciso de la juventud de su piel y de su cuerpo
ojos empañados por una tibia lluvia
dedos chuecos de monje que cree en cualquier Dios
siempre y cuando sea Uno
y cree en los hombres que han enfrentado su destino.
amante saciado por la bondad de tantas pieles
dueño de nada y poseedor de todo lo ligero
creyente fiel de dos virtudes —no siempre ministrante—
que sólo reconoce quien un día las practica
un don nadie que pasea sus defectos en un mundo
que no es mejor ni peor que él
en este tiempo suyo de todos y ninguno.
LA SELVA NOS DESPLOMA SU LUZ
en los oídos
el tintineo del senso
entre las sienes
el grito espectral del saraguato.
El aire se llena con sus voces y respiramos hondo
para que su pureza no resulte inútil.
Es tiempo de limpiar nuestros pulmones
de centurias de polvos de esqueletos.
SEGUIMOS EN EL ESTERO A LAS SIRENAS
aquí bañan sus cuerpos mudos
inofensivos entre mangles
sus pesadas colas son el canto
nos confirma que aún existe vida
y la celebración es en las aguas
serena
caricia de cayucos
certidumbre de peces deslizándose
bajo el tibio parasol de la madera.
EL TIEMPO NOS ENCUENTRA
en los portales de la lluvia
en las crujías que vigilan el nombre de la piedra.
Nos levantamos al ver
aquello que reflejan las pupilas del venado
sombras de gigantes cobijan estos árboles:
Gigantes de cabellera pétrea
sacuden con su aliento
el letargo que amenaza
con robarse de nuevo nuestros ojos.
HÚMEDAS Y TEMPLADAS
son las manos que lían el alma de las aves
las que tejen la eternidad en el ala del sombrero
la cabellera del sisal y el algodón
en las hamacas
y cálidas al bendecir el barro
el trigo el maíz
el coral el carey
el caracol y la madera
y francas y extendidas nuestras palmas
para elogiar su austeridad
la vida revelada en esos frutos.
NUESTRA MIRADA
delinea el cielo sobre la crestería
los oídos
agradecen la música puntual
nacida en boca de los muros
retornamos al murmullo del paisaje y sus criaturas
atrás quedan las iglesias
los cadáveres de ídolos y santos
nos llevamos a Dios entre las ropas
podemos cerrar los ojos sin temor
podemos ir a descansar a nuestras casas.
TRES VISITAS A ALFAMA
MIRADOURO DO SANTA LUZIA
Quisiera decir
“Miremos juntos, pues, tú y yo”
pero tu ausencia
me detiene.
Luego de años me pregunto
por qué esta hora del día
sigue anunciándote huésped de estas paredes
que de tanta soledad se desmoronan.
Te veo atardecer.
Allá a lo lejos
el sol se oculta en medio de tu plexo
y saldrá como cada mañana
burlón y rebosante
después de haber estado en ti
toda la noche.
TEJO
El mundo debe ser un mapa de bolsillo
entre tus manos
y la memoria enorme de tu rostro
asomado en él
me convierte en la criatura errante
que no fui
mientras pensé en crear
un hogar con nuestros cuerpos.
Ahora mi casa
es la desolación de las ciudades
pese a tanto vagar
mi destino
imposible:
es el olvido.
RUA DO ALFAMA
Huellas de añil sobre los muros blancos
en este barrio
el cielo de tus manos me acompaña.
Has puesto tu palma sobre la ciudad
y ahora sus labios enmudecen.
Nos hemos quedado solos
el velo de tu piel tendré que retirar
en este instante o nunca
porque el amor es esta calle estrecha
donde todos se buscan y se pierden
en el cruce de la primera esquina.
LA CATEDRAL SUMERGIDA
a Hiram García Pelayo
En medio de un azul
que se deshila
busco tu cuerpo
la barca enmudecida
el hilo que conduce al otro mundo
y te observo con la mirada náufraga
mano invisible que se extiende
para tocar tus bordes.
Busca mi extremo
vuélvete a esta orilla
aquí hay un alma
un cuerpo
que solos no se bastan.
II
Te reconozco
en esa llaga azul
del ábside.
Caminas hacia mí
con ese paso
que con una mirada me sostiene.
Miro el resplandor de tus manos
la tela urdida a tu cintura
se devana
tan blanca entre tus piernas
y en ese cuerpo líquido
me sumerjo y veo al mundo
a través de tus tranquilas aguas
con el rostro empapado de una lluvia
que nuestra piel torna bendita.
III
Miro el resplandor de tus manos
manos de ofrenda que florecen
de este santuario
arco toral
silueta de coloso desplomado
bajo el peso de su delgada muerte.
Quién sino yo
habrá de descansarte entre sus piernas
para recuperar
todo ese espíritu
que a gotas se deshoja.
En el centro de esta nave sumergida
camino con tu cuerpo de niño
que cargué en mis espaldas
yo
el mismo que no pudo rescatarte
en tu naufragio.
IV
A bordo de tu piel
cruzo este campo antiguo
empañado de lápidas y cruces.
Andar, largo camino
acompañado de tu muerte.
Pero es la vida quien te resucita
violento tronco que remueve su lápida
talle de palma suave
que conduce al fruto de su copa.
Árbol
fuente
de manantiales imprevista
contrafuerte de la noche
que prolongas en un abrazo
de rocas y madera.
V
Hasta aquí te he seguido
hasta la cruz
que sostuvo tu cuerpo
hasta observar tu rostro
en el de cada amante
en su piel impresas tus heridas
tu sangre ofrendada en sus costados
sus palmas
los nerviosos empeines
sus frentes marcadas por mis labios
que les desnudan de espinas.
Te miro recostado en esa cruz del lecho
con los brazos abiertos
dispuesto a morir
a renacer conmigo
como todo hombre sucumbe y resucita
bajo el toque del dios
que hay en el hombre
en la revelación purísima del tacto.
Del libro: Las estancias del hombre
No hay comentarios:
Publicar un comentario