domingo, 15 de junio de 2014

HUGO ZAMBELLI [11.907]


Hugo Zambelli

Hugo Zambelli Sepúlveda (Angol, Chile 1926 – Valparaíso, 2002). Poeta; se radicó en la quinta región, particularmente, en Viña del Mar. Publicó “Poesías” (1951), “Cantos” (1952), “Vida, tan prodigiosa” (1961), “Temporal” (1962) y “De la mano del tiempo” (1978). Autor de la antología “13 poetas chilenos” (1948).


UN MUNDO TUYO Y MÍO

Un mundo tuyo y mío sólo existe
En el tiempo remoto.
La vez que yo y tú fuimos Adán y Eva.

Lejos del Paraíso
Aún tu voz me cautiva.
Hoy junto al árbol del bien y del mal
Las manzanas mordidas
Se pudren en la tierra.
Nunca será lo mismo la condena.



Pero después de todo

Pero después de todo,
callejón sin salida.
He vivido esperando
-huidiza la corriente- nada, nadie.
¿El reino del poeta
es sólo de este mundo?
Mas resta breve vida por delante.
Y si nadie responde mi pregunta,
continuaré marcando equivocado.
Inaccesible el cielo para el ojo,
hondura de las madres.
El castillo de naipes se derrumba,
pues Dios nunca responde
mientras el río pasa.




Vida, tan prodigiosa
Autor: Hugo Zambelli
Madrid, España: Arges, 1961


CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1961-08-24. AUTOR: HERNÁN POBLETE VARAS
La obra literaria de Hugo Zambelli se ha desarrollado toda, salvo alguna excepción, fuera de Chile. Este libro, desde luego, de primorosa presentación gráfica, ha sido impreso en Madrid, y contiene un puñado de composiciones, todas muy breves, escritas entre 1952 y 1956. Como viajero, a Zambelli le interesan de modo especial los paisajes, pero no concretos, como en las guías de turismo, sino abstractos, sin nombres propios, como evocados a la distancia. Pero en ellos suele mezclarse la presencia humana:



“Felices son las aves
que atraviesan los aires,
el agua revolean jubilosas,
apenas si la rozan,
porque ven tu figura
reflejada hoy en ella.

No tornará, no tornará esta fiesta,
al agua, al sol, al viento,
cuando pasen los años,
y apaguen este infierno.
Tu primavera entonces será ausencia”.



Esta ligera, prudente, acaso tímida intervención de la figura humana, no rompe la estructura del poema, sino que, al revés, parece llamada a enriquecerlo.




CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1962-05-13. AUTOR: JAIME MARTÍNEZ WILLIAMS
Hace una semana comentábamos un libro de joven poesía chilena editado en Madrid. He aquí otro. Ambos se asemejan en la cuidada apariencia, en la concisión, en cierta impasibilidad que de ellos emana a pesar de la angustia connatural a muchos de sus temas y en la persistencia de sus motivos inspiradores. Pero las diferencias entre José Miguel Ibáñez y Hugo Zambelli son más profundas que sus similitudes. En Ibáñez la actitud dominante era la religiosa y su imagen tenaz, la del sueño. Zambelli está extático ante el esplendor de la hora presente, pero con dolorosa conciencia de su fugacidad.



“Tu vida debe ser
como un jugar de peces
claros, saltar de sol
en la profundidad de la pupila,
cantar de nube rota en lluvia, amiga,
antes que tu belleza y ocasión
en una eternidad se desvanezca”.



El motivo tiene ilustre prosapia y hasta las palabras en que se vierte rememoran clásicas lamentaciones por el paso del tiempo e incitaciones urgentes a gozar del instante. El poeta chileno vive intensamente el antiguo tormento, aunque lo diga con serenidad.

Sin embargo, la insistencia en parecidos acentos trae inevitables desniveles. Pobre nos parece el poema que comienza:



“Entonces fue corteza tu abandono.
Tu presencia querida, 
junto con mi esperanza y alegría,
con su máscara huyó...”



Otras veces, hallamos un deliberado e innecesario uso de palabras o giros rebuscados: “los peces en el cielo somorgujan”; “y se queda a la luna atendiendo el arribo del mensaje”.

Pero tales defectos no oscurecen los valores propios de esta poesía. Hugo Zambelli nos trae una entonación serena, una facilidad dominadora para construir sus poemas, para hacerlos tan breves como certeros. La mayor parte de ellos juega sobre un riguroso contrapunto; la descripción inicial, luminosa y vibrante, cargada de una poderosa fuerza de evocación, y la sintética queja final por el tiempo fugaz, que a veces es apenas escéptica sonrisa. El paisaje común no necesita de alusiones geográficas para estar penetrado de aire mediterráneo; con ello se acentúa la sensación de presente y su esplendor, “bajo la luz bellísima del sol”:



“Amor, torna a Sorrento,
a su brillante espacio luminoso,
donde aún parpadea
el naranjo, el olivo
sobre la costa a plomo;
y deja tu presencia a mi alegría
hasta que el estridor de un ronco grito
por la marina crezca
anunciando que el sol
sereno de otro día no es más nuestro”.




Es solo un apunte, una invocación que no teme teñirse con las voluntarias asociaciones que provoca con melodías del folklore y con cartones de propaganda para el turismo. Pero el apunte fácil logra ser el blanco en que ha de quedar vibrando el “no tornará, no tornará esta fiesta”.

Un libro con rasgos tan nítidos y reiterados no puede ser muy extenso. “Vida, tan prodigiosa” contiene solo dieciocho poemas y nos incita a esperar de su autor una obra mayor, con más riqueza de elementos, pero sin pérdida de su grata facilidad, de su inmediato sentido de la belleza. Los dones que aquí encontramos no son los más frecuentes en nuestro sobreabundante panorama lírico; nos resulta sorprendente la apariencia de este libro, desde su tipografía y los lugares de publicación de aquellos del mismo autor que le han precedido (París, 1951; Roma, 1952), hasta los recursos de su lenguaje y el paisaje que sugiere. Todo ellos afianza su calidad de elemento renovador y positivo, a pesar de la excesiva similitud de sus motivos.

Todos estos caracteres hallan buena síntesis en uno de los poemas mejor logrados de la obra que comentamos. Su lectura ilustra, también, nuestra esperanza en la obra futura de Zambelli y sus actuales límites:



“¡Cuán hermoso estáis
amantes en las flores!
Tendidos a lo largo, reposando
maravillosamente
las formas tan hermosas, engastadas
en un abrazo joven.
Mientras las aguas ciegas,
bajo los puestos pasan silenciosas
ahogando la luna
en la costa rozada por las velas.

¡Cuán hermosos estáis
amantes en la tierra, 
acá donde gusanos roerán
todos los corazones!”






Temporal
Autor: Hugo Zambelli
[s.n.], 1962



CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1962-06-30. AUTOR: HERNÁN POBLETE VARAS
“Temporal”, libro de Hugo Zambelli (Ed. Del autor, Stgo., 1962), agrega a dieciocho poemas publicados anteriormente en Madrid con el título “Vida tan prodigiosa”, otros hasta el momento inéditos. De los primeros ya conocidos, algunos aparecen con leves enmiendas y afortunados retoques en esta edición ampliada y más generosa.

Se abre en “Temporal”, la vena poética de Hugo Zambelli y nos ofrece nuevas facetas de su capacidad creadora, dentro de una línea –escasa hoy día- de contención clásica, de sobriedad formal, muy característica del autor. Aunque sus versos expresen pasión, dolorosa nostalgia; aunque exploren en el destino del hombre; aunque canten el amor joven, poderoso, no los veremos caer en el exabrupto, en los arrebatos líricos ni en el desordenamiento ideológico que constituyen hoy día uno de los caminos más fáciles de nuestros aprendices de poetas.

Zambelli es un poeta en plena madurez, y sus poemas son “de extremada tersura, muy limpios, de fino sonido, y naturales, como cauces de la vida”.

Si todo este libro está bellamente compuesto, sabiamente equilibrado por el oficio del poeta, la tercera parte, en que el autor recuerda con nostalgia unos enormes italianos, alcanza la mayor altura. Veamos, por ejemplo, este poema donde la audacia de citar el título de una añeja canción (nota vulgar intencionalmente buscada) se contrapone a la colorida evocación de la costa mediterránea:



“Amor, torna a Sorrento,
a su brillante espacio luminoso,
donde aún parpadea
el naranjo, el olivo
sobre la costa a plomo;
y deja tu presencia a mi alegría
hasta que el estridor de un ronco grito
por la marina crezca
anunciando que el sol
sereno de otro día no es más nuestro”.



O este otro, en que luz y pesadumbre se entremezclan:



“Tu vida debe ser
como un jugar de peces
claros, como saltar de sol
en la profundidad de la pupila,
cantar de nube rota en lluvia, amiga,
antes que tu belleza y ocasión
en una eternidad se desvanezcan”.




El Instituto Ibero-Americano de Gotemburgo, Suecia, que mantiene diversos servicios culturales destinados a la orientación e información de estudiantes universitarios y público en general, edita con la colaboración estatal una serie de breves publicaciones destinadas a temas hispánicos.



CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1962-07-08. AUTOR: JAIME MARTÍNEZ WILLIAMS
El hermoso nombre es ambiguo. Con la costumbre de nuestra poesía hispanoamericana, tan dada al tremendismo y a lo telúrico, tenderíamos a imaginar un violento temporal lírico, de tempestuosa orquestación. Pero ya conocemos la poesía de Hugo Zambelli y, con ella, su obsesión por el tiempo, su angustia temporal corriendo fría y certera bajo la equilibrada superficie.

Menos de dos meses han pasado –y seguimos en la veta del tiempo- desde que comentáramos “Vida tan prodigiosa”, otro libro del mismo autor, editado en Madrid el año último. El que ahora nos llega muestra en su impresión nacional intencionado parecido tipográfico con la obra anterior, no obstante lo cual queda por debajo de ella en este aspecto externo. Vale la pena, en todo caso, anotar esta preocupación por la apariencia, no solo por su mérito propio, sino porque es significativa de la actitud general del autor.

“Temporal” incluye todos los poemas de “Vida tan prodigiosa” y otros veintiuno que no conocíamos. Por azar, hemos visto recién tres de los trabajos de Zambelli incorporados a la Antología de la poesía española de los años 1960-1961 que ha entregado la Editorial Aguilar. Junto con uno de Carlos Sánder, estos poemas constituyen el aporte de las letras chilenas a esa Antología que abarca obras líricas publicadas en España.

Hugo Zambelli tiene vívida conciencia de su individualidad muy definida, muy ajena a corrientes y agrupaciones. Por si nos cupiera alguna duda, se preocupa de estampar agresivamente su voluntad de apartamiento, que es ya una posición estética, en el primer poema de su libro. Quiéralo o no, reconocemos, sin embargo, su ligazón al pasado y al futuro con igual claridad a aquella que rechaza los lazos presentes:




“Y mientras corren todos por la pista
en pos de los laureles,
en equipos, divisas siempre iguales,
colores estridentes,
Hugo Zambelli solo
-poeta nascitur, non fit- ahora
a paso siempre largo por la noche,
como los corredores con la antorcha,
a su relevo avanza”.




En nuestro comentario anterior manifestábamos el deseo de volver a encontrar esta poesía, pero enfrentada a tareas de mayor alcance. “Temporal” no da exactamente esa nueva dimensión, pues en lo sustancial mantiene los rasgos y los temas de “Vida tan prodigiosa”; aunque tiene sobre la obra precedente una más intensa vibración de humanidad, que no llega a romper la bella superficie, pero la suaviza por dentro, haciendo presente con frecuencia la imagen de la muerte:




“¿Durará cuánto tiempo
lo que ahora me inquieta?
Gozábamos entonces primavera.
Perpetua la creía.
En medio de los días insaciables
toda belleza como el agua pasa.
¿Nada hay eterno? Acepta lo vivido;
la juventud perdida.
Pisando mis talones
la zarpa inexorable.
Ten piedad de mi cuerpo”.




Hay sí un poema algo más extenso –“Mi niña de los cielos italianos”- que muestra las excelentes posibilidades del poeta en una suave entonación elegíaca, a pesar de algunas caídas en el delicado ritmo general. Como lo indica desde su primer verso ese poema, en todo el libro predomina el paisaje latino que tan luminosamente se destacaba en la obra anterior.

Aparte de las indudables calidades que ya hemos señalado en la creación de Hugo Zambelli, hallamos en “Temporal” un rasgo escasísimo en Chile; buena parte de los poemas ya publicados en “Vida tan prodigiosa” aparecen ahora corregidos. Seguir el hilo de estas modificaciones sería muy ilustrativo, pero excedería el alcance de esta crónica. En algunos casos, hay una clara eliminación de las generalizaciones en beneficio del vigor poético:



“A la orilla del río
pacientemente espera
la humanidad pescando.
Viejos sedales cerca el viento mueve...”

(“Vida tan prodigiosa”).



“En la orilla del río
el pescador espera.
Viejos sedales cerca mueve el viento...”

(“Temporal”).



Otras veces, el cambio va más al contenido, mejorándolo:



“...y así despertarán con otra aurora
sus deseos colmados por el río”.

(“Vida tan prodigiosa”).



“...y así despertarán en otra aurora
sus deseos burlados por el río”.

(“Temporal”).



Por cierto, no todas las alteraciones nos satisfacen en igual forma, pero ellas prueban el rigor con que trabaja el poeta. Si su libro anterior nos permitía afirmar su definida personalidad, este le añade hondura y acentos de mayor variedad en un camino extremadamente seguro y auténtico.


Apariciones y desapariciones de Hugo Zambelli (1926-2002)

Por Ismael Gavilán 
www.elprincipedelatorreabolida.blogspot.com/


Ser uno en la obra. Volverse ella misma en sus pasadizos opalinos, en sus claroscuros que fungen de modo casi perfecto una ausencia al parecer siempre deseada. Convertirse en cada una de las palabras acogidas con la precisión abrumadora que significa el despojamiento: el de la vida, el del rostro, el de la biografía. Y saber que después de todo vendaval, de toda historia quedan jirones, escombros, restos de escritura diseminados en la inmensidad de una memoria maltrecha, en páginas de olvido, en alusiones secretas que alimentan una presencia que se adelanta a toda conjetura.

En los poetas de Valparaíso parece que se cumple este designio que no teme el maridaje con el silenciamiento biográfico y cuya actitud fundamental es una entrega a la escritura con una pasión poco común: Juan Luis Martínez, Ennio Moltedo, Rubén Jacob, Eduardo Correa, Ximena Rivera son quizás jalones de una urdimbre que articula un sentido que no proviene del reconocimiento otorgado por el establishment literario, sino por una actitud ante el lenguaje, ante las palabras, ante las cosas, ante la página en blanco. Para nosotros, lectores –simples lectores- se nos vuelven desconocidos sus noches afiebradas, sus sacrificios interiores, sus secretas epifanías. Pues en aquel desconocimiento toda una poética silente se dibuja en el despojamiento biográfico y todo un universo de imágenes y palabras se trasluce de sus poemas, de sus tejidos inhallables de voz e incertidumbre. 

Ciertamente Hugo Zambelli es parte de esta cofradía que se arma década tras década, año tras año, sin publicidad, sin premios, sin nada., sólo con la necesidad imperiosa de buscar  una promesa que se difumina en su mismo decir. Poeta de una obra breve –no más de cinco libros en cerca de 40 años, hoy por hoy, inexistentes- y espaciada en su geografía y en su temporalidad, logra apariciones breves, casi fantasmales en antologías, en remembranzas fugaces, en escrituras de otros o sobre otros. Su antología 13 poetas chilenos de 1948, sin duda es uno de esos ejemplos que se vuelcan irónicos, pero no menos productivos en torno suyo. Porque esa antología que reúne poemas de un también fantasmal Gustavo Ossorio, como asimismo los primeros antipoemas de Nicanor Parra antes que éste publicara su referencial libro de 1954 o la primera edición de Definición y pérdida de la persona de Eduardo Anguita, marca época, apunta vigoroso a un horizonte que se desplegará inexorable y se convierte en un testimonio más de la pasión por la poesía, menos del encumbramiento personal.

Alumno y posterior amigo de Gonzalo Rojas y Alfredo Lefebvre en el Liceo Eduardo de la Barra de Valparaíso, Zambelli lee, escribe, corrige, traduce, vive. Sus viajes a Europa en los años 50 e inicios de los años 60 le entregan conocimiento, pero también experiencia, lecturas imprescindibles –Quasimodo, Ungaretti, Eliot, Valverde- y la conciencia de ser poeta ajeno a cualquier grandilocuencia, ajeno a toda tempestad de fácil enaltecimiento. La lectura de Dante lo convence: renuncia al verso libre y se entrega a endecasílabos y heptasílabos: difícil tarea donde, este poeta, enamorado de la forma, no transa con la emocionalidad fútil, tampoco con el anquilosamiento verbal de querer buscar sólo “tradición”. No, en absoluto: Zambelli poeta de las aventuras del orden sigiloso. Su correspondencia- inédita- con Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Alone, Jorge Millas, González Vera y otros, muestra al poeta entregado a su mundo, a sus obsesiones, a la cotidianidad repetitiva de los ritmos interiores. Así, sabedor de la trama en que se va configurando la poesía chilena de un siglo XX en fuga, Zambelli es testigo y lector, severo consigo mismo: rehúsa, no cede; en su enclaustramiento porteño de rutina a lo Montale, día y noche pasan en su entorno como las estaciones circulares de un tiempo que transcurre entre lectura y lectura, entre conversación y conversación, entre recuerdos de una vida ya vivida en pos del entusiasmo secreto que es la poesía. “Soy un mal gestor de mis obras”, dirá. De eso no cabe duda. Como de tantos otros, poco podemos agregar sobre su vida. Fallece en Valparaíso en 2002.



Bibliografía:

13 poetas chilenos, antología, Valparaíso, 1948.
Poesías, París, 1951.
Cantos, Roma, 1952.
Vida, tan prodigiosa, Madrid, 1961.
Temporal, Santiago de Chile, 1962.
De la mano del tiempo, Valparaíso, 1978.



Pero después de todo

Pero después de todo,
callejón sin salida.
He vivido esperando
-huidiza la corriente- nada, nadie.
¿El reino del poeta
es sólo de este mundo?
Mas resta breve vida por delante.
Y si nadie responde mi pregunta,
continuaré marcando equivocado.
Inaccesible el cielo para el ojo,
hondura de las madres.
El castillo de naipes se derrumba,
pues Dios nunca responde
mientras el río pasa.




Vagaré en medio de otra noche

Vagaré en medio de otra noche oscura.
Por siempre a mi vigilia
acogerá el silencio, 
esta espera de ser en soledad
cuando el cielo en su gloria
se transforma en divina indiferencia.

Así persistes vida
adentro del deseo
donde el infierno existe.





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