Enrique Carvajal
Enrique Carvajal (Santiago, 1889 - ¿?). Poeta. Antologado en "Selva Lírica".
Escasa, pero íntima y honrosa, es la labor de este poeta raro y escéptico que mocliila sus balbuceos deliciosos en medio de la agitación de su vida, cediendo a los incontenibles arrebatos de su naturaleza profundamente artística.
Como las del gran Maeterlinck, sus composiciones líricas nos dan la sensación vaga y fugitiva de los minutos que se alzan en la soledad del vivir interior, cuando el propio espectro levanta sus actitudes taciturnas frente al alma uni-
versal. De aquí que sus poemas sean amorfos, breves, sutiles y teñidos del fugaz encanto que filtra de un estado anímico, vulgar y emocionante, acostumbrado a mirar con ojos de filósofo la poesía del símbolo menudo, que flota sobre las rutas inexploradas.
DOLOR
Y sin embargo no amo a nadie: ...
Llevo en mi ser unas ansias de amor insaciables,
siento, a veces, el deseo colosal
de confúndir al mundo en un abrazo;
y sin embargo, no amo a nadie.
;Oh, dolor, no amando a nadie. amar a todos!
EN MI PUERTA HAN GOLPEADO
En mi puerta han golpeado,
he creído que era el viento,
y no he salido a abrir.
¿Cuántas veces a mi corazón no han llamado?
Pero he creído que no era lo que esperaba,
y mudo he permanecido!
Y todo se ha ido
tal como ha venido.. . .
LA VOZ
Fué en el mar, fué en la tierra, dónde fué?
La gran voz se oyó como una voz nunca oída.
"Poeta, canta. Canta la alegría de vivir!
La alegría de sufrir y de gozar,
la alegría de matar y de crear!
Poeta, canta. Canta la alegría de vivir".
Calló la voz, y la tierra y el mar temblaron
de un placer desconocido.. . .
Desde entónces, en mi alma, la estrofa canta,
como canta sólo el mar, y el viento entre las hojas!
SOLEDAD
En esta soledad que tanto amo,
yo vivo devorándome a mí mismo ....
Y aunque el amigo Hamlet, en tiempos legendarios
"To be or not to be, that is the question", exclamara,
sin embargo yo persisto en este amor de mí mismo,
tan estéril, tan estéril!
No poder ser uno, ser uno .... Oh esta vida
que requiere para no morir,
ser indefectiblemente dos!
En esta soledad que tanto amo
yo vivo devorándome a mí mismo.
SIEMPRE TÚ
Alma mía, no descanses nunca en lecho
que tus manos no hayan hecho!
Y no calmes tu sed en fuente ajena ....
Bebe sólo de tu fuente, que sólo tu agua es buena!
Alma mía, amargo es el pan de tu vecino ....
Come sólo de tu pan, que sabe a pan divino!
Y sé tú, alma mía, tú, siempre tú!
Cartas a poetas chilenos olvidados
A Enrique Carvajal
CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1962-04-22. AUTOR: JACOBO DANKE
Un ciclón de recuerdos gravita entre la confluencia de nuestro mutuo encuentro, Enrique Carvajal. Corría el año 17 y yo tenía apenas 12 a la sazón, época en que surgió ante mí una selva rumorosa que habría de alzar un Tabor de complacencias infinitas y un Everest ceñudo de resquemores y descontentos. El follaje de esa selva se estremecía bajo un temporal renovador, desencadenado por los exploradores Julio Molina Núñez y Juan Agustín Araya. Inmensos robles y frágiles arbustos formaban la perspectiva umbría. En la cima de algunas copas, un sol brillante como un escudo iluminaba el amanecer; en algunos troncos, reptaban lianas y orquídeas de extrañas ondulaciones (1)(1) Se refiere Jacobo Danke a la antología que Molina y Araya editaron en 1917: “Selva Lírica”, donde Enrique Carvajal fue antologado (pág. 153). (N. del ed.). Y dentro de este conjunto apareciste tú, desde el fondo de un grabado espectral, como una sombra que las medias tintas hacían retroceder hacia un limbo sobrenatural, ajeno a este mundo. Y tu voz llenó los ámbitos de mi infancia ensimismada:
“En mi puerta han golpeado,
he creído que era el viento
y no he salido a abrir
¿Cuántas veces a mi corazón no han llamado?
¡Pero he creído que no era lo que esperaba
y mudo he permanecido!
Y todo se ha ido
tal como ha venido...”
Un susurro del vagabundo genial de Baltimore había en ella, una especie de “¡Nunca más!” que permaneció vibrando en mi espíritu delirante. ¡Oh, Enrique! En aquel tiempo había una guerra que enloquecía a la humanidad. Arribó a mi puerto natal un súbdito inglés que aseguraba ser la reencarnación de San Pablo; un ciudadano español atravesaba con el fluido de sus pupilas los cuerpos opacos; había casas misteriosamente apedreadas. Luego iba a desmoronarse el reino del vodka y de las estepas contra un estuario de sangre y de pólvora; un monje de caftán negro y de altas botas socavaba sus cimientos seculares, mientras mujeres hermosas y hechizadas le acariciaban amorosamente las barbas al santón... Sin embargo, a pesar de tan trágica utilería, tu voz horadaba mi pensamiento como el gorjeo de una campanilla en la niebla:
“Una forma blanca pasa a mi lado
y mi alma, al oído, quedamente me dice:
-Ella es...
Después de un momento
(¿acaso un siglo, acaso un segundo?)
yo le pregunto:
-Alma, ¿qué decías, alma?
Y ella, al oído, quedamente, me dice:
-¡Es tarde ya!
-Oh, este corazón este corazón
que siempre sordo está”.
Enrique Carvajal, ¿en qué isla te refugiaste para no volver, en seguida de ofrecernos el diapasón lírico de tus inquietudes? ¿Te hundiste tras las fronteras del Conde maldito, el de Maldoror, el blasfemo sublime que haría estremecer los goznes de la poesía convencional? Quizá tu propia voz continúe suministrándonos la respuesta iluminadora:
“¿Fue en el mar, en la tierra, dónde fue?
La gran voz te oyó como una voz nunca oída.
‘Poeta, canta. ¡Canta la alegría de vivir!
¡La alegría de sufrir y de gozar,
la alegría de matar y de crear!
Poeta, canta, ¡Canta la alegría de vivir!’
Calló la voz y la tierra y el mar temblaron
de un placer desconocido...
¡Desde entonces, en mi alma, la estrofa canta,
como cantan solo el mar y el viento entre las hojas!”
Tu alma y tu voz, Enrique Carvajal... Escuchándolas, hay como una reminiscencia de campanarios viejos, de torres oscurecidas, de piélagos que nadie ha descubierto aún. Al evocarlas, veo zarpar un barco alemán que conducía rumbo a Hamburgo a la que, detrás del horizonte de la distancia, sería mi primer amor. (¿Qué es de ti, Inés Krausse? ¿Qué es de tu trenza rubia, de tus ojos de miosotis, de tus dedos largos y transparentes? ¿Qué obús asesino tronchó el hilván de tu juventud radiosa?). al exhumar tu alma y tu voz Enrique Carvajal, veo el inverosímil avión de Clodomiro Figueroa sobrevolando Valparaíso una tarde azul y huracanada. Veo la última sonrisa triste de un hermano que no olvidaré jamás...
“¡Alma mía, no descanses nunca en lecho
que tus manos no hayan hecho!
Y no calmes tu sed en fuente ajena...
¡Bebe solo de tu fuente que solo tu agua es buena!
Alma mía, amargo es el pan de tu vecino...
¡Come solo de tu pan, que sabe a pan divino!
¡Y sé tú, alma mía, tú, siempre tú!”
De pronto, el espeso silencio, Enrique Carvajal... ¿Por cuáles veredas te fuiste, negándonos para una eternidad el diáfano don de tus poemas? ¡Cuántos hubieran querido poseer las cuerdas de tus estrofas, madurarlas a morir en los labios ansiosos y resecos! Lo único que perdura de ti es esta lacónica indicación: “Nació en Santiago en 1889”. Así como así. Pero la verdad es que tus huellas se perdieron en la profundidad sonora de la noche...
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