Alberto Ried Silva
Alberto Ried Silva (Santiago de Chile, 22 de febrero de 1885 - ibídem, 5 de mayo de 1965) fue un escultor, escritor, cuentista y poeta chileno, miembro del grupo literario «Los Diez», y cónsul de su país en Francia.
Fue hijo de Gustavo Ried Ciarciani, fundador de la 5.ª Compañía de bomberos de Santiago, y de Irene Rosa Silva Palma. Hizo sus estudios en el Liceo de Aplicación Práctica y prosiguió estudios de química industrial en la Universidad de Chile. Pese a lo anterior, su verdadero interés estaba en el arte; estudió pintura y escultura en la Escuela de Bellas Artes y dibujó caricaturas para la revista Sucesos de Valparaíso.
Ingresó a la 5.ª Compañía de bomberos de Santiago a los 18 años. En 1906, formó parte de un grupo de bomberos santiaguinos que auxiliaron en operaciones de rescate luego del terremoto de Valparaíso de dicho año.
Se casó con Balbina Miranda, con quien vivió en una casa —llamada «Millaray»— de la comuna de Ñuñoa, que fue un sitio de encuentro para escritores, músicos, pintores y artistas en general.
Ried Silva fue cónsul de Chile en Burdeos, representando al gobierno de Arturo Alessandri, entre 1921 y 1923.
Hizo gestiones para trasladar el monumento «Al dolor», creado en recuerdo de las víctimas del incendio de la Iglesia de la Compañía, abandonado en una calle del Cementerio General, a su actual ubicación,1 y, en mayo de 1933, fundó el Cuerpo de Bomberos de Ñuñoa, del que fue su primer comandante.
Ried Silva publicó un total de cinco libros, uno de ellos póstumamente, y también fue corresponsal en los Estados Unidos del diario La Nación.
Obras
1915, El hombre que anda
1924, XXI meditaciones
1926, Hirundo
1956, El mar trajo mi sangre (autobiografía)
1966, El llamado del fuego (póstumamente)
MAR
Mundo monstruo de aguas agrias
que separas toda tierra.
Mundo solo, mundo de agua…
Con el cielo te confundes,
las estrellas y las nubes,
las burbujas intranquilas,
y las olas,
eternidades azules…
Nubarrones iracundos,
senos hondos, sordos tumbos
que se azotan al latido
del forzudo que levanta las espumas.
Denso ambiente de la vida
tenebrosa.
De tu masa movediza nada emerge:
Olas grises se persiguen,
olas verdes se retuercen.
Se acarician las toninas
y jureles:
Son curiosos que te pueblan,
que se atreven
con sus ojos siempre abiertos,
a mirar lo que hay arriba.
Alcatraces y gaviotas
se deslizan
y sus alas
en las aguas nunca tocan;
te conocen y no temen
y te escrutan la honda sima…
Golondrinas voltejean
en los días, en las tardes y en las noches;
nadie sabe donde duermen:
Los espías pacienzudos
del cardumen que platea;
la cascada de los peces
que en las diáfanas pendientes
se atropella.
Mundo monstruo de aguas agrias,
denso ambiente
que sepultas los picachos
de montañas naufragadas…
En tus cuevas son velludas
tus arañas gigantescas;
tú no tienes mariposas
en tus flores;
en la espesa selva obscura
son orquídeas las medusas,
algas rubias son los juncos
y vampiros de tus bosques
son los pulpos.
Reino mudo. Extraño todo:
Sangre helada que circula por las venas
son sin párpados los ojos
que penetran las negruras…
Grandes bocas tan abiertas,
ni un murmullo ni una queja.
Por las cumbres sepultadas
de tus altas cordilleras,
van los cíclopes callados
alumbrando con sus palpos
las tinieblas.
En tus valles cenagosos
donde nunca fulge nada,
en bandadas se persiguen
peces negros y sin ojos.
Primaveras tenebrosas
en las grietas de tus peñas sumergidas.
Los tentáculos que ansían
y el molusco que entre valvas
nacaradas se fecunda.
La madrépora invisible
que en honduras
de insondables senos negros
es el átomo que vive,
la madrépora que muere
y agiganta a la que sigue…
Se levanta el esqueleto de corales,
y el peñón desconocido
con los siglos va avistando claridades,
entre espumas y chirridos
y entre luengas cabelleras que se baten.
Mira al fin, entre arreboles de agua glauca,
revolar a las gaviotas
y la lumbre vacilante de otros mundos,
que en ignotas lejanías centellean.
Si los soles agonizan,
son tus ondas fulgurantes
la áurea estela que renace.
Las luciérnagas radiosas,
la burbuja que clarea.
¡Te fustigan las auroras,
mar jadeante!
¿Tus adornos?
Blancos témpanos de hielo,
te atormentas tú con ellos
balanceándolos de lejos,
desde allá donde la noche
se hace eterna.
Se deshace la alba mole,
bambaleándose en tu seno que la estrecha.
¡Mundo monstruo de agua amarga!
En lo hondo de tu abismo
se derrumban continentes,
tú lo acallas y lo ocultas sordamente
con la negra pesadumbre de tus aguas.
Si la tierra se desgarra
en lo helado de tu fondo,
por la brecha tú penetras en la entraña,
y volcanes que se apagan
son tu oculta y muda huella.
Cuando plácido te muestras
con la luna jugueteas,
te retiras y simulas
que a la tierra ya te entregas;
vuelves lenta y mansamente,
cuando sube la marea…
Cuando plácido te muestras,
eres lago
que se extiende tierra adentro,
que apacible contornea
las plateadas cordilleras;
vas mojando las arenas
donde el bosque se detiene,
vas buscando ventisqueros
azulados,
solitarios penitentes
congelados entre peñas.
¡Eres mundo de agua quieta!
Te condueles de la tierra que se asoma,
de los ríos que desbordan.
Te adormeces en la orilla de la selva,
y entre brumas y entre sombras
te confundes con el cielo,
mar eterno!…
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