José Verón Gormaz (Calatayud, 1946). Poeta, narrador, periodista y fotógrafo. Estudios de Ingeniería Agrícola (1970) y Administración y Planificación de Empresas (1976) en la Universidad Politécnica de Madrid. Cronista Oficial de Calatayud, ciudad que lo nombró Hijo Predilecto en 2006. Consejero del Centro de Estudios Bilbilitanos. Académico Correspondiente de la Real Academia de San Luis. Medalla Aragonesa de Merito en Arte (2002). Premio Nacional de Fotografía (CEF, 2000). Medalla de Oro de las Cortes de Aragón (2006).
En 2007 se creó la Asociación Fotográfica Bilbilitana José Verón, en enero de 2008 aparecieron las bases para el I premio internacional de poesía "José Verón Gormaz" (Ayuntamiento de Calatayud) del que en 2009 se hizo una II edición. En el Pabellón de Aragón de la Expo-2008 de Zaragoza hubo 275 fotografías suyas expuestas, que han servido de base para el libro "Aragón imágenes" editado por el Gobierno de Aragón (2009). El día 27-XI-2.009 le entregaron el Premio Honorífico de la Asociación Aragonesa de Escritores "I Premio Imán" concedido por votación entre los asociados.
Ha obtenido, como fotógrafo, más de 300 premios nacionales e internacionales. Autor de más de 100 exposiciones individuales, tiene obra en museos, fototecas y colecciones institucionales y privadas. En 1987 le concedieron el título E.FIAP. Colaborador durante muchos años de Heraldo de Aragón, SER Calatayud y otros medios de comunicación. Ha publicado 26 libros, con premios de poesía (Juan Alcaide 1989, Santa Isabel de Portugal 1988 y 1994, Hermanos Argensola 1999, Ciudad de Santo Domingo 1982...), de novela (San Jorge, Zaragoza 1981) y de periodismo (Husa, Barcelona 1984).
HÚMEDOS RECUERDOS
Bajo una lluvia de cristal sonoro,
nostálgico y feliz he caminado;
he sentido llover, y he recordado
aquella vieja paz que tanto añoro.
Volvió a latir en mí la edad de oro
de la infancia, traída del pasado
por ese olor a limpio y a mojado
donde esconden los campos su tesoro.
Cansados de soñar y siempre cuerdos,
mis pasos tiernamente se posaron
en las preciosas brumas de la calma.
No sé si fue la lluvia, o los recuerdos;
pero aún creo sentir que me dejaron
calado el corazón, mojada el alma.
(Cantos de tierra y verso, 2002)
La ventana trágica
La ciudad se levanta, indolente,
entre un paisaje y desesperanza.
Las altas torres de los campanarios
huyen siempre hacia el cielo.
Hay un jardín con pájaros lejanos
y parejas secretas de enamorados
a punto de soñar.
Hay ejércitos reales de fantasmas
que caminan por calles irreales,
y una lluvia purísima y muy fría
escribe en la noche palabras y destinos.
La ciudad está ahí:
yo la veo y la sueño,
y al despertar, ebrio de incertidumbre,
me estremezco en sus ruinas.
El arpa y la palabra
En la sala de música
hay ecos de elegía.
Cuando el día ha perdido sus minutos más claros,
suenan Haendel y el vino,
mis fieles compañeros de la tarde.
Una melancolía indefinida me averigua,
pasa y se posa,
deja su huella
en un rostro lejano y una historia:
no,
no deseo pensar
que sus horas se cruzaron con mis horas
y sus pasos de ayer fueron mis pasos.
No es conveniente recordar aquellos días,
aquellos años
en los que brilla un rostro amado en otro tiempo
y al final fue la niebla,
y suena Haendel lejano, muy lejano,
y el buen vino se apiada
de quien erró el camino
y lo busca en la sombra
bajo la luz indefinida de la luna.
La escapada
Como una triste sombra caminaba
sin hallar el perdón que perseguía,
sintiendo que la calle me vencía
y el creciente silencio me cercaba.
La noche en torno al tedio se cerraba.
La lluvia en sus empeños insistía.
En ellas la insustancia competía
con las luces que el suelo reflejaba.
En un tugurio entré para evitar
el naufragio que ya era inevitable.
Tomé una copa, me acerqué al espejo
y vi en mi imagen, burla del azar,
otra sombra que existe, inexorable,
atrapada en la farsa de un reflejo
Autopista del Sur
En la fría quietud de un alba triste
estoy fuera del día que amanece.
La bruma se dispersa muy despacio
en la cambiante soledad de la autopista.
Recién nacida luz me expulsa del pasado
y yo, pausadamente, la obedezco:
pongo en marcha el motor del automóvil,
que ruge contra el mar de la mañana,
y acelero, sin piedad acelero
en busca de un exilio inalcanzable
que miente más allá del horizonte.
PRELUDIO
Ante la oscuridad, que en la distancia
se viste de tinieblas,
arden las horas sobre el agua fría.
Viento y tierra conversan en silencio
de ausencias y de abismos.
Bajo los signos misteriosos de la noche
escucho los susurros de huellas interiores,
el rastro de palabras presentidas,
la soledad del caminante
que no espera llegar a su destino.
(De "El viento y la palabra")
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