Antonio Manilla
(León, 1967)
Historiador y periodista. Pero, sobre todo, poeta. Como poeta ha publicado Canción de amor acaso (1993), Sin recuerdos ni afanes (1994), Una clara conciencia (1997) Salón de rechazados (1998, Canción gris (2003): IV Premio de Poesía Emilio Prados y Momentos transversales (2007): XII Premio José de Espronceda de Poesía.
Su obra poética ha sido incluida por José Luis García Martín en las antologías Selección Nacional. Última Poesía Española (Llibros del Pexe, 1995, 1998) y La generación del 99 (Ediciones Nobel, 1999), así como en Última fila (Quince del 90) -Revista Sin embargo, 1997-, de José Luis Morante, 365 pájaros tiene el cielo (Editorial Montecasino, 2001), de Gurutze Calparsoro y Beatriz Monreal, y Yo soy otro (DVD, 2001), de Josep María Rodríguez.
Entre otros ha recibido el Premio Letras Jóvenes de Castilla y León, el Premio Luis Mateo Díez de relatos y el Premio Francisco Valdés de periodismo, así como una Ayuda a la Creación Literaria del Ministerio de Cultura para la redacción del libro de poemas Una clara conciencia. Además, se ha hecho merecedor de un accesit como finalista del Premio NH Hoteles de relatos (2001) y con el Premio Don Quijote de Periodismo (2001) que otorga la Junta de Castilla-La Mancha.
En 1999 disfrutó de la Beca Valle Inclán de Literatura que concede el Ministerio de Asuntos Exteriores en la Academia de España en Roma, de la que obtuvo una prórroga en el año 2000. Actualmente colabora como articulista en ABC y en el 2002 ha hecho incursiones en la literatura infantil y juvenil con los títulos Mi primer libro del Real Madrid y con Historia del Real Madrid para jóvenes.
El final de una vida:
el libro que leemos
mientras cae la tarde.
De repente, la noche
emborrona las letras
y la página
ya no tiene sentido.
CANCIÓN DE LA CIGARRA
Lo que reunió el verano,
septiembre lo separa:
felicidad y sol,
parientes alejados,
la sed y los arroyos,
tu cuerpo
y mi mirada.
POÉTICA ELEMENTAL
Sé que debe evitarse en el poema
la luna y el verano, los celajes cambiantes,
la playa de minutos infinitos
y las rosas fugaces, como el amor eternas
en el jardín cerrado del invierno.
También el oro viejo del ocaso,
también la plata sucia del recuerdo,
las aguas estantías del olvido
y el ruiseñor herido
en cuyo pecho cabe el universo.
Todas aquellas cosas que en silencio
nos hablan de nosotros sin decirnos
y nos dicen verdades –historia sólo hay una–
que siempre son iguales.
Sin recuerdos ni afanes, 1994.
A ese amigo que de amor se duele
Consuélate pensando
que si, como sostienen los filósofos,
todo ha de repetirse
y, al final, todo vuelve
(los Rolling y Mike Tyson, las rebajas,
las series y el invierno, Maradona,
septiembre y sus anuncios de fascículos),
también ha de volver
ese momento
mejor que cualquier otro
en que olvidaste, en otros labios,
los labios de ella.
T. R.
Habitación con vistas al espacio
que en este instante indemne parpadea
a través del ozono. Tu mirada
construye las certezas, rediseña
el aire, agita el alma de los chopos
que sostienen la tierra junto al río.
Tirita el fuego en las colinas musicales.
Los pastores dormitan en la hoguera.
La piedra está naciendo y en tu memoria
alza una vara un niño. Sobre el verde
tapete de la libre asociación,
sobre la yerba plateada y húmeda
del verano —gigantes en la tarde—,
los ojos vivos de una trucha muerta.
que en este instante indemne parpadea
a través del ozono. Tu mirada
construye las certezas, rediseña
el aire, agita el alma de los chopos
que sostienen la tierra junto al río.
Tirita el fuego en las colinas musicales.
Los pastores dormitan en la hoguera.
La piedra está naciendo y en tu memoria
alza una vara un niño. Sobre el verde
tapete de la libre asociación,
sobre la yerba plateada y húmeda
del verano —gigantes en la tarde—,
los ojos vivos de una trucha muerta.
P.C.
Levantas un idioma con palabras
como el río contiene las orillas:
un nuevo idioma que sujeta y forma
el pensamiento, ajeno a las ideas,
a cuanto en sí discurre:
el pardo vientre
de un viejo dios que cruzan animales
de apagadas escamas
y aún refulge, torpe moribundo.
Levantas un idioma sobre el lodo
y alrededor se agolpa
—bullente de otras vidas y sin sombras—
la corriente.
Levantas un idioma con palabras
como el río contiene las orillas:
un nuevo idioma que sujeta y forma
el pensamiento, ajeno a las ideas,
a cuanto en sí discurre:
el pardo vientre
de un viejo dios que cruzan animales
de apagadas escamas
y aún refulge, torpe moribundo.
Levantas un idioma sobre el lodo
y alrededor se agolpa
—bullente de otras vidas y sin sombras—
la corriente.
E. DE A.
Con dignidad atlántica
recibe el mar las aguas que mansamente aporta,
a estas alturas del camino, el Duero.
Así sus versos entran,
mecidos por corrientes demoradas,
en la canción del mundo:
con un rastro de espuma
que en la luz de la tarde se disuelve
y deja tras de sí una roja estela
mientras la sal penetra el agua dulce.
“El lugar en mí”, Reino de Cordelia, Col. Los versos de Cordelia, Madrid 2015. XVIII Premio de Poesía Ciudad de Salamanca.
SIESTA
Ya pasó la tormenta.
En un momento, el agua se adueñó
del mundo a la manera de ese hijo
que reclama atención con el chantaje
del llanto, para luego
dormirse entre los brazos. Nada más.
Algunas ramas altas arrancadas
por el viento a los chopos,
la fugaz turbidez en la hoz del río.
Después, un cielo inmensamente azul
y el cuerpo satisfecho del verano,
tras la lluvia imprevista,
que expande por el aire olor a tierra,
a piel lavada, a calmo sueño.
JURO QUE ESTABA ALEGRE
A mi padre
Van los rojos cerezos del otoño
tiñendo las laderas de los montes
y yo pienso en nosotros, los caminos,
la negra luz que alumbra los finales.
Juro que estaba alegre. Hace un momento,
con los ojos cerrados, en la cara
sentía el sol y el frío de septiembre,
el alma de esta tierra con el aire
que lentamente envuelve al cuerpo entero.
Estabas tú conmigo, revivido,
y no la honda tristeza que ahora aflora.
Son los rojos cerezos otoñales.
Rescoldos en la hoguera. Cenizas en el aire.
Con dignidad atlántica
recibe el mar las aguas que mansamente aporta,
a estas alturas del camino, el Duero.
Así sus versos entran,
mecidos por corrientes demoradas,
en la canción del mundo:
con un rastro de espuma
que en la luz de la tarde se disuelve
y deja tras de sí una roja estela
mientras la sal penetra el agua dulce.
“El lugar en mí”, Reino de Cordelia, Col. Los versos de Cordelia, Madrid 2015. XVIII Premio de Poesía Ciudad de Salamanca.
SIESTA
Ya pasó la tormenta.
En un momento, el agua se adueñó
del mundo a la manera de ese hijo
que reclama atención con el chantaje
del llanto, para luego
dormirse entre los brazos. Nada más.
Algunas ramas altas arrancadas
por el viento a los chopos,
la fugaz turbidez en la hoz del río.
Después, un cielo inmensamente azul
y el cuerpo satisfecho del verano,
tras la lluvia imprevista,
que expande por el aire olor a tierra,
a piel lavada, a calmo sueño.
JURO QUE ESTABA ALEGRE
A mi padre
Van los rojos cerezos del otoño
tiñendo las laderas de los montes
y yo pienso en nosotros, los caminos,
la negra luz que alumbra los finales.
Juro que estaba alegre. Hace un momento,
con los ojos cerrados, en la cara
sentía el sol y el frío de septiembre,
el alma de esta tierra con el aire
que lentamente envuelve al cuerpo entero.
Estabas tú conmigo, revivido,
y no la honda tristeza que ahora aflora.
Son los rojos cerezos otoñales.
Rescoldos en la hoguera. Cenizas en el aire.
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