MIGUEL ALFONSECA. (República Dominicana)
Poeta, narrador, actor teatral, bailarín clásico y publicista. Tan versátil artista no podía sustraerse a las inquietudes políticas del momento. Por esta razón crea, junto a René del Risco Bermúdez, Armando Almánzar e Iván García el grupo cultural «El Puño» que, como su nombre indica, se constituía en un factor de lucha para nuestro ambiente. Más que de poetas, fue un grupo de narradores que deseaban introducir en el país las últimas técnicas de la narrativa continental, tomando al «boom» latinoamericano como su gran orientador. Miguel Alfonseca se destaca, sin embargo y muy especialmente, como poeta. Su primer libro, Arribo de la luz, dedicado «a los mártires del Movimiento de Liberación Dominicana, caídos en la expedición de 1959» demuestra una originalidad y una madurez poco usuales en temas tan controvertidos, lo que fue confirmado luego en La guerra y los cantos, prologado por Ramón Francisco. Al tono whitmaniano une Alfonseca la contingencia caribeña en un momento determinado de nuestra historia. Su «Coral sombrío para invasores» llamó la atención en medio de la prisa y de los
ideales atropellados de una generación sin salida que terminó luego arrastrando su desencanto por nuestras calles y plazas. Replegado en sí mismo, Miguel Alfonseca renuncia ala creación artística para dedicarse ala filosofía hermética, una especie de religión universal que le imponía renunciamientos humanos y un ideal de vida poco frecuente. Nace en Santo Domingo el 25 de enero de 1942 y fallece en la misma ciudad el 6 de abril de 1994.
OBRAS PUBLICADAS:
Arribo de la luz (1965), La guerra y los cantos (1966), El enemigo (1970), Isla o promontorio (1975).
CORAL SOMBRÍO PARA INVASORES
Morirán sin los abetos de Vermont.
Morirán sin los grandes pastos rizados por el viento,
sin los frescos terrones de California
ni la cordillera del Oeste,
donde el cielo es un pálido patriarca en mansedumbre.
Morirán sobre una tierra que no es suya,
entre unos hombres de distinta lengua,
ojos diferentes
y distinto corazón.
Porque son invasores.
Destrozan nuestros niños
y aúllan las raíces del planeta.
Matan nuestras madres
y el mundo gime pateado en los ovarios.
Morirán sin la sana harina del labriego
cocida en el fuego saludable de los árboles.
Morirán sin los cánticos de la campiña,
sin la ronda amorosa de la escuela,
sin el jubileo de los pájaros en la ventana
cuando la edad sitúa el mundo lejos,
en el marco de madera tibia labrada con las manos.
Morirán sin el cedro, sin el olmo, sin el roble,
que escucharon el vagido de su nacimiento.
Porque son invasores.
Porque matan al hombre que defiende su heredad,
la tierra en que nacieron sus padres
y murieron,
la tierra en que nacieron sus hijos
y morirán.
Porque vienen sin el amplio corazón de Lincoln.
Morirán lejos de los grandes bosques de Oregón
donde el aire es una canción silvestre.
Morirán sin los dulces brazos de sus ríos,
sin las cálidas palmas de sus madres,
sin los besos temblorosos de la amada,
sin la risa de sus hijos.
Porque son invasores.
Porque no defienden su patria
si no que agreden la nuestra.
Patria pequeña de tierra.
Patria inmensa de hombres.
Porque vienen a enterrar
el alba que subimos con huesos y con sangre
con pólvora y con llanto
y con amor.
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