lunes, 9 de agosto de 2010

MARGARET ATWOOD [369]


MARGARET ATWOOD

Nació el 18 de noviembre de 1939 en Otawa bajo el nombre de Margaret Eleanor Atwood, mostró desde muy pequeña su afición a la lectura y, con sólo 16 años de edad, comenzó a sumar experiencia en el mundo literario a través del cual incursionó en la novela, la poesía y el ensayo.

Tras asistir a la Universidad de Toronto, la escritora se graduó en 1961 como licenciada en Filología Inglesa. Tiempo después, completaría su formación con estudios de postgrado en el Radcliffe College de la Universidad de Harvard, institución donde no sólo obtendría un máster sino que también permanecería dos años más acumulando conocimiento.

A lo largo de su trayectoria, además de dedicarse a publicar libros, a la creación de guiones televisivos y a dar clases de Literatura Inglesa en varias universidades tales como las de British Columbia, Sir George Williams, York, Alberta y Nueva York, Atwood también se desempeñó como vicepresidenta de la Unión de Escritores de Canadá, presidenta del PEN, socia mayoritaria del Massey College en la Universidad de Toronto, integrante de la Royal Society de Canadá, miembro activo de Amnistía Internacional y miembro honorario de la Academia Americana de las Artes y las Ciencias.

“El cuento de la criada”, “La mujer comestible”, “Ojo de gato”, “El asesino ciego”, “Resurgir” y “Doña Oráculo” son algunas de las obras creadas por esta distinguida autora canadiense que, entre otros reconocimientos, ha obtenido el prestigioso Booker Prize, el Gobernor”s General”s Award, el Toronto Book Award y el Canadian Booksellers Award, además de haber sido traducida a más de treinta lenguas.
PREMIO PRÍNCIPE DE ASTURIAS DE LAS LETRAS AÑO 2008



Luna nueva

La oscuridad espera aparte desde cualquier ocasión que surja;
como la pena, siempre está disponible.
Ésta es sólo un modelo,
el modelo en el que hay estrellas
sobre las hojas, brillantes como clavos de acero
e incontables y sin que se las haga caso.

Caminamos juntos
sobre hojas muertas
húmedas en la luna nueva
entre las rocas nocturnas amenazadoras
que serían de un gris rosado
a la luz del día, roídas y suavizadas
por el musgo y los helechos, que serían verdes
en el olor mohoso a levadura fresca
de árboles que enraízan, la tierra devuelve
lo mismo a lo mismo,

y cojo tu mano, que tiene el aspecto que tendría
una mano si de veras existieras.
Deseo mostrarte la oscuridad
que tanto temes.

Confía en mí. Esta oscuridad
es un lugar al que puedes entrar y sentirte
tan seguro como en cualquier otra parte;
puedes poner un pie delante del otro
y creer a los lados de tus ojos.
Memorízalo. Lo sabrás
de nuevo cuando te corresponda.
Cuando la apariencia de las cosas te haya abandonado,
todavía tendrás esta oscuridad.
Algo propio que puedes llevar contigo.

Hemos llegado al borde:
el lago entrega su silencio;
en la noche exterior hay un búho
cantando, como una polilla
en la oreja, desde la costa lejana
que es invisible.
El lago, vasto y sin dimensiones,
repite todo, las estrellas,
las piedras, a sí mismo, incluso la oscuridad
en la que puedes caminar
hasta que se convierta en luz



Un rastro en llamas

(I)

Fue el dolor de los árboles
lo que hizo este rastro,
la carne cortada fluida de ellos sólo
parcialmente sólida.
Son sus cicatrices lo que marca el camino
vamos al lugar donde
el paisaje se ha acabado
y no hay más allá.


(II)

Arder es también quemarse.
Todos los senderos por este bosque
que se quema, abiertos delante de ti y cerrados
por detrás hasta que los pierdes.

Éste es el bosque de lo perdido:
piedras abandonadas. Madrigueras.
Raíces atadas a las rocas.
Un sapo en este aura
fresco; una estrella de tierra, extendida
y de cuero, emite polvo.
Ninguna de estas cosas sabe que está perdida.


(III)

Hemos venido por una puerta de sol, roja y otoñal,
otro entierro. Aunque no es otoño, el viento tiene ese frescor.
El viento ligero de una puerta que se cierra.
El último resquicio del cuarto menguante.


(IV)

Escojo mi camino despacio
contigo a través del bosque en llamas,
cicatriz a cicatriz, otra vez por
la historia, sigo las normas:

Para recuperar lo que has perdido,
vuelve a tus pasos al momento
en que lo perdiste. Estará allí.

Aquí está la X, a tiempo.
Cuando al final esté sola,
mi sombra y mi propio nombre
volverán a mí.


(V)

Me arrodillo y cavo con la hoja de mi cuchillo
en la tierra y no encuentro nada.
He olvidado qué escondí aquí.

Debe de ser el cuerpo de aire claro
que dejé aquí cuidadosamente bajo tierra
y pensé que siempre podría
volver y habitar.

Creí que podría vivir sólo conmigo misma.
Creí que podría flotar.
Creí que siempre tendría una oportunidad.
Ahora estoy de vuelta a la tierra.
Una encarnación.


(VI)

Éste es el último paseo
que doy contigo en tu ausencia.

Tu piel se extiende por donde toco,
luego desaparece y la madera solidifica
alrededor tuyo. Estamos en esta situación.

Cuánto te quiero.
Me gustaría ser sabia y prudente.
Te haría eterno.
Te devolvería de la muerte si pudiera,
pero ¿dónde estarías sin ella?

Podemos vivir para siempre,
pero sólo de vez en cuando.


(VII)

Ahora hemos alcanzado el punto rocoso
de la costa, y el cielo oscurece,
aunque el agua todavía tiene luz
y la ofrece en forma de vapor
o de fuego. Espero, escucho ese
lugar donde debería haber un sonido
y no lo hay,
que no es mi corazón
ni el tuyo, que es más oscuro
y más solitario,
que llega. Que es el sonido
que hace la tierra por sí sola,
sin nosotros. Una piedra hace el eco de una piedra.
Los pinos se apresuran sin moverse.




Una piedra

En la mesa de madera la llama
de la lámpara arde hacia arriba sin sonido
y así avisa a las almas más pequeñas
desde donde han estado escondidas por el día
en tocones que se pudren y en la corteza que se desprende
de los árboles
y chocan suavemente contra la ventana,
sus vientres de plumas lamen el cristal.

Una gaviota eriza el aire de la noche
con su canto de plata limpia,
una tristeza ligera,
y quien ha estado siempre allí
sale de las sombras.

¿Has tenido bastante felicidad? dice ella.
¿Has visto
suficiente dolor? ¿Suficiente
crueldad? ¿Has tenido bastante
de lo que hay? Llega
hasta aquí.
¿Estás ahora preparada para mí?

Madre oscura, a quien he llevado conmigo
durante años, una piedra en el bolsillo,
conozco la fuerza de la gravedad
y que cada cosa tiende a caer

contra su voluntad.
Nunca te negaré
o creeré sólo
en ti. Vuelve a tu piedra
ahora. Espérame.



EURÍDICE

El ha venido a buscarte y está aquí,
canción que te llama y quiere que vuelvas,
canción de dicha y de pesar
a partes iguales, promesa
hecha canción, promesa
de que todo será, allá arriba, distinto
a la última vez...
Hubieras preferido seguir sintiendo nada,
vacío y silencio; la estancada paz
del mar más hondo,
al ruido y la carne de la superficie,
acostumbrada a estos pasillos pálidos y en sombras,
y al rey que pasa por tu lado
sin pronunciar palabra.
El otro es diferente
y casi lo recuerdas.
Dice que canta para ti
porque te ama,
no como eres ahora,
tan fría y diminuta: móvil
y a la vez quieta, como blanca cortina
o soplo en la corriente
de una ventana a medio abrir
junto a una silla donde nadie se sienta.
Te quiere "real",
un cuerpo opaco,
sentir cómo se espesa
(tronco de árbol o ancas)
y el golpe de la sangre tras los párpados
al cerrarlos
la llamarada solar...
sin tu presencia no podrá sentir
este amor suyo...
Mas la súbita revelación
de tu cuerpo enfriándose en la tierra
fue saber que le amas en cualquier lugar
hasta en este sitio sin memoria,
este reino del hambre.
Como una semilla roja en la mano
que olvidaste que aprietas,
llevas tu amor...
El necesita ver para creer
y está oscuro.
Atrás, atrás..., le susurras,
pero quiere que vuelvas
a alimentarlo, Eurídice,
puñado de tul, pequeña venda,
soplo de aire frío,
no se llamará Orfeo
tu libertad...



ORFEO

Delante mío caminabas,
atrayéndome
hacia la verde luz que alguna vez
me asesinó con sus colmillos.
Insensible te seguí,
como un brazo dormido y obediente
pero no fui yo quien quiso
volver al tiempo
Había llegado a amar el silencio,
pero mi antiguo nombre era una cuerda
o un susurro tendido
entre nosotros.
Y estaba tu amor,
las viejas riendas de tu amor,
tu voz corpórea...
Ante tus ojos mantenías
la imagen de tu deseo, que era yo,
viva otra vez.
Y por esta esperanza tuya continué,
y así fui
tu alucinación, floral
y oyente
tú me creabas
al cantarme y una piel nueva me crecía
en mi otro cuerpo, envuelto en niebla,
y tenía ya sed, y manos sucias,
y veía ya,
perfilados contra la boca de la gruta,
el perfil de tu cabeza y de tus hombros
cuando te diste vuelta para llamarme
y me perdiste...
Así que no llegué a ver tu rostro,
sólo un ovalo oscuro,
y a pesar de sentir todo el dolor
de tu derrota, debí rendirme,
como se rinden las mariposas de la noche.
Tú creíste
que sólo fui el eco
de tu canto.



POEMA NOCTURNO

No hay nada que temer,
es sólo el viento
que ahora sopla hacia el este, es sólo
tu padre..........el trueno
tu madre..........la lluvia
En este país de agua
con su luna ocre y húmeda como un champiñón,
sus muñones ahogados y sus pájaros largos
que nadan, donde crece el musgo
por todo el tronco de los árboles
y tu sombra no es tu sombra
sino un reflejo,
tus padres verdaderos desaparecen
al bajar la cortina
y quedamos los otros,
los sumergidos del lago
con nuestras cabezas de oscuridad
de pie ahora y en silencio junto a tu cama...
Venimos a arroparte
con lana roja,
con nuestras lágrimas y susurros distantes.
Te meces en los brazos de la lluvia,
el arca fría de tu sueño,
mientras aguardamos, tu padre
y madre nocturnos,
con las manos heladas y una linterna muerta,
sabiendo que somos solamente
las sombras vacilantes que proyecta
una vela, en este eco
que oirás veinte años más tarde.



SIN NOMBRE

Una pesadilla te asalta con frecuencia:
llega un hombre herido, por la noche,
a tu casa
-sitúas el agujero en el pecho, a la izquierda...
Su sangre al brotar mancha
tu puerta, al apoyarse,
casi desvaneciéndose...
Quiere que le dejes entrar.
Es como el alma de un amante
muerto y resucitado
hambriento aún
sólo que no está muerto. Y aunque el vello en tus brazos
se eriza y un aire frío
que de él proviene
cruza tu umbral,
no has visto a nadie más vivo que él
cuando te toca, apenas roza tu mano
con la izquierda suya, su mano limpia,
y un "por favor" susurra,
en cualquier idioma...
Tú no eres médico ni nada parecido.
Has llevado una vida normal,
lo que un observador llamaría "sin tacha".
Detrás, en la mesa,
hay un cuenco con fruta,
una silla, un cuchillo,
un plato con pan...
Es primavera, y el viento de la noche
huele, húmedo, a marga removida
y a flores tempranas.
La luna irradia su belleza
que como belleza ves al fin,
tan cálida y ofreciéndolo todo.
... Sólo hay que tomarlo.
Oyes ladrar perros distantes.
La puerta está entreabierta
o entrecerrada:
así permanece y tú no puedes despertar.

*


‘Variación sobre la palabra sueño’

Un poema de Atwood, traducido por Marigómez

Me gustaría mirarte durmiendo,
lo que puede no ocurrir.
Me gustaría mirarte,
durmiendo. Me gustaría dormir
contigo, penetrar
en tu sueño como su ola suave y oscura
se desliza sobre mi cabeza

y caminar contigo a través de ese bosque
luminoso y vacilante de hojas verdiazules
con su sol acuoso y sus tres lunas
hacia la cueva que debes descender,
hacia tu miedo más tétrico

Me gustaría entregarte la rama
de plata, la florecilla blanca, la palabra
precisa que ha de protegerte
de la desdicha en el centro
de tu sueño, de la desdicha
en el centro. Me gustaría seguirte
y subir la gran escalera
otra vez y convertirme
en la barca en que remarías a la vuelta
con cuidado, una llama
en dos manos oferentes
a donde tu cuerpo yace
junto a mi, y entrarías
en él con la facilidad del respirar

Me gustaría ser el aire
que te habita por un instante
sólo. Me gustaría pasar así de inadvertida
y ser así de necesaria.

(Del libro ‘Historias verdaderas’)




Sekhmet, cabeza de león, diosa de la guerra, las tormentas violentas, la peste y la curación de la enfermedad, contempla el desierto en el Metropolitan Museum of Art

Fue uno de esos hombres
incapaces de matar a una mosca...
Muchas moscas viven ahora
y él no.
No fue patrón mío, prefería
los graneros repletos; yo, la batalla.
Presagiaban matanza mis rugidos.
Y sin embargo ahora estamos juntos,
en el mismo museo.
Tampoco veo los grupos caprichosos
de niños admirados
que aprenden la lección del olvido
multicultural, sic transit
y etcétera.

Veo el templo donde nací
o me levantaron, donde fui poderosa,
y más allá el desierto, con sus tumbas
calientes en forma de cono, a decir verdad
y a la distancia, muy semejantes
a orejas de burro,
donde se ocultan mis bromas: piel y huesos
resecos, las barcas de madera
donde los muertos navegan
sin rumbo por toda la eternidad.

¿Qué esperábais oír de dioses
con cabeza de animal?
Y sin embargo, si bien se piensa,
los que inventaron luego, completamente humanos,
tampoco se lucieron.
"Ayúdame, hazme rico
destruye a mi enemigo"
parece ser la pauta en general.
Y también : "Sálvame de la muerte",
a cambio de vuestras ofrendas de sangre
y pan, oraciones y flores,
mucha palabrería.

Tal vez se me escape algo, pero si buscáis
amor altruista, os habéis equivocado de diosa...

Me quedo donde estoy,
hecha de piedra e ilusiones,
que la deidad que mata por placer,
también sane;
que en la última pesadilla aparezca
una leona buena con vendas en la boca
y cuerpo suave de mujer,
y que os limpie la fiebre a lametazos,
que os levante el alma con dulzura, por el cuello,
y os abrace hasta la oscuridad, el paraíso.



La soledad del historiador bélico

Confiese que a usted lo que le alarma
es mi profesión,
motivo por el que pocos me invitan a cenar,
-aunque Dios sabe que me esfuerzo por no dar miedo,
que el corte de mis trajes es sensato
huelo a lavanda, acudo al peluquero,
y no presumo de crines de profeta,
con serpientes y todo, por no alarmar a los más jóvenes.
Si hago girar las órbitas y farfullo a veces,
si me aferro a mi corazón y grito de pavor
como actriz de tercera en escena demente,
lo hago en la intimidad, sin más testigo
que el espejo del cuarto de baño.

Por regla general, estoy de acuerdo:
no deben las mujeres contemplar la guerra,
ni sopesar sus tácticas con ánimo imparcial,
ni evitar la palabra enemigo,
ni ver ambos bandos sin decantarse por uno.
Pero sí deberían marchar por la paz
o repartir blancas plumas como premio al valor; sí deberían
ensartarse en las bayonetas para proteger a los críos
-cuyos cráneos de todos modos serán destrozados-
y ahorcarse de sus propios cabellos
tras ser violadas una y otra vez:
son funciones ésas que inspiran paz y tranquilidad,
como también tranquiliza verlas tejiendo calcetines para los soldados,
subiéndoles la moral,
y llorando a los muertos
(hijos, amantes, etcétera,
todos los niños asesinados).

Sin embargo, ahora diré algo
franco y rotundo, nada amable.
que espero se tome en serio,
La verdad no suele ser bien recibida,
-sobre todo a la hora del almuerzo-
aunque provenga de un profesional tan experto como yo.

Me ocupo del coraje y de las atrocidades
y las contemplo sin condenarlas;
escribo las cosas tal como ocurrieron,
con máxima precisión en los recuerdos,
sin preguntar por qué, ya que casi da igual.
Las guerras ocurren porque sus iniciadores
creen en la victoria.

Dormido, sueño con cierta grandeza
con campos que los vikingos abandonan
para irse a saquear y matar unos meses
al año, como chiquillos que salen de caza
- cargados de esplendor regresan
los que en la vida real fueron labriegos-
y con musulmanes que luchan contra cruzados
y cimitarras que cortan
seda en el aire
haciendo que torres enteras de armadura se desplomen
y es la lucha del fuego contra el hierro
o de lo romántico contra lo banal, como diría algún poeta.

Pero al despertar, más lúcido,
sé bien que no hay monstruos
(a pesar de la propaganda,
ningún monstruo que al final pueda enterrarse;
que si se acaba con uno,
inventarán otro la radio y las circunstancias).
Créanme si les digo que ejércitos enteros rezaron con fervor toda la noche,
y los mataron igual.
Suele vencer la brutalidad
y hay hazañas
fruto de dispositivos y de mecanismos
como el radar.
A veces, como en las Termópilas,
cuenta el valor o tener la razón
aunque a fin de cuentas el victorioso,
por tradición, decide qué es virtud.
Hombres hay que se inmolan
por el bien de los otros, que explotan como granadas
de vísceras: loable, sin duda... Creánme
que también el cólera y las ratas
y las patatas (o su carestía)
ganaron muchas guerras.

De nada sirve (aunque impresione, claro) poner tanta medalla
al pecho de los muertos.
...Las grandes hazañas me deprimen.

Al servicio de la investigación
muchos campos de batalla recorrí
plagados de minas y de huesos,
aún húmedos por la pulpa de cadáveres,
campos que al llegar la primavera reverdecieron
sitios debidamente reseñados...

Tristes ángeles marmóreos guardan como gallinas
los nidos de hierba donde nada se incuba
(ángeles que, según el ángulo de la cámara,
podemos llamar vulgares o implacables)
y en sus portalones aparece mucho la palabra gloria.

De todos esos sitios, lógicamente
(porque soy tan humano como ustedes)
corto siempre una o dos florecillas,
para hacerme un souvenir, prensadas por la Biblia
del hotel que me hospeda.


...Les ruego que no me pidan una declaración,
mis artes son la táctica y la estadística;
sólo diré que por cada año "de paz"
hay cuatrocientos de guerra.

© Margaret Atwood / Traducción de Amparo Arróspide




Backdrop addresses cowboy

Starspangled cowboy
sauntering out of the almost-
silly West, on your face
a porcelain grin,
tugging a papier-mâché cactus
on wheels behind you with a string,

you are innocent as a bathtub
full of bullets.

Your righteous eyes, your laconic
trigger-fingers
people the streets with villains:
as you move, the air in front of you
blossoms with targets

and you leave behind you a heroic
trail of desolation:
beer bottles
slaughtered by the side
of the road, bird-
skulls bleaching in the sunset.

I ought to be watching
from behind a cliff or a cardboard storefront
when the shooting starts, hands clasped
in admiration,
but I am elsewhere.

Then what about me

what about the I
confronting you on that border,
you are always trying to cross?

I am the horizon
you ride towards, the thing you can never lasso

I am also what surrounds you:
my brain
scattered with your
tincans, bones, empty shells,
the litter of your invasions.

I am the space you desecrate
as you pass through.




Morning in the Burned House

 In the burned house I am eating breakfast.
You understand: there is no house, there is no breakfast,
yet here I am.

The spoon which was melted scrapes against 
the bowl which was melted also.
No one else is around.

Where have they gone to, brother and sister,
mother and father? Off along the shore,
perhaps. Their clothes are still on the hangers,

their dishes piled beside the sink,
which is beside the woodstove
with its grate and sooty kettle,

every detail clear,
tin cup and rippled mirror.
The day is bright and songless,

the lake is blue, the forest watchful.
In the east a bank of cloud 
rises up silently like dark bread. 

I can see the swirls in the oilcloth,
I can see the flaws in the glass,
those flares where the sun hits them.

I can’t see my own arms and legs
or know if this is a trap or blessing,
finding myself back here, where everything

in this house has long been over,
kettle and mirror, spoon and bowl,
including my own body,

including the body I had then,
including the body I have now
as I sit at this morning table, alone and happy,

bare child’s feet on the scorched floorboards
(I can almost see)
in my burning clothes, the thin green shorts

and grubby yellow T-shirt
holding my cindery, non-existent,
radiant flesh. Incandescent. 



Helen of Troy Does Countertop Dancing

 The world is full of women
who’d tell me I should be ashamed of myself
if they had the chance. Quit dancing.
Get some self-respect
and a day job.
Right. And minimum wage,
and varicose veins, just standing
in one place for eight hours
behind a glass counter
bundled up to the neck, instead of 
naked as a meat sandwich.
Selling gloves, or something.
Instead of what I do sell.
You have to have talent 
to peddle a thing so nebulous
and without material form.
Exploited, they’d say. Yes, any way
you cut it, but I’ve a choice
of how, and I’ll take the money.

I do give value.
Like preachers, I sell vision,
like perfume ads, desire
or its facsimile. Like jokes
or war, it’s all in the timing.
I sell men back their worse suspicions:
that everything’s for sale,
and piecemeal. They gaze at me and see
a chain-saw murder just before it happens,
when thigh, ass, inkblot, crevice, tit, and nipple
are still connected.
Such hatred leaps in them,
my beery worshippers! That, or a bleary
hopeless love. Seeing the rows of heads 
and upturned eyes, imploring
but ready to snap at my ankles,
I understand floods and earthquakes, and the urge 
to step on ants. I keep the beat,
and dance for them because
they can’t. The music smells like foxes,
crisp as heated metal
searing the nostrils
or humid as August, hazy and languorous
as a looted city the day after,
when all the rape’s been done
already, and the killing,
and the survivors wander around
looking for garbage
to eat, and there’s only a bleak exhaustion.
Speaking of which, it’s the smiling
tires me out the most. 
This, and the pretence
that I can’t hear them.
And I can’t, because I’m after all
a foreigner to them.
The speech here is all warty gutturals,
obvious as a slab of ham,
but I come from the province of the gods
where meanings are lilting and oblique.
I don’t let on to everyone,
but lean close, and I’ll whisper:
My mother was raped by a holy swan.
You believe that? You can take me out to dinner. 
That’s what we tell all the husbands.
There sure are a lot of dangerous birds around.

Not that anyone here
but you would understand.
The rest of them would like to watch me
and feel nothing. Reduce me to components
as in a clock factory or abattoir.
Crush out the mystery.
Wall me up alive
in my own body. 
They’d like to see through me, 
but nothing is more opaque
than absolute transparency.
Look--my feet don’t hit the marble!
Like breath or a balloon, I’m rising,
I hover six inches in the air
in my blazing swan-egg of light.
You think I’m not a goddess?
Try me.
This is a torch song.
Touch me and you’ll burn.



Variation on the Word Sleep

 I would like to watch you sleeping, 
which may not happen.
I would like to watch you, 
sleeping. I would like to sleep 
with you, to enter 
your sleep as its smooth dark wave 
slides over my head

and walk with you through that lucent 
wavering forest of bluegreen leaves 
with its watery sun & three moons 
towards the cave where you must descend, 
towards your worst fear

I would like to give you the silver 
branch, the small white flower, the one 
word that will protect you 
from the grief at the center 
of your dream, from the grief 
at the center. I would like to follow 
you up the long stairway 
again & become
the boat that would row you back
carefully, a flame
in two cupped hands 
to where your body lies 
beside me, and you enter 
it as easily as breathing in

I would like to be the air
that inhabits you for a moment
only. I would like to be that unnoticed
& that necessary.







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