Gonzalo Rojas
Gonzalo Rojas Pizarro (Lebu, Chile 20 de diciembre de 1916 — Santiago, 25 de abril de 2011) fue un poeta y profesor chileno perteneciente a la llamada Generación del 38. Uno de los exponentes más destacados de la poesía hispanoamericana del siglo XX, su obra se enmarca en la tradición continuadora de las vanguardias literarias latinoamericanas. Galardonado, entre otros, con los premios Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 1992, Nacional de Literatura de Chile 1992 y Cervantes 2003.
Hijo del ingeniero de minas Juan Antonio Rojas y de Celia Pizarro, queda huérfano de padre a los cuatro años de edad. En 1926 la madre se muda de Lebu con sus seis hijos a Concepción, donde, gracias a una beca, el futuro poeta estudia en el Seminario Conciliar.
En 1934 abandona el Seminario y viaja a Iquique, donde retoma sus estudios de secundaria en el liceo de la ciudad; colabora en el periódico El Tarapacá. Allí obtiene su primer galardón literario, al recibir un poema suyo el primer premio en Los juegos Florales. Dos años más tarde regresa a Concepción, donde completa el último curso de Humanidades en el Liceo de Hombres. Funda la revista Letras, en cuyas páginas publica el ensayo «Los treinta años de Pablo Neruda».
Ingresa a estudiar Derecho en la Universidad de Chile, en Santiago, en 1937, pero al año siguiente se traslada al Instituto Pedagógico donde inicia sus estudios de literatura. En 1938 se convierte en miembro del grupo surrealista La Mandrágora, del que se alejaría en 1942. Para financiar sus estudios, trabaja algunos años como inspector en el Internado Nacional Barros Arana (1938-1941).
En 1940, el mismo año que muere su madre, conoce a María Mackenzie, una joven de ascendencia escocesa con quien en 1942 decide dejar la capital para ir a vivir a Atacama y con quien contrae matrimonio en 1946. Su primer hijo, Rodrigo Tomás Rojas Mackenzie , nace en Vallenar en 1943.4 En Atacama trabaja primero como maestro, dedicándose más tarde a la alfabetización de los trabajadores. A continuación vive con su familia un breve plazo en Calbuco, en el sur de Chile.
Es jefe de redacción en la revista Antártica de Santiago (1944) y profesor de castellano y filosofía en el Colegio Alemán y en el Liceo Eduardo de la Barra de Valparaíso entre 1946 y 1952, donde participa en la fundación del Instituto Pedagógico. Luego, entre 1952 y 1973, se desempeña como profesor titular en la Universidad de Concepción de las cátedras de Literatura Chilena y Teoría Literaria del Departamento de Español. En 1953 funda las Escuelas de Temporada de dicha casa de estudios y entre 1958 y 1962 organiza los históricos primeros Encuentros de Escritores de Chile y las Escuelas Internacionales de Verano. Después del triunfo de la Reforma Universitaria, en 1968, es elegido para el cargo de vicerrector de Extensión y Comunicaciones.
En 1958 reúne por primera vez en Chile a los escritores del país para dialogar acerca de la situación de la literatura nacional a veinte años de la Generación del 38. El Primer Encuentro de escritores de Chile tiene lugar en el Salón de Honor de la Universidad de Concepción en enero, y el segundo, en junio del mismo año, en la ciudad de Chillán.
En 1960, con el auspicio de la Universidad de Concepción organiza el “Primer Encuentro de Escritores Americanos”, al cual asisten, entre otros, Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti, Ernesto Sábato, Sebastián Salazar Bondy, Jorge Zalamea, Enrique Anderson Imbert, Margarita Aguirre, Nicanor Parra, Luis Oyarzún, Jaime García Terrés, Joaquín Gutiérrez, Carlos Martínez Moreno, Guillermo Sánchez, Fernando Alegría, José Antonio Portuondo, Hugo Lindo, Volodia Teitelboim, Alberto Wagner de Reyna, Ismael Viñas, Jesús Lara,
Luego, en 1962, convoca a escritores, científicos, filósofos, juristas, artistas plásticos, tales como Linus Pauling, Carlos Fuentes, Pablo Neruda, Osvaldo Guayasamín, Oscar Niemeyer, John D. Bernal, Mario Benedetti, Alejo Carpentier, Augusto Roa Bastos, José Miguel Arguedas, Héctor Agosti, Giannpietro Puppi, Thiago de Melo, Benjamín Carrión, Mariano Picón Salas, José Miguel Oviedo, Francesco Flora, Frank Tannenbaum, Jorge Millas, Claribel Alegría, José Bianco, Robert Merton, Miguel Serrano, Anatoli Svorykin, Nobushige Ukai, Robert Ulich, Roberto Torreti, José Ricardo Morales, entre otros. Los debates se centran en los dos temas propuestos por Rojas: “Imagen de América Latina” e “Imagen del hombre actual”. Con posterioridad, algunos escritores de América latina como Carlos Fuentes y José Donoso aventuraron la tesis de que el nacimiento del llamado Boom literario de Latinoamérica hubiera tenido allí su punto de partida.
Gonzalo Rojas y el presidente Salvador Allende
En 1959, reside unos meses en Europa París becado por la Unesco y en París se reencuentra con Hilda May, una joven que había sido su alumna en la Universidad de Concepción que luego llegará a ser su segunda esposa . De este matrimonio nace en 1964 su segundo hijo, Gonzalo Rojas-May Ortiz.5 6 7 Más adelante Hilda May estará a cargo de la selección de las poesías de algunas antologías de Rojas y en 1990 escribe su estudio sobre la obra de Rojas (La poesía de Gonzalo Rojas, Hiperión, Madrid, 1991).
El presidente Salvador Allende lo nombra consejero cultural en China (1970-1972) y encargado de negocios en Cuba (1972-1973). Tras el golpe de 1973 se le anulan sus documentos de identidad y se le prohibe regresar al país, donde es exonerado como profesor de todas las universidades chilenas. El exilio lo lleva primero a la República Democrática Alemana (1974-1975), donde asume una cátedra en la Universidad de Rostock y luego a Venezuela (1975-1980), donde primero trabaja en el Centro Rómulo Gallegos y más tarde ejerce la docencia en la Universidad Simón Bolívar.
Proscrito en Chile de todas las universidades por la dictadura oligárquico-militar, asume tareas académicas en Estados Unidos entre 1980 y 1994, donde se desempeña como profesor visitante en las universidades Columbia, Pittsburgh, Austin, y en la de Chicago (1980-1985), y titular en la Brigham Young University de Provo, Utah. (1985-1994).
Regresa a Chile en 1994, radicándose en la ciudad de Chillán. En 1995 muere allí su segunda esposa, Hilda May, tras una larga enfermedad.
En 2002 es nombrado miembro de honor de la Academia Chilena de la Lengua.
Fallecimiento
Exequias del poeta en el hall central del Museo Nacional de Bellas Artes de Chile.
En septiembre de 2010 contrae una neumonia que compromete su estado general. El 22 de febrero de 2011 Rojas sufre un accidente cerebrovascular, que lo mantiene en estado crítico y con soporte médico las 24 horas del día en su casa de Chillán. El 12 de marzo es trasladado a un centro asistencial de Santiago, donde permanece hasta su fallecimiento, a la edad de 94 años, la madrugada del 25 de abril.
El día de su muerte, el gobierno chileno decreta dos días de duelo oficial.
Sus restos son velados en el Museo de Bellas Artes, donde recibe el masivo homenaje del pueblo de Chile en presencia del Presidente de Chile, Sebastián Piñera, miembros de su gabinete y parlamentarios. Sus restos son despedidos por el Presidente Piñera, por el ex Jefe de Estado Ricardo Lagos, por el poeta colombiano José Manuel Roca en representación de los escritores iberoamericanos, por el poeta Oscar Hahn y por su hijo Rodrigo Tomás.
El 27 de abril su cuerpo es trasladado a la catedral de Chillán. Su funeral, tiene lugar al día siguiente en el Cementerio Municipal de esa ciudad.13 14 15 Sus restos están sepultados en el Paseo de los Artistas, junto a otros reconocidos artistas del lugar como Claudio Arrau, Ramón Vinay, Marta Colvin y Lalo Parra.
Trayectoria literaria
Autor fragmentario, su primer libro, La miseria del hombre (con ilustraciones de Carlos Pedraza), fue publicado en 1948 y dio origen a encontradas opiniones por parte de los críticos; Alone llegó a decir: «Al paso que llevan, las letras nacionales no prometen nada bueno». En cambio, los poetas lo recibieron muy bien; así, Miguel Arteche expresó: «Seguramente no va a gustar a ciertos críticos almibarados, sucios de espíritu. (...) Este es un libro que tiempo hacía no se presentaba en nuestro país» y Gabriela Mistral en carta a Gonzalo Rojas dijo: «Me ha tomado mucho, me ha removido y, a trechos, me deja algo parecido al deslumbramiento de lo muy original, de lo realmente inédito. (...) Lo que sé, a veces, es recibir el relámpago violento de la creación efectiva, de lo genuino, y eso lo he experimentado con su precioso libro».
Pasaron 16 años antes de que publicara su segundo libro, Contra la muerte, en 1964. Rojas expresaría: «Mientras mi primer libro había tenido un grado de audiencia dispar, pero intensa, el segundo tuvo una acogida mayor. Sin presumir, puedo decir que situó mi nombre en América Latina».
En 1977 apareció Oscuro en Venezuela, libro que le dio gran difusión en el continente. Carlos Fuentes diría, al recibir el Premio Rómulo Gallegos de ese año, "Gonzalo Rojas forma parte de "el gran arco lírico" junto a Rubén Darío, Leopoldo Lugones, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, José Gorostiza, César Vallejo, José Lezama Lima y Octavio Paz."
A partir de entonces publicará periódicamente poemarios y antologías, en total más de 50 libros. Su poesía, inicialmente catalogada de expresionista por algunos, recoge, según él mismo ha manifestado, influencias del surrealismo (aunque él no se consideraba surrealista), de los poetas greco-latinos como César Vallejo y de los poetas místicos españoles.
Considerado uno de los más grandes poetas iberoamericanos del siglo XX, fue distinguido con importantes galardones y a lo largo de su vida recibió más de veinte Doctorados Honoris Causa de universidades latinoamericanas, europeas y norteamericanas. Entre los galardones más destacados que le fueran conferidos se encuentra la primera versión del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (1992), cuyo jurado estaba compuesto por Octavio Paz, Álvaro Mutis, José Hierro y Fernando Lázaro Carreter. Ese mismo año recibe el Premio Nacional de Literatura de Chile y en 2003 se anuncia en Madrid que le ha sido otorgado el Premio Miguel de Cervantes de literatura, máximo reconocimiento de la lengua española.
Su poesía está traducida a varios idiomas: alemán, chino, francés, griego, inglés, italiano, japonés, portugués, rumano, ruso, sueco, turco y árabe. Algunos de sus libros han sido ilustrados por pintores como Roberto Matta, Carlos Pedraza, Guillermo Núñez, Víctor Ramírez, Julio Escámez, entre otros.
Obras
La miseria del hombre, Imprenta Roma, Valparaíso, 1948.
Contra la muerte, Editorial Universitaria, Santiago, 1964.
Oscuro, Monte Ávila Editores, Caracas, 1977.
Transtierro, versión antológica: 1936-1978; Taranto, Madrid, 1979.
Antología breve, selección y nota introductoria de Hernán Lavín Cerda; Coordinación de Difusión Cultural, Dirección de Literatura, UNAM, México, 1980 (2009)
Del relámpago, Fondo de Cultura Económica, México, 1981.
50 poemas, Ediciones Ganymedes, Santiago, 1982.
Críptico y otros poemas, Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, México, 1984
El alumbrado, Ediciones Ganymedes, Santiago, 1986.
El alumbrado y otros poemas, Cátedra, Madrid, 1987.
Materia de testamento, Hiperión, Madrid, 1988.
Antología personal, prólogo de Eduardo Vázquez; Premiá, Coordinación de Difusión Cultural, Dirección de Literatura, UNAM, México, 1988.
Schizotext and Other Poems / Esquizotexto y otros poemas, edición bilingüe; Peter Lang Publishing, 1988
Desocupado lector, Hiperión, Madrid, 1990.
Zumbido, Taller Tipográfico Luis Aliart, Barcelona, 1991
Antología de aire, 1991 (selección de textos, Hilda R. May; Fondo de Cultura Económica, Santiago, 1996; Fondo de Cultura Económica USA, 1999)
Las hermosas, poesías de amor, selección de Hilda R. May; Hiperión, Madrid, 1991
Cinco visiones, prólogo de Carmen Ruiz Barrionuevo; Ediciones Universidad de Salamanca, Patrimonio Nacional, Salamanca, 1992
Carta a Huidobro y Morbo y Aura del mal, Talleres Gráficos Star Ibérica, Madrid, 1994
Río Turbio, El Kultrún/Barba de Palo, Valdivia e Hiperión, Madrid, 1996
80 veces nadie, 1997
Obra selecta, selección, prólogo, cronología, bibliografía y variantes, Marcelo Coddou; edición revisada por Gonzalo Rojas; cuidado de la edición, José Ramón Medina; Biblioteca Ayacucho, Caracas / Fondo de Cultura Económica, Santiago, 1997
Tres poemas, prólogo de Marcelo Coddou; Universidad de Playa Ancha Editorial, Valparaíso, 1998
Diálogo con Ovidio, Editorial Aldus, Eldorado, México, 2000.
Metamorfosis de lo mismo, Visor, Madrid, 2000.
Antología poética, UNAM, México, 2000.
Poesía esencial, selección y notas de Pedro Lastra; prólogo de Eugenio Montejo; Editorial Andrés Bello, Barcelona, 2001.
¿Qué se ama cuando se ama?, fotos de Mariana Matthews y Claudio Bertoni; DIBAM, 2000 (Fondo de Cultura Económica, México, 2004)
Réquiem de la mariposa, fotos de Mariana Matthews y Claudio Bertoni; DIBAM, 2001 (Fondo de Cultura Económica, México, 2004)
Hombre es baile, mujer es igualmente baile, 2001
Gonzalo Rojas en breve, selección y prólogo de Floridor Pérez, Editorial Universidad de Santiago, Santiago, 2001
Al silencio, 2002
La palabra placer y otros poemas, 2002
Del ocio sagrado, 2002
No haya corrupción, La Poesía, Señor Hidalgo, Barcelona, 2003
Inconcluso, Universidad de Alcalá, Madrid, 2003
Concierto, antología poética (1935-2003), Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2004
La reniñez. Juego diálogo Rojas-Matta, Matta-Rojas, Tabla Rasa Libros y Ediciones, 2004
La voz de Gonzalo Rojas, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, Madrid, 2004
Poemas selectos', 2004
Del loco amor, 2004
Al silencio, Fondo de Cultura Económica, México, 2004
Mot Doeden = Contra la muerte, Malmö, 2005
XXI por egipcio, 2005
Man Ray hizo la foto, 2005
Las sílabas, 2006
Poesía esencial, 2006
Contra la muerte y otras visiones (antología), Fondo Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2007
Esquizo, 2007
Del agua, 2007 en Santiago
Quien no cumple cien años, UNAM, México, 2008
Qedeshím Qedeshóth, Fondo de Cultura Económica Chile, 2009
Con arrimo y sin arrimo, 2010
Con posterioridad a su muerte han sido publicados:
Íntegra, obra poética completa, edición a cargo de Fabienne Bradu, Fondo de Cultura Económica, México, 2013
Todavía, obra en prosa completa, editada por Fabienne Bradu, Fondo de Cultura Económica, México, 2015
Velocísimo, antología ciudadana, con ilustraciones de Manuela Montero, Catalina Silva, Sol Undurraga, Carla Vaccaro y Daniela Williams; Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile (CNCA), 2016 (descargable gratuita y legalmente desde el CNCA)
Algunos premios y reconocimientos
Premio Concurso SECH 1946, poesía inédita, por La miseria del hombre.
Beca Unesco para escritores, que lo llevó a residir varios meses en Europa (1959).
* Premio Atenea en 1964 por Contra la muerte
Premio Municipal de Literatura de Santiago 1965 por Contra la muerte
Beca Guggenheim (1979)
Beca del DAAD ( Alemania ),
Premio Nacional de Literatura de Chile 1992
Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 1992
Ciudadano Ilustre de Concepción (1993)
Medalla de la Universidad de Valparaíso (1994)
Medalla de Distinción Honorífica de la Universidad de Playa Ancha (1994)
Hijo Ilustre de Valparaíso (1995)
Premio de poesía y ensayo Octavio Paz 1998 (México)
Premio José Hernández 1998 (Argentina)
Premio Cervantes 2003 (España)
Orden al Mérito Docente y Cultural Gabriela Mistral (2009)
De La miseria del hombre, 1948
El sol y la muerte
Como el ciego que llora contra un sol implacable,
me obstino en ver la luz por mis ojos vacíos,
quemados para siempre.
¿De qué me sirve el rayo
que escribe por mi mano? ¿De qué el fuego,
si he perdido mis ojos?
¿De qué me sirve el mundo?
¿De qué me sirve el cuerpo que me obliga a comer,
y a dormir, y a gozar, si todo se reduce
a palpar los placeres en la sombra,
a morder en los pechos y en los labios
las formas de la muerte?
Me parieron dos vientres distintos, fui arrojado
al mundo por dos madres, y en dos fui concebido,
y fue doble el misterio, pero uno solo el fruto
de aquel monstruoso parto.
Hay dos lenguas adentro de mi boca,
hay dos cabezas dentro de mi cráneo:
dos hombres en mi cuerpo sin cesar se devoran,
dos esqueletos luchan por ser una columna.
No tengo otra palabra que mi boca
para hablar de mí mismo,
mi lengua tartamuda
que nombra la mitad de mis visiones
bajo la lucidez
de mi propia tortura, como el ciego que llora
contra un sol implacable.
La eternidad
Sin tener qué decir, pero profundamente
destrozado, mi espíritu vacío
llora su desventura
de ser un soplo negro para las rosas blancas,
de ser un agujero por donde se destruye
la risa del amor, cuyos dos labios
son la mujer y el hombre.
Me duele verlos fuertes y felices
jurarse un paraíso en el pantano
de la noche terrestre,
extasiados de olerse y acecharse
como los muertos, solos.
"Oh amantes: no durmáis hasta la aurora,
hasta que el sol reemplace vuestra furia
y entre por las cortinas a besaros los ojos.
No durmáis, Juventud, que la Vejez
os espía detrás de la ventana
con su cara invisible".
"No durmáis, proseguid
vuestra lucha, templad
sin cesar vuestras arma seductoras
con el tacto insaciable, con la sed
del primer huracán, a sangre y fuego.
No durmáis. Que el furor
os libre de mis manos asesinas".
"Soy vuestra peste. Soy
el que os sopla al oído la verdad de la tierra,
los designios aciagos:
he perdido mi cuerpo, porque yo soy la voz
de los cuerpos perdidos".
"No durmáis, hasta el sol.
No durmáis, mis hermosos amantes. No escuchéis
las olas del abismo".
Todos me ven y me oyen,
todos me temen, todos los que sufren el tiempo
como una pesadilla indescifrable,
y todos me preguntan quién soy, pero es inútil:
mi máscara es la noche.
La poesía es mi lengua
Abro mis labios, y deposito en la atmósfera un torrente de sol,
como un suicida que pone su semilla
en el aire cuando hace estallar sus sesos en el resplandor del laberinto.
Ya sé que el sol de la muerte me está haciendo girar en un eterno proceso
de rotación y traslación llamado falsamente Poesía.
A veces, como hoy, esta aparente confusión me hace reír a carcajadas.
Este torbellino de palabras volcánicas como una erupción,
que son una amenaza para los sacerdotes del soneto y el número.
Pero es un sol innumerable lo que me sale por la boca,
como un vómito de encendido carbón qué me abrasara las ideas y las vísceras.
Estoy perdido para el mundo,
aunque mi reino sean todos los mundos posibles,
porque yo soy el testigo de mi propia creación.
Mi creación es mi pasión. Por eso hago soplar los vientos
para que den testimonio de mis llamas.
Yo estoy en el medio de las pasiones que imitan la ululación de mi cólera,
porque de los apasionados es mi reino.
Cada lágrima derramada con pasión es un grano de arena robado al desierto del vacío.
Cada beso es una llama para el resplandor de los muertos.
Que el tiempo de los encantos es un baile de máscaras,
y nada vale rehuir su hechizo.
Las personas son máscaras; y las acciones juegos de enmascarados.
Los deseos, contribuyen al desarrollo normal de la farsa.
Los hombres denominan toda esta multiplicidad de seres y fenómenos,
y consumen el tesoro de sus días disfrazándose de muertos.
Yo vi el principio de esta especie de reptil y de nube.
Se reunían por la noche en las cavernas.
Dormían juntos para reproducirse.
Todos estaban solos con sus cuerpos desnudos.
En sus sueños volaban como todos los niños,
pero estaban seguros de su vuelo.
He nacido para conducirlos por el paso terrestre.
Soy la luz orgullosa del hombre encadenado.
Soy el torrente que echa a volar la moda y la costumbre,
y me encarno en los hombres de mil naturalezas
porque gusto mostrarme como un monstruo,
para que el hombre entienda cuándo soplan mis vientos.
Yo canto por la lengua de los arrebatados,
los que me identifican con su sangre y su rostro.
Todo hombre vuelve a mí cuando sube a buscar
el origen de su soledad que tanto lo alucina.
Cuando niños, los hombres me dan su corazón.
Después empiezan a podrirse,
y pierden el contacto con su animal sagrado.
El hombre que quería ser Dios, se está muriendo desde el comienzo de sus días.
El guerrero que quiso toda la superficie del planeta,
se está muriendo.
El hombre que soñaba
la conquista del sol, se está cada mañana obscureciendo.
Todo, y todo,
y todo
se está muriendo de sí mismo.
Pero yo soy el viento que sopla sobre el mar del tormento y del gozo.
El que arranca a los moribundos su más bella palabra.
El que ilumina la respiración de los vivientes.
El que aviva el fuego fragmentario de los pasajeros sonámbulos.
Yo soy el viento de su origen
que sopla donde quiere.
Mis alas invisibles
están grabadas en su esqueleto.
En este instante,
todos los hombres están oyendo mi golpe y mi palabra,
pero los dejo en libertad.
La libertad
Todos los que se mueren en este instante no hacen un número siquiera
no hacen una palabra,
pues toda su agonía, dentro de unos minutos, reventará en estiércol,
y toda su ilusión estallará en un sueño putrefacto.
Así mi pensamiento es una sucesión
de estallidos sin causa y sin efecto
como ese coro eterno de murientes llorosos
que luchan por pasar desde el atardecer hasta la aurora,
que muerden en las rocas los restos del placer
con su boca sangrienta. Pobre reino animal
que va a parar al reino mineral de la muerte.
No discuto cuántas son las estrellas inventadas por Dios.
No discuto las partes de las flores.
Pero veo el color de la hermosura,
la pasión de los cuerpos que han perdido sus alas
en el vuelo del vicio.
Entonces se me sube la sangre á la cabeza,
y me digo: ¿Por qué
Dios y no yo? - ¿Por qué yo no he creado el mundo?
¿Por qué he de verlo todo como esclavo?
Yo no quiero dormir. Yo quiero estar despierto
adentro de los ojos de las desesperadas criaturas,
aullando tras las rejas de cada pensamiento,
más allá de las cuales reina la libertad totalmente desnuda,
como una estrella helada para siempre.
No sé para qué sirve toda esa libertad
que se canta y se baila vestido de cadenas.
Me acuerdo de esas blancas prostitutas con quienes he partido la cama
de mi primera juventud.
Todas ellas olían a jardines.
Oh belleza rugiente. Todas ellas
no eran sino una inmensa telaraña. .
Por mis venas discurre la sangre presurosa del animal inútil
que come cuatro veces al día como un puerco,
que me tutea y me deprime
con su palabra ufana,
testimonio evidente de esa parte de mí
que se muere al nacer, como una nube:
lo blando, lo confuso, lo que siempre está fuera
del peligro, el adorno y el encanto.
No beberé. No comeré otra carne
que la luz del peligro.
No morderé otra boca que la boca del fuego.
No saldré de mi cuerpo si no para morirme.
Ya no respiraré para otra cosa
que para estar despierto noche y día.
Descenso a los infiernos
Yo no descanso nunca. Yo no tengo reposo
porque me estoy haciendo y deshaciendo.
Soy la lengua incesante del mar que anuncia el éter y el abismo.
Mi palabra anda en boca de todos los amantes
que descuartizan su alma por los besos
para honrar con su llama la acción de la semilla.
¿Por qué veo a los hombres en catástrofe?
¿Por qué los veo presos
si siempre fueron libres, con las alas cortadas?
¿No soy hijo del hombre? ¿No soy parte del día?
¿No soy sobreviviente de otros ojos vaciados,
ojos que hace mil años se abrieron en el niño
que era mi propio cuerpo?
¿No heredarán mis ojos los hijos de mi canto
hasta hacerse otra vez un niño misterioso
que llorará ante el mar sin poder comprenderlo?
Me paseo furioso,
cortado en dos mitades milenarias,
como el gran mar que tiene dos cabezas erguidas
para mirar arriba y abajo la tormenta.
¿Dónde empieza y termina la pasión de mi cuerpo,
libre de la mentira? ¿Es mi sangre la estrella
del movimiento, sol de doble filo,
en que lo obscuro mata a lo confuso?
Me alimento de sangre.
Por eso estoy hundido,
en esa posición de quien perdió su centro,
la cabeza apoyada en mis rodillas,
como una criatura que vuelve a las entrañas
de millares de madres sucesivas,
buscando en esos bosques las raíces primeras,
mordido por serpientes y pájaros monstruosos,
nadando en la marea del instinto,
buscando lo que soy, como un gusano
doblado para verse.
¿Es la pasión la forma de mi conocimiento?
¿Son mis ojos las manchas
del aire? ¿O es el aire padre de la mentira?
El sol, todo este sol que me desvela al fondo de las últimas formas
con su estallido inexplicable,
me está poniendo ciego de mirar lo perdido.
Yo veo por mis actos mucho más que a través de mis visiones
que mi ceguera es parte de la total videncia,
cuya luz me fascina con sólo obscurecerme
debajo de esos soles ociosos y enredados
que componen los días de este mundo.
Mi obscuridad se sale de madre para ver
toda la relación entre el ser y la nada,
no para hacer saltar el horizonte,
ni para armar los restos de lo que fué unidad,
ni para nada rígido y mortuorio,
sino por ver el método de la iluminación
que es obra de mi llama.
Así vivo en lo hondo de mis cinco sentidos
mil años boca arriba y otros mil boca abajo,
pues necesito entrar a saco en cada cosa,
sembrar allí un volcán y dejarlo crecer
hasta que estalle solo.
Yo no explico las causas como si fueran flores
encima de una mesa llena de comensales,
mientras suena la música.
Oh miseria del hombre,
desde hace miles de años
la mentira es el único cadáver
que contamina el éter de las cosas:
el cadáver sin fin, ese pelo infinito
que aparece en el punta de la lengua.
Ese pelo de muerto que cae de la noche,
nuestro peor cuchillo,
que nos corta los ojos con dulzura.
Me imagino que todos los cobardes
viven de la mentira,
todos esos que buscan
los principios debajo de las piedras,
seres que no son hijos de sus obras
sino esclavos del miedo.
El condenado
Aprovecho mi tiempo descifrando las manchas
de la pared, visión de abortada pintura:
bocas que ven, narices que muerden, sensaciones
vivas bajo la cal, llagas abiertas.
¿Soy yo mismo estampado en este muro,
con mis grandes heridas,
con mis grandes pasiones partidas de alto a bajo,
mis arrugas, mis costras?
Reconozco mis labios en esos agujeros
por donde entran y salen las arañas.
Reconozco mis grandes defectos reunidos
en un solo sepulcro.
Allí están mis errores: mi olfato sin perfume,
mis ojos como huecos, y mis orejas sordas.
Si no hubiera nacido, no sería culpable,
ni me viera en el muro.
¿Soy un hombre clavado en estos metros
de madera y estuco, amortajado?
¿Mas cómo puedo verme si estoy muerto
debajo de estos signos tumultuosos?
¡Oh movimiento libre de las formas,
vivos monstruos sellados en relación confusa
de color y sabor, y lenguas amputadas
para que hable el misterio!
Cavernas, pensamientos carcomidos,
espejos miserables de la ruina del hombre.
Trinidad de los cielos: aquí el vicio,
y el odio, y el orgullo.
Condenado a pan y agua
por descifrar las manchas de este mundo,
veo correr al hombre desde la madre al polvo,
como asqueroso río de comida caliente
que inunda los jardines, los cementerios, todo,
y arrasa con la vida y con la muerte.
La fosa común
I
Cuando comemos rosas de mujer, cuando mordemos
la pulpa de la muerte debajo de su casco envanecido,
olvidamos que somos guerreros, nos dejamos
mecer sobre el cadáver de las ondas turbulentas.
Recostados en ellas, las miramos secarse
de las costillas hacia adentro, reducidas
al vaivén de su costra lamida por los besos.
Si el pensamiento erótico pudiera compararse a una destiladera
con una inmensa panza contuviera todos los vientres más hermosos,
y el reloj de su gota anunciara al difunto y al viviente
la hora eterna y vacía,
ningún varón durmiera sobre rosas, ninguna
mujer lo devorara por labios y caderas.
Mujeres y varones saltarían del lecho,
correrían desnudos por los últimos suburbios huyendo de las llamas.
Echarían abajo las puertas donde yace el color amarillo.
Los herederos de la definitiva raza blanca, con los ojos vaciados,
blandirían convulsos la azada y la picota, arañarían
la tierra con sus manos: los nombres por salvar a sus mujeres
abiertas en el vientre, para guardar a sus esposos y sus hijos
como un depósito perpetuo. Todos arrancarían de las llamas.
Por una vez los muertos enterrarían a sus muertos
y, después de una noche de trabajo angustioso,
todos los cementerios del mundo contendrían la verdad en secreto.
Pero no hay tal. El fuego se convierte en caricia
hasta fijar su estrella en un estanque plácido, sin la terrible gota
capaz de iluminar a los amantes trastornados.
Es mejor que ellos duerman, convencidos
de su aparente laxitud, que nunca sepan nada de la muerte.
Porque ella viene sola, sin que nadie la llame. Es la gota perdida
por las bellas mujeres que nos rozan la nariz con su encanto
en las fúlgidas calles donde todo es ganarse la vida a puntapiés.
Blanda gota sangrienta que alimenta al difunto y al viviente,
y consume a los otros animales, y envenena a las flores.
¿A qué mentirnos con la llama del perfume, con la noche moderna
de los cinematógrafos, antesalas terrestres del sepulcro?
Pongamos, desde hoy, el instrumento en nuestras manos.
Abramos, con paciencia, nuestro nido para que nadie nos arroje con lástima al reposo.
Cavemos, cada tarde, el agujero, después de haber ganado nuestro pan.
En esa entraña, hay hueco para todos: los pobres y los ricos,
porque en la tierra hay un regalo para todos:
los débiles, los fuertes, las madres, las rameras.
Caen de bruces. Caen de cabeza o sentados.
Por donde más les pesa su persona, todos caen y caen,
Aunque el cajón sea lustroso y de cristal. Aunque las tablas
sin cepillar parezcan una cáscara rota con la semilla reventada.
Todos caen, y caen, y van perdiendo el bulto en su caída,
hasta que son la tierra milenaria y primorosa.
Todo es parte de un día para que el hombre vuelva a su morada.
Así pasamos rápida nuestra vida, ensayando
la forma de dormir, a cubierto del hombre
que hace el crimen y mata, porque quiere dormir como nosotros
metido entre las sábanas y los besos felices,
con todo su egoísmo, y su cuerpo de puerco.
¿Cuántos años dormimos para vivir mil días de tormento
representando el rostro de una máscara virtuosa,
corriendo, defecando, mintiendo, temerosos y temidos?
-No es extraño que el hombre duerma una eternidad
si sólo el sueño pudo librarlo, media vida, de la farsa.
II
Aquí cae mi pueblo. A esta olla podrida de la fosa
común. Aquí es salitre el rostro de mi pueblo.
Aquí es carbón el pelo de las mujeres de mi pueblo,
que tenían cien hijos, y que nunca abortaban como las meretrices
de los salones refinados, en que se compra la belleza.
Aquí duermen los ángeles de las mujeres que parían
todos los años. Aquí, late el corazón de mis hermanos.
Mi madre duerme aquí, besada por mi padre.
Aquí duerme el origen de nuestra dignidad:
lo real, lo concreto, la libertad y la justicia.
Yo soy un animal de presa, porque sangro por los ojos
cuándo pierdo un instante de comerme la vida a dentelladas.
Cuando pierdo mi tiempo en las palabras que designan a las cosas.
Buscándolas, me pierdo. Se va el sol. La tiniebla es mi mortaja.
¿Qué varón puede serlo si no es un animal de presa?
Una fosa común es una cosa que se hace de fuego.
He visto sepulturas millonarias donde todo es de mármol.
Pasiones descompuestas. Carne fétida, guardada
como manjares llenos de moscas. Desperdicios
que se pudren debajo de las doradas letras.
Barro. Fuego. Centella. Cosa viva.
Fosa común, abierta para el hombre que cae
a otra vida inmediata donde no hay la pobreza
sino el trabajo que se vuelve roca,
para que un día labren sobre su rostro el fuego.
Yo comparo el amor a la fosa común,
en que todo es quemarse para encender la tierra.
Los hijos de los hombres son las únicas lámparas,
porque en esta carrera sin fin de las edades
sólo vale el que sabe quemarse. Sólo es hombre
quien recibe su fuego, y parte velozmente
por la pista a entregarlo a otras manos seguras.
Carta del suicida
Juro que esta mujer me ha partido los sesos,
porque ella sale y entra como una bala loca,
y abre mis parietales, y nunca cicatriza,
así sople el verano o el invierno,
así viva feliz sentado sobre el triunfo
y el estómago lleno, como un cóndor saciado,
así padezca el látigo del hambre, así me acueste
o me levante, y me hunda de cabeza en el día
como una piedra bajo la corriente cambiante,
así toque mi cítara para engañarme, así
se abra una puerta y entren diez mujeres desnudas,
marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen
unas sobre otras hasta consumirse,
juro que ella perdura, porque ella sale y entra
como una bala loca,
me sigue adonde voy y me sirve de hada,
me besa con lujuria
tratando de escaparse de la muerte,
y, cuando caigo al sueño, se hospeda en mi columna
vertebral, y me grita pidiéndome socorro,
me arrebata a los cielos, como un cóndor sin madre
empollado en la muerte.
De Contra la muerte, 1964.
Al silencio
Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes,
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.
Los niños
-Entre una y otra sábana o, aún más rápido que eso, en un mordisco,
nos hicieron desnudos y saltamos al aire ya feamente viejos,
sin alas, con la arruga de la tierra.
Una vez el azar se llamó Jorge Cáceres
Una vez el azar se llamó Jorge Cáceres
y erró veinticinco años por la tierra,
tuvo dos ojos lúcidos y una oscura mirada,
y dos veloces pies, y una sabiduría,
pero anduvo tan lejos, tan libremente lejos
que nadie vio su rostro.
Pudo ser un volcán, pero fue Jorge Cáceres
esta médula viva,
esta prisa, esta gracia, esta llama preciosa,
este animal purísimo que corrió por sus venas
cortos días, que entraron y salieron de golpe
desde su corazón, al llegar al oasis
de la asfixia.
Ahora está en la luz y en la velocidad
y su alma es una mosca que zumba en las orejas
de los recién nacidos:
-¿Por qué lloráis? Vivid.
Respirad vuestro oxígeno.
Orompello
Que no se diga que amé las nubes de Concepción, que estuve aquí esta década
turbia, en el Bío-Bío de los lagartos venenosos,
como en mi propia casa. Esto no era mi casa. Volví
a los peñascos sucios de Orompello en castigo, después de haberle dado
toda la vuelta al mundo.
Orompello es el año veintiséis de los tercos adoquines y el coche de caballos
cuando mi pobre madre qué nos dará mañana al desayuno,
y pasado mañana, cuando las doce bocas, porque no, no es posible
que estos niños sin padre.
Orompello. Orompello.
El viaje mismo es un absurdo. El colmo es alguien
que se pega a su musgo de Concepción al sur de las estrellas.
Costumbre de ser niño, o esto va a reventar con calle y todo,
con recuerdos y nubes que no amé.
Pesadilla de esperar
por si veo a mi infancia de repente.
La palabra
Un aire, un aire, un aire,
un aire,
un aire nuevo:
no para respirarlo
sino para vivirlo.
Los amantes
París, y esto es un día del 59 en el aire.
Por lo visto es el mismo día radiante desde entonces.
La primavera sabe lo que hace con sus besos. Todavía te busco
en ese taxi urgente, y el gentío. Está escrito que esta noche
dormiré con tu cuerpo largamente, y el tren interminable.
París, y éste es el fósforo de la maravilla violenta.
Todo es en el relámpago y ardemos sin parar desde el principio
en el hartazgo. Amémonos estos pobres minutos.
De trenes y más trenes y de aviones errantes nos cosieron los dioses,
y de barcos y barcos, esta red que nos une en lo terrestre.
París, y esto el oleaje de la eternidad de repente.
Allí nos despedimos para seguir volando. No te olvides
de escribirme. La pérdida de esta piel, de estas manos,
y esas ruedas terribles que te llevan tan lejos en la noche,
y este mundo que se abre debajo de nosotros para seguir naciendo.
París, y vamos juntos en el remolino gozoso
de esto que nace y nace con la revolución de cada día.
A tus pétalos altos encomiendo la estrella del que viene en los meses de tu sangre,
y te dejo dormir en la sábana. Pongo mi mano en la hermosura
de tu preñez, y toco claramente el origen.
Por Vallejo
Ya todo estaba escrito cuando Vallejo dijo: -Todavía.
Y le arrancó esta pluma al viejo cóndor
del énfasis. El tiempo es todavía,
la rosa es todavía y aunque pase el verano, y las estrellas
de todos los veranos, el hombre es todavía.
Nada pasó. Pero alguien que se llamaba César en peruano
y en piedra más que piedra, dio en la cumbre
del oxígeno hermoso. Las raíces
lo siguieron sangrientas cada día más lúcido. Lo fueron
secando, y ni París pudo salvarle el hueso ni el martirio.
Ninguno fue tan hondo por las médulas vivas del origen
ni nos habló en la música que decimos América
porque éste únicamente sacó el ser de la piedra más oscura
cuando nos vio la suerte debajo de las olas
en el vacío de la mano.
Cada cual su Vallejo doloroso y gozoso.
No en París
donde lloré por su alma, no en la nube violenta
que me dio a diez mil metros la certeza terrestre de su rostro
sobre la nieve libre, sino en esto
de respirar la espina mortal, estoy seguro
del que baja y me dice: -Todavía.
De Oscuro, 1977.
El sol, el sol, la muerte
Como el ciego que llora contra un sol implacable
me obstino en ver la luz por mis ojos vacíos
quemados para siempre.
De qué me sirve el rayo
que escribe por mi mano, de qué el fuego,
lo
hondo
de lo hondo,
¿de qué el mundo?
¿De qué el cuerpo, este cuerpo que me obliga a comer,
a dormir, a gozar, a me desperar,
a palpar los placeres en la sombra
de la sombra?
1940
La eternidad
Sin tener qué decir, pero profundamente
destrozado, mi espíritu vacío
llora su desventura
de ser un soplo negro para las rosas blancas,
de ser un agujero por donde se destruye
la risa del amor, cuyos dos labios
son la mujer y el hombre.
Me duele verlos fuertes y felices
jurarse un paraíso en el pantano
de la noche terrestre,
extasiados de olerse y acecharse
tigremente en lo inmóvil:
-Piedad, estrellas,
por los párpados de éstos que no alcanzan a ver
el extrasol del Otro Juego, piedad por el cuándo
y el dónde de estos mortales, por la piel de esta espuma
aciaga, piedad, ley de los remolinos.
1943
Conjuro
1. Espíritu del caballo que sangra es lo que oigo ahora entre el galope
del automóvil y el relincho, pasado el puente
de los tablones amenazantes: agua, agua,
lúgubre agua
de nadie: las tres
en lo alto de la torre de ninguna iglesia, y abajo
el río que me llama: Lebu, Lebu
muerto de mi muerte;
niño, mi niño,
¿y esto
soy yo por último en la velocidad
equívoca de unas ruedas, madre, de una calle
más del mundo?
2. La pregunta es otra, la pregunta verde es otra
de los árboles, no este ruido
de cloaca hueca y capital, humo
de pulmones venenosos, la pregunta es cuándo,
la diastólica arteria, la urgentísima es cuándo y
cuándo, alazán
que sangras de mí, desprendido
del sonido
del límite
del Tiempo:
¿cuándo,
hueso flexible; cuándo, carbón
sudoroso, límpido
del minero padre?
Pétalos
del aroma pobre, ¿cuándo?
3. Parpadeante rito de semáforos aciagos para el sacrificio
mayor, uno piensa
líquidamente como la sangre,
rojamente piensa uno
lo poco que piensa, del trabajo al trabajo, de un aceite
a otro quemado, abre
la puerta instantánea,
huele
de lejos los jazmines.
4. La alambrada huele de la costa aullante, la oreja
de lejos, de la mutilación, es lo que oye uno,
la nieve
manchada que solloza, eso es lo que mira uno de tanta patria
diáfana, de tantas aves azules en el arcancielo
de Huidobro rey, de tanta cítara tensa
y libre como las cumbres y las olas, cuando Dios
moraba entre nosotros antes:
ésa es la pérdida de uno,
y el aire es una lágrima sobre Valparaíso.
5. Espíritu del caballo que, sangra, ese uno soy yo
el adivino; ese yo es nadie:
la pregunta es otra contra los vidrios esta noche
en este cráter desde donde hablo
solo como loco,
la pregunta es quién para que Alguien
venga, si viene,
cambie, si cambia, para que de una vez
el viento...
6. Hambre es la fosa, hasta
la respiración es hambre, hasta
el amor es hambre;
nace uno
donde puede, a cada instante, encima del lomo
de cualquier cruce veloz, y pregunta;
7. por hambre pregunta uno, por volver
a volver, ¿a dónde?,
Tierra
que vuelas en tu huso, ¿a dónde?,
perdición y traslación, ciega serpiente, hija
de las llamas, ¿a dónde?;
8. porque yendo-viniendo se aparta uno de todo,
se aparta a su pensamiento de hambre
como el silencio a su música
tras las alambradas, no puede más con su suerte;
como el cuchillo a su cuchillo se aparta,
9. y escribe, escribe con él, lo invisible escribe, lo que le dictan
los dioses
a punto de estallar escribe, la hermosura,
la figura de la Eternidad
en la tormenta.
Aleph, Aleph
¿Qué veo en esta mesa: tigres, Borges, tijeras, mariposas
que no volaron nunca, huesos
que no movieron esta mano, venas
vacías, tabla insondable?
Ceguera veo, espectáculo
de locura veo, cosas que hablan solas
por hablar, por precipitarse
hacia la exigüidad de esta especie
de beso que las aproxima, tu cara veo.
Pareja humana
Hartazgo y orgasmo son dos pétalos en español de un mismo lirio tronchado
cuando piel y vértebras, olfato y frenesí tristemente tiritan
en su blancura última, dos pétalos de nieve
y lava, dos espléndidos cuerpos deseosos
y cautelosos, asustados por el asombro, ligeramente heridos
en la luz sanguinaria de los desnudos:
un volcán
que empieza lentamente a hundirse.
Así el amor en el flujo espontáneo de unas venas
encendidas por el hambre de no morir, así la muerte:
la eternidad así del beso, el instante
concupiscente, la puerta de los locos,
así el así de todo después del paraíso:
-Dios,
ábrenos de una vez.
Monólogo del fanático
Por mis venas discurre la sangre presurosa del animal inútil
que come cuatro veces al día como un puerco,
que me tutea y me deprime
con su palabra ufana,
testimonio evidente de esa parte de mí
que se muere al nacer, como una nube;
lo blando, lo confuso, lo que siempre está fuera
del peligro, el adorno y el encanto.
No beberé. No comeré otra carne
que la luz del peligro.
No morderé otra boca que la boca del fuego.
No saldré de mi cuerpo si no para morirme.
Ya no respiraré para otra cosa
que para estar despierto noche y día.
1940
Puerto perdido
Todo es estrecho y hondo
en este suelo ingrávido, las flores
crecen sobre cuchillos, boca abajo en la arena
puede oírse un volcán; cuando la lluvia
la moja, se despeja
la incógnita, aparece
una silla fantástica en el cielo,
y allí sentado el Dios de los relámpagos
como un monte de nieve envejecido.
Todo es estrecho y hondo, las personas
no dejan huellas porque el viento
las arroja a su norte y su vacío,
de manera
que de improviso
yo salgo a mi balcón y ya no veo a nadie,
no veo casas ni mujeres rubias,
han desaparecido los jardines,
todo es arena invulnerable, todo
era ilusión, no hubo
sobre esta orilla del planeta nadie
antes que el viento.
Entonces corro hasta las olas, me hundo
en su beso, los pájaros
hacen un sol encima de mi frente,
entonces tomo posesión del aire
y de las rocas temporales
en el nombre del viento, las estrellas azules,
Valparaíso, el viento.
1944
De Transtierro (versión antológica: 1936 - 1978), 1979
Papiro mortuorio
Que no pasen por nada los parientes, párenlos
con sus crisantemos y sus lágrimas
y aquellos acordeones para la fiesta
del incienso; nadie
es el juego sino uno, este mismo uno
que anduvimos tanto por error
de un lado a otro, por error: nadie
sino el uno que yace aquí, este mismo uno.
Cuesta volver a lo líquido del pensamiento
original, desnudarnos como cantando
de la airosa piel que fuimos con hueso y todo desde
lo alto del cráneo al último
de nuestros pasos, tamaña especie
pavorosa, y eso que algo
aprendimos de las piedras por el atajó
del callamiento.
A bajar, entonces, áspera mía ánima, con la dignidad
de ellas, a lo gozoso
del fruto que se cierra en la turquesa de otra luz
para entrar al fundamento, a sudar
más allá del sudario la sangre fresca del que duerme
por mí como si yo no fuera ése,
ni tú fueras ése, ni interminablemente nadie fuera ése,
porque no hay juego sino uno y éste es el uno:
el que se cierra ahí, pálidos los pétalos
de la germinación y el agua suena al fondo
ciega y ciega, llamándonos.
Fuera con lo fúnebre; liturgia
parca para este rey que fuimos, tan
oceánicos y libérrimos; quemen hojas
de violetas silvestres, vístanme con un saco
de harina o de cebada, los pies desnudos
para la desnudez
última; nada de cartas
a la parentela atroz, nada de informes
a la justicia; por favor tierra,
únicamente tierra, a ver si volamos.
Imago con gemido
1
Demasiado pétalo en el ruido, pintarrajeada
apariencia espacial, turbosílabas
que no alcanzarán el acorde
original de las nubes, por mucho
que me corte esta oreja y le diga a mi oreja: -Cállate,
oreja, hay que oír
con el ojo, pensar
pensamiento con la otra física
píneal, libre de lo salobre
del sentido, no andar huyendo de mi Dios, ser
uno mismo mi Dios, hablar con Él
despacito;
2
iban,
no sé, irían
a dar las tres en el aire
3
cuando Él llamó a Pedro y vino Pedro
por esa puerta, se sentó
en mi silla, escribió
en arameo, siguió escribiendo
por mí
llorando.
Urgente a Octavio Paz
77 es el número de la germinación de la otra
Palabra, en lo efímero
de la vuelta
mortal
con tanto Octavio todavía
por aprender del aire, con tanta ceiba
libre que uno pudiera ser, si uno pudiera
ser ceiba en la tormenta con exilio
y todo en la germinación del número
de esta América de sangre con ventisquero
y trópico y grandes ríos
de diamante, sin más tinta
que esta respiración para escribir tu nombre más allá de las nubes
de México ciego hasta cómo decirlo
el otro México que somos todos cuando la aorta
del amanecer abre ritual el ritmo de las violetas
carnales de la Poesía, las muchachas de bronce que marchaban airosas al sacrificio
desnudas al matadero por nosotros antes de parirnos
altas en su doncellez hacia lo alto de los cóndores
desde donde jugarnos mientras caemos página
tras página en este juego de adivinos
del siempre y el nunca de las estrellas y tú te llamas por ejemplo
77 ángeles corno Blake y yo mismo me llamo
77 especies de leopardos voladores porque es justo que el aire
vuelva al aire del pensamiento y no muramos
de muerte y esto sea el principio Octavio
de otro principio y otro, y además no vinimos
aquí a esto.
Playa con andróginos
A él se le salía la muchacha y a la muchacha él
por la piel espontánea, y era poderoso
ver cuatro en la figura de estos dos
que se besaban sobre la arena; vicioso
era lo viscoso o al revés; la escena
iba de la playa a las nubes.
¿Qué después
pasó; quién
entró en quién?; ¿hubo sábana
con la mancha de ella y él
fue la presa?
¿O atados a la deidad
del goce ríen ahí
no más su relincho de vivir, la adolescencia
de su fragancia?
Diáspora 60
A sangre, B costumbre, C decisión
y así más allá de Z,
zumbido
mental del fósforo,
cráneo
cráter, carácter,
acostémonos,
riámonos desnudos, mordámonos
hasta el amanecer, M con U
mujer en latín de Roma, mulier,
geniúvo de lascivia mulieris
interminable, olor
a ti, a tú, a también tierra
del principio con lava
de beso, con
una muchacha que se abría para ser
dos, para
vertiente ser tres; ese, Dios mío único, juego
donde alguien
escribe una carta a quién y se llora,
siempre se llora porque por último
no hay peor cuchillo que el ahí;
baleado han
mi corazón, olido
he lo purpúreo, me llamo
martillo, ¿y tú, tabla? ¿Y tú,
niñez de los niños, qué andas en esto
haciendo despavorida tan
tarde?, ¿y tú, mariposa,
la translúcida?
De eso íbamos a subir por la cuesta, a hablar
cuando llovió largo el 73 un año
sucio, agujero
sangriento el sol; comimos
caballo muerto, casi
super flumina Babylonis, illic sedimus
et flevimus, un cuchillo
por cítara, un cóndor
por arcángel, la asfixia
o el vinagre de los locos, canten
ahora el venceremos, ¿y entonces,
estrellas, qué?; música,
más y más música, disparen
a los párpados;
al principio
caíamos de bruces, acarreábamos
esas piedras grandes, de una aurora
a otra.
Pausado va el ojo olfateando
el horror, riendo, cómo
has crecido hijo; de costumbre
se hace la podredumbre, de tanto
mirar para paralizar, cómo
de Pekín a Berlín la rotación
contra la traslación
porque eso
es lo único que me llamo: viejoven
el que juega a la muervida, luz
propia el Mundo.
Seis veces diez,
60 qué
de aire y fantasma de aire, esto
que íbamos a escribir y
no escribimos, ni
respiramos, ni
nariz de nada;
¿el metro
de medir muerte era entonces lo Absoluto
que come uno por ahí entre
arrogancia y libertad de pie en la tabla
intrépida de los veloces?;
¿cuáles veloces,
cuáles días de cuáles
seis veces diez viéndose a fondo en el espejo?
De Del relámpago, 1981
Para órgano
Tan bien que estaba entrando en la escritura de mi Dios
esta mano, el telar secreto, y yo dejándola
ir, dejándola
sin más que urdiera el punto del ritmo, que tocara y tocara
el cielo en su música como cuando las nubes huyen solas
en su impulso abierto arriba, de, un sur
a otro, porque todo es sur en el mundo, las estrellas
que no vemos y las que vemos, fascinación
y cerrazón, dalia y más dalia
de tinta.
Tan bien que iba el ejercicio para que durara, los huesecillos
móviles, tensa
la tensión, segura
la partitura de la videncia como cuando uno
nace y está todo ahí, de encantamiento
en encantamiento, recién armado
el juego, y es cosa
de correr para verla y olfatearla
fresca a la eternidad en esos metros
de seda y alambre, nuestra pobrecilla
niñez que somos y seremos; hebra
de granizo blanco en los vidrios, Lebu abajo
por el Golfo y la ululación, parco en lo parco
hasta que abra limpio el día.
Tan bien todo que iba, los remos
de la exactitud, el silencio con
su gaviota velocísima, lo simultáneo
de desnacer y de nacer en la maravilla
de la aproximación a la ninguna costa
que soy, cuando cortándose
cortóse la mano en su transparencia de cinco
virtudes áureas, cortóse en ella
el trato de arteria y luz, el ala
cortóse en el vuelo, algún acorde que no sé
de este oficio, algún adónde
de este cuándo.
La piedra
Por culpa de nadie habrá llorado esta piedra.
Habrá dormido en lo aciago
de su madre esta piedra
precipicia por
unimiento cerebral
al ritmo
de donde vino llameada
y apagada, habrá visto
lo no visto con
los otros ojos de la música, y
así, con mansedumbre, acostándose
en la fragilidad de lo informe, seca
la opaca, habráse anoche sin
ruido de albatros contra la cerrazón
ido.
Vacilado no habrá por esta decisión
de la imperfección de su figura que por oscura no vio nunca nadie
porque nadie las ve nunca a esas piedras que son de nadie
en la excrecencia de una opacidad
que más bien las enfría ahí al tacto como nubes
neutras, amorfas, sin lo airoso
del mármol ni lo lujoso
de la turquesa, ¡tan ambiguas
si se quiere pero por eso mismngfe3082, vacilado no; habrá salido
por demás intacta con su traza ferruginosa
y celestial, le habrá a lo sumo dicho al árbol: -Adiós
árbol que me diste sombra; al río: -Adiós
río que hablaste por mí-, lluvia, adiós,
que me mojaste. Adiós,
mariposa blanca.
Por culpa de nadie habrá llorado esta piedra.
Fosa con Paul Celan
A todo esto veo a nadie, pulso el peso
de nadie, oigo pardamente
a nadie la respiración y es nadie
el que me habita, el que
cabeza cortada piensa por mí, cabeza aullada,
meo
por Rimbaud contra el cielo sin heliotropos
ni consentimiento,
de estrellas
que envejecen está hecho el cielo, noche
a noche el cielo, de hilo hilarante
cuya costura pudiera ser a medio volar
la serpiente,
nadie el traje,
el hueso de la adivinación nadie,
me aparto
a mi tabla de irme, salvación
para qué con todo el frío
parado en la galaxia que hace aquí, ciego
relámpago por rey; debiera uno,
si es que debiera uno, llorar.
Torreón del renegado
A esto vine, al Torreón
del Renegado, al cuchillo
ronco de agua que no escribe
en lo libérrimo agua
ni pétalos pero cumbre
escribe y descumbre, nieve aullante, límpidas
allá abajo las piedras.
A esto y nada, que se abre
por obra del vértigo
mortal, a ésta la casa loca del
ser y más ser, a este abismo
donde Hilda pidió al Muerto:
-"Piedad, Muerto, por nosotros que
íbamos errantes, danos éste y no otro
ahí para morar, ésta por
música majestad, y no otra,
para oír al Padre".
Viniera y parárase el Torreón
del Renegado, creciera vivo
en su madera fragante, lo
angulara aéreo todo del muro pétreo
a lo diamantino de la proa
del ventanal, tramara la escalera
nerviosa en el acero de los amantes, besara
el aire la hermosura de dormir ésta
y no otra sección áurea, subiera sola la imaginación,
el agua.
Véolo desde ahora hasta más nunca así al Torreón
-Chillán de Chile arriba- del Renegado con
estrellas, medido en tiempo que arde
y arderá, leña
fresca, relincho
de caballos, y a Hilda
honda que soñó este sueño, hiló
hilandera en el torrente, ató
eso uno que nos une a todos en el agua
de los nacidos y por desnacer, curó
las heridas de lo tumultuoso.
-Paz
es lo que les pido a los alerces que me oyen: paz
por ella en el ahí fantasma.
De lo alto del Nevado de Chillán baja turbulento
El Renegado, que lo amarra a la leyenda.
Prometeo
Los dioses lo olvidaron, las águilas lo olvidaron, él mismo se olvidó.
Kafka
No hubo temblor. Ni se partía el cielo.
De pronto salió el sol por la copa del Árbol.
Pudo verse un instante que el Árbol era un hombre
y que la concurrencia sólo eran sus ideas,
porque no había nadie en la montaña
sino las últimas estrellas
y el aire era una inmensa pesadilla.
De 50 Poemas, 1982.
A unas muchachas que hacen eso en lo oscuro
Bésense en la boca, lésbicas
baudelerianas, árdanse, aliméntense
o no por el tacto rubio de los pelos, largo
a largo el hueso gozoso, vívanse
la una a la otra en la sábana
perversa,
y
áureas y serpientes ríanse
del vicio en el
encantamiento flexible, total
está lloviendo peste por todas partes de una costa
a otra de la Especie, torrencial
el semen ciego en su granizo mortuorio
del Este lúgubre
al Oeste, a juzgar
por el sonido y la furia del
espectáculo.
Así,
equívocas doncellas, húndanse, acéitense
locas de alto a bajo, jueguen
a eso, ábranse al abismo, ciérrense
como dos grandes orquídeas, diástole y sístole
de un mismo espejo.
De ustedes
se dirá que amaron la trizadura.
Nadie va a hablar de belleza.
Aiuleia por la resurrección de Georges Bataille
Pueda ser que Bataille me oiga, Georges
Bataille, el que vio a Dios
el 37 en la vulva
de Mme. Edwarda, medias y
muslos de seda blanca, la noche
del cerezo en el burdel, y escriba
lo que no sé voluptuoso en el lino
del papiro la palabra
que él supo y yo no sé, la
Palabra.
Y así todo sea jueves, el mar
jueves, el oxígeno
para arder, el mismo
hueso propicio, el trapecio
donde uno duerme como en la madre el ocio
hacedor.
A él encomiendo mi hambre por
santo torrencial descarado, a él
mi libertino
liberto de todo, por
vidente y riente
que apostó entero el orgasmo al
desollamiento vertiginoso
de ser en el exceso hombre, a él,
escrito como está en el precipicio el Mundo, pardos los
azules ojos oscuros abiertos.
Almohada de Quevedo
Cerca que véote la mi muerte, cerca que te oigo
por entre las tablas urgentes, que te palpo
y olfatéote con los gallos, cuadernas
y sogas para la embarcación, cerca
nerviosa mía que me aleteas y me andas
desnuda por el seso y
yo ácido
en el ejercicio del reino
que no reiné, feo
como es todo el espectáculo
éste del alambre
al sentido,
la composición
pendular.
Feo que el cuerpo tenga que envejecer
para volar de amanecida con esos trémolos
pavorosos, vaca
la hueca bóveda de zafiro, ¿qué haremos mi
perdedora tan alto
por allá?, ¿otra casa
de palo precioso para morar alerce, mármol
morar, aluminio; o no habrá
ocasión comparable a esta máquina
de dormir y velar limpias las
sábanas, lúcido
el portento?
Tórtola occipital, costumbre de ti, no me duele
que respires de mí, ni me hurtes
el aire: amo tu arrullo;
ni exíjote número ni hora exíjote, tan cerca
como vas y vienes viniendo a mí desde
que nos nacimos obstinados los dos en nuestras dos
niñeces cuya trama es una sola filmación, un
mismo cauterio: tú el vidrio,
la persona yo del espejo.
Parca,
mudanza de marfil.
Para Gonzalo Sobejano.
De El alumbrado, 1986.
Descendimiento de Hernán Barra Salomone
Ahora me vienen con que es el Ñato Barra el que le ha dado un portazo
a todo esto, él tan fino y
veloz como su nariz que se adelantaba a
verlo todo de un tiro como llorando,
como riendo de este abuso
de precauciones impuestas por la servidumbre de
morir; ahora
lo cierra todo y sale. O
más bien se me adelanta unos minutos escasos con un 3
en la mano, ¿a dónde vas con ese 3
peligroso que puede
estallar, a dónde va corriendo ese loco?: ¿olvida
que la república arde, el aire arde, los baleados
allá abajo arden en
la noche?
Hay el hombre que entra y hay el que
sigiloso se va desnacido
de unos días verdes, y es el mismo omnívoro sin embargo,
el mismo que olfateó mujer y en ella Mundo en
comercio con el Hado, ¿cuál Hado?; a un metro siempre
de la incineración, tan apuesto y seguro en su traje hilado
con hebra de mercader, cortado por
la Fortuna, ¿cuál fortuna,
chillanejo perdedor, cuál
fortuna?
Viene uno al mundo por ejemplo en Chillán de donde se deduce que en
Chillán está la fiesta, habrá que lacearlo
con paciencia al animal, con
encantamiento, como se pueda, entre
exceso y
exceso, por sabiduría
y epifanía como dice el guitarrón, para
que aparezcan los dioses
sueltos, ¡el Mercado
estará lleno
de dioses sueltos: mendigos
que vienen de otra costa, músicos ciegos con
caras de santos tirados al sol rodeados
de desperdicios, palomas que
de repente salen solas de adentro del aire!; ellos
hablan con ellas y ven, ¿qué es lo que ven? Tú no
creías,
no creías en los alumbrados, yo
creía.
Qué bueno ahora hablar de esto, qué bueno hablar
de esto ahora entre los dos hasta las orejas como jugando
a hacer Mundo, tú con tu número
en el circo de caballero lastimero, yo
con la pobre máscara de Nadie porque uno es Nadie
si es que es uno, qué bueno
hablar por hablar en el remolino, celebrar el
seso más lozano que hubo, la nariz
gloriosa que estará en el cielo, el barranco
en el medio, ¿me oyes?, ayer no
más me contaron que te quemaron y lloré,
lloré llovizna de ceniza por el poeta pura sangre que fuiste
porque eso fuiste: un poeta pura sangre,
mejor que ninguno, a la
manera de los sentidos desparramados, entre
el zumbido y el ocio, sin
la locura de durar mil años
¡modas que se arrugan!, flaco y
certero y lúcido, con esa gracia
que no tuvo nadie. ¿Quién tuvo esa gracia?
Vamos a ver, ¿quién la tuvo?
Pasa que uno muere, eso pasa, quedan por ahí
hijos, algunas tablas si es que
quedan algunas tablas; arrepiéntete le
dice a uno el cáncer; ¿arrepiéntete de qué? ¡Tú madre
se arrepienta de haber parido miedo! De Rokha
hablaba de átomos desesperados que nos hicieron hombres.
No sé.
Diáfano viene uno.
20 de diciembre
Cualquiera sea la vibración uno es de estiércol y envejece por las puntas, el
responsable es el aroma terso de la piel que no está bien curtida
para un uso glorioso, ¿qué haremos
este diciembre, exactamente este
veinte de diciembre, qué haremos
a las dos de la mañana recién paridos como
estaremos nuevamente llorando
desnudos otra vez cabeza abajo, al alba, hasta la
asfixia sin madre, sin
ni un minuto más que cumplir, sin ni un minuto
más que querer cumplir, Resurrección: qué haremos?
Pablo de Rokha
No habrá pellín comparable, hasta la eternidad
no habrá pellín comparable al Macho Anciano que nos dio el fundamento
del instrumento, sin cuyo furor
lúcido no andan los volcanes, no crecen
portentosos en su turquesa los grandes ríos, nadie
pudiera nunca haber llegado al alumbramiento
con desenfado así diciéndole tú
al peligro; nadie
que no fuera él tocado
por el rayo del
no Dios, ninguno que no fuera su coraje para el abordaje
del vaticinio hasta el estremecimiento soplándonos lo que
ni el ojo vio antes ni la oreja oyó, la inmensidad
de la Herida el 58 con todo lo cruel
de su premonición en lava
líquida: La república
asesinada, en ese cuaderno
de tapas negras que él mismo fue voceando con
su vozarrón por los caminos como una auriga encima
de lo destartalado de un carruaje viejo tirado
por cuatro jamelgos yendo y viniendo en la noche
fantasmal por lo polvoriento del polvo; ¡nadie, y
renadie, ni antes ni después, ningún
mortal del aire así tan entero, tan
pellín y hombre, tan unimiento
primordial como nuestro padre violento!
Se nace rokhiano, con amarditamiento y lozanía
se nace rokhiano, sin estridencia, pensando
piedra y dignidad se nace rokhiano comiendo esa pobreza
acomodada que es la pobreza más pobreza
de todas la pobrezas, nadando
mundo, germinando
mujer, hablando
de hombre a hombre con el callamiento, apartado a
la órbita única de ser
sílaba en el Mundo, vertiente. De Rokha
fue vertiente.
Átomo de todos desde el vagido de Los gemidos el
22, mismo al tiempo
que Vallejo el otro apaleado apostó Trilce al
lenguaje lejos
de cuanto aplauso, hasta el velorio de Valladolid 106, desmesura
contra impostura. ¡De él
vinimos! No haya foto de esto. Y nada
de liviandades con el muerto. Si se mató
se mató, nada de Sic transit gloria mundi,
con mortadela o algo así. No amó la gloria.
Desparramó por el suelo el mito
de sus sesos. Latinajo del carajo: -In propria venit
et sui eum non receperunt. Vino a su propia casa
y los suyos no lo recibieron.
"Mardito" o "amarditao" en la jerga de nuestro pueblo es maldito; pero no el maldito verlainiano sino el endemoniado por el propio alcohol estallante de su laberinto.
Microfilm del abismo
¿Qué es el tiempo? Cuando no me lo preguntan lo sé, pero cuando me lo preguntan ya no lo sé.
Agustín de Hipona
Como reír es además de reír purificar
sabiduría, me estoy yendo
desafinado de esta envoltura lujuriosa
de uñas y meses a otro número
del que empiezo a ser parte, un número
dijéramos menos abusivo sin tanta
farsa de inmortalidad, fresco el olor
abstracto a seso velocísimo, exactamente como el del río
cuya figura no es el agua; el engaño
es el agua pero él
no es el agua; lo ilusorio
es la palabra agua. Exactamente
como el río, y
no voy a embotellarme en la vieja física
disparatada con sus trescientos mil
millones de estrellas
irreconciliables descontando las nebulosas que
andan por ahí sin haber
sido nunca, con
lo que cuesta no pensar, lo caro
que se paga. Ayuden
al pobre ciego
a hacer bien el cálculo, ¿cuánto
en minutos, y nada de años-luz, o pétalos
escasos?
Hoyo negro, ¿y a eso llaman constelación
de vivir?, ¿a esa ciencia
del desperdicio?, ¿a ese escurrimiento
de un viernes a las 3 a otro viernes
idéntico colgando
como Dios, del mismo palo? Rosas,
estoy hablando de rosas.
Porque lo irrisorio es el dato crudo, el
pronóstico cruel que uno por consuelo llama instante por
hablar conforme a lo geométrico del ojo
de los egipcios, hipopótamo
cortado por la
línea del agua cuando el animal
saca la cabeza del agua para dar el gran vistazo de
Einstein alrededor y parpadeando
vuelve al fondo.
El alumbrado
Acostumbra el hombre hablar con su cuerpo, ojear
su ojo, orejear diamantino
su oreja, naricear
cartílago adentro el plazo de su
aire, y así ojeando orejeando la
no persona que anda en el crecimiento
de sus días últimos, acostumbra
callar.
A la cerrazón sigue el diálogo con las abejas
para espantar la vejez; las convoca,
las inventa si no están, les dice palabras que no figuran,
las desafía a ser ocio;
ocio para ser, insiste convincente. Las otras
lo miran.
Después viene el párrafo de airear el sepulcro y
recurre a la experiencia limítrofe del cajón. Se mete en el cajón,
cierra bien la tapa de vidrio.
Sueña que tiene 23 y va entrando en la rueda de las encarnaciones.
¿Por qué 23? La aguja de imantar no dice el número.
Sueña que es cuarzo, de un lila casi transparente.
Lo cierto es que llueve. Pensamiento o
liturgia, lo cierto es que llueve. Gaviotas
milenarias de agua amniótica
es lo que llueve. Sale entonces la oreja
de adentro de su oreja, la nariz
de su nariz, el ojo
de su ojo: sale el hombre de su hombre.
Se oye uno en él hablar.
De Materia de testamento, 1988.
La viruta
De unos años a esta parte veo una viruta de luz
a la altura de la fosa izquierda entre la aleta
de la nariz y el ojo, de repente
parece obsesión pero no es obsesión, le hablo
y vuela, por el fulgor
es como un cuchillo. No, no es mariposa, tiene algo
de mariposa pero no es mariposa.
Se instala ahí y duerme, por horas
vibra como cítara, entonces
es cuando recurro al espejo. -A ver, espejo,
le digo, discutamos
esto de la mancha fosfórica. Se ríe el espejo,
me hace un guiño y se ríe el espejo.
Son las privaciones, todo tiene que ver con las privaciones.
Al año de nacer, ya uno quiere irse, la pregunta es adónde
y ahí mismo empieza el juego
de la traslación. Quiero que este ojo sea mano,
patalea uno, pero que no sólo sea mano, que sea aire, eso es
lo que quiero, ser de aire. ¿Cómo el agua
que está en las nubes es de aire?
Así es como se explica la viruta, es que no hay vejez, no
puede haber vejez, venimos llegando.
Donde llegamos, a la hora que sea, venimos llegando.
Cuando lo apostamos todo y lo perdemos venimos llegando.
Al amar, al engendrar venimos llegando, al morir
escalera abajo venimos llegando.
Todo eso sin insistir en la persona, ¿qué es la persona?
¿Quién ha visto a la persona? Claro, hay una cama
y alguien durmió ahí, un poco
de sangre en la ventana, un hoyo
en los vidrios y a un metro, en su letargo, el espejo: el gran espejo
que no tiene reflejo.
Me levanto a las 4
Me levanto a las 4 a ver si todavía hay aire, si hay
piedra con aire, por disciplina carcelaria me enderezo en
dos velocidades, por convicción, de un salto
me enderezo, ¿y saben con quién
me encuentro al abrir la calle? Con Magdalena,
con Magdalena es con lo primero que me encuentro
llorando. -¡Entre!, le digo
no esté usted afuera sacrificada. Ya no hay
siete demonios en su cuerpo.
Me
mira, tal vez
me mira, tal vez me compara
con el Otro, se aparta a su cerrazón, pero esta vez
no se trata de una aparición vestida como la veo en ese
estado de gracia que sale casi desnuda
de sus pies sino de la mismísima hebraica
loca y milenario con el pelo suelto bajo
el disfraz de esa gran gata blanca, blanquísima,
perdida en la noche, malherida
de amor.
Alegato
Buena nueva para los liridas de Chile: me echaron,
me amarraron y me echaron
en una especie de camisa con un número
colorado en la tapa: -Rojas,
ahí va Rojas el Gonzalo por hocicón
y por crestón y fuera de eso por ocioso, por
desafinado.
En cuanto a mí ya no estoy
para nadie. Por eso me echaron.
Porque no estoy para nadie me echaron.
De la república asesinada y de la otra me echaron.
De las antologías me echaron.
De las décadas salobres me echaron. De lo que no pudieron
es del aire.
El señor que aparece de espaldas
El señor que aparece de espaldas no es feliz, ha ido
varias veces a Roma pero no es feliz, ha
meado en Roma y no tiene por qué ocultarlo pero no es feliz, ha desaguado
a lo largo de Asia desde los Urales a Vladivostock pero no es feliz, en
excusados de lujo en África pero no es feliz, encima de los aviones
vía Atenas pero no es feliz, en espacios
más bien reducidos lluviosamente en Londres al lado
de su mujer hermosa pero no es feliz, en las grandes playas de
América precolombina pero no es feliz, con un diccionario etrusco
y otro en alemán desde las tumbas Ming a las pirámides
de Egipto pero no es feliz, pensando en
cómo lo hubiera hecho Cristo pero no es feliz, mirando
arder una casa en Valparaíso pero no es feliz, riendo en New York de
un rascacielo a otro pero no es feliz, girando a
todo lo espléndido y lo mísero de¡ planeta oyendo música en barcos
de Buenos Aires a Veracruz pero no es feliz, discutiendo
por dentro de su costado el origen pero no es feliz, acomodándose
no importa el frío contra la
pared aguantando todas las miradas
de las estrellas pero no es feliz
el señor que aparece de espaldas.
Versión de la descalza
-Desde que me paré y anduve tengo la costumbre de ser dos,
dos muchachas, dos figuraciones,
una exclusivamente blanca con pelo rojo en el sexo, la otra
por nívea exclusivamente blanca.
Nos llamamos Teresa, las dos nos llamamos Teresa
y sin parecernos estrictamente somos una,
nos acostamos y lloramos sin saber que lloramos
y al amanecer del agua de las dos sale una.
Pero no venimos de Lesbos ni hay fisura
psiquiátrica en cuanto al animal del desasimiento
glorioso que somos de tobillo a nuca:
lo que es dos
es dos y nosotras no pasamos de una.
Ahí tienen andariegos nuestros dos pies
fundadores y ensangrentados, moradores de una,
ahí las viejas orejas que igualmente son dos
cuya música alta es asimismo una.
Dicen que soy escandinava, tal vez
sea escandinava, ninguna
posesa así de Dios fuera en Castilla dos
y en la Escandinavia de las estrellas fuera una.
De Desocupado lector, 1990.
Código del obseso
1) Busco un pelo; entre lo innumerable de este Mundo busco un pelo
disperso en la quebrazón, longilíneo
de doncellez correspondiente a grande figura
de muchacha grande, pies
castísimos con uñas pintadas
por el rey, airosos los muslos
de la esbeltez dual, en ascenso
más bien secreto, de pubis
a axila, a cabellera
torrencial tras lo animal del
número ronco de ser, busco un pelo
2) espléndido de mujer
espléndida, clásica,
músico
de tacto preferiblemente intrépido
de Boticelli,
áureo y corrupto de exactitud, castaño
de fulgor, finísimo, de alto a
bajo busco un pelo
3) unigénito, seco de aroma,
entre el aire y el descaro
del aire, ni rey
a remolque de esta invención, ni tamaña concubina
venusina, flaco
y cínico:
-Galaxias
no me quiten el sol. Pajar del cielo:
lo que busco es un pelo.
Tela de Chagall
Entonces para la pintar voy a inventar a una mujer
llamada Ana
de Murcia por lo bíblico
y azafrán del nombre, voy
mariposa de una vez a escribirla
en el aire ciego como habría hecho Borges
de Buenos Aires con aroma
y aceite de Chagall hasta quedar pasado a Chagall
de ver y de intraver por dentro la mariposa
temblorosa, pordiosero
de su lozanía, voy a imantarla
en varias direcciones: 1) hacia el sur
contra el pathos y a favor del distanciamiento, 2)
sin grandes precauciones ligera
hacia las estrellas del Este, 3) terráquea
al Oeste y medieval, esto quiere decir total
y mortal en el encantamiento, 4) al norte
además que es por donde sale Heráclito.
Vestida así no habrá espalda
más hermosa de muchacha, línea
de la nariz, nácar
más traslúcido de piel, ventilada
más aérea para la danza, casta
y libertina como ha de ser la sangre de la mujer
eximia de afeites, amapola
entre los venados velocísimos,
gozosa de parto.
Pintada de sí pueda la invención
gloriosa unirme a sus arterias por hierogamia
de suerte que novilla y Zeus hagan
otra mariposa más verde,
pueda ahora
que es jueves entrar en la figura
otros nueve meses y salir volando de adentro
de su esbeltez, riendo
de ser rey como Borges y crezca
Buenos Aires pese al verano
cruel, y lo arbitrario
de la pérdida sea elegancia, un
sosiego de palomas, y Ana
de Murcia por lo visto exista viniendo
en su vestido blanco de vidrio,
y yo
perdure de ella.
Rock para conjurar el absoluto
Pero me enveneno, comprendo la irrupción
de ese Quien -que no es- doblado
de mí entre el gentío y la estridencia, entre
de New York, entre el tacto
y el olfato de las luces, pero me enveneno
en lo aéreo del cemento, esas Esfinges
de vidrio y aluminio, echadas
serpientemente ahí para empezar el rock y éste es el rock
de Edipo, rey de oficio, cartero
de los dioses, pies
despedazados, calles
y calles, números y
números y encima un saco
de huesos de respiración
de nadie, con 2 orejas, perversa
como es la música del desequilibrio, mitos
que uno ve a la altura de su nariz,
pero me enveneno
y ahí mismo le digo al Dios: -Párate, Dios,
cualquiera sea el nombre de tu figura, Tao
y Trinidad, que esto
acabe y cuanto rascacielo
abstracto o no, y durmamos
de una vez el juego, el Quien
que no es, el viejo relámpago
mortal, el laúd
del ataúd. Pero me enveneno.
Tres rosas amarillas
1) ¿Sabes cómo escribo cuando escribo? Remo
en el aire, cierro
las cortinas del cráneo-mundo, remo
párrafo tras párrafo, repito el número
XXI por egipcio, a ver
si llego ahí cantando, los pies alzados
hacia las estrellas,
2) del aire corto
tres rosas amarillas bellísimas, vibro
en esa transfusión, entro
águila en la mujer, serpiente y águila,
paloma y serpiente por no hablar
de otros animales aéreos que salen de ella: hermosura,
piel, costado, locura,
3) señal
gozosa asiria mía que lloverá
le digo a la sábana
blanca de la página, fijo
que lloverá,
Dios mismo
que lo sabía lo hizo en siete.
Aquí empieza entonces la otra figura del agua.
Desocupado lector
Cumplo con informar a usted que últimamente todo es herida: la muchacha
es herida, el olor
a su hermosura es herida, las grandes aves negras, la inmediatez
de lo real y lo irreal tramados en el fulgor de un mismo espejo
gemidor es herida, el siete, el tres, todo, cualquiera de estos
números de la danza es
herida, la barca
del encantamiento con Maimónides al timón es herida, aquel
diciembre 20 que me cortaron de mi madre es herida, el sol
es herida, Nuestro Señor
sentado ahí entre los mendigos con esa túnica irreconocible por el cauterio del psicoanálisis es herida, el
Quijote
a secas es herida, el ventarrón
abierto del Golfo contra la roca alta es
herida, serpiente
horadante del Principio, mar
y más mar de un lado a otro, Kierkegaard y
más Kierkegaard, taladro
y por añadidura herida; la
preñez en cuanto preñez en la preciosidad de su copa es
herida, el ocio
del viejo río intacto donde duermen inmóviles los mismos peces
velocísimos es
herida, la Poesía
grabada a fuego en los microsurcos de mi cerebro de niño es herida, el hueco
de 1.67 justo en metros de rey es herida, el éxtasis
de estar aquí hablando solo en lo bellísimo de este pensamiento de
nieve es
herida, la evaporación
de la fecha de mármol con el padre adentro
bajo los claveles es
herida, el carrusel
pintarrajeado que fluye y fluye como otro río de polvo y otras
máscaras
que vi en Pekín colgando en la vieja calle de Cha Ta-lá
cuya identidad comercial de 2.500 años de droga y ataúdes rientes
no se discute, es
herida; la cama en fin
que allí compré, con dos espejos para navegar, es herida,
la
perversión
de la palabra nadie que sopla desde las galaxias es herida, el Mundo
antes y después de los Urales es
herida, la hilera
de líneas sin ocurrencia de esta visión
sin resurrección es herida. Cumplo
entonces con informar a usted que últimamente todo es herida.
A Julio Fermoso.
De Antología de aire (Santiago, Fondo de Cultura Económica, 1991)
No hay un viento tan orgulloso de su vuelo
No hay un viento tan orgulloso de su vuelo
como esta neblina volátil
que ahora está cerrando las piedras de la costa,
para que ni las piedras oigan latir su lágrima encerrada.
Oh garganta: libérate en goteantes estrellas:
echa a correr tus llaves a través de los huesos.
Que ruede un sol salado por la costa del día,
por las mejillas de las rocas.
Aparezcan las hebras del sollozo afilado en la espuma.
Niebla: posa tus plumas en la visión vacía
hasta donde las alas físicas de la muerte
abran la tempestad.
Sonámbula, apacienta tus ovejas sin ojos.
Famélica, devora la esencia y la presencia.
Oh peste blanca recostada en la marea.
Oh ánima del suicidio: ¿Quién no ama tus cabellos
perezosos y, al verte, ¿quién no mira su origen?
Neblina de lo idéntico: yo soy eso que soy,
y estoy como un carbón condenado a dormir en mi roca.
Me desvela el espectro de la revelación
debajo de esta blanca telaraña marítima
tejida por la historia de la luz cenicienta:
espina que me impide respirar
debajo de mi lengua.
De: "Retrato de la niebla"
Me divierte la muerte cuando pasa
Me divierte la muerte cuando pasa
en su carroza tan espléndida, seguida
por la tristeza en automóviles de lujo:
se conversa del aire, se despide
al difunto con rosas.
Cada deudo agobiado
halla mejor su vino en el almuerzo.
De: "Revelación del pensamiento".
Si ha de triunfar el fuego sobre la forma fría
Si ha de triunfar el fuego sobre la forma fría,
descifraré a María, hija del fuego;
la elegancia del fuego, el ánimo del fuego,
el esplendor, el éxtasis del fuego.
Fuego que cierta noche fue fauna y flora frágil
entre mis brazos. Fuego corporal y divino.
Animal fabuloso. Sagrado. Desangrado.
Novia. Animal gustado noche a noche, y dormido
dentro de mi animal, también dormido,
hasta verla caer como una estrella.
Como una estrella nueve meses fijos
parada, estremecida, muelle, blanca.
Atada al aire por un hilo.
Por un hilo estelar de fuego arrebatado
a los dioses, a tres mil metros fríos
sobre la línea muerta del Pacífico.
Allí la cordillera estaba viva,
y María era allí la cordillera
de los Andes, y el aire era María.
Y el sol era María, y el placer,
la teoría del conocimiento,
y los volcanes de la poesía.
Mujer de fuego. Visible mujer.
Siempre serás aquel paraje eterno.
La cordillera y el mar, por nacer.
La catástrofe viva del silencio.
Tomad vuestro teléfono
Tomad vuestro teléfono
y preguntad por ella cuando estéis desolados,
cuando estéis totalmente perdidos en la calle
con vuestras venas reventadas, sed sinceros,
decidle la verdad muy al oído.
Llamadla al primer número que miréis en el aire
escrito por la mano del sol que os transfigura,
porque ese sol es ella,
ese sol que no habla,
ese sol que os escucha
a lo largo de un hilo que va de estrella a estrella
descifrando la suerte de la razón, llamadla
hasta que oigáis su risa
que os helará la punta
del ánimo, lo mismo que la primera nieve
que hace temblar de gozo la nariz del suicida.
Esa risa lo es todo:
la puerta que se abre, la alcoba que os deslumbra,
los pezones encima del volcán que os abrasa,
las rodillas que guardan el blanco monumento,
los pelos que amenazan invadir esas cumbres,
su boca deseada, sus orejas
de cítara, sus manos,
el calor de sus ojos, lo perverso
de esta visión palpable del lujo y la lujuria:
esa risa lo es todo.
De: "Pompas fúnebres"
DE RÍO TURBIO, 1996
Asma es amor
A Hilda, mi centaura.
Más que por la A de amor estoy por la A
de asma, y me ahogo
de tu no aire, ábreme
alta mía única anclada ahí, no es bueno
el avión de palo en el que yaces con
vidrio y todo en esas tablas precipicias, adentro
de las que ya no estás, tu esbeltez
ya no está, tus grandes
pies hermosos, tu espinazo
de yegua de Faraón, y es tan difícil
este resuello, tú
me entiendes: asma
es amor.
Carta a Huidobro
1. Poca confianza en el XXI, en todo caso algo pasará,
morirán otra vez los hombres, nacerá alguno
del que nadie sabe, otra física
en materia de soltura hará más próxima la imantación de la Tierra
de suerte que el ojo ganará en prodigio y el viaje mismo será vuelo
mental, no habrá estaciones, con sólo abrir
la llave del verano por ejemplo nos bañaremos
en el sol, las muchachas
perdurarán bellísimas esos nueve meses por obra y gracia
de las galaxias y otros nueve
por añadidura después del parto merced
al crecimiento de los alerces de antes del Mundo, así
las mareas estremecidas bailarán airosas otro
plazo, otro ritmo sanguíneo más fresco, lo que por contradanza hará
que el hombre entre en su humus de una vez y sea
más humilde, más
terrestre.
2. Ah, y otra cosa sin vaticinio, poco a poco envejecerán
las máquinas de la Realidad, no habrá drogas
ni películas míseras ni periódicos arcaicos ni
-disipación y estruendo- mercaderes del aplauso ignominioso, todo eso
envejecerá en la apuesta
de la creación, el ojo
volverá a ser ojo, el tacto
tacto, la nariz
éter de Eternidad en el descubrimiento incesante, el fornicio
nos hará libres, no
pensaremos en inglés como dijo Darío, leeremos
otra vez a los griegos, volverá a hablarse etrusco
en todas las playas del Mundo, a la altura de la cuarta
década se unirán los continentes
de modo que entrará en nosotros la Antártica con toda su fascinación
de mariposa de turquesa, siete trenes
pasarán bajo ella en múltiples direcciones a una velocidad desconocida.
3. Hasta donde alcanzamos a ver Jesucristo no vendrá
en la fecha, pájaros
de aluminio invisible reemplazaran a los aviones, ya al cierre
del XXI prevalecerá lo instantáneo, no seremos
testigos de la mudanza, dormiremos
progenitores en el polvo con nuestras madres
que nos hicieron mortales, desde allí
celebraremos el proyecto de durar, parar el sol,
ser -como los divinos- de repente.
Río turbio
1. La Cerrazón
Amé a una muchacha de vidrio
transparente y bestial este verano, adoré su nariz,
su largo pelo negro hizo estragos
en mi concupiscencia, era, ¿cómo decirlo? Olfato
y piel, toda ella era olfato y piel, la envolvía
una especie de aura histérica en cuanto
era por lo menos dos, la que sollozaba
y la que hablaba sola con los ángeles, el juego
a todas luces era perturbador, llegaba
de la calle con esa hermosura indiscutible de las de 30
que casi lo han vivido todo, del parto
al frenesí, se echaba desnuda
ahí en esa cama las ventanas abiertas
al mar, lo que más le gustaba era el mar.
El caso concreto era la impiedad de su corazón, decía
que el Mundo le importaba una flauta,
y de veras le importaba escasamente una flauta, el epicentro
de su rotación y su traslación era el fornicio, un fornicio
más bien mental. Me decía por ejemplo: -Ahora
voy a volar, y volaba del catre al techo
unos diez metros o algo así como quien nada en el aire
de espaldas, estilo mariposa.
Para decirlo de una vez me consta que volaba
pero sin salir de ella, es decir, saliendo y no saliendo,
todo se hizo difícil, amaba a otro
y yo andaba en la edad de los patriarcas
intacta sin embargo la erección
aunque lisa y llanamente amaba a otro,
por lo menos decía que amaba a otro en el sur. D'accord,
el perdedor es el abismo.
Cada uno ama a su venenosa como puede, yo amé a mi venenosa,
imposible sacarla de mi seso
hasta no sé cuando, viéndola de lejos
hoy viernes pienso en sus pies
hasta dónde llegarán, la línea de su vida es corta
y eso está escrito en el I Ching. Por último
no es que la cerrazón haya entrado en mí, yo entré en la cerrazón.
De los acorralados es el Reino.
2. Martes Trece
A ver qué me gusta de ti? La risa riente
de tu boca y -una vez desnuda- los sobacos
fuera claro de la nariz cuyos cartílagos
datan del Renacimiento, ah y el pelo,
ese negro tuyo pelo que es mi adoración,
que te tapa de norte a sur la espalda
y el fulgor de la morenía, mi
perversión y mi adoración.
Ahí van las cosas entre los dos: imposibles. Hoy
cumples 36, se te ve flaca
pero yo no más conozco por dentro la embarcación, yo y otros.
Pero no hablemos de los náufragos.
Nada entonces de sobrevida. No hay sobrevida,
para qué sirve la sobrevida. Lo terminal
es lo único que está en juego:
la mariposa es terminal, Picasso
es terminal,
Picasso que inventó la mariposa
cuando entró en Jacqueline encima
de los setenta, eso es terminal
y cosa de meses
desde el portento amniótico. ¡Picasso
y su baile! Si es que le dura,
si es que le dura más que la pintura.
Dices que te vas. Bueno, te vas,
hoy mismo en ese avión al sur te vas
tan ligera como viniste. Olvida
este verano. Total fuiste parte
de mi resurrección. Por último
no quedé tieso ahí en ese matadero
del quirófano. Todo
fue tan flexible. Usted
fue feliz. Yo fui feliz. El adiós sangriento fue feliz.
3. Fascinación
No con semen de eyacular sino con semen de escribir
le digo a la paloma: -ábrete, paloma, y
se abre; -recíbeme,
y me recibe, erecto
y pertinaz; ahí mismo volamos
inacabables hasta más allá del Génesis
setenta veces siete, y así
vaciado el sentido: -"Vuestra soy
gime con gemido en su éxtasis, para vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?". Ciego
de su olor, beso entonces un aroma
que no olí en mujer: -"Guárdame
-irrumpo arterial- esta leche de dragón
hasta la Resurrección en la tersura
de tu figura de piel, clítoris
y más clítoris en el frenesí
de la Especie. No haya mortaja
entre nosotros".
A lo que la posesa: -"Ay, cuerpo,
quien fuera eternamente cuerpo, tacto
de ti, liturgia
y lascivia de ti y el beso
corriera como huracán y yo fuera el beso
de mujer para aullarte
loba de mí, Río
Turbio abajo hasta la Antártica, loca
como soy, zumbido del Principio".
De histeria y polvo, amor,
fuimos hechos, uno lee
ocioso en maya, en sánscrito las estrellas: ¡uno!
¿de qué escribe uno? –"Dínoslo
de una vez Teresa de Ávila, Virginia
Woolf, Emily mía
Brontë de un páramo
a otro, Frida mutilada
que andas volando por ahí, ¿de qué
escribe uno?"
Chillán de Chile, a trece de febrero, 1996.
Pacto con Teillier
1. Lo que pasa con el gran lárico es que nació muerto de sed
y no la ha saciado,
ni aun muriéndose la ha saciado, ni aun yéndose
barranco abajo en Valparaíso este lunes, ni aun así
la ha saciado
dipso y mágico hasta el fin entre los últimos
alerces que nos van quedando, -¡yo
también soy alerce y sé lo que digo!-: lo que nos pasa con este Jorge
Teillier es que ha muerto.
2. Y yo aquí sin nadie, vagamundo sin él, en el carrusel
de la Puerta del Sol, vacío
entre el gentío, errando
por error, andando-llorando
como habrá que llorar hombremente en seco -la pena
araucana al fondo- a un metro
del mentidero de Madrid bajando
por la calle del Arenal a la siga de Quevedo
que algo supo de la peripecia
del perdedor, y algo y algo
de las medulas que han gloriosamente ardido.
3. Ay, polvo enamorado, ya este loco habrá
entrado en la eternidad de su alcohol
que era como su niñez, ya habrá bebido
otra vez sangre de cordero bajo la lluvia
a cántaros de Lautaro que fue su reino de rey
por parición y aparición, ya Lihn
le habrá llenado la copa, ya Esenín
le habrá abierto la puerta alta al gran despiadado
de sí mismo. Aquí le dejo
mi pacto que no firmamos a tiempo, la danza
de Isadora le dejo, el beso,
la risa fresca de Mafalda que no está, la
figura
de lo instantáneo de la que
pende el Mundo.
Morbo y aura del mal
He cultivado mi histeria con placer y terror, ahora tengo siempre vértigo, y hoy, 23 de enero de 1862, he padecido una advertencia: he sentido revolotear sobre mí el aire del ala de la imbecilidad. Ch. B.
Del treponema pallidum que hizo estragos en las estrellas -Nietzsche,
Hiperión
y otros pastores del abismo- habrá
diez volúmenes en la ventolera de las lenguas, con
o sin ideogramas, la versión
de los Septuaginta dice producto
del sol, concupiscencia
dice la Vulgata,
lo bueno
agrega por su parte Baudelaire es que al alma no le da sífilis,
al cerebro le da
por comercio directo con la hermosura.
Del cubismo como serpiente
Fondo a fondo nada ha sido escrito aún y el planeta
lleno de ruido habráse estado vaciando
cabeza abajo
generación tras generación,
Apollinaire
por ahí,
Picasso, buzos
sigilosos.
Nariz,
¿qué hicimos?, pie izquierdo
¿dónde fuimos a parar?
-
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