miércoles, 19 de agosto de 2015

JOSÉ PASTOR GONZÁLEZ [16.836]


José Pastor González 

(Granada, 1967). Poeta y narrador.

Ha publicado:

"El ruido de los cuerpos al caer", (Editorial Groenlandia, 2012)
“alguien tiene que limpiar la mierda”. 2013, ediciones RaRo.
"Cuaderno de veredas.  Piedra Papel Libros, 2016


WEB:  http://librosyaguardientes.blogspot.com.es/



Sin palabras

Nos bebimos, nos comimos, nos chupamos,
a cuatro patas en el suelo,
de pie contra la pared, en malas camas,
en pensiones encontradas en el camino,
en playas solitarias,
en casas de conocidos,
en la habitación de tu hotel...
Con drogas, sin ellas,
borrachos, sedientos, felices, sin prisas, a pelo,
a escondidas o a plena luz del día.
Sin preguntas.
Sin promesas.
Sin concesiones,
sin calendario,
sin fronteras.
A muerte.
Como si nos fuera la vida en ello.
Prestándonos sueños, músicas, jugos, caricias y tabaco.
Sexo hasta calarnos los huesos.
Hoy, que las nieves han llegado por estos lares
estos viejos huesos
te echan de menos.






el valor de la metáfora / como el que oye llover

la metáfora tiene la forma de peladuras de patatas
y la utilidad de besos lanzados al aire
la metáfora es el pulso la sangre
el vuelo
de las palabras
es el juego la inventiva la aventura
de lo que no se puede imponer





el valor de los que lo estamos dejando

lo estamos dejando
y cada uno tiene sus trucos
no tener nada de alcohol en casa
evitar la tentación del tercer chupito
no apalancarse en las barras
cambiar con frecuencia de bar
intentar que exista la máxima distancia entre ellos
(pasear siempre ayuda)
tener en cuarentena los alcoholes de alta graduación
saltarse alguna que otra ronda
ser fiel a una bebida
buscarse un hobby que llene las horas dedicadas con anterioridad a los bares
no asistir a bodas comuniones funerales y fiestas navideñas
volverse exigente en lo que se bebe
y alejarse de afiladores soberanos zocos y alcoholes de dudosa destilación
han sido muchos años de trinque
a granel y a destajo
ahora
sin anónimos
intentamos tomárnoslo con más calma
seguimos siendo de tabernas, garitos de rock and roll y bares de carretera
y solo pedimos que los trucos para las resacas algún día nos funcionen
y que la vida sea amable con nosotros




José Pastor González. “alguien tiene que limpiar la mierda”. 2013, ediciones RaRo.




barrer para casa

mi madre
estuvo durante tres años
todos los sábados
limpiando
la casa y el bufete
de un afamado y rico
matrimonio de abogados vallisoletanos
estos
para asegurarse
de la eficacia y honradez de mi madre
escondían
monedas de veinticinco pesetas
como si las hubieran perdido involuntariamente
en rincones inverosímiles
junto a la fotocopiadora, bajo el revistero de la sala de espera,
entre las macetas de la terraza, detrás del televisor...
monedas que mi vieja sólo encontraría si se esmeraba
al barrer, fregar o limpiar el polvo
mi madre
que siempre ha limpiado a conciencia
daba con ellas
y las dejaba
honradamente
en un cenicero
que había en la enorme mesa del salón,
haciendo cuentas
(50 sábados al año por 3 años por veinticinco pesetas)
le deben
tres mil trescientas cincuenta pesetas
y unas disculpas






no hay bandera blanca en mis ojos

hay días en que soy in capaz de deshacer un nudo
incapaz de mantenerme en pie
incapaz de encontrar algo hermoso por lo que sonreír
días en que me daña cualquier palabra
en que me espanta cualquier ruido
en que me duele respirar
en que se me escapan las lágrimas
en que se me cae el cigarro entre los dedos
en que no estoy para nadie
hay días en que puedo escalar sin oxígeno el K2
preparar exquisito sushi para mis amigos
o escribir una canción como Jumpin´ Jack Flash
días en que puedo bailar hasta que salga el sol
y venirme para casa con la chica más guapa de la fiesta
días en que no acepto la derrota
pero no hay término medio
y es jodido vivir en esta montaña rusa
los dioses son caprichosos conmigo
y no me dan respiro
pero yo no me rindo






he ahí la cuestión

esperar o marchar





mientras espero el autobús

un hombre
que para volver
del trabajo a casa
tiene que coger el autobús
y oler
pedos
sobacos
y pies
de desconocidos
es un fracasado






tomando una cerveza un domingo soleado de otoño

estamos resacosos
y todo va como a cámara lenta
pero no hay prisa ninguna
no hay horarios, jefes, peleas
sentados al sol
bebiendo cervezas
hablamos de motos, economía, fútbol, política, música
cada uno con su estilo, manías, aficiones
sin que tenga la mayor importancia
hablando de planes, de viajes, de chicas, de conciertos
cada uno con sus sueños, esperanzas, ilusiones
sin que tengan la menor posibilidad de realizarse
pero aquí estamos
bebiendo con sed
felices
moviéndonos al ritmo del sol
hasta que la sombra llega a todos los rincones de la terraza del bar
y pillamos unos litros
y subimos a casa a hacer arroz con conejo
hay cientos de formas de hacer un buen arroz
sólo es cuestión de tomárselo con calma
y las cervezas ayudan
y la música
y la buena compañía
después del exquisito arroz
un café con un chorrito
unos whiskys
y el fútbol, los planes, la economía, la música, las chicas y las cervezas
y una partida al tute cabrón
para ver quién friega los cacharros
y así pasa la tarde
otro día ganado
mañana será otro día
y toca madrugar
para que el próximo domingo
podamos tomar unas cervezas
por nuestra salud






lecciones de jardinería

nos estáis echando tanta mierda encima
que estáis abonando nuestro odio









de "El ruido de los cuerpos al caer", de José Pastor González.



ESO ERA EL DOLOR

eran noches eternas 
de lluvia, cigarrillos y ansiedad 
noches casi de película de terror, 
noches con los ojos abiertos sin ver nada 
con el frío entrando por todos los lados, 
y cuando volvías a mí 
con la satisfacción en los ojos 
y el alcohol en los labios 
y como una fugitiva 
te metías en la cama 
y decías buenas-noches-cariño, 
sin espantarte todo el miedo 
que llevaba dentro 
yo permanecía insomne 
para no despertarte






no se nace odiando
el odio se enseña
no se nace rabioso
la rabia se aprende

José Pastor González

Escribe David González en el epílogo de El ruido de los cuerpos al caer (Groenlandia, 2012) que a pesar del flagrante intimismo de este poemario, nos sentimos plenamente identificados con esta falta de aire, con este mal de altura, con esta manzana newtoniana (la vida), ya podrida antes de chocar con el suelo.

Después de leer estas líneas podría ahorrarme todas las siguen, porque es imposible resumir de mejor manera la atmósfera que nos regala -o que nos arrebata- con sus libros el poeta José Pastor (1967).

Disculpen mis escasas dotes de sabueso. Me ha sido imposible seguir el rastro de Cuidado con el perro (Ediciones RaRo, 2009), primer poemario de José Pastor. Pero, a cambio, me ha bastado con una lectura canina de El ruido de los cuerpos al caer (Groenlandia, 2012) y de Alguien tiene que limpiar la mierda (Ediciones RaRo, 2013) -poemario que publicó junto a la poeta Rakel Rodríguez- para asumir mi fragilidad de animal invertebrado.
Pastor nos desnuda con sus versos desnudos. Versos carentes de vestiduras que se presentan desguarnecidos ante el lector, un lector que se enfrenta, de este modo, a una realidad sin edulcorantes, sin ánimo de corrección, narrada a través de líneas que se parten, líneas rotas ante nuestros ojos. No hay en sus poemas ni puntuación ni obediencia, no hay reglas ni límites ni artificios. Son poemas para leer cómodamente en tu propio sillón o en una de esas sillas en las que dormitan los clientes de los comedores sociales; al final de la cola del paro o en cualquiera de los descansos del curro; frente a la chimenea en la que quemamos todas las comodidades de nuestro hogar o alrededor de un fuego improvisado sobre el asfalto, o de un cubo de basura que arde. Poemas que saben que nadie debería darnos lecciones de jardinería, que sospechan que entre la basura, como entre las flores, también anida una cierta dignidad. La dignidad del que nunca se resigna.

Y no se resignan. Sus poemas son concisos gladiadores batiéndose en esta irascible lucha de clases y, por eso, les recuerdan a todos los poderosos de la Tierra que ellos tienen (…) la sartén por el mango, / los huevos, el aceite, la sal y fuego / pero yo tengo hambre. Nosotros los hambrientos, los habitantes del mundo virtual. Un mundo que ni existe ni es imaginario. Los que hasta hace bien poco nos conformábamos con llenar el carrito en el super y tomarnos, de vez en cuando, un par de rubias en cualquier tugurio, los mismos que ahora anunciamos sin levantar apenas la voz, con absoluta naturalidad y elegancia: nos estáis echando tanta mierda encima / que estáis abonando nuestro odio.

El poeta les avisa recitándoles su propia experiencia. Por eso, en la pantalla del pecé, ante mis ojos, se confirma el espíritu narrativo de su poesía. La narración da fe, sorbo a sorbo, de la experiencia propia como mera aproximación a la experiencia colectiva, surge de la anécdota personal y se encamina hacia la problemática social. Una poética que nace, sin ambición de perpetuarse más allá del presente, en cualquier parte, porque la armonía puede esconderse en una pintada sin rúbrica plasmada en la pared de un barrio obrero o en los autobuses que, justo a la hora en que el amanecer echa el cierre a los últimos bares, surcan la ciudad camino de las fábricas.

Podría haberme ahorrado estas líneas porque la manzana que besa el suelo ya está podrida y el poeta que escribe lo hace entre la basura. Lejos de las flores. Sin intención de sobrevivir a cualquier precio. Y, pese a todo, en sus palabras se refugia el amor. El amor porque la única manera de combatir esta tristeza / lleva tu nombre. La tristeza que nos abriga. ¿Quién se atreverá a poner fin a la comedia? Quién si viajo sin billete de vuelta para borrarme del mapa / para que sigas tu camino, quién si las calles van muriendo, si la vida no debería parecerse a este paraíso que nos ofrecen.

Uno tras otro, leo los poemas de José Pastor González. Uno tras otro, mientras paseo por versos que abominan de los concursos literarios, mientras asimilo estupefacto que su voz sólo pretende llevarse una bolsa: la de la ropa sucia. Uno tras otro, mientras pienso que nunca deberíamos dejar de mirar hacia arriba, hacia ese lugar inhóspito del que seguirán cayendo nuestros héroes, porque miro al cielo / y maldigo que olvidéis / de donde venís / y quién hace el pan.



Cuaderno de veredas
Piedra Papel Libros, 2016


estas eran nuestras únicas armas

cuando perdimos las lágrimas
fue cuando fuimos
ya para siempre
derrotados




saltad la banca

la lucha más honesta
es la de los que no tienen nada que ganar



EXPLORADORES

exploro tu cuerpo
exploro tus selvas
navego en tus mares
me pierdo en tus laberintos
remonto tus ríos
entro en tus cuevas
descanso en tus riberas
aprendo el nombre de los árboles
de los frutos comestibles
de las estrellas
dibujo tu geografía, tus perfiles, tus pájaros
para que no se olvide
el tiempo de los exploradores
antes de la llegada de los conquistadores




animales extraños

llenamos los vasos de vino
y de palabras el silencio
para achicar todo el vacío que nos separa
todo en vano
llenamos los vasos de vino
y dejamos reposar los posos del recuerdo
en el fondo de la botella
que apuraré
cuando te hayas marchado



*


indomables como
esos gatos viejos, sucios, cegatos
en un rincón
lamiéndose las heridas de siete vidas
ya no parecen nada
a pesar que un día fueron todo
o no fueron nada
viejos, sucios, cegatos
solos
a los que nadie podrá arrebatarles
la belleza de la dignidad
de animales sin dueño





Joaquín Fabrellas reseña “Cuaderno de veredas”, de José Pastor

Segundo trabajo de José Pastor. Tercera entrega de “Caja de formas”, de la audaz PiedraPapel.

Conocí a Jose hace algunos lustros, cuando yo comencé a colaborar con ediciones RaRo de Rakel Rodríguez y esa forma punki y kamikaze de hacer poesía y ediciones, sin importar los beneficios, mirando a la cara a los pasmados de la cosa poética y editorial, cuando ellos decían: no van a durar mucho, y ahí está todavía Rakel con innumerables títulos publicados en su Cabo de Gata.

Pero hay que irse un poco más atrás, a cuando  compartimos un fin de semana donde se mezcló lo más underground de la poesía jiennense-granadina y leímos poemas, relatos, y, más importante, acabamos con toda la cerveza de un pueblo hermosísimo, bello Cástaras donde Jose nos acogió en su seno alpujarreño, en su casa-pensión junto a Carlos, el biólogo que nos introdujo en un mundo de pájaros y especies desconocidos para nosotros en aquella juventud tardía. Nos hablaban de los lejos que quedaban las ciudades, de los infelices de sus habitantes, nosotros que vivíamos en esas ciudades y que habíamos descrito en algunos poemas titubeantes la libertad enclaustrada. Cuando nos tuvimos que marchar un denso manto de nieve nos lo impidió, lo pude ver desde la pequeña ventana de mi habitación que guillotinaba el cielo afuera con un brillo extraño, el de la nieve reflejada en el aire, entre el acero y el oxígeno pesado. Recuerdo el viaje de vuelta con el sabor de la zurrapa todavía en la boca hacia una humilde civilización y ese tabaco de viejo que nos robó a todos un poco la voz porque la poesía es una cosa de voces. Recuerdo de Cástaras el tajo enorme que dividía al pueblo en dos, un corte descomunal, que parece introducirse en la tierra y recordarnos que el acabamiento es eso, el hiato de la naturaleza con vistas a la Contraviesa y más allá el mar, decían,  pero no llegamos a verlo por la nieve. También recuerdo el viaje de vuelta junto al editor Juan Cruz y a Julia Cortés que colabora con el diseño de PiedraPapel actualmente.

Y es que Jose siempre ha tenido aspecto de cantautor y ahora me encuentro con este libro en donde reúne su penúltimo trabajo, con esa forma suya de proceder, dejándose arrastrar por la melodía interna del lenguaje, atento al impacto, con pocos acordes, como Los Ramones, con un  ritmo corto que marca el compás en un escenario donde hay demasiados músicos que a veces olvidan el concierto y solo escriben su nombre bien grande para mayor gloria de ellos mismos, me refiero a esos poetas estrella, encantados de conocerse y que hacen tan áspero este difícil mundo de egos sin mapas con autoestimas muy bajas y poesía de molde. Jose se sale de esos moldes porque nunca ha participado de camarillas:


DESEOS

deseo de ser farero
conocer el lenguaje de los faros
dar visibilidad a la invisibilidad
de la mirada de los náufragos

Poco más que añadir sobre el acierto de este pequeño poema que olvida lo retórico para implicarse en la vivencia y la meditación, porque de eso trata la buena poesía, de la vivencia expresada tras el tamiz del tiempo un pensamiento de forma bella; o como diría nuestro querido Agustín Delgado, la poesía de “vividura”, no la de la vivencia, la de la experiencia dura y expresarlo de forma directa, con esa forma que tenía Delgado, esa forma directa, fauve, como los pintores valientes ante el lienzo, sin dibujo, solo con pinceladas gruesas. Así procede José Pastor.


MANUAL DE ORNITOLOGÍA

Si quieres saber de pájaros
pegunta al espantapájaros



Que me recuerda a la mejor tradición del poeta Lapido en su etapa de 091, ese grupo de culto granadino que vertebró nuestra adolescencia y nos abocó a la práctica de la poesía en una generación que adolecía de la tecnología más inhumana de hoy día. Afortunadamente.

La poesía de Jose Pastor parece la letra de una canción que no ha sido compuesta, que está por componer, pero la poesía es música.

También me recuerda su poesía a la poesía de Aníbal Núñez, ese gran poeta desaparecido hace ya mucho y que Álvaro Valverde ha vuelto a reunir en una antología necesaria, ese criticismo a una sociedad decadente, con unos valores subvertidos como en el poema del salmantino “Confesiones de un agricultor ante la fotografía de su hija haciendo la primera Comunión”.

“Dar voz a lo que no se oye”

Lo que hemos dicho antes, la poesía es cuestión de voces, de música escondida, de vividura, del pie en el bombo, intentar desvelar lo que no tiene voz es difícil pero el poeta tiene esa difícil tarea encomendada en una sociedad sin textos, o con unos textos pautados por los economistas sin risa.

En buena hora Jose, Juan, todos salimos ganando.

Joaquín Fabrellas





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