Fernando de Herrera
(Sevilla, 1534 - 1597) fue un escritor español del Siglo de Oro, conocido especialmente por su obra poética. Fue apodado «el Divino».
Su poesía parte de la herencia petrarquista, en la que pretende introducir novedades, y él mismo plantea su producción como una profundización con respecto de Garcilaso de la Vega. En este sentido, Herrera es autor de unas Anotaciones a la poesía de Garcilaso (1580), donde, entre otras cosas, pone de relieve el carácter de imitador de los clásicos en lengua romance de Garcilaso e historia los distintos géneros poéticos usados por él.
Su obra literaria es relativamente variada, teniendo en cuenta, además, las obras perdidas. Entre sus obras conservadas destacan unas en prosa, como la Relación de la guerra de Chipre y suceso de la batalla naval de Lepanto y el Elogio de la vida y muerte de Tomás Moro, semblanza de su vida con valoraciones de su pensamiento político.
Entre las no conservadas figuran varios poemas de carácter épico y mitológico como La gigantomaquia, sobre los titanes; El rapto de Proserpina y Gestas españolas de valerosos.
Nació en Sevilla en el seno de una muy humilde familia, y se educó a las órdenes del maestro Pedro Fernández de Castilleja sin obtener, a lo que parece, título académico alguno.
Trabó amistad con don Álvaro y doña Leonor de Milán, conde y condesa de Gelves, llegados a Sevilla en 1559, que, desde muy pronto, se convirtieron en sus protectores, y esta última en su Musa, la enamorada que aparece aludida en sus versos como Luz, Estrella, Eliodora etc.
Hacia 1565 ó 1566, tras haber recibido órdenes menores, se convierte en beneficiado de la iglesia de San Andrés. Frecuentó el reducido círculo de intelectuales y poetas sevillanos que se formó alrededor del humanista Juan de Mal Lara, entre los que se encontraba el pintor Pacheco y otros poetas, que darían lugar a la llamada Escuela sevillana.
Juan Rufo y otros contemporáneos señalaron su carácter áspero, retraído y orgullloso. En 1572 publica en Sevilla su Relación de la guerra de Chipre y suceso de la batalla naval de Lepanto, en que incluyó su celebérrima Canción en alabança de la Divina Magestad por la victoria del señor don Juan en la batalla de Lepanto. Tras la muerte de su musa en 1578, Herrera se dedicó a corregir y limar los versos nacidos de su amor juvenil. La publicación de su comentario a los poemas de Garcilaso de la Vega (Obras de Garcilaso de la Vega con anotaciones de Fernando de Herrera [Sevilla, 1580]) originó una agria polémica entre los admiradores del poeta toledano. Un castellano, con el seudónimo de Damasio, escribió una carta feroz contra Herrera, y el Conde de Haro, Juan Fernández de Velasco, que era condestable de Castilla, redactó unas Observaciones del Licenciado Prete Jacopín, vecino de Burgos, en defensa del príncipe de los poetas castellanos Garcilasso de la Vega, vecino de Toledo, contra las Anotaciones que hizo a sus obras Fernando de Herrera, poeta sevillano. A este ataque y el anterior contestó Herrera con un opúsculo Al muy reverendo padre Prete Jacopín, secretario de las Musas, impreso por primera vez en Sevilla, en 1870. El conde de Gelves muere en 1581 a causa de la epidemia que asolaba a la sazón la ciudad de Sevilla. En 1582, después de haber atormentado a los impresores con sus caprichos tipográficos y de haber corregido a mano las erratas de muchos de los ejemplares impresos, Fernando de Herrera publica por fin una breve antología de su obra poética: Algunas obras de Fernando de Herrera, en edición no venal, ya que no lleva la tasa acostumbrada. Su semblanza biográfica de Tomás Moro (Sevilla, 1591) fue la última obra que publicó en vida. En 1619 el pintor Francisco Pacheco, autor, por lo demás, del conocido retrato del poeta, publicó una recopilación póstuma de la producción lírica de Fernando de Herrera: Versos de Fernando de Herrera, que contiene 372 poemas, seis de ellos repetidos; algunos expertos han puesto en duda la autenticidad de algunos de ellos, porque la lengua es muy diferente, con cultismos y más arcaizante; seguramente Pacheco utilizó unos manuscritos antiguos de Herrera o retocó los textos, o ambas cosas a la vez. Un manuscrito de la Biblioteca Colombina, con el título de Obras de Fernando de Herrera, natural de Sevilla, recojidas por don Ioseph Maldonado de Ávila y Saavedra. Año 1637, que publicó José María Asensio; contiene 28 poemas inéditos y varias copias de las Anotaciones.
Literatura
La poesía de Fernando de Herrera se considera un hito ineludible en la superación del petrarquismo en las letras españolas y, por ahí, un eslabón importantísimo en la evolución de la poesía cultista castellana desde Garcilaso de la Vega a Luis de Góngora. Se han perdido algunas obras juveniles de Herrera, la mayoría de épica culta e inspiradas en Claudiano: La gigantomaquia, El robo de Proserpina, Amadís. También se ha perdido el "poema trágico" de Los amores de Lausino y Corona, que debía cantar las relaciones del poeta con Leonor de Milán. Se conservan menciones a un poema heroico sobre grandes personajes españoles y a otro didáctico sobre "la origen y orden firme de las cosas". Se ha perdido también un Arte poética citada por Francisco de Medina en el prólogo a las Anotaciones, y una Historia general de España citada por Francisco de Rioja y Rodrigo Caro. En 1592 se publicó Tomás Moro, una biografía del santo inglés escrita por él que al parecer es un fragmento de la Historia de las cosas más notables que han sucedido en el mundo. José Manuel Blecua ha editado todos los textos líricos conservados del poeta.
Fernando de Herrera fue un gran perfeccionista del verso; ingenió una ortografía más ajustada al sonido de las palabras y una puntuación especial para señalar las pausas de la elocución, los hiatos, las sinéresis y las dialefas. Despreció la falta de vigor masculino de algunos líricos de la primera mitad del siglo XVI. La simbología lumínica y sus varias coagulaciones metafóricas en sus versos amorosos tiene que ver con el platonismo que acusan; como "claroscuro sentimental" lo califica el hispanista Oreste Macrí. Se trata de un amplio cancionero petrarquista que atraviesa por tres estados: una revelación amorosa que contiene el elogio cortesano y galante de la belleza de la amada; un estadio de fugaz relación humana y, por último, una vuelta de la amada a la inicial tibieza que tiñe el amor del poeta en los colores de la nostalgia: surge el canto a la noche y a la oscuridad y el ubi sunt?. Este desengaño le impulsará hacia la poesía moral. La muerte de Leonor da fin a este cancionero in vita con varias composiciones al deceso. Sin embargo, como poeta petrarquista, sus logros empalidecen algo ante la fuerza de su vena épica, mucho más inspirada, y depurada de los excesos retóricos gracias a una contención y esencialidad que le viene de los modelos bíblicos de la misma, que sigue con preferencia a los italianos. Puede considerarse, en conjunto, por su poesía atormentada y prebarroquista, dentro del Manierismo.
Obras
Relación de la guerra de Chipre y suceso de la batalla naval de Lepanto (Sevilla, 1572).
Obras de Garci Lasso de la Vega con anotaciones de Fernando de Herrera (Sevilla, 1580; edición facsímil Madrid: CSIC, 1973)
Algunas obras de Fernando de Herrera (Sevilla, 1582)
Versos de Fernando de Herrera emendados i divididos por él en tres libros. (Sevilla, 1619), edición de Francisco Pacheco.
Obra poética, edición crítica de José Manuel Blecua, Madrid, 1975, 2 vols.
Amores de Lausino y Corona
CANCIÓN I
Voz de dolor, y canto de gemido,
y espíritu de miedo, embuelto en ira,
hagan principio acerbo a la memoria
d' aquel día fatal, aborrecido,
que Lusitania mísera suspira,
desnuda de valor, falta de gloria;
y la llorosa istoria
asombre con orror funesto y triste
dend' el Áfrico Atlante y seno ardiente,
hasta do el mar d' otro color se viste;
y do el límite roxo d' Oriënte,
y todas sus vencidas gentes fieras,
vên tremolar de Cristo las vanderas.
Ay de los que pasaron, confiados
en sus cavallos y en la muchedumbre
de sus carros, en ti Libia desierta;
y, en su vigor y fuerças engañados,
no alçaron su esperança a aquella cumbre
d' eterna luz; mas con sobervia cierta
se ofrecieron la incierta
vitoria, y sin bolver a Dios sus ojos,
con ierto cuello y coraçón ufano
sólo atendieron siempre a los despojos;
y el santo d' Israel abrió su mano,
y los dexó; y cayó en despeñadero
el carro, y el cavallo y cavallero.
Vino el día cruel, el día lleno
d' indinación, d' ira y furor, que puso
en soledad y en un profundo llanto
de gente, y de plazer el reino ageno.
El cielo no alumbró, quedó confuso
el nuevo Sol, presago de mal tanto;
y con terrible espanto,
el Señor visitó sobre sus males,
para umillar los fuertes arrogantes;
y levantó los bárbaros no iguales,
que con osados pechos y constantes,
no busquen oro; mas con crudo hierro
venguen la ofensa y cometido ierro.
Los impios y robustos, indinados,
las ardientes espadas desnudaron
sobre la claridad y hermosura
de tu gloria y valor; y no cansados
en tu muerte, tu onor todo afearon,
mesquina Lusitania sin ventura;
y con frente segura
rompieron sin temor, con fiero estrago
tus armadas escuadras y braveza.
L' arena se tornó sangriento lago,
la llanura con muertos aspereza;
cayó en unos vigor, cayó denuedo,
mas en otros desmayo y torpe miedo.
¿Son éstos por ventura, los famosos,
los fuertes y belígeros varones,
que conturbaron con furor la tierra,
que sacudieron reinos poderosos,
que domaron las órridas naciones,
que pusieron desierto en cruda guerra
cuanto enfrena y encierra
el mar Indo, y feroces destruyeron
grandes ciudades? ¿Do la valentía?
¿Cómo así s' acabaron y perdieron
tanto eroico valor en solo un día;
y lexos de su patria derribados,
no fueron justamente sepultados?
Tales fueron aquestos, cual hermoso
cedro del alto Líbano, vestido
de ramos, hojas, con ecelsa alteza;
las aguas lo criaron poderoso,
sobre empinados árboles subido,
y se multiplicaron en grandeza
sus ramos con belleza;
y, estendiendo su sombra, s' anidaron
las aves que sustenta el grande cielo;
y en sus hojas las fieras engendraron,
y hizo a mucha gente umbroso velo,
no igualó en celsitud y hermosura
jamás árbol alguno a su figura.
Pero elevóse con su verde cima,
y sublimó la presunción su pecho,
desvanecido todo y confiado;
haziendo de su alteza sólo estima.
Por eso Dios lo derribó deshecho,
a los impios y agenos entregado,
por la raíz cortado;
qu' opreso de los montes arrojados,
sin ramos y sin hojas, y desnudo,
huyeron dél los ombres espantados;
que su sombra tuvieron por escudo;
en su ruina y ramos, cuantas fueron,
las aves y las fieras se pusieron.
Tú, infanda Libia, en cuya seca arena
murió el vencido reino Lusitano,
y s' acabó su generosa gloria;
no estés alegre y d' ufanía llena;
porque tu temerosa y flaca mano
uvo sin esperança, tal vitoria,
indina de memoria;
que si el justo dolor mueve a vengança
alguna vez el Español corage,
despedaçada con aguda lança,
compensarás muriendo el hecho ultrage;
y Luco amedrentado, al mar inmenso
pagará d' Africana sangre el censo.
CANCIÓN II
Si alguna vez mi pena
cantaste tiernamente, Lira mía,
y en la desierta arena
deste campo estendido
dende la oscura noche al claro día
rompiste mi gemido;
aora olvida el llanto,
y buelve al alto y desusado canto.
No celebro los hechos
del duro Marte, y sin temor osados
los valerosos pechos,
la siempre insine gloria,
d' aquellos Españoles no domados;
que para la memoria,
que canto me da aliento
Febo a la voz, y vida al pensamiento.
Escriva otro la guerra,
y en Turca sangre el ancho mar cuajado,
y en l' abrasada tierra
el conflito terrible,
y el Lusitano orgullo quebrantado
con estrago increíble;
que no menor corona
texe a mi frente el coro d' Elicona.
A la grandeza vuestra
no ofenda el rudo son de osada lira;
que en lo poco que muestra,
gloriöso Fernando,
aunque desnuda de destreza espira,
el curso refrenando
el sacro Esperio río
mil vezes se detuvo al canto mío.
El linage y grandeza,
y ser de tantos reyes decendiente,
la pura gentileza
y el ingenio dichoso,
qu' entre todos os hazen ecelente,
y el pecho generoso,
y la virtud florida,
de vos prometen una eroica vida.
No basta no el imperio,
ni traer las cervizes umilladas
presas en cativerio
con vencedora mano;
ni que de las vanderas ensalçadas
el Cita y Africano
con medroso semblante,
y el indo y persa sin valor s' espante.
Que quien al miedo obliga
y rinde el coraçón, y desfallece
de la virtud amiga;
y va por el camino,
do la profana multitud perece,
sugeto al yugo indino
pierde la gloria y nombre,
pues siendo más, se haze menos ombre.
Los Éroes famosos
los niervos al deleite derribaron,
que ni en los engañosos
gustos, ni en lisongeras
vozes de las sirenas peligraron;
ante las ondas fieras
atravesando fueron,
por do ningunos escapar pudieron.
Seguid, Señor, la llama
de la virtud, qu' en vos sus fuerças prueva;
que si bien os inflama
de su amor en el fuego,
viendo su bella luz, con fuerça nueva,
sin admitir sosiego,
buscaréis en el suelo
la que consigo os alçará en el cielo.
No os desvanesca el pecho
la sobervia inorante y engañada,
ni lo mostréis estrecho;
que para aventajaros
entre las sombras desta edad culpada,
devéis siempre esforçaros,
que sólo es vuestro aquello,
que por virtud pudistes merecello.
Aquél que libre tiene
d' engaño el coraçón, y sólo estima
lo qu' a virtud conviene;
y sobre cuanto precia
el vulgo incierto, su intención sublima,
y el miedo menosprecia,
y sabe mejorarse,
sólo señor merece y rey llamarse.
Que no son diferentes
en la terrena masa los mortales;
pero en ser ecelentes
en virtud y hazañas,
se hazen unos d' otros desiguales,
estas glorias estrañas,
en los que resplandecen,
si ellos no las esfuerçan, s' entorpecen.
Por el camino cierto
de las divinas Musas vais seguro;
do el cielo os muestra abierto
el bien, a otros secreto,
con guía tal, qu' en el peligro oscuro
de perturbado afeto
venciendo el duro asalto,
subiréis de la gloria en lo más alto.
Y porque las tinieblas,
fatal estorvo a la grandeza umana,
no ascondan en sus nieblas
el valor admirable,
haré qu' en vuestra gloria soberana
siempre Talía hable;
y que la bella Flora,
y los reinos la canten de l' Aurora.
CANCIÓN III
Cuando con resonante
rayo, y furor del braço poderoso
a Encélado arrogante
Iúpiter gloriöso
en Edna despeñó vitoriöso;
y la vencida Tierra,
a su imperio sugeta y condenada,
desamparó la guerra,
por la sangrienta espada
de Marte, con mil muertes no domada;
en la celeste cumbre
es fama, que con dulce voz presente
Febo, autor de la lumbre,
cantó suävemente
rebuelto en oro la encrespada frente.
La sonora armonía
suspende atento al inmortal senado;
y el cielo, que movía
su curso arrebatado,
se reparava al canto consagrado.
Halagava el sonido
al alto y bravo mar y airado viento
su furor encogido,
y con divino aliento
las Musas consonavan a su intento.
Cantava la vitoria
del cielo, y el orror y l' aspereza,
que les dio mayor gloria,
temiendo la crueza
de la Titania estirpe y su bruteza.
Cantava el rayo fiero,
y de Minerva la vibrada lança,
del rey del mar ligero
la terrible pujança,
y del Ercúleo braço la vengança.
Mas del sangriento Marte
las fuerças alabó y desnuda espada,
y la braveza y arte
d' aquella diestra armada,
cuya furia fue en Flegra lamentada.
A ti, dezía, escudo,
a ti valor del cielo poderoso,
poner temor no pudo
el escuadrón dudoso,
con enroscadas sierpes espantoso.
Tú solo a Oromedonte
diste bravo y feroz orrible muerte
junto al doblado monte,
y con dichosa suerte
a Peloro abatió tu diestra fuerte.
O hijo esclarecido
de Iuno, ô duro y no cansado pecho,
por quien Mimas vencido,
y en peligroso estrecho
el pavoroso Runco fue deshecho.
Tú, ceñido d' azero,
tú, estrago de los ombres rabiöso,
con sangre órrido y fiero,
y todo impetuöso,
el grande muro rompes presuroso.
Tú encendiste en aliento
y amor de guerra y generosa gloria
al sacro Ayuntamiento,
dándole la vitoria,
que hará siempre eterna su memoria.
A ti Iúpiter deve,
libre ya de peligro, qu' el profano
linage, que s' atreve
alçar armada mano,
sugeto sienta ser su orgullo vano.
Mas aunque resplandesca
esta vitoria tuya esclarecida
con fama, que meresca
tener eterna vida,
sin que d' oscuridad esté ofendida;
vendrá tiempo, en que sea
tu nombre, tu valor puesto en olvido;
y la tierra posea
valor tan escogido,
qu' ante él, el tuyo quede oscurecido.
Y el fértil Ocidente,
en cuyo inmenso piélago se baña
mi veloz carro ardiente,
con claro onor d' España,
te mostrará la luz desta hazaña.
Que el cielo le concede
de César sacro el ramo gloriöso,
que su valor erede;
para qu' al espantoso
Turco quebrante el brío corajoso.
Vêras' el impio vando
en la fragosa, inacesible cumbre,
que sube amenazando
a la celeste lumbre,
confiado en su osada muchedumbre.
Y allí de miedo ageno
corre, cual suelta cabra, y s' abalança
con el fogoso trueno
de su cubierta estança,
y sigue de sus odios la vengança.
Mas luego qu' aparece
el joven d' Austria en la enriscada sierra,
el temor entorpece
a la enemiga tierra,
y con ella acabó toda la guerra.
Cual tempestad ondosa,
con orrísono estruendo se levanta,
y la nave, medrosa
d' aquella furia tanta,
entre peñascos ásperos quebranta.
O cual del cerco estrecho
el flamígero rayo se desata
con largo sulco hecho,
y rompe y desbarata,
cuanto al encuentro su ímpetu arrebata.
La Fama alçará luego,
y con doradas alas, la Vitoria
sobre el orbe del fuego,
resonando su gloria
con puro resplandor de su memoria.
Y llevarán su nombre
de los últimos soplos d' Ocidente
con inmortal renombre
al purpúreo Oriënte,
y a do iela y abrasa el cielo ardiente.
Si Peloro tuviera
de su ecelso valor alguna parte,
él solo te venciera,
aunque tuvieras, Marte,
doblado esfuerço y osadía y arte.
Si éste valiera al cielo
contra el profano exército arrogante,
no tuvieras recelo,
tú, Iúpiter tonante,
ni arrojaras el rayo resonante.
Traed pues ya bolando
ô cielos, este tiempo espaciöso
que fuerça dilatando,
el curso gloriöso;
hazed, que se adelante presuroso.
Así la lira suena,
y Iove el canto afirma, y s' estremece
sacudido, y resuena
el cielo, y resplandece,
y Mavorte medroso s' oscurece.
CANCIÓN IV
Esparze en estas flores
pura nieve y rocío
blanca y serena luz de nueva Aurora,
y con varios colores
se vista el bosque frío
de los esmaltes de la rica Flora;
pues la ecelsa Eliodora
ya muestra su belleza,
a do con alta frente
da Betis su corriente,
llevando al mar tendida su grandeza;
y vos, lumbres del cielo,
mirad felices nuestro Esperio suelo.
Roxo Sol, qu' el dorado
cerco de tu corona
sacas del hondo piélago, mirando
el Ganges derramado,
el Darïén, la Sona,
y del divino Nilo el fértil vando;
si tú llegares, cuando
esta serena Estrella
alça al rosado cielo,
dando alegría al suelo,
los ojos, do está Venus casta y bella,
d' aquellos rayos ciego,
arderás, en tus llamas hecho fuego.
Luna, que resplandeces
sola, fría, argentada
en el callado velo tenebroso;
y tu luz enriqueces
en la hacha inflamada
del Sol con resplandor maravilloso;
Si el Luzero hermoso,
do el puro Amor s' alienta,
mirares, encendida
en llama esclarecida,
qu' a limpias almas en vigor sustenta,
correrás por la cumbre
con grande y siempre eterna y clara lumbre.
Junta a inmensa belleza
ya está la cortesía,
y suma onestidad y umilde trato
con valor y grandeza,
en el dichoso día
qu' el cielo largo la bolvió más grato,
vivo y puro retrato
d' inmortal hermosura,
rayo d' amor sagrado
qu' a su consorte amado
consigo junto en fuego eterno apura;
y si parte le ofende,
es qu' el velo mortal su bien comprende.
El sacro rey de ríos,
que nuestros campos baña,
al bello aparecer deste Luzero
cubrió los vados fríos
al pie de la montaña,
do vio resplandecer su Sol primero,
del oro que el Ibero
en las cavernas hondas
procura, y con las flores
compuso en mil colores,
y con perlas el curso de las ondas;
y, esclareciendo el cielo,
esparzió olor suäve en torno el suelo.
Las Gracias amorosas
con las Ninfas un coro
texieron en el claro, undoso seno;
y de purpúreas rosas
embueltas en el oro
con ámbar oloroso y flores lleno,
dulce despojo ameno
del revestido prado,
las guirnaldas mesclaron,
y alegres coronaron
el cabello sutil, crespo y dorado,
que, cual de las estrellas,
por el aire bolaron sus centellas.
El alto monte verde,
que de Palas es gloria,
sintiendo en sí los pies de su señora,
su tristeza ya pierde,
y le da la vitoria
aquel, do Prometeo gime y llora;
y donde la sonora
lira de Tracia espira;
el sagrado Elicona
con florida corona,
y do Atlante del peso no respira;
pues su cumbre sostiene
la belleza, qu' el cielo en tierra tiene.
Yo entretexer quisiera
su nombre esclarecido
entre la blanca Luna y Sol dorado;
y su gloria pusiera
en el peplo estendido,
qu' en otra edad Atenas vio estimado;
cuando el tiempo llegado
Minerva es celebrada.
Dichoso el año y día;
y es quien vê el año y día.
Allí herido está con asta airada
el áspero Tifeo,
que muerto pierde todo su deseo.
Mas pues que la rudeza
deste mi débil canto,
causado d' un deseo simple y vano,
no puede a su belleza
dalle la gloria, cuanto
merece el valor suyo soberano,
y mi intento es en vano;
Cisnes, que la corriente
de Betis vais cortando,
el canto vuestro alçando,
su nombre y gloria resonad presente;
si oyan Zéfiro y Flora
su inmensa hermosura con l' Aurora.
Di umilde a esta Luz pura;
sufra vuestra belleza
mi rústica simpleza.
CANCIÓN V
Inclinen a tu nombre, ô luz d' España,
ardiente rayo del divino Marte,
Camilo, y el belígero Africano,
y el vencedor de Francia y d' Alemaña,
la frente, armada de valor y d' arte;
pues tú, con grave seso y fuerte mano
por el pueblo Cristiano
contra el ímpetu bárbaro sañudo
pusiste osado el generoso pecho,
cayó el furor ante tus pies desnudo,
y el impio orgullo Vándalo deshecho,
con la fulmínea espada traspasado,
rindió l' acerba vida al fiero hado.
De ti temblaron todas las riberas,
todas las ondas, cuantas juntamente
las colunas del grande Briäreo
miran; y al tremolar de tus vanderas,
torció el Nilo medroso la corriente,
y el monte Libio, a quien mostró Perseo
el rostro Meduseo,
las cimas altas umilló rendido
con más pavor, que cuando los gigantes,
y el áspero Tifeo fue vencido,
postráronse los bravos y arrogantes,
temiendo con espanto y con flaqueza
el vigor de tu ecelsa fortaleza.
Pero en tantos triünfos y vitorias,
la que más te sublima y esclarece,
de Cristo ô ecelso capitán, Fernando,
y remata la cumbre de tus glorias,
con qu' a la eternidad tu nombre ofrece;
es, que peligros mil sobrepujando,
bolviste al sacro vando,
y a la cristiana religión traxiste
esta insine ciudad y generosa;
qu' en cuanto Febo Apolo de luz viste,
y ciñe la grande orla espaciösa
del mar cerúleo, no se vê otra alguna
de más nobleza y de mayor fortuna.
Cubrió el sagrado Betis de florida
púrpura y blandas esmeraldas llena
y tiernas perlas, la ribera ondosa,
y al cielo alçó la barba revestida
de verde musgo; y removió en l' arena
el movible cristal de la sombrosa
gruta y la faz onrosa,
de juncos, cañas y coral ornada,
tendió los cuernos úmidos, creciendo
l' abundosa corriente dilatada,
su imperio en el Océano estendiendo;
qu' al cerco de la tierra en vario lustre
de sobervia corona haze ilustre.
Tú después que tu espíritu divino,
de los mortales nudos desatado,
subió ligero a la celeste alteza,
con justo culto, aunqu' en lugar, no dino
a tu inmenso valor, fuiste encerrado;
hasta qu' aora la real grandeza,
con eroica largueza
en este sacro templo y alta cumbre
trasfiere tus despojos venerados,
do toda esta devota muchedumbre,
y sublimes varones, umillados
onran tu santo nombre gloriöso,
tu religión, tu esfuerço belicoso.
Salve, ô defensa nuestra, tú que tanto
domaste las cervizes Agarenas,
y la fê verdadera acrecentaste,
tú cubriste a Ismael de miedo y llanto,
y en su sangre ahogaste las arenas,
qu' en las campañas béticas hollaste;
tú solo nos mostraste,
entre el rigor de Marte viölento,
entre el peso y molestias del govierno,
juntas en bien travado ligamento,
justicia, piëdad, valor eterno;
y cómo puede, despreciando el suelo,
un príncipe guerrero alçars' al cielo.
ÉGLOGA VENATORIA
D' aljava y arco tú, Diana armada,
que por el monte umbroso y estendido
fatigas a las fieras presurosa,
huye del alto Ladmo desdichada,
donde tu caçador duerme ascondido;
que ya otra caçadora más hermosa
persigue impetuösa
al javalí espumoso y enojado;
que ya otra más hermosa caçadora
al ciervo sigue aora.
Si Endimión la viere, tu cuidado,
venciendo de la fiera la braveza,
te dexará por ella con tristeza.
A Endimión no dexes tú Diana,
queda con él, no siga al amor mío,
tu amor, Endimión esté contigo,
en la callada noche, en la mañana,
al Sol ardiente, al importuno frío
mi dulce caçadora esté comigo.
Este bosque es testigo,
cuántas vezes la llamo y busco en vano,
l' Aurora me oye sola sin su amante,
y s' ofrece delante,
cuando espera las fieras en lo llano,
suspira ella su amor, yo lloro el mío,
si al monte mira, yo a mi valle y río.
Hermosa caçadora, qu' as llevado
del frío bosque mi herido pecho
con el cabello d' oro suelto al viento,
y de flores y rosas coronado;
¿Eres Napea deste valle estrecho,
qu' alcança con ligero movimiento
al javalí sediento,
y del ciervo la planta voladora?
que tu paso, y tu voz, y tu belleza
más que mortal grandeza
descubre a tu Menalio, que te adora.
Tal va Cintia con trage soberano,
y enciende en fuego al amador Silvano.
¿Qué dios, ô Clearista, t' a ofrecido
a mis ojos, corriendo yo una fiera
sin cuidado d' Amor; y vista luego
te me llevó, dexándome perdido,
porqu' en llama inmortal ardiendo muera?
De tus luzes provó el tirano ciego
con mi daño su fuego,
mas tú abites el bosque oscuro y prado,
o la tendida selva deste río,
jamás del pecho mío
s' apartará el Amor, que m' a abrasado,
el bosque y prado del amor testigo,
a amarte aprenderá también comigo.
O la ligera garça levantando
mire al halcón veloce y atrevido,
o espere al javalí cerdoso y fiero,
o l' aura entre los árboles gozando;
con silencio y voz muda, en lo ascondido
del pecho solo lloraré primero
el dolor, en que muero.
Sin ti el feroz cavallo, el rayo ardiente
del imitado trueno, y la sabrosa
caça, m' es enojosa,
pues tú me dexas mísero y doliente.
Todo m' agradará y será mi gloria
si buelves, y de mí tienes memoria.
¿Por qué huyes, y quieres que sin lumbre
en estas breñas muera con tormento,
y no miras tu amante, que te llama?
Baxa desa fragosa y alta cumbre,
que, según el ruido grave siento,
por entre una y otra espesa rama,
que las hojas derrama,
un feroz javalí s' a recogido.
Con el arco en la blanca y tierna mano
baxa, qu' antes, qu' al llano
llegues, atravesado y estendido
de mi venablo, y muerto, la espumosa
cabeça, llevarás vitoriösa.
No fíes, Clearista, en tu belleza,
que vendrá el día en que las hebras d' oro
mude la edad ligera en blanca plata,
antes muera, que vea tu tristeza.
Mas, ¿para qué suspiro triste, y lloro
por quien a mis querellas es ingrata?
Si tu dureza mata
a quien te sigue, aquél que t' aborrece,
¿qué pena avrá, qu' iguale con su culpa?
Pero, ¿quién me culpa,
pues sigo solo el mal, que se m' ofrece?
Suspenso en el amor y en el deseo,
al fin doy en un ciego devaneo.
Mas vos Amores, roxos dulcemente,
dexad las ondas claras de Citera,
y a mi Ninfa herid con vuestra llama;
que su hermosa flor perder no siente
sin fruto inútil en la edad primera.
Y tú Latonia, pues Amor t' inflama,
cuando el monte te llama,
por el dormido amante, y ya el tormento
conoces del Amor; si e venerado
tus aras, y colgado
del javalí terrible y viölento
l' alta frente y del ciervo la ramosa,
muéstrat' a mis dolores piädosa.
Si contigo viviera, Ninfa mía,
en esta selva, tu sutil cabello
adornara de rosas, y cogiera
las frutas varias en el nuevo día;
las blancas plumas del gallardo cuello
de la garça ofreciendo, y te traxera
de la silvestre fiera
los despojos, contigo recostado,
y en la sombra cantando tu belleza;
y en la verde corteza
de la frondosa enzina mi cuidado
estendiendo, comigo lo leyeras,
y sobre mí las flores esparzieras.
¡Ah cuántas vezes entre aqueste juego
a tu cuello los braços rodeara!
y en tus ojos mis ojos encendiendo,
cuando más descuidada de mi fuego,
a tu boca el espíritu hurtara,
mi espíritu en el tuyo convirtiendo,
dulcemente muriendo.
Esto preciara más que vêr el buelo
del halcón, más que dar de un golpe muerte
al javalí más fuerte,
o alcançar, por el ancho y largo suelo,
junto a l' agua, herido y sin aliento,
el ciervo, qu' atrás dexa el presto viento.
No dudes, ven comigo, Ninfa mía;
yo no soy feo, aunque mi altiva frente
no se muestra a la tuya semejante,
mas tengo amor, y fuerça y osadía,
y tengo parecer d' ombre valiente;
qu' al caçador conviene este semblante
robusto y arrogante,.
iremos a la fuente, al dulce frío,
y en blando sueño puestos, al ruido
del murmurio esparzido
de l' agua, tú en mis braços, amor mío,
y yo en los tuyos blancos y hermosos,
a los Faunos haría invidiösos.
Mas si t' agrada, y ô si t' agradase,
ven comigo a esta sombra, do resuena
l' aura en los ciclamoros revestidos
de iedra; do se vio jamás qu' entrase
alçado el Sol con luz ardiente y llena.
Aquí ay álamos verdes y crecidos,
y los povos floridos,
y el fresco prado riega l' alta fuente
con murmurio suäve y sosegado.
Aquí el tiempo templado
te combida a huir el Sol caliente.
Ven, Clearista, ven ya Ninfa mía,
este prado te llama y fuente fría.
SONETO 1
Osé y temí; mas pudo la osadía
tanto, que desprecié el temor cobarde.
Subí a do el fuego más m' enciende y arde,
cuanto más la esperança se desvía.
Gasté en error la edad florida mía;
aora veo el daño, pero tarde;
que ya mal puede ser, qu' el seso guarde
a quien s' entrega ciego a su porfía.
Tal vez pruevo (mas, ¿qué me vale?) alçarme
del grave peso que mi cuello oprime;
aunque falta a la poca fuerça el hecho.
Sigo al fin mi furor, porque mudarme
no es onra ya, ni justo, que s' estime
tan mal de quien tan bien rindió su pecho.
SONETO 2
Voy siguiendo la fuerça de mi hado
por este campo estéril y ascondido:
todo calla, y no cesa mi gemido;
y lloro la desdicha de mi estado.
Crece el camino, y crece mi cuidado;
que nunca mi dolor pone en olvido.
El curso al fin acaba, aunqu' estendido;
pero no acaba el daño dilatado.
¿Qué vale contra un mal siempre presente
apartar s' y huir, si en la memoria
s' estampa, y muestra frescas las señales?
Buela Amor en mi alcance; y no consiente
en mi afrenta qu' olvide aquella istoria,
que descubrió la senda de mis males.
SONETO 3
Pensé, mas fue engañoso pensamiento,
armar de duro ielo el pecho mío;
porqu' el fuego d' Amor al grave frío
no desatase en nuevo encendimiento.
Procuré no rendir m' al mal que siento;
y fue todo mi esfuerço desvarío.
Perdí mi libertad, perdí mi brío;
cobré un perpetuo mal, cobré un tormento.
El fuego al ielo destempló en tal suerte,
que, gastando su umor, quedó ardor hecho;
y es llama, es fuego, todo cuanto espiro.
Este incendio no puede darme muerte;
que, cuanto de su fuerça más deshecho,
tanto más de su eterno afán respiro.
SONETO 4
El Sátiro qu' el fuego vio primero,
de su vivo esplendor todo vencido,
llegó a tocallo; mas provó, encendido,
qu' era, cuanto hermoso, ardiente y fiero.
Yo, que la pura luz do ardiendo muero,
mísero vi, engañado y ofrecido
a mi dolor, en llanto convertido
acabar no pensé, como ya espero.
Belleza, y claridad antes no vista,
dieron principio al mal de mi deseo,
dura pena y afán a un rudo pecho.
Padesco el dulce engaño de la vista;
mas si me pierdo con el bien que veo,
¿cómo no estoy ceniza todo hecho?
SONETO 5
Órrido ivierno, que la luz serena,
y agradable color del puro cielo
cubres d' oscura sombra y turbio velo
con la mojada faz de nieblas llena;
buelve a la fría gruta, y la cadena
del nevoso Aquilón; y en aquel ielo,
qu' oprime con rigor el duro suelo,
las furias de tu ímpetu refrena.
Qu' en tanto qu' en tu ira embravecido,
asaltas el divino Esperio río,
que corre al sacro seno d' Ocidente,
yo triste, en nuve eterna del olvido,
culpa tuya, apartado del Sol mío,
no m' enciendo en los rayos de su frente.
SONETO 6
Al mar desierto en el profundo estrecho
entre las duras rocas, con mi nave
desnuda tras el canto voy suäve,
que forçado me lleva a mi despecho.
Temerario deseo, incauto pecho,
a quien rendí de mi poder la llave,
al peligro m' entregan fiero y grave;
sin que pueda apartarme del mal hecho.
Veo los uesos blanquear, y siento
el triste son de la engañada gente;
y crecer de las ondas el bramido.
Huir no puedo ya mi perdimiento;
que no me da lugar el mal presente,
ni osar me vale en el temor perdido.
SONETO 7
No puedo sufrir más el dolor fiero,
ni ya tolerar más el duro asalto
de vuestras bellas luzes, antes falto
de paciencia y valor, en el postrero
trance, arrojando el yugo, desespero;
y, por do voy huyendo, el suelo esmalto
de rotos lazos; y levanto en alto
el cuello osado, y libertad espero.
Mas, ¿qué vale mostrar estos despojos,
y la ufanía d' alcançar la palma
d' un vano atrevimiento sin provecho?
El rayo que salió de vuestros ojos
puso su fuerça en abrasar mi alma,
dexando casi sin tocar el pecho.
SONETO 8
¿Por qué renuevas este encendimiento,
tirano Amor, en mi herido pecho?
que ya, casi olvidado del mal hecho,
vivía en soledad de mi tormento.
Cuando más descuidado y más contento,
rebuelves a meterm' en tanto estrecho;
oblígasme, cruel, qu' a mi despecho
procure contrastar tu fiero intento.
Las armas, en el templo ya colgadas,
visto, y el azerado escudo embraço,
y en mi vengança salgo a la batalla.
Mas ay, qu' a las saetas, que templadas
en la luz de mi Estrella están, y al braço
tuyo no puede resistir la malla.
SONETO 9
Esta desnuda playa, esta llanura
d' astas y rotas armas mal sembrada;
do el vencedor cayó con muerte airada,
es d' España sangrienta sepultura.
Mostró el valor su esfuerço, mas ventura
negó el suceso, y dio a la muerte entrada,
que rehuyó dudosa y admirada,
del temido furor la suerte dura.
Venció Otomano al Español ya muerto
antes del muerto el vivo fue vencido,
y España y Grecia lloran la vitoria.
Pero será testigo este desierto,
qu' el español, muriendo no rendido,
llevó de Grecia y Asia el nombre y gloria.
SONETO 10
Roxo sol, que con hacha luminosa
coloras el purpúreo y alto cielo,
¿hallaste tal belleza en todo el suelo,
qu' iguale a mi serena Luz dichosa?
Aura suäve, blanda y amorosa,
que nos halagas con tu fresco buelo;
cuando se cubre del dorado velo
mi Luz, ¿tocaste trença más hermosa?
Luna, onor de la noche, ilustre coro
de las errantes lumbres y fixadas,
¿consideraste tales dos estrellas?
Sol puro, Aura, Luna, llamas d' oro,
¿oístes vos mis penas nunca usadas?
¿vistes Luz más ingrata a mis querellas?
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