domingo, 1 de febrero de 2015

BETINA GONZÁLEZ [14.635]


Betina González

Betina González (Buenos Aires, 1972) es una escritora argentina, primera mujer en ganar el Premio Tusquets de Novela.

Nacida en Villa Ballester, en el Gran Buenos Aires, estudió Comunicación Social en la universidad de la capital argentina, donde más tarde trabajará como profesora e investigadora.
Comenzó a escribir metódicamente en la segunda mitad de los noventa, a los 24 años, principalmente cuentos que fueron apareciendo en diversas revistas. Con su primera recopilación (4 relatos y una novela breve), Juegos de playa, ganaría en 2006 el segundo premio del Fondo Nacional de las Artes3 y sería publicado dos años más tarde.

En 2003, se trasladó a Texas para obtener una maestría en escritura creativa, en la Universidad de El Paso.

Su primera novela, Arte menor, salió en 2006, el mismo año que terminó su maestría. El libro —la historia detectivesca de una hija en busca de la memoria de la figura esquiva de su padre muerto— ganó el Premio Clarín y se convirtió en uno de los superventas argentinos de ese año. Rosa Montero definió la novela como “fascinante, de gran calidad literaria, un juego de magia". Eduardo Belgrano Rawson, otro de los miembros del jurado junto con Montero y José Saramago, la caracterizó como una historia detectivesca escrita con humor e inteligencia sobre una hija decidida a resolver el misterio de su padre. José Saramago consideró que la autora había demostrado, a través de su sentido de la proporción y el equilibrio, un dominio real de un género tan complejo como la novela. "De esta novela se puede decir que sólo su título es arte menor. Lo que viene después del título es arte mayor", señaló el premio Nobel portugués.

Ese año, después de terminar sus estudios en El Paso, Betina se mudó a Pittsburgh, Pensilvania, donde hizo un doctorado de seis en literatura latinoamericana. Regresó a Argentina en febrero de 2012.

El reconocimiento internacional le llegó el mismo año de su retorno al ganar el Premio Tusquets con Las poseídas, “novela de iniciación” escrito en Pittsburgh sobre la “pérdida de la inocencia”, cuando un grupo de chicas “descubren con horror lo que había ocurrido en el país”, los crímenes de la Junta Militar. Sobre este libro, escrito en primera persona, que "mezcla el género gótico y policial para describir el mundo cerrado de dos amigas atormentadas y e inadaptadas en un colegio religioso del norte de Buenos Aires", Gonzáles explica: “Aquellos años marcaron a mi generación, pero no es una novela sobre la dictadura. Esta es el trasfondo y es la que le da al libro esa atmósfera de sombra y oscuridad [...] “La dictadura es un pasado que no sea acaba. Estoy segura de que nuevas generaciones volverán a ella”.

Betina González enseña en la Universidad de Buenos Aires.

Obras

Arte menor, novela, Clarín-Alfaguara, Buenos Aires, 2006, ISBN 950-782-945-8
Juegos de playa, 4 cuentos más un novela corta que da título al libro, explorando los miedos y las fantasías de una niña durante la guerra de Malvinas de 1982 entre la dictadura argentina y el Reino Unido; Clarín-Alfaguara, Buenos Aires, 2008
Las poseídas, novela, Tusquets, 2013
La conspiración de la forma, ensayos sobre textos menores del siglo XIX latinoamericano

Premios

Premio Clarín 2006 por Arte menor
Segundo premio del Fondo Nacional de las Artes 2006 con Juegos de playa
Premio Lozano de la Universidad de Pittsburgh por La conspiración de la forma, investigación sobre textos menores del siglo XIX latinoamericano.1
Premio Tusquets de Novela 2012 por Las poseídas



Guía del sueño para niñas



Versión de Zaidee Stavely



I

Cuando era niña
soñaba con vaqueros:
jinetes rudos, barbados, hoscos
cruzando pequeños pueblos sudorosos
sin detenerse,
cabalgando hacia
el desierto, donde el sol se pone con
la boca llena de arena entre los aullidos del coyote.

Pero en Buenos Aires
no había vaqueros,
ni caballos,
ni coyotes.
Sólo teníamos el río más ancho del mundo,
un río con un nombre equivocado
que peleaba con la ciudad
por su vano misterio plateado de partidas y llegadas.

Cuando finalmente llegué a Texas,
había barrios de casas rodantes,
ocres centros comerciales,
flores extrañas,
edificios altos y vacíos,
luces de montaña rusa
y una autopista llena de inelegantes saludos.

Pregunté por los vaqueros,
pero la gente se rió
y apuntó hacia la frontera,
donde las cantinas
albergan la luz del día
con canciones polvorientas
y tequilas desconsolados.

“Los únicos vaqueros de verdad son mexicanos” dijeron
—y eso es algo
que toda niña debería saber
antes de ponerse a soñar—.



II

Hace mucho tiempo,
en un país muy, muy lejano
había una niña que
soñaba
con un hombre
que deslizaba sus manos
sobre su cuerpo
y su cuerpo
crecía,
y crecía,
en precoz intimidad.

El resto del tiempo,
la niña iba a la escuela
donde aprendía geografía:
“América es un continente”
decía su maestra
pero la niña sabía que mentía
como una bruja malvada
porque América era ese líquido
que caía sobre su sueño
y le daba al hombre sus manos de celuloide
su traje blanco y su retorcida dulzura.

América era aquel lenguaje
de culpables signos de exclamación,
gimientes vocales marinas
y finales bisílabos.
América era aquel puerto
donde todo temible viaje terminaba
y todo preciado premio era ganado
por grumetes floridos
que llamaban a sus capitanes, poetas.

“América era un contenido
mucho antes de la geografía”—
eso la niña lo sabía muy bien
pero no decía nada
porque vivía en un
país muy, muy lejano
y estaba encerrada en una
torre muy alta
donde su cuerpo
empezaba a encoger.




Girls guide to dreaming


I

When I was a little girl
I dreamt of cowboys:
tough, bearded, silent riders
crossing dirty, sweaty little towns
never stopping,
just riding toward
the desert, where the sun sets with
sandy mouthful among the coyote’s howl.

But in Buenos Aires
there were no cowboys,
no horses,
no howling coyotes.
We only had the widest river in the world,
a river with a wrong name
that fought with the city
for its petty silver mystery of arrivals and departures.

When I finally came to Texas
I found trailers parks,
auburn malls,
rare flowers,
tall, empty building
riding on the mountain
and a freeway full of inelegant greetings.

I asked about the cowboys
but people laughed at me
and pointed to the border,
where the cantinas
shelter the daylight
with dusty songs
and heartbroken tequilas.

“The only real cowboys are Mexicans” they said
—and that is something
every little girl
should know before dreaming—.




II

stavely-zaidee-guia03.jpg Once upon a time
in a far, far off country
a little girl
dreamt
of a man
stroking his hands
on her body
that grew,
and grew,
and grew up
with precocious intimacy.

The rest of the time,
the girl was at school
learning her geography:
“América es un continente”
her teacher would said
but the girl knew she was lying
like a wicked witch
because America was a liquid
that fell upon her dream
giving the man his celluloid hands
his white suit, and his perverse sweetness.

America was that language
of guilty exclamation marks,
groaning, sea vowels
and disyllabic endings.
America was the port
where every fearful trip was done
and every prize sought was won
by bouquet sailor freshmen
that called their captains, poets.

América era un contenido
mucho antes de la geografía—
that was what the little girl knew
but she said nothing
because she lived in a
far, far off country
and she was locked in a
tall, tall tower
where her body 
began to shrink.




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