FABIÁN VACA CHÁVEZ
(Trinidad, Beni, Bolivia, 1883 – La Paz, Bolivia, 1949).- Poeta, dramaturgo y periodista.
Abogado (1905) con estudios en la UMSA. Director en La Paz de ‘El Diario’ (1920-1926), ‘La Razón’ (1931) y en Trinidad de ‘Eco del Beni’. Ministro de Fomento (1927) y de RREE (1929-1930). Cumplió funciones diplomáticas en Ecuador, Colombia, Venezuela, Paraguay y Brasil. Miembro de la Academia Boliviana de la Lengua (1935).
Enrique Finot sostiene que Vaca Chávez "Ha sido poeta a ratos, por más que su producción juvenil se anunció como apreciable y promisoria. /.../ Entre sus versos se singularizan los que se inspiran en su tierra natal, que por clima y costumbres difiere esencialmente del resto de Bolivia. Algunos de esos versos han sido citados como brotes originales y típicos de la literatura nacional".
Para Porfirio Díaz Machicao el autor “lució toda la gracia y la sal de su tierra tropical reflejadas en sus escritos y poesías”.
En opinión de César Chávez Taborga (1974) “El movimiento posromántico del Beni tuvo en Vaca Chávez a uno de sus valores más descollantes. Acaso por que es obra de juventud, su poesía se ahoga en un caudal retórico, con sabor erótico y cromatismo sensual. /…/ Como prosista cultivó un estilo sobrio, elegante, ajustado. Escribió prólogos y estudios, y bocetos costumbristas y paisajiles, con gusto refinado y visión aristocrática”.
Su poema más celebrado titula ‘Criolla’ que dice en parte: “Bajo de tus finas cejas encarnadas / refulgen tus ojos de brillo andaluz, / y son un poema tus negras miradas / de amor de ternura, de fuego y de luz. / Sobre tu cadera recia y prominente / caen tus cabellos son sensualidad, / semejando un río de rauda corriente / hecho de perfumes y de oscuridad. / Nada hay que supere tu gracia divina / cuando vas tendida sobre un carretón, o cuando contemplas el solo que declina desde el camarote de una embarcación”.
LIBROS
Poesía: Para ellas (1913).
Teatro: Carmen Rosa (1921).
Otros: Por el oriente y el noroeste de Bolivia (1912); Páginas escogidas (ed. de A. Lijerón, 1983).
Madrigal
La necia multitud alborotada
vio con asombro en ocasión pasada
un eclipse lunar;
y yo, que en mi aposento estrecho
escuchaba el bullicio desde el lecho,
me puse a murmurar:
Con júbilo profundo
anuncian los astrónomos al mundo
de un eclipse la próxima ocasión;
y no saben, los tontos, que en los días
en que abrir la ventana no solías,
¡hubo eclipse de sol en tu balcón!
Tristezas
No me puedes negar que siempre lloras:
el resplandor que en tus pupilas arde
ya no tiene la luz de las auroras,
sino las palideces de la tarde.
El extraño fulgor de tu mirada,
de tu mirada pudorosa y bella,
es una claridad arrebatada
de alguna errante y solitaria estrella.
Por eso la nostalgia te consume
y en tu cerebro el desencanto anida;
y el mundo, que es tan necio, no presume
los ignotos dolores de tu vida.
Yo también, como tú, no encuentro calma
y vago por el mundo, triste y solo,
llevando en las estepas de mi alma
la nieve de los páramos del polo.
Nuestro mutuo sufrir Dios lo ha querido.
Tal vez la comunión de nuestra pena
nos salvará mañana del olvido,
pudiendo ya exclamar: "la vida es buena".
Criolla
Bajo de tus finas cejas encarnadas
refulgen tus ojos de brillo andaluz,
y son un poema tus negras miradas
de amor de ternura, de fuego y de luz.
Sobre tu cadera recia y prominente
caen tus cabellos con sensualidad,
semejando un río de rauda corriente
hecho de perfumes y de obscuridad.
Nada hay que supere tu gracia divina
cuando vas tendida sobre un carretón,
o cuando contemplas el sol que declina
desde el camarote de una embarcación.
Cuando sus ardores agita la siesta
y en la hamaca entonas alguna canción,
vibran en las notas de tu voz de fiesta
todas las ternezas de tu corazón.
A veces navegas en una canoa,
coqueta, sonriente, graciosa y veloz;
y al ver que se yergue tu busto en la proa
tordos y maticos modulan su voz.
¡Qué voz más suave que tu voz canora!
¡Qué rosa más fresca que tu fresca tez!
De todas las almas eres la señora,
púdica y mimosa y altiva, a la vez.
Frescuras y trinos te ofrecen las frondas:
el sol sus caricias, su luz, su calor...
En tu cuerpo dejan sus besos las frondas
y sobre tus labios los deja el amor.
Por las verdes pampas, ricas de palmeras,
llevan los corceles tu busto gentil,
con un movimiento que da a tus caderas
el ritmo ondulante, sensual y sutil.
La luna te besa con su luz de plata,
las aves modulan sus voz de cristal;
y mientras tú escuchas esa serenata,
yo sueño con una pasión tropical...
Trinidad, 1906
Un suspiro de amor
En el llano. La siesta. Primavera.
El sol llueve su luz torrencialmente
sobre la esplendidez de la pradera
a la que adora con pasión ferviente.
La luz sobre la fuente reverbera:
creyérase que el astro sonriente
sueña con una erótica quimera
al contemplar su faz sobre la fuente.
Los tordos pasan en veloz bandada
como si sorprendieran la mirada
de alguna oculta y enemiga fiera.
El viento norte los ramajes mece
y su vago susurro me parece
un suspiro de amor de la pradera.
La muerte de las flores
Sobre la fresca lozanía del parque el Invierno imprime sus
ósculos de hielo.
Las flores se estremecen. Y el sol, que las contempla
y que las ama, sufre...
El sol está celoso.
¡Oh, qué triste es la caricia de la nieve!
Al reclamo constante del invierno las flores han cedido.
Y el sol, que las ha visto cobijarse con el manto del invierno,
cree que asiste desde arriba a las bodas de las flores con el hielo.
Y se escucha en el espacio el rugir de una tormenta.
Las flores no perfuman...
Las flores están mustias, deshojadas y marchitas.
Y el sol, que las contempla y aún las ama, ha observado que
las flores, al cubrirse con el manto del invierno y al abrir a las
caricias de la nieve sus corolas, no han sentido las ardientes
vibraciones de la vida ni ha brillado la sonrisa del color sobre
sus pétalos...
El sol duda.
¡Oh, cuán lúgubre es el sueño de las flores!
Y el sol, que las contempla sin descanso, ya no duda que las
flores —cuyo aliento no percibe— jamás fueron desposadas con
el hielo; que las flores, sus amantes, están muertas; y que el
manto que las cubre no es el velo de las novias, sino el lienzo
de la muerte.
¡Y el sol llora y se estremece y no fulgura!...
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