Jaime Manrique Ardila
Nacido en Barranquilla, Colombia, en 1949; Manrique Ardila recibió el Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus en 1975 por su primer libro, Los adoradores de la luna. También publicó Notas de cine: confesiones de un crítico amateur. En inglés, es el autor de las novelas Colombian Gold (1983), Latin Moon in Manhattan (1992, Luna latina en Manhattan, Alfaguara, 2003) y Twilight at the Equator (1997).
Entre sus poemarios se encuentran Mi noche con Federico García Lorca (1995), Mi cuerpo y otros poemas (1999) y Maricones eminentes (Alfaguara, 2000). Manrique ha recibido numerosos premios y honores. En el 2000 le fue otorgada una beca de la Fundación John Simon Guggenheim. Reside en Nueva York desde 1980. Ha enseñado en New York University, The New School for Social Research, Mount Holyoke College y Columbia University.
El patio de la calle 58
En la habitación de mi madre
una ventana miraba
al callejón donde
criábamos patos; la otra
se abría hacia el patio
–con sus matas de plátano y yuca–
donde las gallinas, palomas y conejos
se engordaban para nuestra mesa.
Al fondo del patio
por encima de la alta paredilla
se desbordaban los gajos
de los palos de mango y naranja
de los vecinos en la calle 57.
Recuerdo a mi madre
recostada contra la ventana
contemplando las arenas negras
del patio como una tahitiana
de Gauguin con ojos brillantes
hipnotizados por una jungla oscura
donde pernoctaba
el tigre de su infancia.
Mi madre colgaba sus manos
del marco de la ventana
para que la brisa le secase
el esmalte rosa
de sus uñas recién pintadas.
Serían las cuatro de la tarde
una hora muerta
entre la luz y la oscuridad
que se avecinaba.
Una noche oscura y helada
en Nueva York, me instalo
frente a la ventana del tiempo
para ver lo que ya
no puede ver mi madre.
Ante mí se abre el camino
de nuestras vidas, las estaciones
de buses y trenes
en las cuales nos bajamos,
las casas donde vivimos,
otros patios con diferentes
árboles frutales y animales,
y contemplo con mis ojos
disminuidos el destino
final de mi madre
mas no el mío, pues mis ojos
solo sirven para ver
el pasado, no para descifrar el fluir oscuro
del tiempo que los devora.
Los Lobos
Los lobos andan en parejas.
Azules en la noche, sus cuerpos
se extienden entre las sombras.
Son sólo dos lobos
pintados en el Museo de Ciencias Naturales
y yo siento gratitud al vidrio
que me resguarda de sus furias.
Los lobos son altos como yo,
aún más altos, y están colocados
al lado de las marmotas y de los conejos.
Los lobos se mueven en un paisaje nocturno,
y la nieve cubre los bosques
y el cielo está empapado de estrellas.
Hay algo que yo quiero preguntarles a los lobos,
y sin embargo no me atrevo.
Los lobos son todos dientes y furia.
Hay un vidrio que nos separa
y, de quererlo, ellos podrían devorarme
en un instante.
Yo también he andado en parejas
a través de una noche oscura.
Este es un rincón oscuro del Museo.
Este es el rincón de las confesiones y de los desvaríos.
Este es el rincón de los lobos.
Esta es la trampa letal al que anda sin guía.
El amor también es un lobo,
es un andar por un bosque oscuro,
es una noche peligrosa con promesas de estrellas.
Es tan sólo un vidrio que nos separa.
Es tan sólo un momento de indecisión
para romper el vidrio y tocar al lobo.
Tomados del libro Mi cuerpo y otros poemas. Colección Poesía. Editorial: Casa de Poesía Silva, 1999.
Mi cuerpo
Que con mis ojos
abiertos es mi cuerpo
mi cuerpo que con mis ojos
cerrados es perfecto.
Mi cuerpo que cuando lo miran
tus ojos es tu cuerpo.
Mi cuerpo que sólo debió haber
conocido tu cuerpo
que sólo debió haber amado tu cuerpo.
Mi cuerpo que malgasté
en tantos otros cuerpos.
Mi cuerpo sagrado, mi cuerpo
maltratado, mi cuerpo desgastado
y deshecho. Alabado sea el creador
de todos los cuerpos, de mi alabado,
aventurado, dichoso cuerpo.
Mi cuerpo que sólo existe
para tu cuerpo
que ya no es mío
pues ahora es tu cuerpo.
Toma mi cuerpo, te regalo mi cuerpo
bendice con el calor de tus manos mi cuerpo.
Penetra mi cuerpo
devora mi cuerpo
este cuerpo desdichado,
solitario y sediento
mi cuerpo que aúlla por tu cuerpo
cuerpo sagrado cuerpo de estiércol
cuerpo que sufrió ser mi cuerpo
cuerpo que gozó
tantos cuerpos ahora yertos
tanta tristeza de tantos cuerpos
tantas horas de recuerdos
me ha regalado mi cuerpo
tantas delicias que me proporcionaron
miles de cuerpos
ese regalo sagrado que nos hace sólo el cuerpo.
Este poema es un regalo
de tu cuerpo y mi cuerpo.
Mi autobiografía
Mi mayor ambición
es la de escribir al menos
un poema que sea leído en el futuro
por algún joven enardecido
quien exclame: “Manrique tenía cojones!”
Y este joven querrá haberse acostado
Conmigo como yo me habría entregado
a Cavafis, Barba Jacob, Rimbaud, Melville
y sobre todo a Walt Whitman.
Y si llego a la vejez,
y me momifico en la piedad,
que nadie nunca olvide
que fui un borracho
un drogadicto
que por veinte años
vagabundeé por los continentes
me acosté
con miles de hombres
de todos los tamaños y colores
aunque mis favoritos fueron
los muchachos campesinos
y rubios de Nueva Inglaterra.
Y si es verdad
que vendí la sangre
el cuerpo
y hasta perdí mis ilusiones
nunca traicioné el don de mi poesía.
Poesía
El misterio de la poesía
según Stephen Crane
consiste en que un hombre
puede dirigirse al universo
y el universo le contesta.
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