Marianna Stephania
(Oaxaca, México 1990) Es escritora y gestora cultural. Ha publicado en Literal Magazine. Latin American Voices, Tierra Adentro, Radiador MD, Orión Literaria, entre otras revistas y suplementos. Fue becaria del Festival Interfaz en el área de narrativa. Ha participado en la organización del Festival de San Luis Potosí y como staff en el Encuentro Internacional de Poesía de la Ciudad de México. Ha sido asistente editorial en EBL-Cielo Abierto.
A partir de ‘Escrito con un nictógrafo’ de Arturo Carrera
11:20 pm
Hay tinieblas y vacío, pero la noche sólo llega cuando somos capaces de escribirla, al hablarla la hacemos cuerpo, sentimos cómo se va formando en cada sonido que nos raspa la garganta. Al cantar se hace la noche. Escuchamos una melodía infinita que separa el día de lo oscuro, los sonidos de la luz fueron consumidos por tu canto y para no perdernos construimos un mapa donde marcamos estrellas y estaciones. Se hacen presentes las señales de todo lo existente. El cielo se expande. Ella está a punto de nacer.
12:09 pm
Todo a nuestro alrededor ha fallecido. Es la hora. Junto a mí, un rostro me acompaña en la reescritura. Es el rostro de un poeta cuya voz se ha apagado. Aquí los muertos tienen hambre. Hambre de volver a decir, de aniquilar ese silencio irremisible que es una doble muerte. Poseída, escribo como si robara. La noche es el pliego de papel sobre el que trazo las palabras. Conducida la mano por una voluntad desconocida, cada vez que el silente me habla aumenta la memoria de mis manos. El poeta murmura versos olvidados, pero adentro hay una voz que se escucha, primero muy bajo, como pequeñas pisadas, cada vez más como un grito o un balazo. Escribir es injertar máscaras. El verso se hace texto. La noche acaba. No se sabe quién escribe.
1:57 am
Entro a lo oscuro.
En la penumbra
un espiral azul se abre
devela en su centro una flor.
2:02 am
Sentí la orfandad de haber llegado sin un cuerpo. Fui pura luz hasta la separación de las tinieblas. Fue ahí donde nací. Alguien me dio un cuerpo desnudo, incapaz, frágil. Nací sin palabras y eso me marcó más que la ruptura inicial. Pasaron años antes de poder recuperar mi lenguaje, al representar el mundo descubrí un lugar nuevo, un espacio habitable hecho de palabras. Mudo mi cuerpo y soy palabras. Mudo mi cuerpo para matar este silencio y huir de la muerte. Mudo mi cuerpo y quedo expuesta. Una luz me recorre. Una nueva materia me conforma. Hace frío, mis manos tiemblan.
2:13 am
Sombrío:
Hazme un lugar en ti, déjame guardarme en el silencio que no pronuncias. Abrázame, cúrame del frío y de mis manos temblorosas. Siniestro, al escribir lo tenebroso se hace parte de tu carne. Dices palabras y brotan flores oscuras en mitad de la noche, en mitad de la página. Hablas y estrellas y cometas salen de tus labios, hablas y adentro de ti se forma un universo donde no llega el día. Hablas, tu voz absoluta hecha de letras como pájaros ciegos golpeando sus propias sombras. Hablas y son tus palabras flores carnívoras.
Sombrío, hazme un lugar en ti, en medio del cuerpo, en el lenguaje.
3:45 am
En el jardín hay hombres de ojos vacíos.
- ¿Dónde están?
- Ahí están, en el jardín, debajo de la tierra.
La niña señala:
- Ahí están los muertos.
- Estos muertos son míos. Han venido a casa a tejer las palabras.
4:29 am
Estas frases se parecen a un dolor que intuyes y no logras recordar. Adentro del armario la niña llora, tiene la orfandad tatuada en las manos. Busca sus muñecas y las cubre de escritura, como amuletos, alguien tiene que protegerla de los ausentes. Ahí, en el texto, se encuentra el salón de baile de los muertos. Llora y siente miedo, alguien se acerca y la toma de la mano. La niña danza.
5:35 am
Existe un conjuro en las puertas para evitar la entrada de las sombras. Las flores oscuras se van deshaciendo, la noche comienza a diluirse. Hay un grito. La noche se abre, el texto se abre, lo que pare es la luz.
El texto no existe, es la noche misma. El texto muere, queda el silencio. El texto termina. El día comienza a germinar
Visiones
I
El cadáver de la inocencia vestido con flores amarillas.
La niña que fui camina cargando
un pájaro negro
canta
todo lo que no pude lograr
canta
todas las personas en las que no me convertí.
(cuando era niña
siempre tenía miedo
aún ahora
aún ahora
sólo hablo del miedo).
Pasa mi féretro.
Las flores amarillas nunca han de morir.
II
Sucedió en una ciudad sin nombre.
Dormí sobre la acera y el duro frío de invierno
cubrió mi rostro.
El alcohol me hizo olvidar el rumor de los pasos.
(el amor al alcohol
era el amor a mi padre
el amor a mi padre
era el amor a la muerte).
Al despertar, un vagabundo dormía
sobre mi pecho. Descansaba su brazo en
mi vientre estéril.
Él soñaba con su madre pero
no lo desperté
dejé a la luz del mediodía
pulverizar sus ojos.
Final
me enamoré de la mujer que amabas
porque tú eres todo lo que amas
y yo amo todo lo que eres tú
La escritura y la asfixia
La escritura es el reflejo de la enfermedad que he padecido desde la infancia. Me es tan difícil seguir el hilo del pensamiento, así como mantener la respiración, la incapacidad de un largo aliento. La inhalación y la exhalación suceden vertiginosamente, aun así nunca llega suficiente aire a mi cuerpo. Los ojos se abren de manera desproporcionada, como si los párpados fueran los pulmones. La escritura entrecortada, la escritura que se asfixia, la escritura no como metáfora de una enfermedad, sino la enfermedad misma.
Los hijos ejemplares
nos dieron pastillas
para no ser nosotros
y ser más adecuados
a un mundo enfermizo
nos querían estúpidos
alienados
felices de mirar
las paredes
aunque estuvieran vacías
con la boca cerrada
rellena de pastillas
nuestros padres lo habían logrado
nunca pensamos
ni tuvimos miedo
pagamos el precio
de ser hijos ejemplares.
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