Guillermo Bedregal García, nació en La Paz (Bolivia) el 15 de enero de 1954 y pereció en un accidente automovilístico el 26 de octubre de 1974 en la misma ciudad. A los seis meses de su deceso se publicó La Palidez –abril de 1975– y en 1980 Ciudad Desde la Altura. En 2001 se reeditaron los anteriores y se agregó Empiezo a visitarme
Fue estudiante de Filosofía y Letras, aunque falleció a los veinte años de edad víctima de un accidente, sin embargo ha logrado producir versos como el que dice:
"En esta instancia yo no conoceré mi calavera.
Sólo tú sabrás de mí cuando el olor de mi tierra sea el olor de mi cuerpo,
cuando mis esperanzas principien en la última piedra
arrojada por ti hacia tu alma,
cuando el olvido te pueble durmiendo cualquier niño
y cierta música te recuerde mi amor...".
Jaime Saenz conoció de cerca al autor (hizo el prólogo a sus dos primeros poemarios), y escribió en 1975: "Guillermo Bedregal, como hombre, supo estar siempre a la altura de Guillermo Bedregal, como poeta. Entender las cosas en su significación plena; enfrentarse con lo desconocido y mirar con totalidad la tiniebla; aprender a conocer los grandes terrores de la existencia; acercarse a las realidades profundas que la vida real nos ofrece. Tal el arduo trabajo del poeta; nosotros que conocimos a Guillermo sabemos cómo trabajaba. En silencio; con verdadera seriedad; pues no era de lo que se toman en serio".
LIBROS
Poesía: La palidez (1975); Ciudad desde la altura (1980); Empiezo a visitarte (2001).
Jamás nació este muerto
El día ennegreció tras de ti los juegos que daban forma de pez a la morada.
Por ocultarse la música fue una caverna de agua,
y el preguntar, una mano desvinculada de la piel,
casi sola en los que no necesitaban de la luz.
Mi amigo eras sonando en cualquier ramaje,
mis ojos cuando todo había dejado de ser para que lo descubrieras,
aquel aire respirado antes por algún extraño.
Se fue definitivamente la música con los animales.
Quieto, el hecho de palparse era olvido,
y las invocaciones rodaban por la hierba
oliéndose la oscuridad en cada partícula de sueño.
– Jamás nació este muerto que nos relaciona.
Un cansancio difundía la ciudad más allá de las ventanas
y regresaba la lluvia a sepultarse en el callado impulso de la vida,
entre la humareda
y un grito cicatrizado en el amor.
Para el recuerdo del olvido
Junto al alma de las navegaciones,
en los cielos que partieron con los ojos del viajero,
tú eres la forma que esperaba mi alma para revelarse.
En el orificio que se descubre cuando se ama
el río con ojos de ciudad,
mirando el trasfondo de una muerte en la ventana
dibujada en la pared;
en la locura de los árboles abismales,
en el mensaje de las puertas
y en el llamado de los trenes,
imitándose uno siempre,
sorprendido por la textura de tu piel entregada
por primera vez al frío,
abrazándote en una nueva imagen para
el recuerdo del olvido.
Solamente poseo mi miedo
Solamente poseo mi miedo;
al ver el árbol, en la esquina que ha alimentado otras esquinas,
al verlo solo y verme difundido en el olor de la ciudad;
porque así somos el árbol y yo,
así amanecemos detrás de las esquinas
tropezando con las legañas de días anteriores,
con nuestra propia piel
que se desconoce ahora,
y ama las sombras que ha dejado.
Tú lo sabes porque mi follaje te ha manchado
y porque el asombro que te dejamos
va descendiéndote
hacia las quebradas azules
donde las voces y los mediodías
las cornisas y la respiración de los perros
lo ciudadano y tus pómulos manchados de tanto anochecer,
son una ventana más
desde donde el silencio mira,
desde donde el silencio siente:
mi sonido, el tuyo y el del árbol
tan inmensos en la ciudad que se abandona.
Tengo miedo de oírte,
tengo miedo de oírme en el árbol...
Me estaba esperando
Me estaba esperando:
inconfundiblemente solo
en un navío que recupera el silencio de la ciudad
y acarrea la tarde hacia el atardecer
donde mi mano y los cerros ya te han visto
pues eres igual al resplandor que va emergiendo de esta lejanía que me seca el alma
y me aparta hacia una voz niña que se ha descosido de las calles.
Desde el eco mi sequedad te anunciaba
tu memoria estaba cada día en el aire pesado,
en la ciudad que respiraba su recuerdo;
yo estaba cerca y lejos de lo que se encendía
al trepar por el abismo que mantenía tu voz
que te reflejaba como frío
mientras el Illimani1 fosilizaba la tarde
y me desprendía hacia el balbuceo de tu reflejo
que era el principio de la noche.
1: Volcán extinto que es una suerte de guardián de La Paz y sus habitantes.
Recogió su fantasma
Recogió su fantasma en los relojes;
después, se miró ardiendo en las uñas
e intentó un retorno a tu pelo desviado hacia el desfallecer
de la oscuridad sobre la ciudad.
La ceremonia empezó en un rincón
donde algún pájaro dejó su sombra como la basura,
empezó y jamás finalizó,
se quedó en el diálogo de un breve horizonte,
más cercano a lo viviente
pero lejano del verdadero parpadear de la tierra
cuando empieza a mecerse hacia la noche
y va acercándose en frío hacia la ciudad
que espera tras de mi palpar, tras de mi ver
como un ladrido rasgando
el principio antiguo que lleva la niñez a mi silencio.
Te rechazaste y rechazastes
intentastes en el viento tu borrar
partistes tus pómulos y los posastes en la ceniza para que se fueran,
te fuistes del brillo e intentastes una habitación en las cosas
te guardastes en la memoria
y envolvistes con lo tocado la noche que te quedaba por ver;
entonces te encontré
y estuve triste.
Todo en ti
Todo en ti va tomando un lustre diferente:
esta música te va variando hacia el olvido
y la antigüedad te recupera.
Desde tu límite;
cerca a los cerros que conservan la memoria de la ciudad
que conservarán tus ojos y entonces será el fin de la tarde.
Cerca a donde te recordaré cuando el agua sea viento
y ya no pretenda mi sombra,
empiezo a silenciarme:
viéndote en la última oscuridad de mis manos
comenzándote en el saludo lejano de estos cerros.
Tengo una meditación
Tengo una meditación de ti
que me despide cada mañana
desde el mirar penoso de una esquina.
Tuve que haber tocado el ruido del pájaro en la noche
para vencer el estar que mi piel habitaba,
para sorprenderme en la claridad que algún tejado olvidó en mí,
y partir definitivamente,
sin bagaje ni ausencia,
sin pasajero envuelto en lo antiguo de algún horizonte.
Ni siquiera te robé la memoria
pues necesito de tu evocación sonámbula
para regocijarme del olvido de las montañas y el polvo
y saber que en alguna ventana
la muerte me espera,
con tus mismos ojos
con tu mismo recordar,
extrañando el olor a ciudad que la distancia y mis habitantes derramados
han dejado en mi silencio.
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