SERGIO RODRÍGUEZ SAAVEDRA
(Santiago de Chile, 1963). Profesor, poeta y crítico literario, es subdirector de Revista Literaria Rayentrú y articulista del periódico de literatura Carajo. Ha recibido más de una docena de premios, entre los cuales se cuentan 1er lugar Festival de todas las Artes Víctor Jara (2002); Premio Nacional Eduardo Anguita (versiones 2008 y 2010); Premio Letras de Chile (2013); Beca de Creación Consejo Nacional del Libro y la Lectura (1999 y 2004).
Miembro de la Sociedad de Escritores de Chile y del Comité de Honor Internacional Fundación Frans Masereel (Bélgica) que organiza la Celebración Internacional del 100 Aniversario del Natalicio de Pablo Neruda el año 2004.
Ha publicado Suscrito en la niebla (Ediciones Santiago Inédito,1995); Ciudad Poniente (Cuadernos del Taller DIBAM, 2000; Ediciones Santiago Inédito, 2002 ); Memorial del Confín de la Tierra (Quimantú, 2003), Tractatus y Mariposa (Mago Editores, 2006), Militancia Personal (Alianza Editorial Mago Carajo, 2008), Centenario (Ediciones Santiago Inédito, 2011), Ejercicios para encender el paso de los días (Mago Editores, 2014) y PATRIA NEGRA / PATRIA ROJA, Ediciones Santiago Inédito, Santiago, 2016.
Su trabajo crítico se encuentra en proyectos colectivos como Anguita 20/20 y Teillier Crítico, entre otros.
LE GRITABAN BORRACHO, MUJERIEGO
UN BUENO PARA NADA
a Martín Vargas
Ahora que sabes como muerde la galucha herida
y el “pega Martín, pega” se ha transformado
en la búsqueda de una pega mal asalariada.
Ahora que duelen tus nudillos cuando llovizna
y ese automóvil flamante
es un hueso quebrado en la memoria,
recuerdos que tiran la toalla
y caen derrotados en este rincón.
Ahora, mientras los perfectos pómulos de una miss
han ocupado el lugar de tus cicatrices en la pantalla
descubres que esos colores de la Virgen de Lourdes
no pueden, ni podrán, rayar las pintas de ningún tigre.
Sí, ahora tienes razón: la vida es un puñetazo.
HIJO DE YANACONA
Después de todo
la educación fiscal fue apenas
un camino más hacia la tristeza
y nosotros
que veníamos de aquella luz apagada
del galpón donde encierran el maíz
nos encontramos frente a esa tal moral
una jubilada sorda
ciega
y algo muda.
Y fuimos extintos de lengua
en su torbellino.
RITUAL DE LA RESURRECCIÓN
Escogeremos el calendario viejo
para iniciar nuestra memoria.
Escribiremos para que otro sentido herede la voz:
un atrapa niebla de palabras ausentes
ahogadas en el río ligero del olvido.
Y cuando este pueblo baje óvulo su invierno
a buscar nuevos hijos para la arruga
nuestro silabear será la lluvia jugando
con dibujos que un niño traza en la ventana.
Dejemos que estas redes
sean remendadas por los muertos,
un hombre envejece
sólo cuando olvida su primer sueño.
Es hora de conversar y beber con mis parientes.
Están alrededor de la mesa:
el tío que ha de morir bajo las patas
de un caballo loco y la abuela que conocí
a través de la altiva tristeza de mi madre.
No tenemos medallas para este siglo:
somos destino y sucesión:
el tiempo suficiente
de la oruga en su arrastre:
de la sílaba en su tierra:
del amor en su preñez.
Estamos bebidos hasta las sienes
pero recogeremos el canto, porque
si algo perece estas manos sabrán forjar
nuevamente su tierra
y cuando para uva sea, entonces
su cielo.
AUTOPISTA TERMINAL
a allen gimsberg
Cuando esto termine
cuando definitivamente termine y el taxi
atraviese la ciudad llevándonos ebrios a casa
al paraíso eriazo donde quedó nuestra alma
y comenzaron las eternas despedidas.
Cuando 1973 resuene menos que estas risas
de mis hijas mojándose al fondo del patio
todavía estarán tus versos creyendo que América
puede llegar hasta L. A. y la poesía
partir de una terminal de la Greyhound.
Tú debes entenderme
recordar es siempre ocasión
para entristecerse y beber una cerveza.
Sin duda ángeles de largos cabellos
armados con máscaras antigás y ácido
te aguardarán en algún recodo del nuevo viaje
y será tan largo como la interestatal
cuando el motor es un regreso.
EL PONIENTE DE SERGIO RODRÍGUEZ SAAVEDRA
por BERNARDO CHANDIA FICA
Sergio Rodríguez Saavedra (1963), poeta nacido en Santiago, publica su segundo libro, “Ciudad Poniente” (ediciones Leutún, 1999, 50 páginas, poesía). Digamos que el autor es un escritor de la generación de finales de siglo XX que ha creado revistas literarias, ha ejercido la crítica poética y ha incursionado en el pensar ensayístico de la obra de sus congéneres.
El 30 de diciembre de 1995, con motivo de su primer libro, “Suscrito en la Niebla”, decíamos en este mismo medio: “En síntesis, buen chute inicial de Sergio Rodríguez. Se presiente que está eligiendo brocas y martillos para trabajar aun más su palabra, que está observando la vivencia.
No sería raro que en un futuro próximo nos sorprenda positivamente con otros versos que al igual que éstos nos dejen con gusto a milagro”.
Yo debo de ser el primero en aceptar el hecho de que me quedé corto en la apreciación. Este último libro de Rodríguez no sólo me ha sorprendido positivamente: he encontrado en él propuestas filosóficas o de contenido mayores, una música y una imagen que sobrepasan lejos a lo que se puede esperar de una segunda obra.
Y ya no es casualidad. Los últimos libros que me ha tocado leer de esta generación, que está entre los 27 y 40 años, a mí me han dejado perplejo. Perplejo porque también he tenido acceso a poesía que se está haciendo en Argentina, en México, en Bolivia, en Perú, y hay que reconocer que si bien el trato que se le da a las vivencias, a los conflictos de fin de siglo pueden ser similares, en su fondo y en su forma los poetas chilenos mantienen una tradición de sobrado talento y, digámoslo, profunda distancia en términos generales, incluyendo a los poetas menores de 25 años.
Esta “ciudad poniente” de Rodríguez nos trae una mirada general desde la conquista española hasta estos últimos años de concretos y cementerios que ahora son parques. El autor salta de unos primeros poemas significativos pero comunes (1995), a estos otros versos que comprometen una historia vivida y compartida por todos los pueblos de Latinoamérica. Rodríguez es un poeta marginal, esos que son la mayoría en Chile, que refrescan su garganta en el patio trasero de una sociedad, de un modelo cuya fuerza es la compra-venta. Por eso es admirable que su lenguaje, su búsqueda, logre asimilar y demostrar ese conflicto interno de la masa, la angustiante autorreflexión de “soy por lo que tengo” o “soy porque existo”:
“Por eso estamos aquí,
Ciudad Poniente se extingue
Ciudad Poniente in extremis,
otro erial donde arroja escombros el milenio,
haciendo fintas de alcohol
mientras la tierra gira of side
y no podemos perder
porque nunca hemos ganado.”
(“Montaje y desmontaje de ciudad poniente”)
Se me viene a la memoria ese “nada tienen que perder excepto sus cadenas”, porque la poesía de Rodríguez mantiene un compromiso indudable, de genuino amor con esa porción de seres humanos que sufren el abandono, la soledad hambrienta de nada tener. Es, en términos generales, una poética ligada a un atrincheramiento con el ser humano indefenso, llámese indígena, drogadicto, enfermo mental, artista, asesora del hogar sin otro futuro que su presente:
“Ese tumor es ahora tu bandera.
Da lástima tanta babel.
Mejor pudrirse a solas.
Los discursos son la gangrena americana”.
(“Film mundo o la gangrena americana”).
Reflexión, oficio, desciframiento de códigos que son puestos a trabajar para, finalmente, descubrir desde el primer poema la manera de mostrar un punto cardinal, un singular espacio de tiempo en la ciudad; el poniente del alma y de las acciones de los hombres y mujeres que recorrieron y recorren el sendero, la huella o las amplias avenidas.
“Ahora que soldados e indios
vagan desquiciados por estas praderas sementeras
buscando urgentes algo para entriparse
algo para vender en cunetas
entremedio de los ciegos.
Ahora que nuestras sagradas edificaciones
se difuminan bajo la lluvia
y cubro mi cabeza con el diario de ayer
y sus noticias de muerte
haciéndose acuoso haciéndose alga
desgarro en las alcantarillas haciéndose”
(‘‘Ahora que soldados e indios”).
La forma de la poesía de este autor se retroalimenta de registros poéticos disímiles. El lector recordará algo del movimiento exteriorista nicaragüense o guatemalteco, del coloquialismo, muy breves chispazos antipoéticos y algo de la poesía experimental. Todo ello unido, reformulado, dejando para nuestro paladar una propuesta literaria original que se instala como valioso aporte temático y estilístico en la ya gestada nueva poesía chilena.
***
CALLES AL FONDO DE SANTIAGO
Extraños grafitis surgirán contra los muros
cuando amanezca sobre estas calles
abandonadas hasta por el asfalto de Dios.
Es invierno en esta zona restringida.
El futuro suicida
busca mensajes en estaciones de radio
pero la lluvia todavía cae sin pausa.
Hay restos de adobes disolviéndose en la intemperie.
Pequeños rapaces han salido,
refriegan sus manos, cogen piedras
y vuelven a perderse en la bruma.
Es largo hablar de estos lugares,
basta una mujer para copar la escritura,
recuerdo del tembloroso del primer beso
podrá figurar perfectamente en todas las erratas.
el Acaso el cielo ha comenzado
a descubrirse igual de amenazante.
Los cables eléctricos gotean tambaleando.
El viento se cuela por huecos y hendijas
en muros con el silencio de la madera
donde surgen madres
a diseminar ropa en patios tan viejos
como aquel poema escolar
olvidado hace años entre las hojas de una Biblia.
MILITANCIA PERSONAL
Por Jaime Lizama
A partir de un titulo que incomoda a las militancias más convencionales, burguesas o decididamente transversales, el nuevo libro de Sergio Rodríguez Saavedra sigue respirando desde un inevitable núcleo cívico o ciudadano; claro que no de aquella ciudadanía postergada o tirada al tacho de la basura por la política tradicional. No. De ese gesto puramente retórico y demagógico, Militancia Personal, precisamente no se hace cargo. El fraude político aquí no existe.
Si alguna proximidad poética tiene este texto no podríamos dejar de mencionar a otra militancia no menos sincera y profundamente lírica en el horizonte de la poesía de estas últimas décadas: me refiero a la obra de José Ángel Cuevas. Allí, aunque a primera vista o vuelo de pájaro, todo pareciera un canto a la nostalgia, un canto a lo que pudo ser, en el fondo hace referencia a la inconstancia ética del presente, a las militancias de pacotilla de nuestra democracia transversal. La poesía aquí, nuevamente, resignifica el ámbito de lo ciudadano; “Militancia personal”, se trata precisamente de eso, de dar un sentido ético, una significancia de lealtad, entrega, desinterés que radica en el sujeto mismo, en su sola libertad y determinación; la militancia del sujeto poético no podría ser otra, no está bajo el yugo de ningún tribunal de disciplina, o de control de cuadros u otra parafernalia autoritaria o represiva.
Si bien, los textos aquí reunidos dan cuenta de ese jugarse a partir de uno mismo (aun cuando toda verdadera poesía no es más que eso), toda la poesía de Sergio Rodríguez tiene ese predicamento, ese gesto realista, abierto al referente, a partir del cual se aparta de aquella escritura de una subjetividad sospechosa, ensimismada, volcada sobre el ombligo narcisista, pequeño burgués, de los vates que buscan la gloria eterna, el onanismo eternamente infantil.
La ruta de ese camino comienza con “Suscrito en la niebla” de 1995, un texto atravesado por la perturbación urbana, que instalaba a Sergio Rodríguez en el horizonte de lo que en aquella época llamábamos la poesía joven emergente. A partir de ahí, el poeta y su escritura se inscribía en todo un grupo generacional, heterogéneo, crítico, sin ninguna complacencia con la belleza de lenguaje o epifanías supuestamente líricas; Rodríguez ha sido un guardián de esas afinidades electivas, de esa pertenencia y lealtad irrenunciable a la tribu, aun cuando los demás renuncien o se retiren a los cuarteles de invierno. O se traicionen a si mismos.
De “Ciudad poniente”, publicado el año 2000 hasta “Tractatus y mariposa” del 2006, la escritura poética alcanza su más crucial desarrollo, donde el testimonio o la crónica, pura y simple, ingresan sugestivamente, provocativamente, para ampliar y potenciar el discurso poético. Un discurso poético que no le tiene ni temor ni reverencia a la historia, especialmente a cierta sacralización atemporal de la historia, escrita y reescrita para no ver más allá de su discurso agresivamente hegemónico, donde los dueños de la historia siguen teniendo bajo resguardo los títulos de dominio y la propiedad privada de Chile.
Sin embargo, al lado de ese enfrentamiento discursivo, de esa refriega necesaria contra el poder, el espacio y el territorio personal sigue existiendo; en otras palabras “Militancia personal” no es un regreso a ninguna parte, a ningún edén intimista, es simplemente la recopilación de un conjunto de textos con un fuerte compromiso con la escritura. Dividido circunstancialmente en tres partes: “Militancia personal”, “Todo por la causa” y “Rimbaud en la poesía chilena”, recogen un aliento intenso, agónico y, al mismo tiempo, festivo en su inmersión radical en la realidad. En cada uno de los textos el hablante lírico se enfrenta a ella asumiendo todos los riesgos, jugarse en cada poema parece ser la consigna clave de esta militancia: “Autopista Terminal”, “En las esquinas nos graduamos de nada” “Oráculo”, “Rebobinando desde el espejo” o “Rimbaud en la poesía chilena”, están la agonía y el arrebato en su sentido más iniciático: el hacerse poeta en ese enfrentamiento incesante con la realidad, una realidad instalada en el precipicio o al borde de uno mismo; aspecto que se retrata de una manera decisiva y notable en una línea del poema “Rimbaud en la poesía chilena”: “Un ángel que pone/ la basura en su sitio”. Frase que recuerda a otra, perpetrada por Enrique Lihn al final de su inolvidable poema sobre el poeta de una temporada en el infierno, de ese librito memorable llamado “La musiquilla de las pobres esferas”
Los textos de esta militancia, qué duda cabe, exudan su incuestionable verdad, su proceso de despedida sin cuartel, sin volver de ninguna manera atrás; su escritura parte de esa subjetividad apremiada, sin concesiones, saboreando generalmente el sabor inútil de lo promisorio, pero sin olvidar nunca que había que estar presente en toda puta encrucijada: qué mejor que escuchar al poeta desde el interior ardoroso de su militancia, en un poema brevísimo, corto y punzante: “Cuando veas el derrumbe/ de lo que alguna vez fue tu hogar/ escupe en la escarcha/ y no vuelvas”.
En suma, el tranco firme de la escritura de Sergio Rodríguez Saavedra, en el horizonte de la poesía chilena, sigue coherentemente adelante, especialmente luego de producir su texto más logrado y consistente, con ese titulo entrañable que remite tanto a la lógica implacable de Wingenstein y a la sutileza japonesa del zen: “Tractatus y mariposa”.
Enero del 2008.
Por Jaime Lizama
A partir de un titulo que incomoda a las militancias más convencionales, burguesas o decididamente transversales, el nuevo libro de Sergio Rodríguez Saavedra sigue respirando desde un inevitable núcleo cívico o ciudadano; claro que no de aquella ciudadanía postergada o tirada al tacho de la basura por la política tradicional. No. De ese gesto puramente retórico y demagógico, Militancia Personal, precisamente no se hace cargo. El fraude político aquí no existe.
Si alguna proximidad poética tiene este texto no podríamos dejar de mencionar a otra militancia no menos sincera y profundamente lírica en el horizonte de la poesía de estas últimas décadas: me refiero a la obra de José Ángel Cuevas. Allí, aunque a primera vista o vuelo de pájaro, todo pareciera un canto a la nostalgia, un canto a lo que pudo ser, en el fondo hace referencia a la inconstancia ética del presente, a las militancias de pacotilla de nuestra democracia transversal. La poesía aquí, nuevamente, resignifica el ámbito de lo ciudadano; “Militancia personal”, se trata precisamente de eso, de dar un sentido ético, una significancia de lealtad, entrega, desinterés que radica en el sujeto mismo, en su sola libertad y determinación; la militancia del sujeto poético no podría ser otra, no está bajo el yugo de ningún tribunal de disciplina, o de control de cuadros u otra parafernalia autoritaria o represiva.
Si bien, los textos aquí reunidos dan cuenta de ese jugarse a partir de uno mismo (aun cuando toda verdadera poesía no es más que eso), toda la poesía de Sergio Rodríguez tiene ese predicamento, ese gesto realista, abierto al referente, a partir del cual se aparta de aquella escritura de una subjetividad sospechosa, ensimismada, volcada sobre el ombligo narcisista, pequeño burgués, de los vates que buscan la gloria eterna, el onanismo eternamente infantil.
La ruta de ese camino comienza con “Suscrito en la niebla” de 1995, un texto atravesado por la perturbación urbana, que instalaba a Sergio Rodríguez en el horizonte de lo que en aquella época llamábamos la poesía joven emergente. A partir de ahí, el poeta y su escritura se inscribía en todo un grupo generacional, heterogéneo, crítico, sin ninguna complacencia con la belleza de lenguaje o epifanías supuestamente líricas; Rodríguez ha sido un guardián de esas afinidades electivas, de esa pertenencia y lealtad irrenunciable a la tribu, aun cuando los demás renuncien o se retiren a los cuarteles de invierno. O se traicionen a si mismos.
De “Ciudad poniente”, publicado el año 2000 hasta “Tractatus y mariposa” del 2006, la escritura poética alcanza su más crucial desarrollo, donde el testimonio o la crónica, pura y simple, ingresan sugestivamente, provocativamente, para ampliar y potenciar el discurso poético. Un discurso poético que no le tiene ni temor ni reverencia a la historia, especialmente a cierta sacralización atemporal de la historia, escrita y reescrita para no ver más allá de su discurso agresivamente hegemónico, donde los dueños de la historia siguen teniendo bajo resguardo los títulos de dominio y la propiedad privada de Chile.
Sin embargo, al lado de ese enfrentamiento discursivo, de esa refriega necesaria contra el poder, el espacio y el territorio personal sigue existiendo; en otras palabras “Militancia personal” no es un regreso a ninguna parte, a ningún edén intimista, es simplemente la recopilación de un conjunto de textos con un fuerte compromiso con la escritura. Dividido circunstancialmente en tres partes: “Militancia personal”, “Todo por la causa” y “Rimbaud en la poesía chilena”, recogen un aliento intenso, agónico y, al mismo tiempo, festivo en su inmersión radical en la realidad. En cada uno de los textos el hablante lírico se enfrenta a ella asumiendo todos los riesgos, jugarse en cada poema parece ser la consigna clave de esta militancia: “Autopista Terminal”, “En las esquinas nos graduamos de nada” “Oráculo”, “Rebobinando desde el espejo” o “Rimbaud en la poesía chilena”, están la agonía y el arrebato en su sentido más iniciático: el hacerse poeta en ese enfrentamiento incesante con la realidad, una realidad instalada en el precipicio o al borde de uno mismo; aspecto que se retrata de una manera decisiva y notable en una línea del poema “Rimbaud en la poesía chilena”: “Un ángel que pone/ la basura en su sitio”. Frase que recuerda a otra, perpetrada por Enrique Lihn al final de su inolvidable poema sobre el poeta de una temporada en el infierno, de ese librito memorable llamado “La musiquilla de las pobres esferas”
Los textos de esta militancia, qué duda cabe, exudan su incuestionable verdad, su proceso de despedida sin cuartel, sin volver de ninguna manera atrás; su escritura parte de esa subjetividad apremiada, sin concesiones, saboreando generalmente el sabor inútil de lo promisorio, pero sin olvidar nunca que había que estar presente en toda puta encrucijada: qué mejor que escuchar al poeta desde el interior ardoroso de su militancia, en un poema brevísimo, corto y punzante: “Cuando veas el derrumbe/ de lo que alguna vez fue tu hogar/ escupe en la escarcha/ y no vuelvas”.
En suma, el tranco firme de la escritura de Sergio Rodríguez Saavedra, en el horizonte de la poesía chilena, sigue coherentemente adelante, especialmente luego de producir su texto más logrado y consistente, con ese titulo entrañable que remite tanto a la lógica implacable de Wingenstein y a la sutileza japonesa del zen: “Tractatus y mariposa”.
Enero del 2008.
TAREA PENDIENTE
A los poetas que se ejercitan
dibujando ventanas en la niebla
notifico que la prueba consistirá
en resistir la lluvia.
HACIA ATRÁS
Nuestros uniformes de liceo
estilando cuelgan de aquel bar
donde mi compañero de cimarras llora
por mujeres que le abandonarán
y que aún no conoce.
SEDICIONES
Marcho a paso doble tras el sargento
que desgañita mi nombre en el desierto
a sabiendas que nunca hice el servicio militar
que soy su fantasma de arena
eximido por estudios.
NI PERDÓN NI OLVIDO
Todos dijimos palabras
que se perdieron tras la lluvia
guardamos los idos
bajo las sílabas del día
o recordamos malamente aquel lugar
del que no se puede ir a ningún lado
encendimos un cigarro
para acabar la noche en medio de habitaciones
que aún guardaban nuestra memoria
y el humo nos acompañó
como la copia de esa carta sin escribir
si nadie nos dio el perdón
a nadie entregaremos el olvido
RECONSTRUCCIÓN DE LOS DÍAS
Porque está claro que sólo haciéndote
parte de mi memoria podrás hacerte parte de mi vida
hoy recupero tus pasos en la calle del silencio
el movimiento de un beso bajo la madrugada
ciertos libros que debimos leer a escondidas
en casas que unía el aroma diario de las especias
te incorporo tomándonos una fotografía en Iloca
donde el mar dejaba caer su frase sobre los muslos
los reflejos de un vidrio cuyo vaivén nos devuelve
a esa calle mojada otro septiembre
adjunto ciertas palabras que digo
cuando invade la sensación hostil del tedio
a tu oído de vocabulario ausente
enciendo la radio rozando pezón adentro
la vez primera
bailando con pudor, torpemente, la forma
que omite lo pasado
Tractatus y Mariposa: Refundar una leyenda
Por Horacio Eloy
Con una producción poética que se inicia con Suscrito en la niebla (1995), continúa con Ciudad poniente (2000) y sigue con Memorial del confín de la tierra (2003), el poeta Sergio Rodríguez Saavedra nos sorprende gratamente con su nueva obra Tractatus y mariposa, en una cuidadosa edición del sello Mago Editores. Este nuevo libro, al igual que los anteriores, transita marcado significativamente por la exploración de nuestras raíces y la memoria que subyace en nuestra historia. Construido mayoritariamente en base a unas cartas extraviadas de la ilícita y misteriosa organización de brujos, hechiceros y machis del archipiélago de Chiloé, denominada "La Recta Provincia", su persecución y juicio durante el año 1881, constituyen las piedras angulares sobre las cuales el poeta instala su imaginario.
Crónica, testimonio e historia transitan estos poemas que se materializan en una multiplicidad de voces y hablantes fluyendo como un coro testigo, por tiempos disímiles que finalmente -como bien acota Fernando Quilodrán, en su presentación- confluyen en una cierta temporalidad "objetiva", la cual va dando cuenta del devenir de los sucesos propios de esta organización, propios de la naturaleza humana y de la reciente memoria de Chile: "[...] Las voces alambradas por el bando número 1/ (El coro de mariposas asustaba a los comunes) / Las voces amortajadas en el fondo marino / (Era tanta historia labiada a gritos) / La voz que Matilde rescató del telar / (También la historia suponía dolor) / La voz que imprimen los organizados / (Más los que se fueron flotando / en la barca de Enrique Guichacoy) [...]" (Los deshojados).
Estructurado en cinco secciones, cantos o crónicas como "Testar de la Recta Provincia", "Tratado de circo pobre", "El juicio" y otros constituyen este cuerpo textual, este aletear de mariposas que nos conducen por un viaje caleidoscópico y fragmentado, lleno de imágenes, mitos y existencias signadas en "rutas de fuego y leyenda", todo materializado a través de un discurso imprecatorio y narrativo provisto de un lenguaje cargado de cierto tono neovarguardista, dotado de una rica provisión de reflexiones con uso de arcaísmos , lo que genera una dinámica, cada vez más sugerente: "[...] Es hora de abandonar/ la biblioteca a su candado porque no fuimos/ ni el libro ni su llave: lo dijo el ángel/ - anda solo: yo tengo alas- / tal vez sea momento de guardar/ para otros más veloces esa palabra ligera: mientras / un viento de todos los siglos tañe cada vez más fuerte / el polvo que nos empieza a llamar: (Ya no leo a Marx ni Mateo).
Las referencias a personajes de la cultura occidental y lugares geográficos locales constituyen también una fusión recursos que hacen sin duda de Tractatus y mariposa uno de los más singulares, interesantes y atractivos libros que han aparecido el año recién pasado en el panorama de nuestra siempre viva poesía chilena.
ARTE DE RETÓRICA
Del agua
al pezón del vino rojo, dicen,
deshilacha hueso la sintaxis
para que amor pueda leerse
en la mentada fosa de los lugares comunes.
Ni canto ni gallos en Medinacelli,
apenas colgajo el vestido
que nos resta al tiempo y después
el temor que viene con su cana
palabreando simétrica estos poemas,
el Cid que nos llama
sin advertir que Vicente es otra luz
y nosotros escribimos oscuros
desde el apagón de los 70tas.
Del agua
al útero con su semilla
y un aliento que lo alumbre:
rayo o caída, dicen, pero es cierto
¿Qué más fotosíntesis
que respirar?, si lo sabrá
el beso inicial, el cortejo,
el vestido cayendo, todas las caricias
necesarias al intimar la estrofa.
¿Y preguntas por poesía?
Carajo,
del agua al silencio, te dije.
CANTAR DE MARÍA DEVOTA
Si tengo lengua, pues lamo miel
y si dientes, entonces loba soy a tu sexo.
Aunque estés dentro del bosque
siguiendo huellas donde tienes mi caricia.
Soy María Devota, desde los quince
el cuerpo que arquea en tus manos.
La madre de algunos que vagan por el viento
jugando a ser gotas, pulsando la guitarra
como quien pulsa el destino, riendo cretinos
cuando pasan por hendijas llenas de sudor.
Soy tu bruja, ni se te olvide Comandante de la
Tierra, traerme una flor extraña, una rama ensortijada
una mariposa que anide el horizonte
que veré en tus ojos.
No te olvides bajarme la ganas
cuando vuelvas esta noche.
Tractatus y Mariposa: Refundar una leyenda
Por Horacio Eloy
Con una producción poética que se inicia con Suscrito en la niebla (1995), continúa con Ciudad poniente (2000) y sigue con Memorial del confín de la tierra (2003), el poeta Sergio Rodríguez Saavedra nos sorprende gratamente con su nueva obra Tractatus y mariposa, en una cuidadosa edición del sello Mago Editores. Este nuevo libro, al igual que los anteriores, transita marcado significativamente por la exploración de nuestras raíces y la memoria que subyace en nuestra historia. Construido mayoritariamente en base a unas cartas extraviadas de la ilícita y misteriosa organización de brujos, hechiceros y machis del archipiélago de Chiloé, denominada "La Recta Provincia", su persecución y juicio durante el año 1881, constituyen las piedras angulares sobre las cuales el poeta instala su imaginario.
Crónica, testimonio e historia transitan estos poemas que se materializan en una multiplicidad de voces y hablantes fluyendo como un coro testigo, por tiempos disímiles que finalmente -como bien acota Fernando Quilodrán, en su presentación- confluyen en una cierta temporalidad "objetiva", la cual va dando cuenta del devenir de los sucesos propios de esta organización, propios de la naturaleza humana y de la reciente memoria de Chile: "[...] Las voces alambradas por el bando número 1/ (El coro de mariposas asustaba a los comunes) / Las voces amortajadas en el fondo marino / (Era tanta historia labiada a gritos) / La voz que Matilde rescató del telar / (También la historia suponía dolor) / La voz que imprimen los organizados / (Más los que se fueron flotando / en la barca de Enrique Guichacoy) [...]" (Los deshojados).
Estructurado en cinco secciones, cantos o crónicas como "Testar de la Recta Provincia", "Tratado de circo pobre", "El juicio" y otros constituyen este cuerpo textual, este aletear de mariposas que nos conducen por un viaje caleidoscópico y fragmentado, lleno de imágenes, mitos y existencias signadas en "rutas de fuego y leyenda", todo materializado a través de un discurso imprecatorio y narrativo provisto de un lenguaje cargado de cierto tono neovarguardista, dotado de una rica provisión de reflexiones con uso de arcaísmos , lo que genera una dinámica, cada vez más sugerente: "[...] Es hora de abandonar/ la biblioteca a su candado porque no fuimos/ ni el libro ni su llave: lo dijo el ángel/ - anda solo: yo tengo alas- / tal vez sea momento de guardar/ para otros más veloces esa palabra ligera: mientras / un viento de todos los siglos tañe cada vez más fuerte / el polvo que nos empieza a llamar: (Ya no leo a Marx ni Mateo).
Las referencias a personajes de la cultura occidental y lugares geográficos locales constituyen también una fusión recursos que hacen sin duda de Tractatus y mariposa uno de los más singulares, interesantes y atractivos libros que han aparecido el año recién pasado en el panorama de nuestra siempre viva poesía chilena.
ARTE DE RETÓRICA
Del agua
al pezón del vino rojo, dicen,
deshilacha hueso la sintaxis
para que amor pueda leerse
en la mentada fosa de los lugares comunes.
Ni canto ni gallos en Medinacelli,
apenas colgajo el vestido
que nos resta al tiempo y después
el temor que viene con su cana
palabreando simétrica estos poemas,
el Cid que nos llama
sin advertir que Vicente es otra luz
y nosotros escribimos oscuros
desde el apagón de los 70tas.
Del agua
al útero con su semilla
y un aliento que lo alumbre:
rayo o caída, dicen, pero es cierto
¿Qué más fotosíntesis
que respirar?, si lo sabrá
el beso inicial, el cortejo,
el vestido cayendo, todas las caricias
necesarias al intimar la estrofa.
¿Y preguntas por poesía?
Carajo,
del agua al silencio, te dije.
CANTAR DE MARÍA DEVOTA
Si tengo lengua, pues lamo miel
y si dientes, entonces loba soy a tu sexo.
Aunque estés dentro del bosque
siguiendo huellas donde tienes mi caricia.
Soy María Devota, desde los quince
el cuerpo que arquea en tus manos.
La madre de algunos que vagan por el viento
jugando a ser gotas, pulsando la guitarra
como quien pulsa el destino, riendo cretinos
cuando pasan por hendijas llenas de sudor.
Soy tu bruja, ni se te olvide Comandante de la
Tierra, traerme una flor extraña, una rama ensortijada
una mariposa que anide el horizonte
que veré en tus ojos.
No te olvides bajarme la ganas
cuando vuelvas esta noche.
Centenario: el tiempo perenne de Sergio Rodríguez Saavedra
Por Andrea San Martín
Hay textos donde el tiempo no sigue la cronología lineal sino que se sitúa en un espacio siempre presente. Esfuerzos notables son en narrativa En busca del tiempo perdido, Pedro Páramo, El Alhep por citar esfuerzos que operan causalmente. En nuestra poesía fuera de los grandes intentos de la vanguardia –más por alejarse que por estar- cuadran Las crónicas maravillosas de Tomás Harris y De la tierra sin fuegos de Juan Pablo Riveros. Obras que desafían la continuidad de los minutos, para instalarse en un presente que todo lo vé.
La última publicación de Sergio Rodríguez Saavedra, Centenario (Ediciones Santiago Inédito, 2011. 120 páginas), se ubica en este territorio donde la historia se centra en su propio espacio: “entre el centro de ningún lado / y aquella lluvia sin límites / está el camino”. Limitación que establece sus causas y sus efectos haciendo patente que la linealidad es una ficción y nuestros cuerpos amándose ambos o ninguno en este espacio sin cuadratura:
“el sendero de ida pasa frente a nuestra casa
el de regreso cruza los dormitorios. el tiempo
puede medirse por la ausencia de caminantes
en dichos senderos. en aquél se ha levantado
tanto polvo que ya no puedo verte. en éste
la lluvia cae”
Aclaremos que toda esta articulación posicional ocurre en la primera parte del libro: Geografía presunta; y que la puesta en escena de los capítulos siguientes adviene como una tipología de ese arte desbordado que ocupa la entrada que abre el centenario de Chile y por adición y seducción los distintos habitantes que alberga la composición de cada texto. Al centrar el análisis de nuestra historia en un pasado que vuelve críticamente como es el momento actual, recién desanimada la fiesta bicentenaria, Rodríguez establece la gran crisis del discurso: el inmovilismo. Este buscar identidad sobre los hechos que fueron apenas gestos.
Uniendo historia e ironía, la parte final que da título al libro, juguetea con la lectura discursiva y la contradicción en los actos, así fragmentos de Luis Emilio Recabarren o El Ferrocarril se entraman con situaciones de sumo contingentes, creando una lectura rica en asociaciones, como ocurre con el segmento que nos refriega los actos inútiles tales como la primera piedra, actos tan oficiales como inoficiosos cuando su olvido es inminente. Como acto fundacional de la utopía, Rodríguez, luego de enfatizar, cierra desarticulando magistralmente:
“Si tomas rumbo por Avenida Providencia hasta desembocar en Avenida Libertador Bernardo O’Higgins y llegando a la Avenida Las Rejas continúas por Avenida Pajaritos hacia a Maipú, y cuando ésta intercepte con Avenida 5 de Abril viras a tu derecha, pasas el Templo Votivo, siguiendo ½ kilómetro al poniente, encontrarás una población precedida por un sitio eriazo que iba a ser una cancha, una sede social o una biblioteca, lleno de puras piedras.”
Entre ambas posiciones se encuentran la segunda y tercera partes, Cuadernos y relación de Santiago Rodríguez y Cantos de la ballena. El primero trae al presente un personaje que incorpora su vivir –hace 100 años- a nuestro presente. Una voz, por así decirlo, de primera fuente, que reitera la circularidad de nuestros actos que suponemos temporales. Un personaje entrañable que asesina y ama de la misma forma que cuida sus armas y libros en la soledad del violento sur apenas colonizado, un personaje que guarda en sí la determinación y la soledad como piedras preciosas de una independencia espiritual que no puede ser proporcionada por el Estado. Un personaje capaz de comprender y aceptar la tragedia como parte de la existencia que se celebra sin actos conmemorativos, sino aquel que de verdad quedó en la cavidad del corazón.
“Juan Ateo me está embromando,
dice que la concepción dualista del hombre
en cuerpo y alma deja fuera a Cristo. Los
Salaberry que vienen de Magallanes
a comprar tijeras para esquila
le miran como se debe mirar la muerte.
Agrega que el cuerpo es algo accidental
como la piel del cordero. El mayor
observa con cara de odio, mientras que
el menor dejó de bostezar hace rato.
Muchos años que no disputo cuerpo
a cuerpo y hace más de diez que
dejé a uno ovillado bajo las piedras.
Sé que algún truco salva esta mesa,
pero no puedo dejar de sentir que la lluvia
golpea pasmosa el techo de cinc, y que algo
tal vez un recuerdo, gotea por mis huesos.”
Aunque se debate entre el pensamiento fenomenológico de Edmund Husserl y la poesía barroca de Álvaro Mutis, el Rodríguez ancestral da pie a que el Rodríguez contemporáneo opere en la escena a dos tiempos, el anterior y el que vendrá, como si fuese sólo el reflejo de un lenguaje cuya forma no deja ir el fondo del mismo modo que la presencia o ausencia de carne no logra disimular la existencia del hueso:
“Abrir el cansado pensamiento
como se abre a machetazos un sendero entre
el follaje de lengas. Leer dentro.
De un tajo transversal dejar espacio
para la carne. Dejar que el silencio
encuentre por sí mismo aquella palabra
que nada dice salvo mudez. Del interior
al espacio como un cadáver olvidado
sobre la mesa de disección en horas de siesta,
un minuto más tarde, un día que fue anteayer,
el hermoso órgano de los años perdidos.
Abrirlo lentamente al compás del giro solar
de una rueda por el camino de la lluvia.
Resolverse en esa lectura y quedarse así:
partido de una buena vez.”
Leída de esta forma, Cantos de la ballena es la bisagra que logra unir estos dos mundos con un sino trágico, situación que está en los dos tiempos lo que hace de la secuencia un acto estanco cuya falta de movimiento se juzga como parte constituyente de la tragedia, y la ausencia de memoria, o para irnos al párrafo anterior el ancestro no encontrado en la herencia desvincula cualquier posibilidad de descubrir la verdad, y por lo tanto, llegar a la justicia que asoma como un de las propuestas trascendentales de estos eventos celebrados cada cien años:
“La perra –una Yorkshire de auténtico pedigrí-
tenía las patas mojadas a más no poder siguiendo
el caminar áspero de su amo el correr torpe de
los niños. Cuando vio la estructura ósea ladró
como por instinto sin saber si era inseguro si aquello
revestía algún peligro si era parte del paisaje.
El hombre inglés quedó absorto buscando la
explicación de esta casa de tantos pilares a campo abierto.
Quiso encender la pipa pero la humedad ya saben.
Los chicos se volvieron locos preguntando saltando
tocando arrimándose hasta que la niña pinchó
una astilla y comenzó a sangrar. Se movilizaron
de inmediato alguien ató un pañuelo la tomó
en brazos rehicieron el camino el eco de la perra
fue perdiéndose y sólo quedó una huella minúscula
apenas roja sobre aquel hueso de cien años.”
Centenario, más que la composición de diversas técnicas literarias –algunas certeramente representadas en poemas que sobrevivirán, otras de uso retórico- es la obra que debió entregarnos toda la parafernalia del año anterior, el trabajo que todas(os) esperábamos, y su autor, la prueba palpable de la situación progresiva que la poesía chilena tiene como capacidad de regenerar sus tejidos.
ACERCA DE EJERCICIOS PARA ENCENDER EL PASO DE LOS DIAS
Sergio Rodríguez Saavedra. Mago Editores, 2014
Por Horacio Eloy
Uno de los últimos libros de poesía publicados en la atractiva y singular colección Poeta Raúl Zurita de la Editorial Mago corresponde a un poeta de fuste, un destacado creador, se trata de Sergio Rodríguez Saavedra que nos vuelve a sorprender gratamente con estos "Ejercicios para encender el paso de los días", título sugerente que nos conecta de inmediato con el quehacer y desarrollo de este oficio profano que es la escritura de poesía porque "así debe arder el poema / del poderoso tiempo / a la ceniza. "
Dividido en tres partes: "Combustión del alma", " Ajustes para un soplo" y "Tinta Mojada", territorios donde transitan a paso firme los poemas sustentados en el crepitar del fuego, el paso inexorable del tiempo y el oficio de la escritura creativa, trilogía que se despliega dando tribuna también al amor y el desamor, a la nostalgia y los sueños al amparo de "...un disco de Miles Davis..", en fin ejercicios que dan cuenta de "antiguos territorios dominados por incendios / y muchachas raptadas al amanecer".
Sin duda se trata según mi parecer que estos textos descolgados de ejercicios tan singulares están construidos con la precisión y sutileza que simplemente revelan el oficio de un autor con una dilatada trayectoria.
En algunos de los poemas que constituyen el cuerpo de esta obra percibo una cierta atmósfera teilleriana que cubre y descubre su esencia: la lluvia permanente, el pueblo, la fotografía transitando el tiempo en donde "Tienes ventanas para observar / el paso de la vida / algo así como apurar el día / en los restos de una tarde".
Sencillamente poemas que iluminan y encienden nuestro tiempo, nuestra sangre, nuestra respiración porque " para qué tanta / realidad / por un hombre / que simplemente / se ha quemado en su relámpago".
Saludamos con alegría este nuevo libro de poesía que compartiremos con lectores anónimos, recordando la intención final de éste con los últimos versos de ese arte poética que es “Bonzo para una escritura suicida”: “Nadie debe creer / que soy la ceniza que dejé, sino este segundo de luz.”
Julio 2014
Selección de Ejercicios para encender el paso de los días, de Sergio Rodríguez Saavedra
Sibila 43, revista de arte, música y literatura, Sevilla, 2014
Boceto
Alguien dice que esto no se entiende,
por qué no enciendo luz en las palabras.
Yo humedezco mis dedos en lluvia
apagando aquella vela que no encendí.
Alguien insiste sobre el lenguaje
de las cosas comunes, la canción del amor.
Le muestro mi hueso de calle angosta,
la vieja escoba con que barrimos días
mientras el vecino se pegaba al televisor.
Le digo que hoy no, que vino la sombra
y me nombró, que vino la camisa por mis
sueños, que soy lo que alcanzo a distinguir,
soy lo que no pueden ver. Les digo
que este lápiz es un fósforo quemado
antes de ver el sol.
Combustión interna
Es hoguera. Debes
hacerla y venir.
Mirarnos así: leño
y piel. Por dentro,
por fuera. Días y
años. Hoguera el
tacto, la mano. Pubis
y corteza. Arder del
sueño a la noche.
Sin horarios ni
minutas.
El mundo está,
pero cuándo.
Todo lo que arde
es amor. El resto
ceniza.
Pan tostado
Cada parte del hambre es mi pan. Cada mordida el mismo trigo.
Si mastico soy aquel alimento cansado y su viaje, la espera,
aquella semilla envejecida en el umbral.
Y cuando abro el pan también abro la puerta
por donde entro en la boca de mi padre
que deposita esa mortaja con la harina del perdón.
Entonces las migas caen multiplicadas antes de llegar al auelo,
aroma entonces el territorio de la pobreza
aunque la mantequilla derrita y luego vuelva
a enfriarse en un rincón.
Un fósforo cae en la lluvia
Alguien te nombró y te dijo. Vino entonces la lluvia,
y aquellos árboles de Avenida La Paz parecían extender sus ramas
hasta mis ojos, parecían abrir un camino hacia las barcas,
hacerse tu gorra mojada en lo mojado de tu cuerpo,
parecían cruzar el estrecho y su canal chorreando del mástil
esos nombres que albergan destino, parecían venir
del mismo cielo que en Concepción ya acunara mi luto,
y desbarrancados, parecían aquellas gaviotas que en Valparaíso
pusiste la alcance de esta mano, para que escogiera entre
cielo y mar el viaje de mi propio horizonte.
Alguien encendió un cigarro entonces, te nombró y te dijo,
pero ya estabas lejos.
Yo cogería tu blanca mano
si dejaras de mirarme como un inquisidor
con antorchas en los ojos
Apretaría con fuerza esos dedos
embadurnados en aceite de oliva
atrayéndote hacia mí
hasta hacer de nosotros una pira sobre las aguas
Yo cogería tu blanca mano
si no la dejara llena de cenizas.
Bonzo para una escritura suicida
No es por rabia que unto en bencina la situación
de mi rostro, no son estas lágrimas las que apagarán mi cuerpo.
No es por rabia que me incendio ni por orgullo
que ilumino lo claro del día, lo trémulo
del viento que aviva este chamuscar. Nadie debe creer
que soy la ceniza que dejé, sino este segundo de luz.
PATRIA NEGRA / PATRIA ROJA
Ediciones Santiago Inédito, Santiago, 2016. 84 págs.
En este trecho de tierra hay algunas caletillas con poca agua salobre, donde se han recogido y huido algunos indios pescadores, pobres y casi desnudos; los vestidos son de pieles de lobos marinos, y en muchas partes de esta costa beben sangre de estos lobos a falta de agua; no alcanzan un grano de maíz, no lo tienen; su comida sola es pescado y marisco. Llaman a estos indios camanchacas, porque los rostros y cueros de sus cuerpos se les han vuelto como una costra colorada, durísimos; dicen les previene de la sangre que beben de los lobos marinos, y por este color son conocidísimos.
Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile (1908)
REGINALDO DE LIZARRAGA (1545-1615), Obispo de la Imperial ciudad de La Serena
0.1.3
La camanchaca soy yo.
El agua, su negocio.
El espejismo.
La foto, su revelado.
El marco, cuyo vidrio opaco
no dejar ver las imperfecciones
del sol. Mi piel roja
es el contraste y se vende bien.
El arte está en la lengua
del empleado.
La camanchaca es la humedad
de mis ojos, tan viejos mis ojos,
pensando la conscripción
de mi hijo,
mirando las estrellas del Sernatur
aquí, en este rincón de la noche
0.1.4
Ya sabes Susana,
me huacho de patria cuando escondes tu cama. Me ñeclas
de polvo y de agua cuando secas tus manos en banderas negras.
Curiche todo sin noche ni manta como fosa abierta
entre los piques quiero decirte Chile pero la leva corre
calle arriba y desde el bus se alarga y angosta en la distancia.
Me destino en la camanchaca que va cubriendo
este camino que siempre nos aleja de todos, rumbeando
hacia un sol que destiñe su hora. Me cuadro en el silencio
que susurra entre los tamarugos “olvida a quienes
ya no puedas amar, el secreto letargo de los cuerpos perdidos”
y dejo que todo pase, como pasa un aire de huesos.
02
Demasiado tiempo, dura, agarrotada,
cuando abrí la mano para sentir la extensión de la vida
un obrero tomó un martillo y comenzó a clavarla.
Si este no es un madero y yo no soy Cristo, qué diablos…
Primero la piel desgarrada, después los huesos triturán-
dose, el dolor que un viento insoportable, uno de esos
que llegan atravesando el mar hasta los montes, se metía
vena adentro de estos arenales.
El obrero se limpió el sudor con el anverso del guante
y siguió golpeando con furia. Pero esto es Peñuelas
pero el verano de 2000 pero me puse Rayfilter 50.
No había bebido, no estaba insolado ni dormitaba
y solo faltaban dos, dos malditos días para dejar de sangrar.
0.2.1
Ya sentía así el eco de la tierra ( ( ( ( ( ( (
Sentía como algo irremediable,
esa o del vacío que suele apoderarse de los nombres.
La sentíamos atemorizada de su fuerza,
como sosteniendo a un niño en pañales.
La sentíamos huida de sí misma
y encontrada poco más allá de los conchales
______________________
bajo el horizonte .
La sentíamos desear la lluvia
sin poder reconocerla. Árida. Terca.
Los automóviles cruzaban a 100 kms. por la carretera,
los insectos libaban antes de caer agotados
por el sol, sólo algún lagarto
sostenía lo sabio del escondite.
Entonces los huesos comenzaron a temblar,
primero los húmeros, la tibia. Después el cristal
depositado en los labios, los años. Y el remezón de la tierra
nos fue sacando boca arriba, apenas tocados por raíces
de plantas que no existieron.
Yo me hice luna llena, mi hombre, encendió el televisor.
03
Era el año del Señor de 1536, 1973, 2999.
Sólo un día, un día más –le pedí- para dejar de sangrar.
0.3.1
En chango comienza el norte. En chango se oculta el sol. En chango las bahías orinan arenas negras y los entierros se hunden para no ver la puesta de su luz, la fotito pubis del turista japonés. Allí, donde el paso del niño quemado y la pelota cruzan el mismo espacio, donde alguien sopla el polvo sucio que se pega a la crema protectora, el bronceado de moda, allí mismo, a quién se le habrá ocurrido, nos pusieron la animita gorda de la patria, la animita tetona del matinal, buena para el pan y las gaseosas, allí, en el mismo hueso.
0.3.2
En chango se hace humo el hueso de una mujer. En güiro el viento acarrea el mar de ola en ola. En chango y hueso te deben escribir Susana la mismísima página, en güiro y viento velar las mechas que anuncian la partida de tu leche hacia los cerros. Entre poemas los que perdieron todo fuman del último libro, como una concha abierta antes del viaje y dicen que estás aquí, descalza sobre la playa, en su arena negra, en este viaje pobre de barca sin peces, en su casa de molusco que perdió el calcio bajo la luna. Dicen que estás tan cerca del hueso que pueden tocarte si fuman, así hacen la noche, hablando de tus poemas, de lo flaco y delgado del camino hacia el mar de tus poemas, de la fosa común cavada con tus versos para que la matriarca sin agua potable tuviese lluvia, para que las escamas del puerto dejen libre esa desnudez de vino y resaca, esas palabras que no entran a las oficinas ni toman café exprés, aquellos seres que regresan a la misma frase como la camisa que menos se arruga. En chango hacemos animita Susana, y a veces este puerto nos lleva hacia algún lugar.
0.3.5
Voy a soñar contigo esta mañana. Voy a soñarte toda vidrio y ofertas en la distribuidora, toda sencillo y boleto en las micros que llevan del mar al cerro y bajan como si viesen fantasmas en cada curva. Te soñaré alimentada a mediodía con el pan de La Caserita y los porotos del Negro Roberto. Siestaré contigo la modorra sol a las tres del vacío y el tedio. Y seguiré soñando mientras construyo la ola que se llevará los botes hacia el pez, y cuando vuelva todo dormido en el sudor del día te seguiré soñando soñando hasta que despierte contigo esta noche.
Ecosistema
Se cruzan los vientos, las caras, el polvo
-aquél tiznado, fino, momia de las rocas.
Se cruzan las nubes, las tiras del bote,
los cueros del lobo marino, gordos, inflados
como una teta que nadie chupa.
Los peces, las olas, que no son otra cosa
que los torbellinos atravesados en su norte,
empalados en su sur. Y bajo las piedras
los insectos quieren reproducir la permanencia
como si fueran hombres envejecidos
a fuerza de clavos. Y de esa crucifixión
nacen las llagas del agua, supurando,
ateridas y humilladas. Rechazadas
por el cielo y el mar, ánimas que deambulan
en el purgatorio de las orillas.
La camanchaca entonces es una tumba abierta,
una fosa común de militantes fusilados,
esto que se busca pero no se nombra.
El agua que se pierde, y ya nunca se encuentra.
Nos construíamos en la lluvia, y esta debía durarnos todo el año.
Nos pegábamos a su teta húmeda siguiendo un rito ancestral
de sobrevivencia, éramos sus hijos, los únicos hijos rojos de la lluvia.
http://letras.s5.com/srod121216.html
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