Marcos Rodríguez-Frese. Nació el 20 de octubre de 1941, Cayey, Puerto Rico, y creció en el barrio Trastalleres, de Santurce, San Juan, P.R. Se educó en las escuelas intermedias Rafael María de Labra y Superior Central, hasta 1960. Ese año, inicia estudios en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras, y dos años después forma parte del equipo que funda la revista Guajana, de poesía. En 1965, obtiene su bachillerato en la Escuela de Ciencias Sociales y comienza estudios hacia el doctorado en Derecho, los cuales termina en 1971. Antes, había trabajado con el Departamento de Educación, su División de Educación a la Comunidad, famoso bastión de escritores y artistas gráficos y cinematográficos. Ha publicado en varias revistas nacionales y del extranjero. Fue presidente de la Federación de Universitarios Pro Independencia. Como dirigente estudiantil, y más tarde por su cuenta, ha viajado extensamente por Europa y América. Sus libros publicados hasta hoy son Árbol prohibido (1971), primer premio de poesía del Ateneo Puertorriqueño, y Todo el hombre (1971), también, primer premio de la misma entidad. Ha cultivado, además, aunque menos asiduamente, el género del cuento, por el cual se le ha premiado en el certamen de la Sociedad de Hijos del Antiguo San Juan y en el del Ateneo Puertorriqueño. Poeta de palabra precisa e imagen certera, posee dominio del lenguaje y su medida. De expresión social y amatoria, es, sin embargo, un sondeador de la hondura de lo cotidiano, con noble sentido del valor humano. Prepara la re-edición de sus libros ya mencionados, juntamente con los inéditos Poemas simultáneos y Carcaj de Diana, todo ello en un solo tomo con el título de Redor.
DESPUÉS
Todo es un campo alegre de batalla
(Rafael Alberti)
Después,
nos queda un leve asunto de pecado,
una pequeña sombra impertinente
como un jazmín crucificado.
Ha salido como de lastre,
desplazado
por la fuerza del amor triunfante.
(Esto es como una hermosa
dialéctica
de lo que nos reúne...)
Quisiéramos barrer sus índices
quemantes,
pero tiene su ancestro
en estirpes celestes,
y nos afirma humanos,
como su mismo origen.
Y pasa,
como todo lo pasado.
LO NECESARIO
Uno se encuentra, a veces,
solo entre sus costillas y solo
entre toda la gente, hundida
la ternura al fondo de los poros. Toma
un libro de paz, una revista, recién
llegado amor. La desnuda
como partir el pan, y se va por su piel
bebiendo luces, palabras de una voz luminosa,
desconocida y nuestra, sin embargo.
Recuerdas el poema que quisiste
escribir entre agrios buches, cuando
Fidel dijo: es dolorosa-
mente cierta la muerte. Y lo dejaste
a medias con tus convencimientos
de amargura. Hoy lo tomas como
a un vaso que arde, lo llevas a tu boca
y se te sale el corazón. Por esa herida
sangra contra el viento inundado
de impurezas. Cuando acabes la sal
y el aceite que te llenan, sabe
que va el amor haciendo huella y lo más
necesario es pisar adelante
con todo lo que tienes, para aprender, al menos,
a escribir igual que en el principio,
diciendo así y llorando,
si es preciso: A,
como en ahora y en abrazo; B,
como en batalla y en bandera; C,
como en compañero y comandante,
y en el idioma antiguo de los héroes: Ch,
como en Che. Así seguido.
Madrigal
Dulce eclosión amante de lo amado:
¡Ay! este nacimiento indetenible...
¡Tanta copia de aurora en lo ostensible
de este perfil de nubes circundado!
Está de vida el mundo ya aireado
con toda su canción de luz posible.
El aire está refresco y definible,
tocado por tu cuerpo, el intocado.
La luz me llega pura y desatada,
provocándome en raptos celestiales
a inclinarte la sangre que me mueve.
Y vocea mi voz que está callada
de tantas alegrías virginales
ante la creación que de ti llueve.
Digo
Digo mi nombre con mi voz,
y canto:
Para el muchacho solo,
sin guitarra.
Para la adolescente sin amigo
de domingo.
Para este hombre de calor
y hambre,
con su corazón gris como una brasa.
Y para la mujer con un niño
que duerme
sobre el pecho mordido.
Para el anciano puro sin remedio
que ve al hijo marchar
con su misma tristeza.
Para la vieja frágil
como una rama seca
y curvada de arrugas.
Aquí canto. Digo
mi nombre simple
para que todos sepan
lo que amo.
Caracol
Como dentro de un caracol
me apego a ti
negando que haya un tiempo de este día.
Falta el aire, el destino, una sonrisa,
y nada se aborrece
más que la claridad.
No creo que tengas salud en tus brazos,
porque te impido que puedas ejercitarlos.
Nada, no obstante, imita más tu sombra
que los remansos del río ante la luz del monte.
Yo me apego a ti para romper tu magia,
a que el gusano sepa que algo más trae el día,
para que el caracol no deje entrar la luz,
porque tu sombra viaja.
Poesía
No hay descanso. Ni paz
posible. Ni glorieta
de sombra. Ni árbol
de brisa. Ni hoja
en el aire del sueño...
No hay piedra firme
y lisa. Ni camino
sencillo o senda abierta.
Ni huida, ni pie lento.
Ni parque de sosiego...
No hay gesto que
la aplaque. Ni ruego
capaz de asir sus armas.
Ni tormenta, ni cruz
que posponga su golpe...
No hay refugio ni cerco
que disuada su radiación
de inmoladora lumbre,
su luz cegante,
su cortante entrada...
Con cada niño, se hace
más presente. Frente
al amor, me desnuda
las plantas en su fuego.
La madre, el aire de su
hondo olor a almohada,
le pone fina su hoja
para hurgar en la menas
de mis lágrimas. No
hay tregua. Constante
ruiseñor por mi garganta,
ya no hay nada que hacer:
¡quedar sin habla!,
para, en su red
de mariposa y humo,
que no admite ni aliento,
caer
y forcejear
y amarla...
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