miércoles, 1 de septiembre de 2010

786.- MOYA CANNON


Moya Cannon nació en Dunfanaghy (County Donegal, Irlanda) en 1956, estudió en el University College de Dublín y en el Corpus Christi College de Cambridge. Durante 1995 fue Editora de la Poetry Ireland Review. En la actualidad vive en Galway. Publicó Oar (1990) y Murdering the Language (1996).



Manos

Para Eamonn y Kathleen

Fue en algún lugar sobre la costa noreste
de Brasil,
sobre Fortaleza, una ciudad
de la que nada sé,
salvo que está llena de gente
cuyas vidas son un misterio
mayor que el río Amazonas;
fue ahí, mientras el avión de juguete
del monitor de vuelo
se desplazaba al ecuador
y viraba al este hacia Marruecos,
cuando empecé de nuevo a pensar en las manos,
en lo extraño que es que nuestras vidas
–la vida de la francesita pelirroja a mi izquierda,
la vida del niño argentino a mi derecha,
mi vida y las vidas de todos los pasajeros dormidos
que están siendo rápidamente transportados
en la oscuridad sobre el oscurecido Atlántico–,
todas esas vidas ahora estuvieran siendo sujetadas
por las manos del piloto,
y pienso en otras manos que pueden sostener
nuestras vidas,
las manos del cirujano
a quien tendré que volver a ver
cuando llegue a casa,
las manos de la inteligente enfermera
de cabello negro
que desenrolló de mi cuello el cordón umbilical,
las suaves manos de mi madre,
las manos de esos otros
que me quisieron
hasta que parece casi
como si esto fuera lo que es la vida humana:
ser pasado de mano en mano,
para ser, improbablemente,
llevado sobre un océano.

Versión de Jorge Fondebrider





Sólo sombras

Muéstranos qué es la luz:
las sombras negras de los álamos
sobre el verde y cálido suelo del valle;
la sombra rota al frente de una pintura
de Pisarro,
mientras una joven lava platos al sol;
sombras en nuestras vidas: enfermedad,
pérdida, muerte.

Las sombras
alertan nuestra visión
para la luz vívida en los claros árboles
encarnados,
para la luz veteada sobre el algodón
azul y blanco,
para la luz lavada sobre recipientes
amontonados.

Versión de Jorge Fondebrider





Estornino


Algunas cosas no pueden ser atrapadas
en palabras,
estorninos sobre un río de octubre,
por ejemplo:
el modo en que se elevan desde el borde
de un tejado en una nube
dirigida por un coreógrafo oculto;
el modo en que suben, se agrupan
y descienden,
tirando de alguna arteria desconocida
del corazón humano;
el modo en que la nube se rompe y fusiona
las partes inferiores de las alas recogiendo
toda la luz
que quedaba en el cielo del crepúsculo;
el modo en que vuelan hacia el tejado
de un depósito,
pájaro a pájaro marrón.

Traducción de Jorge Fondebrider.






Olvidar los tulipanes

Hoy, en la terraza, señala con su bastón
y pregunta:
“¿Cómo llamas a esas flores?”

De vacaciones, en Dublín, en los años sesenta
compró los cinco bulbos originales por una libra.
Los plantó y los fertilizó durante treinta
y cinco años.
Los hizo crecer, los dividió,
los almacenó en el galpón sobre alambre tejidos
listos para plantar en hilera,
corolas rojo y amarillo intenso:

tesoro transportado en galeones
desde Turquía a Ámsterdam,
tres siglos antes.
Ahora en abril se balancean con un viento
de Donegal,
encima de las delgadas hojas
de los adormecidos crisantemos.

Un hombre que cavó surcos derechos
y que recogió negras plantas de grosellas,
que enseñó a hileras de niños las partes
de la oración,
tiempos y declinaciones
debajo de un mapamundi de tela cuarteada;
al que le encantaba enseñar la historia
de Marco Polo y de sus tíos que, desalineados,
volvían a casa al cabo de diez años de viaje,
tajeando entonces el forro de sus abrigos
para dejar caer los rubíes traídos de Cathay;

ahora, perdiendo primero los sustantivos,
está de pie junto a su cantero de flores y pregunta:
“¿Cómo llamas a esas flores?”

Traducción de Jorge Fondebrider







REMO

Camina tierra y tierra adentro
Con tu remo,
Hasta que alguien te pregunte
Qué es eso.

Construye entonces tu casa.

Porque sólo entonces necesitarás
decir y saber
Que el mar es inmenso e insondable,
Que el remo que empuja
Contra la ola
Y con la ola
Es todo.

Traducción de Jorge Fondebrider.







VIOLA

De donde sea que venga la música,
debe venir de un instrumento.
Quizás por eso es que el instrumento
que más amamos
sea el que más se nos parece:

un largo cuello,
una garganta que ama el tacto,
vísceras,
un cuerpo que resuena:

y la vida, el arco de hebra y de madera
que nos tensa en las necesarias
horas cacofónicas,
que funde oscuridad y luz
en un solo tono profundo,
que nos convierte, indecisos,
en música.







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