Javier Campos
(1947, Santiago de Chile). Ha publicado una novela (Los saltimbanquis, 1999) y cuatro libros de poesía: Las últimas fotografías (Uruguay, 1981); La ciudad en llamas (Chile,1986); Las cartas olvidadas del astronauta (EEUU,1991). Este último obtuvo el primer premio “Letras de Oro” en 1990 para escritores hispanoamericanos residentes en Estados Unidos. El año 1998 fue finalista en premio Casa de las Américas, Cuba, con su cuarto libro de poesía El astronauta en llamas, publicado por editorial LOM, Chile, en 2000. En diciembre de 2002 gana el Premio Internacional de poesía, categoría poema largo (con "Los gatos") en el Premio Internacional "Juan Rulfo" de Radio Francia Internacional. Ha sido publicado en varias antologías. Ha participado en la mayoría de los Festivales Internacionales de Poesía de Centroamérica (Nicaragua, El Salvador, Costa Rica, Guatemala). En 2008 el VII Festival de Poesía de Costa Rica le publicó la primera edición de su libro El poeta en llamas. Actualmente es profesor de literatura latinoamericana en la Universidad jesuita de Fairfield, en Connecticut, EE.UU. Desde 2007 es traductor de la poesía de Yevgeny Yevtushenko desde versión inglés al español con el mismo autor.
El poeta olvidado
Escribo tu nombre en esta biblioteca virtual de Alejandría
y hay miles;
tu primer nombre es de millones,
tu nombre y apellido juntos también es de miles;
y cuando escribo "poeta" ante tu nombre
y tu apellido
la máquina entre billones de nombres
no encuentra el tuyo en ninguna parte
ni siquiera sabe que fuiste un poeta de un pueblo
de mi país
que escribiste dos libros que nadie te publicó,
o quizás era sólo uno, o probablemente ninguno,
que leías tus poemas en lugares que sólo interesaban a los poetas
o cuando hace siglos los poetas eran queridos por las muchedumbres;
pero de eso ya ha pasado mucho tiempo
nada dicen de ti en esta biblioteca cibernética
aún cuando tu nombre y tu apellido aparece miles de veces;
tampoco hay referencia alguna que mencione que fuiste un poeta maldito
o quizás eso fue una leyenda y eras realmente un poeta romántico
ni tampoco hay información de que tenías un único abrigo gastado
y eras pálido (o pálida) como la luna
menos que alguna vez fuiste un guerrillero o guerrillera
y te metiste por meses o años en un selva
de eso sí que nadie se acuerda en aquel pueblo
del sur de planeta
o quizás aquello fue también una leyenda que a nadie importa
ni siquiera hay una foto de ti
ni aquella al lado de un poeta famoso quien decían era tu amigo
y cuyo nombre ya nadie tampoco recuerda
hermosa o bello te encontraban las muchachas
y los muchachos adolescentes suspiraban por ti,
y eso parece que era verdad
querido poeta olvidado
quizás aún deambulas por el pueblo aquel, envejecido, o anciana,
con tu gastado abrigo desteñido, solapas alzadas,
pelo encanecido, y tu bella sonrisa destruida,
con alguna cicatriz de una bala que recibiste
cuando vivías en una selva, en una montaña,
cuando te enamoraste de una boina con una estrella
ni siquiera la post modernidad (ni menos la modernidad)
se acordó de ti;
quién sabe si en un par de segundos ahora aparezca tu nombre y apellido
y quedes para siempre en esta biblioteca cibernética
a lo mejor alguna muchacha (o algún muchacho) del futuro
encuentre tu nombre
y sepa que fuiste una poeta pobre y olvidada,
o quizás a esa muchacha del futuro (o a ese muchacho)
ya no le interesen ni los poetas viejos
tampoco los poetas muertos, ni menos los poetas jóvenes,
o quizás sí
porque hay que tener fe en el futuro
y aún dentro de este paisaje virtual y cibernético
que rodea al Universo
tendrá que haber en alguna parte del planeta
una muchacha (o un muchacho)
que volverá a repetir la historia del poeta olvidado.
Los Gatos
Castrados, los gatos recorren el universo de la casa,
escondidos durante las más insólitas horas del día
duermen casi sonámbulos de los fríos traicioneros
a sus oídos -verdaderos radares peludos- llegan lejanos ruidos
del misterioso universo, voces imperceptibles,
quizás señales de otras estrellas
a veces uno de ellos sale a recorrer esta galaxia de muebles,
ventanas melancólicas, plantas neuróticas,
libros descansando como sapos, ropas aburridas
durmiendo sobre una silla,
o se pasean como fantasmas alrededor de un cuerpo
que abraza a otro cuerpo
huele curioso la piel de esos dos amantes ardientes
como si descubriera que las estrellas también
tienen perfumes deliciosos
para sus narices refinadas y poderosas
y sigue su marcha de elefante diminuto, peludo,
feliz de ver otro día más de sus siete vidas,
se encarama como una pluma sobre la ventana
donde está el sol
y allí se solaza, se restriega contra el cristal
como si hubiera dado al fin con la bella arena caliente
de la luna
el otro; su amigo, su amante, su compañero, su conocido
-con los gatos nunca se sabe-
que aún sigue durmiendo,
se mueve en el sofá suave y presiente en su sueño apacible
una catástrofe gatuna:
que su amante, amigo, compañero, conocido,
no está a su lado;
entonces como nunca siente el frío helado de la madrugada,
cual ordinario gato abandonado
y abrazado a sus sueños tenebrosos, negros,
sale como un rayo en busca del desaparecido
recorre aullando con dolor de animal herido
tal si hubiera recibido la bala de algún cazador insensible
o el tormento del más cruel torturador
y va por la galaxia desolado, loco, deprimido,
esquiva como un rayo las rocas que pasan veloces sobre su cabeza,
aerolitos como bombas atómicas pueden hacerlo polvo,
la radiación mortal de universo lo dejaría peor que gato mojado,
casi lo enceguece la luz del sol, pero el gato tiene
un sofisticado sistema que distingue la mala luz
de la buena luz
escudriña, y logra ver entre tanta oscuridad que lo acecha
a un ratón escondido, sudando el bichito de ser devorado
pero sigue caminando (el hambre no le preocupa)
entre medio de otros planetas,
pasa por debajo de los astros, las estrellas y las galaxias,
se mete silencioso entre las llamas del sol y sale de allí
casi chamuscado, sudando,
y su hermoso pelaje oliendo a quemado;
y cuando llega por fin a la ventana
y ve a su amigo, su compañero, su amante o su conocido,
tan indiferente, recostado panza arriba,
gozando satisfecho la maravillosa luz de la madrugada,
lo acaricia, lo muerde, lo lame, lo huele, lo despierta;
y el otro, sorprendido:
lo acaricia, lo muerde, lo lame, lo huele y lo besa.
El supermercado
"En lo que tal vez sea la víspera de una espantosa imposición de muerte
y destrucción sobre la población de Irak -una población, hay que añadir,
de la que más del 50% es menor de 15 años-, el Senado de Estados Unidos
permanece callado. El Senado de Estados Unidos sigue trabajando como
si no pasara nada. Verdaderamente estamos caminando sonámbulos por la historia."
Russel Byrd, senador norteamericano, febrero de 2003.
Hoy día no voy a hablar de la guerra contra Irak
sino de un supermercado
lleno de las más diversas comidas, inimaginables,
necesarias y no necesarias, frutas de los más apartados
rincones del planeta, arroces de todos los tamaños, blancos
y de colores variados, los que producían los indígenas
norteamericanos, los que producían hace milenios los chinos en el Asia,
los hindúes en sus comidas aromáticas y sensuales,
porque todo el mundo sabe que el Kama Sutra
se escribió después de comer bien
aquí viven las manzanas olorosas de diferentes colores y sabores,
ésas que en algunas partes del mundo no se han visto como se ven
en este supermercado, las que en Cuba son objetos de oro,
que jamás han crecido allí pero sí su dulce caña de azúcar
que también está aquí en este supermercado,
y las uvas de Chile, rosadas y negras, blancas y gigantes
como las aceitunas de Sevilla, también los quesos de Francia,
de Alemania, del lluvioso Oregon, verduras que vienen
de China, Malasia, Madagascar, Vietnam,
o de América Central el oloroso cilantro o el ají poderoso de
Oaxaca, la cerveza de Polonia, Rusia, o de Nueva York,
el ron de Nicaragua o el más delicioso "Habana Club" de Cuba,
los jamones de el país Vasco, las naranjas gigante de Florida,
y las de Andalucía, los tomates de Guadalajara,
el maíz de Guatemala, las cebollas chilenas para el ceviche peruano,
el pan hecho de cereales infinitos dejan el olor a casa calentada
y fraterna, el pan de cada día está aquí cada hora,
siempre, nadie pasaría hambre en este supermercado,
y el vino de Chile, de Argentina, Galicia, Australia, Alemania,
Hungría y de California,
todo esta aquí en este jardín , todo
para nuestras necesidades y las necesidades
que no necesitamos, pero también las necesidades que soñamos
aquí en los estantes al alcance de la mano,
están los frutos del universo, tranquilos y apacibles,
disponibles, la gente que camina por este supermercado
cree que estos lugares maravillosos
están en todas las partes del mundo,
hasta en los más apartados lugares de Irak
este lugar es el Jardín del Edén
pero el Edén estuvo históricamente
en Babilonia, muy cerca de Bagdad
la que fuera una de las ciudades más hermosas del Oriente
cuyos jardines colgantes se contaban
entre las siete maravillas del mundo
porque Bagdad fue también la ciudad donde nada más que allí
pudieron inspirarse las historias
de "Las mil y una noches" después que los amantes
comieron y bebieron llenándose el corazón de placer y amor;
pero más al sur de Bagdad estaba la ciudad de Ur,
fundada en el año 4.000 a.C. donde nació el profeta Abraham,
venerado por judíos, cristianos y mahometanos
pero nadie piensa en este supermercado que millones de bombas
caen en estos momentos sobre esa antigua Mesopotamia,
("la cuna de las primeras civilizaciones humanas del viejo
mundo" , dice la mismísima Enciclopedia Británica);
pero en este supermercado nadie tampoco piensa en la guerra
ni en la antigua Mesopotamia ni en el profeta Abraham
ni en los cuentos de "Las mil y una noches"
ni en las bombas nucleares
ni en los millones de muertos que van a caer allí como insectos
por el aire contaminado, por el humo con uranio de las bombas,
impurificando las aguas, los jardines, los campos, los valles,
los ríos y los Golfos, y todas las semillas,
para producir estos productos bellos de este supermercado
apacible, solitario, y con música ambiental
porque la tierra será convertida allí, por mucho tiempo,
en partículas de uranio o bañada por billones de galones
de petróleo crudo
en esta Cornucopia gigantesca -o en el cuerno de la abundancia-
nadie sabe qué significa la guerra
porque esa palabra no se ha pronunciado jamás entre estas
verduras, entre estos preciosos cereales,
los miles de sacos con los miles de granos de aromáticos café,
los manantiales de leche con mucha grasa,
con poca grasa o sin grasa,
las variadas carnes, los pescados sabrosos de todos los ríos
y mares del planeta, el placer de comer las uvas
en cualquier tiempo del año,
paladear los vinos incontaminados y luego hacer el amor
o sea, tener la vida casi perfecta;
yo no quería hablar de la guerra en este momento
sino de este supermercado donde
cada día paso a buscar mis alimentos necesarios
alegre
feliz
y sin mencionar nunca
la palabra
GUERRA.
El poeta pobre
Para Yevgeny Yevtushenko
Juventud, divino tesoro
Rubén Dario
Yo también en mi dorada juventud fui un poeta pobre,
miles de noches me dormí, como el poeta ruso Serguei Esenin,
mirando las estrellas desde un pajar;
navegué a regiones desconocidas, sonámbulo,
en barcos estancados en la arena de mi pueblo,
y como Ulises regresé cuando quise a mi lejana Itaca
sin que ningún cíclope me impidiera el regreso
También en mis momentos más tenebrosos o despechado de amor
cometí cientos de suicidios
con el mismo revólver del poeta Maykovsky
cuando a los 30 años se disparó en la cabeza;
o anduve por kilómetros sin rumbo fijo
hundiéndome en el mar un día hermoso al atardecer
como se suicidó la poeta Alfonsina Storni
entrando semidormida en las olas del océano
Como Lázaro de Tormes
también bebí los vinos más deliciosos del planeta
sin siquiera tener un viñedo propio
ni tampoco un racimo entero de uvas que llevarme a la boca
en el verano
Me embriagué con otros manjares
venidos desde los Jardines de Babilonia
o de un vaso de oro que tomaba Sherezade
mientras contada mil historias maravillosas cada noche
para que no la mataran
Probé los venenos de las hierbas más milenarias de la tierra
aquellas que los zapotecas tomaban mirando el atardecer
en una playa de Oaxaca
o las que bebían los faraones antes de morir
para soñar con el paraíso que les esperaba
Leí miles de libros en una biblioteca vacía de mi madre pobre
mientras en nuestro palacio de oro yo esperaba por siglos,
muerto de hambre, de sed y de frío,
para que ella me hiciera dormir
leyéndome uno de esos libros inexistentes
de nuestra extensa biblioteca de Alejandría
En mi adolescencia como todo poeta pobre
escribí hasta altas horas de la noche
en papeles inmaculadamente blancos
fumé todas las hierbas alucinógenas sin volverme demente
ni perdí la lucidez rescribiendo inútilmente por horas,
afiebrado de imágenes,
nada más que un sólo verso
También vestí los más hermosos trajes
y me rodearon hermosas mujeres invisibles
de todos los lugares del planeta,
viaje por lugares ignotos, hasta llegar a otras galaxias,
sin moverme siquiera de mi miserable guarida
Me envidiaron miles de otros poetas jóvenes pero ricos
esos que obtuvieron todos los premios inimaginables
y también me envidiaron los tocados por el don de la Poesía,
los que fueron aclamados por reyes, presidentes,
dictadores y príncipes,
o recibidos por las azules muchedumbres como le ocurrió
al poeta Rubén Darío joven
y al poeta Rubén Darío viejo
Aunque todos ellos me desdeñaron y me quitaron el saludo
-mientras continuaban recibiendo premios,
invitados por los países ricos y por los países pobres-
ellos jamás citaron en sus libros al poeta pobre
aunque sí copiaron todos mis versos inéditos
y plagiaron todos los libros que nunca escribí.
Los poetas en la selva leen poemas
Para Roberto Dada en Tortuguero
Estoy solo en una selva del trópico, no se qué hago en esta canoa,
veo moverse algo en las aguas, y en los árboles sonidos y vuelos
de pájaros y animales exóticos,
no sé si será un sueño o es que me he perdido,
sólo recuerdo lecturas de poemas la noche anterior en esta misma selva,
se hablaba de cocodrilos que vivían bajo la casa sobre el agua,
donde bebíamos ron, otros fumaban para espantar los mosquitos,
y escuchábamos poemas de tierras lejanas, de países en guerras,
de países verdes como Irlanda y climas muy fríos,
se leen versos de Bagdad y de Babilonia, de El Cairo,
“aquí es caliente, muy caliente -dijo el poeta irlandés-
no puedo moverme de tanto calor
por eso bebo todo el día sentado en una silla“,
no tanto dijo el poeta de Cuba.
Y nadie sabe qué ocurrió después,
no sé dónde están los poetas,
sólo yo viajo en esta canoa por la oscuridad a las 3 de la mañana,
no hay ningún remero que guía esta frágil embarcación
hecha por unos indígenas,
quizás soy parte del poema del irlandés que aún está escribiendo,
tomando cerveza, aguantando el sol tropical,
un poema que nos leerá muy pronto
pero que aún no termina de escribir.
Woodstock
Yo no estuve en Woodstock en agosto de 1969
en estas montañas verdes y apacibles
unos días de verano y a esta misma hora
cuando llovió tres días seguidos sin que toda esa agua
oxidara las guitarras eléctricas
humedeciera los cables de los micrófonos
o ahogara el canto y los discursos
que salían de los gigantescos parlantes
plantados en el proscenio iguales que árboles negros
Tampoco cayeron rayos que hicieran cenizas
a los cientos de cantantes
quienes producían el ruido más ensordecedor
escuchado nunca
a varias millas a la redonda en estos potreros
donde por décadas sólo se escuchó
el rumiar de las vacas
el relincho de los caballos
el motor de las máquinas de labranza
o el sonido del maíz
cuando bajaba de los largos graneros de metal
elevados al universo
en un monumental símbolo fálico
(Ninguno se preocupó tampoco qué habría pasado
por las cabezas de los silenciosos campesinos,
los mismos que Walt Whitman describió en
Hojas de Hierbas,
cuando vieron llegar medio millón de gente
a estas montañas
donde nadie conocía otro sonido ni canto que no fuera
el que nacía de la misma Naturaleza )
Durante esos tres días hubo tormentas eléctricas
y por el cielo se vieron los caballos del Apocalipsis
abajo una marea humana se movía como el Arca de Noé
en frente del monumental proscenio
azotado por la tormenta
El vapor de los cuerpos calientes de los jóvenes
se elevaba como una antorcha entre la lluvia
miles de mujeres y hombres rubios bailaban
sonámbulos:
negros de Harlem, Chicanos del Valle de San Joaquín,
o puertorriqueños pobres de New Jersey
se abrazaban a jóvenes indios que tomaban
cerveza en latas
o a profetas, gurus, vagabundos, adivinos,
músicos callejeros y saltimbanquis
El viento llevaba y traía el aroma fragante
de la mariguana,
o el hashish y el peyote que también subían al cielo
en un remolino de humo sagrado
seguido por miles de ojos en llamas
La lluvia caía como cataratas
y construía en la tierra y en el pasto
lagos artificiales
que usaron para nadar desnudos,
dejaron que sus cuerpos hermosos
se hundieran en cámara lenta
y se bautizaron con el agua que venía del cielo
como si fueran los humildes profetas
de lejanas civilizaciones
escondidas bajo la tierra para siempre
Se abrazaban transparentes
de una misteriosa luz interior
entraban y salían de esas lagunas artificiales
con el corazón purificado
limpiándose la mugre del alma
creyeron que tocaban el origen humilde del Universo
hicieron el amor sobre el pasto cubierto de barro
y nadie preguntó nada a nadie
nadie tampoco les apuntó con el dedo
ni nadie llamó a la policía que vigilaba desde lejos
en sus autos blanco y negro, con luces intermitentes
que giraban como látigos de fuego
(Ninguno en esa multitud supo tampoco
que la Guardia Nacional
tenía cien helicópteros
aguardando detrás de las montañas
para lanzarles bombas de humo
y transformar esa tierra prometida
en un Holocausto).
Pero todos experimentaron allí
el Paraíso Original
En el proscenio seguían pasando las bandas
y los cantantes
compitiendo con los rayos y los truenos
tal si fueran las mismas bombas
que a esa misma hora
estaban
cayendo
ininterrumpidamente en
Vietnam
***
Hoy el lugar es el mismo
y llueve como en agosto del 69
sólo quedó un monumento de piedra y metal
recordando el deslumbramiento que por tres días
tuvo toda una generación
Siempre hay flores frescas
y no falta el que deja una bolsita de mariguana:
esas hierbas fueron sus únicas armas silvestres
y esas hojas sagradas
las únicas
donde alucinados vieron el origen del futuro.
Los adolescentes poetas muertos
Qué sería de mis queridos y antiquísimos poetas jóvenes
los que se olvidaron de mí;
aquellos que se quedaron en la misma ciudad de siempre
en aquel pueblo al que nunca más regresé
Qué sería de mis libros enterrados, bajo la tierra,
esos volúmenes prohibidos que hace muchos siglos atrás
leímos como candente fuego y ardientes profecías
Qué ocurrió con sus miradas, junto a la mía, hacia el universo
buscando entonces la Estrella Polar
siguiéndola con los viejos zapatos de Rimbaud,
o en nuestros hombros la mochila con olor a trigal de verano
del poeta Esenin,
y un tubo con agujeros para inventar un música nueva
como nos enseñó el poeta ruso Vladimir Mayakovski en 1914
Y qué fueron de las miles de caminatas por aquellas calles
bajo un balcón inalcanzable donde alguien nos hacia señas
para que subiéramos por su sonrisa y sus cantos de sirena,
aquella beldad lejana, imaginada por nuestras bellas cabezas
de pelo revuelto y mejillas rojas
La que cantaba para mí, o para mi viejos compañeros,
nosotros, los bellos adolescentes bajo ese balcón de Julieta Capuleto
escribíamos poemas y cartas de amor,
hoy arrumbadas en podridos baúles;
nada más que hojas amarillentas
arrugadas por el tiempo y que nadie nunca más leyó
¿Qué fue de aquellos poetas muertos y dónde quedó
todo lo que escribimos hasta altas horas de cada estación del año,
bebiendo ajenjo amargo como los poetas malditos
o pensando en suicidarnos como Alfonsina Storni?
Si embargo nadie se murió de amor, ni nadie se suicidó,
algunos sí desaparecimos entre la vida,
o viajamos a estrellas lejanas
otros murieron de muerte natural en el mismo pueblo:
olvidados adolescentes poetas muertos.
8
Tengo un dolor como si el más cruel torturador me hubiera mutilado.
Pusieran electricidad en mis músculos.
Me quebraran mis huesos.
Me sumergieran en agua.
Me sacaran mis uñas.
Me desfiguraran el rostro.
Me pegaran con un fierro hasta adormecer mis últimos nervios.
Me pusieran música con el más alto volumen mientras me azotan
con un látigo de fuego.
Todo eso es posible que lo resista.
Pero será más doloroso
cuando quieran arrancarme
esa parte tuya que pegaste junto a mi corazón.
16
Me la paso el día y las noches buscándote en los billones
de fotos en esta pantalla infinita conectada a la red.
Recibo mensajes de gente de otros planetas que me responden.
Busco tu nombre pero no existes ni menos tu imagen.
Luego busco por seudónimos, por el nombre de ciudades.
Pueblos, por el color de tu cabello, por el color de tus ojos.
Por tus gustos íntimos, por los libros que has leído.
Por los viajes que hicimos juntos.
Por los números de los asientos de avión.
Por los hoteles, moteles, restaurantes lejanos donde estuvimos.
Por las playas, por las calles donde nos sacamos fotos.
Por los archivos de los visitantes de la Tour de Eiffel.
Por los puentes de El Sena.
Por los que compraron boletos para el Museo del Louvre.
Para el museo de Ciudad de México.
Por las calles de Irak, San Salvador, Managua, Habana, Afganistán.
Por la foto con un poeta famoso donde estamos los tres riendo
en Granada, Nicaragua.
Por lo que íbamos a hacer en el futuro.
Porque ahora se puede programar el futuro de cada uno
y queda registrado en una memoria aún más infinita.
Pero no te encontré en ninguna parte.
Sólo yo aparecía en toda esa inmedible información.
Y al lado mío siempre hubo un espacio vacío.
Bloqueado por una ventana negra.
19
Uno de los gatos encontró esa hierba silvestre
que parece mariguana y los vuelve locos.
Metido entre cosas abandonadas arrastró el paquete con la hierba verde.
Olía con desesperación aquél pasto alucinógeno.
El otro lo ayudó a arrastrarlo como si fuera algo ilegal
que alguien había dejado escondido en ese lugar abandonado.
Y se metieron sigilosos debajo de un sillón viejo.
Pasaron semanas drogados y lloraban con silenciosos quejidos.
Un día uno salió corriendo hacia la ventana a medianoche
porque en su alucinación imaginó que al fin alguien regresaba a la casa.
El otro entre la oscuridad daba vueltas y vueltas por los muebles llenos de polvo
como si fuera una ciudad bombardeada.
Las mismas que a veces ambos miraban en la televisión
en un lugar lejano del planeta llamado Irak o Afganistán.
Semidormidos y felices, a millones de kilómetros de esos lugares.
Acurrucados, al lado de agradables llamas de una chimenea.
Los dos juntos en un sillón.
Pegados, protegidos para siempre al cuerpo de sus amos.
LA ÚLTIMA CARTA DEL ASTRONAUTA
Yo siempre seré tu golondrina en llamas que regresa
El que vive encerrado en esta nave del olvido
El que necesita volar en el bosque de tu casa
Y de allí emigrar desolado al jardín de la luna
Revolotear perdido en los lagos del sol
Dormir miserable en los volcanes congelados de Venus
Sé que nunca podré quedarme junto a tu nido
Porque yo no nací en ningún árbol
Ni en ningún bosque de este planeta
Yo vivía escondido durante el día
En la única rama sin vida de tu jardín
Y nadaba somnoliento en las noches
Bajo las aguas de un lago fosforescente
Por eso mi vuelo es más veloz que la luz
Por eso puedo desaparecer de ti sin quererlo
De tu mismo amor salí entonces
Un pájaro demente y luminoso
Pero no tengo cadenas que me aten a tus besos posesivos
No existen celdas de donde no huya
Ni desiertos donde no encuentre siempre las ciudades
Ni casas selladas donde no deseo nunca vivir
Estoy ardiendo de amor por ti
Y a pesar de que muero en las hogueras de tus viñas
Resucito de esas cenizas amorosas
Para volver a ser un pájaro melancólico
Un pedazo blanco de la luna embriagada
Que pasa veloz por tus ojos una y otra vez
Soy el cartero enamorado que no quiere entregarte nada
Un pájaro doméstico que vuela con un bastón blanco
Un animal salvaje de nadie
Que canta perdido en un bosque de Hadas
Que emigra en los sueños buscando los puertos
Preguntando por las olvidadas estaciones de trenes
No me sigas porque soy yo quien realmente te busca
Soy yo el que te espía tras tu ventana cuando te desnudas
El que desea bailar y esconderse contigo
En el trigo caliente de los graneros de la luna llena
En las noches cuando los astronautas embriagados
Bajan de sus naves espaciales
Y lloran mirando la luna
Buscando con desesperación la estrella de donde vinieron
Yo sólo deseo entrar por tu ventana a dormir contigo
Y dejarte soñando que soy una golondrina inválida
Golpeando los cristales de tu ventana
Nada sacarás con transformarte en lobo
Y salir al bosque a capturarme cuando despiertes
Nunca verás el árbol donde pienso en ti
Ni por mis huellas encontrarás mi rastro
Nunca
Pero deseo tanto que me encuentres
En alguna parte del Universo
Y me sigas como si yo fuera un amante fuera de la ley
Quisiera que fueras poniendo carteles
En todos los árboles
Y escribas allí que me deseas o vivo o muerto
Estoy condenado a seguirte sin quererlo
Siempre seré el pájaro que sueña estar lejos de ti
Pero que sólo quiere esconderse en tu casa
Y allí pudiera abrir la ventana hacia otro planeta
Volara encantado por una película en colores
Donde veo montañas y árboles para cantar
O esperara el pasaje de un tren a otro mundo
Subiera sin equipaje a una nave espacial
Y partiera para siempre sin despedirme jamás de ti
Pero también sé que no me he ido a ningún lugar
Que la nave donde aún vivo
Siempre viaja en sentido contrario
Pasando veloz por los territorios donde viví
hace muchos años
Y donde no reconozco nada mío
Es allí donde me veo amarrado
En el más bello árbol de mis posesiones
Sitiadas por un ejército de la muerte
Condenado a cantar para ti y para siempre
Como toda ave perdida
En los bosques y en la praderas invisibles
de la nostalgia
Sólo los sueños del futuro.
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