Takashi Arima, a la izquierda, recibiendo el PREMIO ATLÁNTIDA de manos de
Justo Jorge Padrón, en el V Festival Internacional de Poesía
de Las Palmas de Gran Canaria, España, el 15 de diciembre de 2001.
La que venía del mar
Venía del mar Cabellera de algas En la boca un coral
En su vientre Chapoteaba aún el agua de mar de su
nacimiento Pubis de algas rojas Orejas de conchas
Se había escapado de lo más profundo de las aguas y en su
memoria Permanecía anclado el recuerdo de un mundo de
tinieblas eternas y heladas a una prisión espantosa
Cuántos milenios había resistido hasta tocar tierra firme
Bajo el sol ardiente Su carne tenía la brillantez de las
escamas y conservaba el olor del mar Se notaba por detrás
de sus caderas estrechas La huella de lo que había sido una aleta
El mar rechaza explosiones nucleares y líneas divisorias
El feto lloraba lleno de vida en su líquido amniótico
Aquel agua que ella había traído en aquellos tiempos en que
subió hasta nosotros
De Los cuatro puntos cardinales
Traducción: María Teresa Trabajo
Con Anticipación
Tíralo todo, no lo pienses más.
Tira esas cosas tontas
que no necesitas al morir,
cosas que guardas en tu casa,
esa casa, donde vives añorando a tu mujer hospitalizada.
Tira los viejos periódicos, los folletos, las revistas;
las cartas almacenadas, los archivos. ¡Tíralo todo!
Tira las cajas sin usar, los pequeños artículos,
las herramientas, los recuerdos;
tira los regalos, las botellas de licores.
Tira todo lo que guardabas sin ninguna razón.
¡Tíralo todo, que no quede nada!
¡No lo pienses más, tíralo todo!
Tíralo antes que tu mente empiece a fallarte,
y antes que moverte trabajo te cueste.
¡Tíralo! ¡Échalo todo en bolsas pálidas de vinilo,
junto con tu desconectada memoria!
KYOTO, mi ciudad antigua y moderna
(Versión española: Mariette Cirerol)
Frente al Puente Tatsumi
No importa que el agua de tu copa
sea agua de vida o agua de locura:
que más da, bébela, déjate intoxicar :
deja que tu vida sueñe sueños de sueños.
El arroyo murmura, si pasas por el pavimento
de piedra barrido por el viento,
por el viento frío y borracho que te muerde,
sin desemborrachar jamás!
Sobre las huellas de un animal
En esta foresta, hasta los árboles caducos
tienen una rama joven con hojas verdes,
renaciendo de su carcomida cepa.
Las zarzas me llegan a la rodilla,
me hundo como un animal herido,
me desgarro los brazos al abrirme camino:
respiro hondo, lentamente.
Algo se me quiebra en el cuello,
en el pecho, mis ojos se apagan,
un dolor lancinante azota mis hombros y mi espalda.
El aire de la foresta Tadasu es frío y limpio,
el sol matutino de las montañas del Este
se filtra a través de las ramas.
Yo, solo, sigo las huellas de un animal.
El puente Tatsumi se levanta por encima de un arroyo, en Gion,
un lugar de copas tradicional.
La foresta Tadasu se encuentra en los alrededores de Shimogamo Shrine,
patrimonio mundial de la cultura.
Memoria de crepúsculo
Sí, he visto este paisaje algún día. Bajo el sol del atardecer, la población que se ve allá a lo lejos, con las casas bajas hechas de hierba, me deslumbra. En los campos, donde los camellos aran aún la tierra, oscilan las flores de colza. Delante de ellos, se ven aquí y allá grupos de vacas y cerdos. Los pavos reales, cosa insólita en ellos, están parados en el sendero y bajo las frondosidades del banyan descansan los habitantes del pueblo. Cerca del pozo chapotean los niños completamente desnudos.
En una charca cubierta de verdín reluce la piel mojada de un búfalo. Este paisaje lo he visto en algún lugar.
El sol del crepúsculo se pone lentamente al fondo de la campaña. Por la ventanilla del coche, corriendo velozmente, entra olor a quemado. El río lleva el agua turbia. Pasado el puente de hierro, se ven los campos de maíz con los tallos muy crecidos. Está oscureciendo y me siento absorber entre las tinieblas del cielo y de la tierra. No tan lejos, las pequeñas luces se convierten en estrellas brillantes. Sí, este entrañable paisaje lo he visto antes de nacer. Es el paisaje que grabé en mi memoria hace siglos. Quién sabe si en otros mundos.
Mensaje del más allá
Si mis palabras pudieran
cruzar los vastos mares
y la sudorosa frente, secarle algunas gotas al menos
a la niña que labra la tierra.
Si mi pobre hilo de voz pudiera
franquear todas estas cadenas de montañas
y calmar un poco el corazón hambriento
del niño que sufre en la calle.
Joven amigo que llegas a mí del continente
sé mi mensajero y que en palabras dulces de tu tierra
confiadas a la brisa que atraviesa las islas,
estos acentos vuelen hasta allá lejos.
Del libro: De los cuatro puntos cardinales,
traducidos por María Teresa Trabajo
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