JOSÉ LUIS BENÍTEZ SÁNCHEZ nació el 14 de septiembre de 1951 en Cuevas de San Marcos, Málaga (España).
A finales de 1965 se asienta en Madrid, obedeciendo al traslado de sus padres a la capital. En tiempos arduos -entre trabajo, lecturas y estudios-, se licencia en Antropología (Facultad de Ciencias Políticas y Sociología, Universidad Complutense).
Antes de concluir la década de los sesenta se aventura a viajar por Europa, siguiendo la moda de la juventud de entonces, y realizando esporádicos trabajos en las etapas. Por estas fechas también frecuentaba las tertulias literarias del Madrid de la época, en donde la influencia del pasado artístico se mezclaba sabiamente con los representantes de las nuevas tendencias. Asímismo, recorría salas y "pubs" en donde se representaban recitales poéticos -y participando en ellos-, lo cual le supuso una experiencia de un valor incalculable para su aprendizaje de las Letras.
Se inicia en la Literatura con el libro de poemas "SONATA EN EL ESPACIO", Ed. La Idea (Madrid, 1979). Le sigue la novela "CHAFANTO", Ed. Biblioteca Nueva (Madrid, 1993) y más tarde publica el libro de cuentos "Leyendas de Belda-city", Ed. Biblioteca Nueva (Madrid, 1996). Poesía: "Sombras que pasan", Edición digital, Jaén, 2009.
Es miembro de:
-ACE (Asociación Colegial Escritores, España).
-REMES (Red Mundial de Escritores en Español).
-WEBLIFE (Comunidad de Escritores y Poetas, España).
LA MIRADA ESCLAVA
Aquel poeta,
en aquel olvido,no conoce.
Aquel poeta,
en su vesania,
respira solo.
Aquel poeta,
bajo la falda, sólo compone versos.
Aquel poeta,
como un esclavo,
sólo canta apasionado
como un loco la hermosura:
la elgancia, donosura...
Las partes se repiten...y no se cuentan.
Y ella no se digna ni mirarlo.
¿Dónde está?
Son muchos los que ensalzan
la cuestión de lo ignoto.
Cuando se entrega al más bruto y feroz
de los porfiados.
Los otros la rehúyen...
temerosos de nombrarla.
Aquel poeta,
con su dolor,
pasa por alto las peñas y los riscos.
Pero la hembra que es
permanece inscrustada,
como en abandono,
en lo más profundo de su ser.
(SOMBRAS QUE PASAN)
Momentos
Momentos, todo momentos.
Momentos que van y pasan.
Y el sol, con sus rayos rojos,
Momentos que te traspasan.
Momentos la vida y muerte,
Momentos dolor del alma.
Momentos si es que me miras,
Momentos si es que te apartas.
Momentos, sólo momentos.
"Sonata en el Espacio"/ Ed. La Idea, Madrid, 1979.
La chimenea
Apostado delante de la casa,
algo alejado, se encontraba Él.
Y Ella,
seguramente,
se encontraba dentro de la casa.
Las nubes describían los dibujos singulares
de miradas aburridas de cristales superpuestas
en aquella tarde triste y monótona.
La liebre que veloz corre,
el coche que pasa renqueando,
la voz perdida...
y yo,
mientras tanto,
sangrando por dentro.
Ella o Él,
o ambos a la vez,
dormían en la casa.
No se oyó el silencio,
y no se escuchó nada.
Él o Ella,
o ambos,
andaban desnudos
-no los delataban los gemidos-
sobre ascuas empedradas.
Sus pisadas refulgían las centellas.
Él o Ella,
no lo sé,
o quizás los tres.
La noche resplandeció y se obscureció el día...
Ella o Él,
no sé,
o quizás los dos...
La tortura infinita del huido amor
influyendo en las pesadillas de la noche.
De aquí para allá
No todos los momentos eran iguales.
Yo percibía la diferencia,
la sutilidad que parecía romper
las cadenas del tiempo medido.
Tus labios, tus ojos, el temblor de tus manos...
delataban la inquietud de tu mente.
Podía imaginar con cuadros,
no míos, los hechos no vistos
en el momento de su factura.
Pero el lamentar de las suposiciones
nunca me sobrepasa del todo.
Comprendía perfectamente la necesidad
de asimilar los atropellos del dolor interpuesto
por las circunstancias adversas.
Captaba los sonidos, las muecas, los chillidos...
Aquella penosa y sumida lobreguez
en la locura de un cuarto que resumía
infinitas historias muertas.
Y ahora, de pronto, tomaban cuerpo y vida en mí.
Era el brillo de tu mirada donde se reflejaban
todas las amarguras destiladas a lo largo
de impensadas acciones surgidas
de lo más lejano y profundo.
Las vivencias engañifas de los unos y de los otros...
Retorcidas figuras que no expresaban
sino el auxilio de los menos dispuestos a ofrecerse.
Y tú, en aquel ángulo obscuro,
derrotada, cabizbaja, sufriente,
caída en la desnudez de la impotencia más atroz.
Me daba pánico el mirarte a la cara.
Tus ojos lacrimosos salpicaban mi vista
de sospechas incapaces de afrontar
los hechos de tanto pasado surgido de repente
como de una nebulosa.
No era el valor de lo actual,
sino el no poder ni saber traducir las sensaciones
que por completo me amordazaban y me paralizaban
mis sentidos igual de rotos, contrahechos.
Los actos, ajenos o no, que se cobran mucho más
del placer que revierten...
Sometidos ambos a la tiranía de
de todo cuanto de invisible
esclaviza el ánimo y destroza el corazón.
Las palabras
Las palabras se quedan cortas
para describir lo que percibían mis ojos.
Aquel lejano día surgió por encima de la montaña
un monstruo formado por los deseos
insatisfechos de mi alma.
Creí escuchar una voz que a la calma me llamó
y que, firme, me conminaba con su autoridad perentoria
a enfrentarme a aquella terrible y maldita ilusión
que a mí ya no me importaba para nada.
Rechacé la propuesta y di la espalda al esfuerzo
que procuraba el final de mis arrestos.
No te lo puedes ni siquiera figurar...
Pero la voz me amenazaba
con destrozar mi vida para siempre
si yo no me atrevía a arrostrar las consecuencias
de mi desfase de otros tiempos períclitos.
Es que yo creía que ya no eran míos,
que se difuminaron en el espacio...
aquel estrecho reducto en donde la purificación
sólo era válida si te dejabas quitar el premio de tus tesoros.
Mas no quise: resistí y me opuse y desobedecí la orden.
Sentí insuflarme del poder primero que infunde la rebeldía
como un rayo fulminante que te crece y que me cubrió todo...
Aquí estoy parado, pensando que acierte la palabra
a descomponer el hechizo de mis enlutados delirios.
Ahora, si miro a alguien, no entiendo qué cosa pueda ser...
Ser o no ser es la palabra de la creación
muy propia del individuo
que se expande en la tierra de promisión
y que arroja su fruto
sin semilla para arraigar en las entrañas de lo fértil.
Malbaratar y derrochar la vida con tal después de atesorarla.
Bebiendo a solas
Escanciar el vino, la corona azul.
Tú no estabas a mi lado...
para festejar la abundante cosecha.
Terminar de apurar el líquido
y entonces me alerté, sentí miedo
y volví para atrás de la memoria fallida.
Todas las posibilidades se veían iguales,
una vez tamizadas por la criba inviolable
del tiempo amigo que se dejó absorber.
De las muchas ilusiones, tú apareciste tumbada
sobre un lecho mullido de tu recreada imagen,
recostada no lejos de mí, bastante sorprendido.
Miré por el ventanal hacia la casa adivinada
en lontananza asándose bajo los rayos del sol,
pero la puerta de cal y tierra permanecía cerrada.
Me sentí rico, poderoso y agradecido a los dioses
del destino por la suerte de acompañarte
en el transcurrir penoso de las horas que nunca
vuelven a sonar, aquellas que se suceden como olas
que expiran en el infinito de los sueños.
Mar, sueños, olas; rayos, luna, amor...
palabras que nombran hechos no vividos.
No entendía nada de cuanto a mi alrededor
se sucedía que me hiciera sin intervalos
recapacitar aquel extraño momento
de incierta luminosidad. El calor sofocante
se colaba por el ventanuco junto al polvo
del camino ardiente sobre la cama.
Sólo empañaba la felicidad de mi corazón
la amenaza siempre posible de aquel eterno
rival agazapado en lo más recóndito
de las sombras que poblaban los recuerdos.
Ese fiero enemigo que mora eternamente
en la imaginación de todo aquel
que se sabe amado a pesar de ello.
La cancela de la casa se entreabrió del moho:
nadie asomó su rostro de fantasma...
Y decidí mejor seguir bebiendo, aun sin ti,
y reconocer la dicha del ser consciente
de mi buena fortuna.
Algo que pasa
Si dices que te vas,
no vuelvas nunca más.
¿Recuerdas la inmensidad?
Aquellas noches de colores irisadas
extendidas sobre el manto de la penumbra.
Los sollozos, los requiebros; tus risas, tu gracia...
esparcidos por la alfombra como pétalos caídos
sobre el frío estanque.
Si dices que regresas,
intenta que no estás.
Se pierde la figura envuelta en la tiniebla.
Descubre la pasión,
estancias del viejo castillo,
graciosa al pasear...
desnuda tu hermosura, pegada a ti como el olor a la rosa.
La luz cubriéndote inflamada...
Las joyas
-otra vez la estancia-,
mi pobreza al contemplar.
No vuelvas más
si dices que te vas.
Recuerda aquella inmensidad.
Vi como un espejo traspasar tu rostro.
El rayo, la elegancia... para atrás no miraste.
Ni siquiera por azar te fijaste en el oro.
El lujo tirado en aquel desván
sumido en la noche más obscura.
Mi cuerpo,
desolado,
se niega a repensar los actos.
El desamor hace aguas.
Y nunca,
está claro,
me amarás del todo.
Ya lo anunció aquel triste poeta
con sus rimas de azahar marchitas.
La boca muerta
Recuerdo vagamente que sus besos
se insinuaban en sus ojos soñolientos
y expiraban en sus macilentos labios,
fríos y temblorosos, casi morados.
Estaba cansada de amar y ser amada.
Tal vez harta de vivir como una tonta
rodeada de ineptos que por su príapo
se tomaban el cielo con sus manos.
Y repitiendo como una idiota todo el día
los cariños aprendidos al socaire,
como una estúpida que siente no sabe qué
y se sienta como las piedras para parir
gente como ella y como él.
Ese seductor mercachifle de tres al cuarto
que despliega sus toscos dedos
para tocar la humedad reseca y plasta
de las entrañas y de las ingles heladas.
Quizás harta de repetir y escuchar
las mismas palabras bobas, vacías
de verdadero amor y pasión
que no encienden sino que apagan
la hoguera de los corazones más sedientos.
O los mismos marcos, los mismos cuadros,
los mismos pintores sin imaginación
ni plástica de torsos desnudos
que no saben inventar otras figuras
que las mías cuando sueño y me desvelo
en las noches obscuras de mi luna,
sumida en la insatisfacción más profunda.
Sola, desacostumbrada y desesperada
por la agitación inútil de mis miembros
llenos de anhelo y deseosos
ante el derroche de la incertidumbre del mañana.
Siento que muero ese cada día:
y que cada día
muero un poco más de lo esperado.
Anclada en el desamor, sola y entristecida
por la falta de acicate para rellenar la horas
que pasan como fantasmas del reloj
ante mis doloridos y fatigados ojos.
No me conmueve nada de cuanto tú
me susurras quedo en el oído insensible;
y tampoco me importa nada de ti;
Tu sangre congelada se queda pegada
a mi gelidez mortal que ni el invierno.
Y tu cuerpo me parece tan ridículo
y menos importante o interesante
que el de los monos; que mi almohada,
con la que sí me refriego y me caliento
cuando te doy la espalda y sueño con otros
que no tengo ningún deseo en conocer.
Te debates como un títere entre el sí y el no.
Y entremedias desconoces tu futuro
y cien mil cosas más que te envuelven,
por no declararlas todas una por una.
Alardeas de lo que no eres y nunca serás.
Eres un reptil que respira... y poco más.
No me intrigas ni despiertas en mí
pasión alguna. Eres un cuerno de cencerro
y un badajo de campana enmohecida
a la intemperie de los siglos que no son
para ser: mañana tampoco contarán nada.
Añorados porque en ellos
tampoco aleteó nadie digno
de que yo volviera mi mirada;
no me importa nadie,
no me importa nada.
Tampoco me importa tu mundo
más que la distancia equidistante
de un punto a otro si no estoy
dispuesta a forzarme para reconocerlo.
Patrañas repletas de falsas ilusiones.
Fantasías pergeñadas por la biología
de los ciclos, la confabulación de buitres
y la reafirmación del cuento invisible.
Te habla, amigo mío, el plural de mi alma,
que ni es ella ni es tampoco él; un poste rígido
ante la perplejidad de la existencia.
Y eso no es sin gracia que te lo revelo,
para nada... a ti.
No hay mitos
El sentido de la conciencia
es la generación del caos.
- viajes, descubrimientos,
conexión, tres mentiras...
y el agujero del infinito-.
La temporal auto-destrucción
para un renacimiento del ser individual.
Es el fiel de una balanza que mide el contrapeso
de las acciones sin sentido de los hombres
por alcanzar el conocimiento,
obligados a peregrinar por el cuerpo de la materia,
hasta ahora,
sin entender los elementos de lo que está compuesta
(poca cosa si no se practica la dulzura).
¡Qué cordura!
El ser confrontado, encadenado a la cruda realidad
-aquella que tú te creas o no-
sin preparación sunficiente para comprender
su propia existencia desgarrada.
Se debate como un héroe de pacotilla,
sin moverse de su silla
de la secuencia frecuencia
de un abismo generado por su propia incertidumbre.
¡No hay lumbre! ¡Ni relumbre!
Ni hilos que de él dependan
si no controla su energía...
cada día.
No se vuelve de nada, si no que se está en ello.
Los otros universos que no están en éste
tampoco están más lejos que la punta de la nariz.
Los sueña la dueña de la indeterminación,
que no es física ni siquiera cuantifica los hechos.
Da igual lo que se haga, da igual lo que se diga...
Siempre y cuando se siga la línea de la propia vida.
Desandar lo recorrido en falso.
Mas ello es imposible:
La alambrada eléctrica del paraíso reencontrado,
impide el salto al vacío.
Propia, propia, propia...
Esa es la ecuación indescifrable,
quizás salvable, o reciclable,
del hombre de corazón de agua.
Pretender explicar las cosas,
en un mundo claramente absurdo
para el observador impenetrable del misterio,
es matar la regeneración del Prometeo de turno.
Es la pérdida del poder de redención
-¡menudo juego!- de la piedra inerte.
¡No hay muerte!
La mente tropieza y habla provista de leyes simples
que sólo rasgan la superficie de ese arcano;
luego aclarar lo que en otros acontece, o se cuece...
resulta imposible de momento.
Y esa pretensión fatua
sobrepasa todas las fronteras impuestas
por la fabricación de la caca original.
Error de factoría que nos marca a todos...
En el ajedrez: fichas fuera, jaque o mate,
otra vez... partida: doble, triple, ...
el infinito te lo marca la conciencia de tu propia vida.
EL vacío pintado
De mis penas,
niebla,
suyas.
A mis nieblas,
penas,
tuyas.
Suyas,
tuyas;
apenas nieva.
Mas no mías,
sin manías.
Que rompen las olas,
que naufragan los moldes.
Que no pintan nada.
Que sólo reflejan recuerdos torcidos,
la luz sin fulgor.
¡Qué barcos, qué moldes, qué velas...!
¡Qué mares los surcan sin agua encallada!
De mis nieblas,
tuyas.
A mis penas,
suyas.
No mías,
sin manías.
Oquedades...
El viento, la vida, el mar...
tempestades.
Mas no mías,
sin manías.
Soledades.
Que quedan paradas
cual barcas erradas
en un corazón.
Mas no mío,
ni tuyo,
ni suyo.
De nadie el perdón.
Corazón tuyo,
suyo corazón.
Lágrimas al viento que fraguan amor.
Amor sabio
Te doy gracias infinitas por hacer todo lo posible
para dejar de amarte,
sin saber que con todas tus vejaciones,
con ello me salvaste del desatre.
Yo entiendo, claramente, el motivo de tus desprecios.
Quizás tú los echabas por otro sitio,
pero al final el resultado era el mismo.
No cambian las leyes de la vida fácilmente con el tiempo.
Y aunque existimos sometidos a su tiranía,
poseemos la libertad, cual títeres, de actuar a su antojo.
Te doy las gracias porque sé que tú,
en el fondo,
me amabas mucho más de lo que te representaba tu mente;
que tu pasión por otros te nublaba la vista...
y que un día reconocerás la verdad de mi ser contigo.
Quizás yo ya no esté para asumirlo cerca de ti.
Otra boca besará tus labios
y otras manos acariciarán tu cuerpo.
Pero el nuestro recuerdo permanecerá siempre
en lo más profundo del sentimiento
como rescoldo de hoguera que tarda en apagarse.
Tal vez entonces mire al horizonte
y contemple inadvertido el milagro
de nuestras imágenes felices y risueñas
completando la parte que les faltó esculpir
en el misterio del amor.
"Sombras que pasan",
Edición digital, Jaén, 2009.
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