Paulo Teixeira nació en Lourenço Marques, actual Maputo, Mozambique, en 1962. Tiene la nacionalidad portuguesa. Ha publicado los libros: As Imaginaçoes da verdade (Lisboa, Caminho, 1985); Conhecimento da Apocalipse (Lisboa & etc., 1988); A Regiao brilhante (Lisnoa, Caminho, 1988); Inventário e Despedida (Lisboa, Caminho, 1991); Arte da Memoria (Lisboa, Caminho, 1992); O Rapto de Europa (Lisboa, Caminho, 1994); Patmos (Lisboa, Caminho, 1995); As Esperas e outros poemas (Lisboa, Caminho, 1997). Sus poemas han sido parcialmente traducidos al castellano, francés, inglés y holandés. Ha obtenido algunos premios, entre ellos, el Premio Revelación de Poesía de la Asociación Portuguesa de Escritores (1983) y el Premio Literario Año Internacional de la Juventud, 1985). Es una de las voces más importantes de una generación de poetas portugueses revelada durante la década de los ochenta.
Poemas de Paulo Teixeira
El Último Poeta Romano
Mientras revientan las olas junto a las playas
y atruenan los cañones más allá de los muros
de la ciudad,
quisiera el derecho a una hora indulgente
y fugaz,
en un espacio inviolable,
protegido por las alas de la musa y los proverbios
de la sibila
como el actor recogido en los bastidores
del teatro.
Olvidados los sueños de la cabeza adornada con
hojas de laurel
o los canapés donde se extienden las últimas
almas epicúreas,
en un sosiego adverbial, en que nada más
se oyera,
todo él pudiese guardar, en el ámbito de su arte,
con la levedad que deja la pluma al rozar
el papel.
Purificada, al ensalivarla como ostia bajo
la lengua,
cada palabra tuviese la autoridad de la guirnalda
o del sello real
y estrechase con una cerca el mundo
que conoció,
mientras todo se vulgariza y desmorona
a su alrededor.
En ese trabajo de cetrería sobre un tiempo ido,
escribir le recuerda los cortes hechos por
la navaja
del prisionero en la pared de la celda, contando
los días,
seguro que lo espera el nudo corredizo
de la horca
o el disparo de frente sobre el cráneo.
Sabiendo todo su trabajo se entrega en esa hora
a la dispersión,
desea salvar, consoladora y suficiente,
palabra suya en el rostro de una estela futura
Traducción de Miguel Ángel Flores
Termas
Pasaba por mi boca la linfa de la naturaleza
mientras el tiempo, que era algo
visible para los antiguos, huía
en el reloj de arena. A escondidas de la enfermera
lo agitaba, apresurando mi época,
en ese viaje a la conciencia muda de la arboleda.
La savia del eucalipto descendía de la laringe
a los pulmones. Percibía con el olfato el verde
de los bosques primitivos insinuándose
entre el gris cerrado de la bruma.
Las palabras y los pensamientos se desprendían
en esa comunidad unida por el vapor. Parecía
que bajábamos con escafandras al limo del fondo
o que navegábamos como Lady Shallot río abajo,
una nave de proscritos entre el aire carbonizado
y los remolinos de humo. Los viejos componían
blasones con los nombres y las mujeres
erguían en el sitio de la lengua un tótem.
Desenrollaban su biografía como un pull over
Se desteje en busca del punto ido.
Traducción de Blanca Luz Pulido
Memorial
Celebra estos siglos,
el nombre de quien asistió en la noche
de los establos a la creación del mundo
y dibujó en el mapa de las estrellas
una constelación propicia;
los que hicieron del sueño una trashumancia
de la colina hacia el valle
y, sin encontrar en la boca de los rebaños
una palabra de ley,
se desviaron como la corriente fría del Labrador
por las playas
de la seguridad y del sosiego;
los que hicieron nacer de las manos sobre
el timón los océanos
y, siguiendo el cabotaje de las costas de África,
doblaron la cruz
de sus padrones en el último cabo;
los que inventariaron la flora y la fauna
del hemisferio austral
y los que al ascender las vertientes
de los Himalayas dibujaron
con manos heridas la orografía del mundo;
los que levantaron con la primera línea
telegráfica un alfabeto sobre los árboles;
los que no aceptaron alrededor de la palabra
un foso o una reja de convento
y cuantos creyeron en la virtud inalienable
del canto;
los que grabaron en la piedra el dolor de tener
un rostro;
los que abrieron la nave de las iglesias
a la acústica del universo
e hicieron brillar la luz de sangre en la ventana
de vitrales de San Esteban;
los que teniendo en el lugar del corazón
un organillo
soñaron en la noche la eterna viudez
de los amantes;
para esos, capaces de guardar en la concha
amurallada del olvido un recuerdo,
grabaste en la era del poema una historia
de salvados.
Traducción de Miguel Ángel Flores
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