Kevin Powers
Kevin Powers (nacido el 11 de julio de 1980) es un escritor de ficción americano, poeta y veterano de la guerra de Irak .
Powers nació y se crió en Richmond, Virginia, hijo de un obrero de fábrica y una empleada de correos, se alistó en el ejército estadounidense a la edad de diecisiete años. Asistió a la Escuela Secundaria James River. Seis años más tarde, en 2004, fue enviado a una gira de un año en Irak como ametrallador asignado a una unidad de ingeniería. Realizó combates en Mosul y Tal Afar, Irak, de febrero de 2004 a marzo de 2005. Después de su retiro, Powers se inscribió en Virginia Commonwealth University, donde se graduó en 2008 con una licenciatura en inglés. Tiene un MFA de la Universidad de Texas en Austin, donde fue un Michener Fellow en Poesía.
CARTA ESCRITA DURANTE UN ALTO EN EL COMBATE
Le cuento que la amo como no matar
o diez minutos de sueño
en la azotea, detrás del muro bajo
donde descansa mi rifle.
Se lo cuento en una carta que apestará,
cuando la abra,
a engrasador y a pólvora quemada
y a las cosas que dice.
Le cuento que el soldado Bartle dice, de pasada,
que la guerra es sólo
hacernos pasar pequeños trozos de metal
unos a través de otros.
http://cadmo7.blogspot.com.es/
LETTER COMPOSED DURING A DULL IN THE FIGHTING
I tell her I love her like not killing
or ten minutes of sleep
beneath the low rooftop wall
on which my rifle rests.
I tell her in a letter that will stink,
when she opens it,
of bolt oil and burned powder
and the things it says.
I tell her how Pvt. Bartle says, offhand,
that war is just us
making little pieces of metal
pass through each other.
Reseña: Letter Composed During a Lull in the Fighting, de Kevin Powers
Kevin Powers, Letter Composed During a Lull in the Fighting (Londres: Sceptre, 2014). 96 páginas.
Siempre hay un comienzo. O en otras palabras: por algo se empieza. En el caso de la primera estrofa del primer poema de este libro de Powers:
‘Amen may have meant “to begin”
back then. So be it, the desert, I imagine,
said. So be it, as the car I’m travelling in
turns right on state highway 71,
due west into the vast unending waste
of Texas.’
‘Puede que entonces amén quisiera decir
“comenzar”. Que así sea, dijo, imagino yo,
el desierto. Que así sea, mientras el coche en el que viajo
gira a la derecha en la carretera estatal 71,
rumbo al oeste, al interior del inmenso, interminable erial
de Texas.’
(mi traducción, así como el resto de las citas en esta reseña,
por J.Salavert)
Siempre se debe comenzar con una palabra, ¿y qué mejor que comenzar con una que significa “final”? Porque puede que, al fin y al cabo, en determinados momentos, las palabras (¿conoce alguien algún medio de expresión de los sentimientos humanos que sea más fiable que las palabras?) nos fallan, se vuelven vacilantes, sus contornos se difuminan, cuando no se desvanecen por completo.
Más adelante, en ese mismo poema, ‘Customs’, Powers escribe ‘I can tell you exactly/ what I mean.’ Y sin embargo, resulta significativo que se vea abocado a repetir la misma oración dos versos más adelante. Sospecho que no le sirven tanto las palabras para decir(nos) exactamente lo que quiere decir. Hay que tener cuidado con las palabras, que también pueden convertirse en un arma arrojadiza. O en una bomba.
En otro de los poemas de Letter Composed During a Lull in the Fighting, que lleva por título ‘Improvised Explosive Device’, Powers juega con la imagen de un poema repleto de cables, un poema cuyas palabras ‘estuvieran hechas/de metal.’ La guerra de Iraq, en la que participó Powers en 2004 y 2005, es el tema esencial de los dos libros que hasta la fecha ha publicado. Algunos de los poemas de este libro precedieron a The Yellow Birds (una reseña del cual puedes leer aquí). Enunciar el horror requiere siempre un esfuerzo que rara vez consigue remontar los obstáculos que el propio lenguaje nos tiende: la dificultad intrínseca de un querer decir como voluntad irrenunciable de expresar lo que de otra manera es indecible se multiplica en el caso del sujeto traumatizado, como bien podría yo mismo aseverar a título personal.
No debería extrañar por tanto que Powers busque superar ese obstáculo con un poema-bomba:
“Si este poema te ha dejado sordo,
si las palabras que hay en él están humeantes,
si partes de él te han atravesado el cuerpo/
o los cuerpos de aquellos a quien amas, esto ayudará en buena medida a explicar por qué, en unos cuantos años,
preferirás dormir en un diván.[…]”
Si la verdad es la primera víctima de una guerra (frase que célebremente se atribuye al senador estadounidense Hiram Johnson), puede que sea el lenguaje (y la poesía como máxima expresión estilizada del lenguaje) la primera línea de defensa de la verdad. La ironía es, en todo caso, un instrumento defensivo necesario para hacerle frente a la barbarie:
“somos nosotros la guerra
con pequeños trozos de metal
nos atravesamos unos a otros”
dice Powers en el poema que da título al libro.
Es posible que los poemas de Kevin Powers no le hablen a todo el mundo del mismo modo. Al fin y al cabo, la respuesta que todo lector produce ante un poema es algo íntimo, algo muy subjetivo y no siempre o no totalmente compartible. Hay poemas de Letter Composed During a Lull in the Fighting que personalmente no consiguen arrancarme una respuesta, mientras que otros parecen despertar emociones de tanto significado que daría cualquier cosa por encontrar significantes con los que poder expresarlo.
Powers escribe en verso libre, en un tono que puede fluctuar entre sobrio y ansioso, a veces en un murmullo entrecortado, solitario, que merece ser escuchado. No debiera ser tan difícil acercarse, aplicar el oído con ánimo de comprender y sentir también su ira, o su aislamiento, como en 'Meditation on a Main Supply Route': “I am home and whole, so to speak./ The streetlights are in place along the avenue/ just as I remembered/ and just as I remembered/ there is tar slick on the poles/ because it has rained. It doesn’t matter./ I know these roads will work/ their way to me. They may arrive/ right here, at this small circle of light/ folding in on itself where brick/ and broken sidewalk meet./ So I must be prepared. But I can’t remember/ how to be alive. It has begun/ to rain so hard I fear I’ll drown.”
[He vuelto a casa entero, por así decirlo.
Las farolas ocupan su sitio a lo largo de la avenida
justo como lo recordaba
y justo como lo recordaba
hay manchas de alquitrán en los postes
porque ha llovido. No importa.
Sé que estas calles sabrán encontrar
el camino que lleva hasta mí. Puede que lleguen
aquí mismo, en este pequeño círculo de luz
que se pliega en sí mismo allí donde se encuentran
el ladrillo y la acera quebrada.
De modo que debo estar preparado. Pero no me acuerdo
de cómo estar vivo. Ha comenzado
a llover tan fuerte que temo ahogarme.]
Acordarse de cómo estar vivo cuando uno ha dejado atrás el horror de la muerte y el absurdo de la existencia. Ingrata tarea. Menos mal que siempre nos quedará la poesía. O en todo caso, un poema-bomba, con el que poner punto final a la pesadilla.
Herencia: un poema de Kevin Powers
Herencia
Qué útil es estar enamorado
de cosas inútiles.
Los viejos nopales marchitos
del jardín, cuando éramos jóvenes,
me encantaban. Entre otras cosas, me encantaba
esa botella de vidrio diáfano
de cerveza Old Milwaukee que tú tirabas
desde la ventana del coche
al cubo de la basura
cuando llegabas a casa,
me encantaba cómo se rompía
en una docena de trozos quebrados,
y cómo otra docena
los rodeaba
igual que las constelaciones, me encantaba
la dignidad que parecía haber
en el hecho de que cualquier cosa que esté en órbita
deja de ser por un tiempo
algo más que necesario.
También yo una vez amé a un anciano,
a quien no le interesaban las cosas inútiles,
como este poema, el cual pudiera
muy bien estar por ahí,
en órbita con él.
Traducción de 'Inheritance', poema del libro Letter Composed During a Lull in the Fighting (2014), de Kevin Powers.
Creado por J.Salavert
http://downunderliteratura.blogspot.com.es/
Kevin Powers, poeta, novela su experiencia como combatiente en la guerra de Iraq
Tengo 32 años. Nací en Virginia y vivo en Florencia con mi mujer. Licenciado en Literatura Inglesa y máster en Poesía. Tras ser soldado en Iraq, soy pacifista. Creo en la libertad, la justicia y la igualdad. No soy religioso, pero me maravillan las personas buenas y la naturaleza
"Sentía un alivio miserable cuando el que caía no era yo"
Por IMA SANCHÍS
Un pájaro amarillo se posó en mi alféizar...
"... le ofrecí un panecillo y luego aplasté su puta cabeza". Es una marcha del ejército de EE.UU.
¿Y la cantaban muy a menudo?
A diario. Es una de las más habituales, forma parte del condicionamiento: precisamente se trata de convertirte en el tipo de persona que podría hacer eso y mucho más.
Un año al mando de una ametralladora en Iraq en plena guerra.
Sí, estaba en una unidad cuyo trabajo era buscar y desactivar bombas, y el mío, protegerla. Pero pronto supe que aquella guerra era un error, que las razones que nos dieron para invadir Iraq eran falsas.
Difícil, seguir combatiendo sabiéndolo.
El horror que vi y viví allí me afectará el resto de mi vida.
¿Qué imágenes no olvida?
La mirada vacía y perdida de un niño junto al cadáver de su padre.
¿Qué le llevó a Iraq?
En Virginia, por tradición, la gente se alista en el ejército. Mi abuelo luchó en la II Guerra Mundial y mi padre en Vietnam. Pertenezco a una familia sin recursos económicos; yo tenía 17 años, quería ir a la universidad y el ejército te paga la carrera cuando finalizas tu contrato con él.
¿Pero su padre no le advirtió?
"No lo hagas", me dijo. Llegué a Iraq con 23 años y una idea muy romántica de la guerra.
¿Se acostumbró a los muertos?
Sólo prestábamos atención a las cosas extrañas, y la muerte no lo era. Comíamos frente a un televisor que todo el rato daba las cifras del número de muertos.
¿De ambos bandos?
Sólo las bajas norteamericanas. Tenía la ilusión, y también mi compañero (el que te asignan para que cuides y te cuide), de que si moría otro, yo estaba a salvo, así que la muerte de otro soldado era casi una alegría.
¿Le ha tocado a otro, yo me he librado?
Exacto. Cada muerto era una afirmación de nuestras vidas. Tenía una fijación con el número 1.000: "Cuando superemos esa cifra de muertos, habrá pasado el peligro", me repetía. No entendía que la lista era ilimitada.
Las balas no tienen nombre.
Constantemente me decía: "Si tal cosa ocurre, sobreviviré", "Si hago tal cosa, sobreviviré", "Si no me desprendo del amuleto, sobreviviré". Esos delirios eran la manera de tener la ilusión de que controlaba la situación.
¿Cuáles eran sus fijaciones?
Dos: no soy creyente, pero llevaba una medalla de san Cristóbal que no paraba de manosear; y la de no ser el cadáver número 1.000, que cuando se superó perdió su significado. Lo que le cuento es muy personal, pero muy universal.
Lo sé.
Permanentemente estás con un arma en las manos, eso hace que al volver a casa se sienta uno muy vulnerable y vacío, es como si te hubieran amputado un apéndice del cuerpo. Y tienes una serie de actos reflejos: cuando llegas a un sitio, estudias cuáles son las salidas, estás siempre alerta, mirando a tu alrededor para ver si estás seguro.
Uno debe de sentirse muy miserable deseando que mueran los otros.
Siento una gran culpa y arrepentimiento por haber participado en aquella producción masiva de violencia y sufrimiento.
¿Tras el primer muerto ya no importa?
Lo extremo se convierte en normal y lo extraordinario en cotidiano. Ver morir a la gente acaba siendo lo mismo que estar en una ciudad y ver pasar coches.
¿Cómo ha vivido el matar?
Eres egoísta: quieres protegerte, así que por tu propia seguridad lo que haces es matar. Es una reacción física; de hecho, durante el entrenamiento nos educan a reaccionar y a no pensar. Eres como un robot: recibes un estímulo y respondes. Tus instintos más primarios asumen el control; es después cuando piensas en lo que has hecho.
¿Llegó a deshumanizar a los iraquíes?
Es uno de los objetivos del entrenamiento militar. Afortunadamente para mí, nunca dejé de ver al enemigo como un ser humano y comprobar que es mucho más lo que nos asemeja que lo que nos diferencia a todos.
Una conclusión muy humana.
He estudiado literatura y poesía, yo creía saber sobre la fragilidad de la vida y lo preciosa que es, pero ahora no hay nada en lo que crea más firmemente.
No sabemos vivir sin ejércitos.
Cierto; pero, por mucho que sea una constante en nuestra historia, cualquier cosa que lleve a la violencia y a la deshumanización del otro es una aberración.
Esas fotos del enemigo como trofeo de caza..., ¿son cuatro descerebrados?
No, son consecuencia del entrenamiento. Si eres violento y nadie te para, al día siguiente lo eres más y fácilmente se llega a las aberraciones. Lo raro es controlarse.
¿Lo más difícil de la readaptación?
Nadie de mi entorno había pasado por aquella experiencia y nada aísla más que tener una historia especial. Ahora sé que todo dolor es el mismo, cambian los detalles.
Vuelve el soldado poeta
Guerra y poesía son polos opuestos del ser humano: la devastación física y mental frente a la creación y la libertad. Pero los extremos se tocan y hay quienes, tras haber empuñado el fusil, supieron tener su catarsis y transformar todo ese trauma y experiencia bélica en poesía, como el heleno Esquilo o Robert Graves. Existen hasta ejemplos inversos: Miguel Hernández, el escritor de Orihuela que utilizó su poesía para insuflar ánimos en los campos republicanos de la Guerra Civil española y que acabó como voluntario en el V Regimiento sin dejar de escribir versos como los de Canción de el esposo soldado: “Escríbeme a la lucha, siéntate en la trinchera: / aquí con el fusil de tu nombre evoco y fijo / y defiendo tu vientre de pobre que me espera, / y defiendo tu hijo”.
Kevin Powers recoge esta tradición y se convierte en uno de los primeros soldados poetas de este siglo XXI. Primero con su obra poética (Letter Composed During a Lull in the Fighting) y luego con Los pájaros amarillos (Editorial Sexto Piso, 2012) que, aunque es estrictamente una novela, respira poesía desde su frase inicial: “La guerra intentó matarnos la primavera”. Powers afirma que la poesía le ayudó a encontrar un orden en el mundo, y con ello pretende en esta su opera prima conseguir un lugar en el Olimpo de la prosa bélica, temática tan popular en Estados Unidos y que copa los estantes de las librerías, tanto como las narco-novelas lo hacen en México.
En el caso norteamericano hay bastante variedad contextual: las I y II Guerra Mundial, Saigón, Corea, Vietnam, Iraq, Yugoslavia o Afganistán. Lo que ha cambiado es la identidad de las víctimas; los civiles son solo daños colaterales a los que a veces ni se les registra, incluso si forman parte oficiosamente de los ejércitos, como Malik, traductor iraquí en Los pájaros amarillos y primer muerto del libro. Sin embargo, el sinsentido y la esquizofrenia de las guerras siguen siendo los mismos.
Las víctimas para la producción cultural de Occidente son los soldados norteamericanos. En los años 70s y 80s hubo un auge por esta causa a través del cine con The Dirty Dozen (a finales de los 60), Platoon, Apocalypse Now, Full Metal Jacket o The Deer Hunter. La obra de Kevin Powers, con la sólida historia de dos soldados, Murph y Bartle —voz narrativa de toda la historia— y el teniente Sterling, se une a esta lista de narrativas escritas y audiovisuales que penetran en el soldado y sus traumas durante la guerra y tras el conflicto. Las consecuencias, más que las causas.
Powers nos sumerge en la idea de que tal vez morir sea el mejor destino cuando un soldado va a la guerra, pues vivirla es una eterna locura donde la mayoría de las veces sucede todo porque no sucede nada, y esto es lo que resalta: la nada que transcurre mientras no puedes dejar de tener el dedo agarrotado en el gatillo, con los ojos mirando el mismo inquebrantable paisaje del desierto. Esperar no se sabe bien qué. La nueva guerra, donde las armas a larga distancia tienen gran protagonismo, rompen la actividad de los soldados, los desgasta mentalmente y no deja que crezca la tradicional camaradería que provoca la lucha cuerpo a cuerpo, el sentirse unidos y protegerse mutuamente. Frente a la guerra que viven Bartle y Murph, donde nadie sabe a quién mata y los cuerpos sin vida parecen un atrezzo de cine, la muerte es colectiva, se es un pájaro amarillo.
El resto de los que morían en Al Tafar eran parte del paisaje, como si alguien hubiera sembrado semillas de las que brotaban cadáveres en el polvo o el asfalto, como flores después de una helada, secas y agostadas bajo un sol brillante y frío.
La ausencia de acción bélica la aprovecha Kevin Powers para ahondar en el discurso individual de los soldados. El enemigo, para el soldado que vuelve, está en casa. Sin embargo, las reflexiones —interesantes— no dejan de ser ideas y conceptos que hemos visto en otros lugares. Quizá porque la guerra es intrínseca al ser humano, y porque soldados poetas y testigos de las guerras han existido desde tiempos prehelénicos, es difícil poder contar algo nuevo.
El gran atino de Los pájaros amarillos es el tacto con que Kevin Powers envuelve el conflicto, el poder de la belleza de las palabras para presentar el horror. En este sentido, el autor presume un talento tallado pero que aún debe de pulir. Habrá que esperar si se confirma el buen punto de arranque como escritor cuando ahonde en conflictos más complejos y menos maniqueistas como es el tema de una guerra donde es muy fácil caer en los extremos y en la polarización.
Nacho Bengoetxea
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