Federico Luis Baggini
Federico Luis Baggini. Nací el 01 de Agosto de 1987 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Actualmente resido en el barrio de Villa Tesei, Provincia de Buenos Aires, Argentina.
En cuanto a lo académico, cursé hasta el año 2012 de la licenciatura en Bibliotecologia, impartida en el Instituto de Formación Técnica Superior n° 13, Buenos Aires.
Desde hace algunos años tomó talleres de escritura con diferentes escritores y persona de oficio en la materia, como así también dicto talleres para personas que desean iniciar en la escritura. He participado y participo como colaborador de revistas y periódicos, como así también de portales y medios virtuales vinculados a la material literaria.
Trabajo como bibliotecario en la Biblioteca Popular de la Asociación Cultural y social "Helena Larroque de Roffo", situada en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
En Agosto de 2012 publiqué mi primero libro de cuentos titulado “Acariciapajaros y otros cuentos”, editado e impreso de forma independiente, autogestiva y sin marca editorial, con prólogo de Carolina Quirós, reseña de Sebastián Pujol y arte y diseño de tapa de Melina Godoy. En Mayo de 2016 fueron presentados mi segundo y tercer libro, publicado con las mismas condiciones: de forma independiente, autogestiva y sin marca editorial. “Repeticiones, reiteraciones” cuenta con prólogo de Dora Berdugo, Reseña de Liliana Enriotti, arte de tapa de Agustina Niño-Seeber y diseño por parte de Sabrina Zanzi. El tercer libro, titulado “Agonías” cuenta con prólogo de Luis Autalán, reseña de Alejandro Bisignano Burgos, imagen de tapa y contratapa y diseño por parte de Melina Godoy.
Para el presente 2017 tengo proyecto publicar dos libros inéditos hasta el momento: uno que consta de diez cuentos de mi autoria, y el otro que compilara textos en prosa-poética también de mi entera autoria.
Para ponerse en contacto pueden contactarse por alguno de los siguientes medios:
Facebook: Facebook.com/fede.baggini /
E-mail: fedebaggini@hotmail.com /
Web: www.federicobaggini.com.ar
Para respirar
Corales
penden de un hilo
este suspende una -unas- nube/s
esta flota dormida gira sin
dejar espacio alguno entre
aire y aire
fuera de sí, fuera de nadie
El pozo de una vara
desfila prestado
algún cuerpo
de la dignidad
enterrado hace tiempo
hará brotar sus manos de la tierra
hará tres o cuatros besos
Dará de amar.
Un pretexto
antes de la corrección
rezonga el elefante
dentro de su pensión
Poco importa su tamaño
si nadie lo puede ver.
Un deseo antes
los huesos mojan y humedecen
la limosna atizada apenas
atenuar atemperar
regar la sangre con un poquito
de Salsipuedes
o algo de acordeón
mientras un furor de ollas
disputa el fervor del olvido
crecen las calles en el fuego
se adelantan las pieles irrompibles
De algún modo todo y todos
en una trenza
los rostros de la suciedad
y las cerezas de quien friega
Sabrán los olores en los ojos
y las pestañas derretidas
La sed será agua
El hambre miedo
El aire su principal
opresión.
Gris
Me preocupa tu recurrencia
los servicios del vez en cuando
llamaradas, desfile de chirridos
De cualquier forma,
así pasan los días,
así mueren,
entre los colores de la orina
cuando casi enferman
la palidez y los pálidos
Entonces, me preocupo aún más
tal vez no por la poca cosa
de lo que latís en la actualidad,
sino por el porvenir, por aquello
aún estéril
aún aluvión
aún guerra
aún patógeno
aún vos.
Folcsonomía obligada
La poesía
no alimenta,
no abriga,
no construye casas,
no cava acequias,
no limpia las calles
ni paga impuestos:
no le debe nada a nadie.
La poesía
no corta el pasto,
no recoge la basura
no lava la ropa
no reprime con balas de goma
ni se queda cruzada de brazos.
La poesía
no tira la cadena
no baldea la vereda
no se dobla el tobillo
no estornuda las pelusas
ni se resfría.
La poesía
no se levanta de madrugada
no saca a pasear lo domestico
no desnutre a las niñas,
ni a los niños
ni duerme a la intemperie.
La poesía
no rechina en los abuelos
no tiene hijos
tal vez algún que otro nieto
no levanta la mano
ni se pregunta por sus privilegios.
La poesía
no esquiva la mirada del ciego
no emula el silencio del mudo
no deambula la tonalidad de los sordos
no se huele a si misma
ni se masturba en los rincones.
La poesía
no inventa el fuego
no es humana
no acomete
no sube las rampas para discapacitados
ni se entromete en las manzanas.
La poesía
no acepta embargos
no acepta propinas
no acepta sobornos
no acepta intimaciones
no se trata a sí misma.
La poesía
no da clases,
no siembra
ni cosecha,
no extrae el carbón,
no maneja los colectivos.
La poesía
no asfalta ni se asfalta
no eyacula
no se pasea por los fueros
no coloca prótesis
no discierne entre los diabéticos
y los hipertensos
ni toma la presión.
La poesía
no caliente el agua para el mate
no le sirve el café a los jefes
no cambia la garrafa cuando se acaba
no tira un poquito de lavandina por si acaso
no se toma vacaciones
ni sospecha de si misma.
La poesía
no alfabetiza
no atiende los feriados
no se inunda
no saca sangre
ni entrega resultados.
La poesía
no ensambla los trenes,
los aviones,
la música
los huesos
los tejidos
la ternura.
La poesía
no se tuerce ante el desvió
ni se acuesta frente al sol
no sobrevalora el coeficiente
ni se inclina ante los caos
no se subordina al roce,
ni se arrepiente del alma.
La poesía
dilapida
murmura
prorroga
llueve
se llueve
y moja.
La poesía
no se redime
no se resucita
no se cristaliza
no entierra flores
solo se las ingenia para ser eterna.
Qué más da
Al desamparo de la tierra solamente habrá parecer
nada desliza vagamundos rana o punzón
todo robustece ansiedad o sed despistan
la parte desfallece a tientas no obstante
del inminente acontecer.
Retroceder retroceder
no convicto
de cierto viento pegadizo cercena
dialéctica y sinrazón
oscilan relieves
caen al mar
para saltar
saltar en demasía y echarse
ventrílocuo del enfundado del presente que
al desamparo de la tierra solamente habrá perecer.
La muerte
otorga una inicial
a lo que ya no se es.
En las desapariciones mora nuestro espectro
Desfigura
Río arriba, el cielo,
Río abajo, el suelo.
El horizonte averigua en el cimiento la conclusión: La utopía final.
Adentrarse,
adentrarse hechos un nudo en la primera madrugada del aire leal.
Desgraciados entonces aquellos que no ensanchen
y en medio del vendaval no se rieguen, adentrarse, adentrarse
venir a tierra como por última vez.
Medianoche de toda complexión
abandona el fresco para el verano devenir
atraviesa hasta el reflejo, aguarda
en el espanto que entorpece la corriente
ofrenda ademán y quizá la reconciliación.
Allí, en la plaza de los tributos, unas pocas manos
tantean las astillas que florecen cuando en rigor de la pausa
las multiplicadas palabras se alcanzan apenas para sobrevivir.
Aire libre
Un asomo,
cómo no asomado,
para que el desembarco no realce
lo adecuado
Un asomo,
tal vez desenredando las cruces
hundidas
en el periodo de las manos
Sin descender la frente,
Sin marchitar la fascinación,
Hay quien improvisa una fe,
Luego se persigue,
Luego se profesa.
Hay pasamanos,
aunque nos hallemos
mutilados.
Muerte,
aun en el llanto de la vida.
Las sangres,
todavía calientes,
hacen el olvido.
En cambio no,
y no:
los cuerpos del cadáver
hacen el amor.
Los elencos del discurso
Sus torsos animales,
Permanecen, prevalecen
la moratoria.
Solo debe bastar un gemido
un crujido
el desastre de la carne,
Entre tanta tarde,
Al borde de lo copioso,
Duerme aquel que yace
yace aquel que duerme.
Van a desmadrar
Suponía que algo los emparentaba
Tan lejos como se pueda,
Acentuar, sumergirse en la intemperie,
Endémico.
Debajo de la piel solo el trinar
Inhóspito, el mundo cae sobre el mundo.
Quizá, sea, quizá lo que quizá sea.
La pisada remota, cierta arquitectura,
Acicalada, detrás de las orejas y más allá.
Como si alguna vez fuésemos los huesos
de algunas sombras en su frenesí.
Libreta y libreto en mano,
Quién anuncia la razón,
Bajan los índices,
Medían los pulgares,
Se ahorcan los artefactos de facto.
La piedra que horada la gota,
El agua se ahoga en el mar.
Le asaltan los rezos al perturbado,
Unos cuantos alambrados,
y ya nada queda para quien resopla.
Voluptuosas tesituras,
En dónde encajará la complicidad,
A dónde el quebranto,
Será mejor la lengua viva,
y entre tanto,
la culpa que nos pario.
Aprontarse
Nada puede decirse de las espaldas,
Las revueltas, desnudas,
Apoyadas las manos,
Ancha la sangre un poco más allá.
Cerca del pie, otro pie.
El anterior precipicio tendido,
Vertido lo sólido, trémulo,
Ya se hubiera dado eso cuajado.
Por ese entonces orinan las palabras,
Alguna vez se suda el destierro,
La ceniza resignada ya, se resigna;
Tantos otros lugares contra el reverdecer.
Las plumas no regresan por sus carnes,
Las carnes no vuelven por sus huesos,
Los huesos no son una probabilidad,
La muerte tal vez, quién sabe, lo sea.
Hacia arriba un puente,
y unos cuantos rostros,
Ciénaga, una tibieza en los contornos,
Se enredan las cegueras entre el vacío.
Dilema de una sombra
Sobre mis dedos florecen
cada una de las noches.
Es por entonces el descaro,
Sobre mis uñas reposa lo tenue,
Así se persiste la estampida,
aplazada.
Sobre mis yemas recuestan las paradojas,
de cierta viscosidad.
No, no,
y no.
La nada,
unas manos de caída.
Es una bagatela,
quién sabe.
Se retuerce, oblongo,
el cretino, la mustia.
Aún se mastica la intemperie,
La sien entre puñales, algo más a la cabecera.
Se quiebra,
una y otra vez,
El pastizal y el verano y las (ti)nieblas.
Braceos al desagüe, cuadrillas
a ambos lados de tal o cual constelación.
Estorbar el sudario, entorpecer
el instante, el decreto.
Llorar
es cosa de desolados.
A mi el destiempo,
Lo amable, lo discreto.
El cielo que sobra
Los pájaros se duelen, me anochecen.
El debajo se recrudece, se entrevera.
Los puñados se hieren, me apesadumbran.
Los ausentes se reclaman, se rematan.
Los vientos se llueven, me alargan.
Las revueltas se recogen, se asemejan.
Los pliegues se nublan, me enderezan.
Lo apagado se desapega, se atraviesa.
El adentro se encarniza, me aploma (o desploma).
Los ríos se presienten, se lloran.
La demasia se renombra, me canciona.
Los costados se taxonomizan, se ontologan.
El zumbido se embiste, me sucumbe.
Los impedidos se reclinan, se joroban.
El polvo se acompaña, me descalza.
Los alrededores se encogen, se intiman.
La mayéutica se embebe, me relumbra.
El procústeo se denota, se ergonomiza.
Lo servil se procede, me remonta.
Lo suspendido se atasca, se atraganta.
La apetencia se genitaliza, me saliva.
La mitad se apiada, se concede.
Más allá, se coagula la muerte.
Lo poco que nos queda
No se trata de eso,
se trata de la uña del silencio,
un ruido ensayado,
el gesto asumido
del aroma entonces.
Una desesperación en la punta
de los árboles,
Un desencuentro con mucha prisa,
Estatuas frente al espejo.
Del pasillo con su revoque de voces,
un desamparo antes de llegar,
el empinado afán de toda escalera.
La otra mitad de la muerte,
Una niña y los vidrios en su preludio,
Cierta locura en breves giros.
Océano encerrado entre hijos,
Higuera del alarido / mitad del violín,
Algún párpado que llena lo ínfimo.
Nace un vientre sin cuerpo,
Abastecer las manos
hacia el semblante,
la piel del incienso,
frente a tanta piel.
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