RODOLFO SÁNCHEZ GARRAFA
(Vilcabamba-Apurímac, Perú 1945)
Antropólogo por la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cuzco, Magíster en Antropología por la Pontificia Universidad Católica del Perú, Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Fue alumno de los colegios La Salle y Ciencias del Cuzco. En 1961 recibió primer premio y diploma del Club de Leones por haber ganado el Concurso Literario Interescolar en Homenaje al Día de la Madre. A los 25 años de edad publicó su primer libro Amaru: mito y realidad del hombre (P. L. Villanueva, Lima 1970), desde entonces su producción bibliográfica antropológica y poética ha sido constante. Fue becario del Gobierno Español en el INCIE de Madrid y Visitante del British Council en Londres. Formó parte de la representación peruana en la Conferencia Mundial «Educación para Todos» de Jomtien-Tailandia. Ha sido distinguido como «Amauta del Perú Eterno» por la Asociación «Capulí, Vallejo y su Tierra». Como investigador social, enfoca su interés en temas de pensamiento andino, etnolingüística e interculturalidad. Ha hecho docencia en la Unidad de Postgrado de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Su fascinación actual es la antropología simbólica y llena sus horas con lecturas sobre poesía antigua y contemporánea, especialmente lo producido por aves raras de la poesía peruana. Como animador cultural dirige Markapacha.blogspot y Markapacha.com, en la idea de promover formas que hagan posible construir un mundo solidario y sin exclusiones.
Libros de poesía de Rodolfo Sánchez Garrafa
Por las calles del Sol. 1995
Por las calles del Sol. 2012
Iris de los sueños. 2012
Paralelo 70. 2013
Séptima columna. 2013
Al di là. 2014
Helio-tropos. 2014
El hombre retirado, Lima, Pájaros en los Cables Editores, 2015
UKUMARI
Soy oso de redonda cabeza e hirsuto pelo
Oso de faz desconocida y andar trashumante
En cumbres de alta montaña habité más allá
Del Sol.
Cosí el día y la noche con mis manos
El rayo fue mi aguja y los ríos mis hilos
De color.
Mi primer vagido estremeció la tierra
Mi primera palabra explotó en la boca
De un volcán.
Algo de humano alborota mis venas
Estrellas refulgen en mis ojos de semidiós
En mis brazos potentes despiertan cantos
De libertad.
Nueva publicación: Helio-tropos, poesía de Rodolfo Sánchez Garrafa
Soñar se me hace difícil
Cada vez se me hace más difícil
soñar en las noches.
Ya casi no te sueño al cerrar los ojos
Ya casi no te veo
siquiera diciendo adiós.
Me preocupa caer en sopor
y olvidar lo pensado.
Tras el colapso de la vigilia
hoy olvido desde lo inolvidable
hasta las cosas menudas.
Temo que un día caiga
sobre mí la noche total.
Temo que un día se borren
para siempre
tus huellas inconfundibles.
Hace tiempo ya que los sueños
huían de mí al cerrar el día.
Por eso me abracé
a tu memoria
aún antes de tu partida.
Ojos de capulí
Tus ojos de capulí
descuelgan estrellas rojas
en pleno día para mí
Me dicen palabras dulces
que suelo saborear en silencio
ahora que me hallo frente
al ancho mar
No escapo
a ti me dirijo
atrevido
travieso
y no me canso de ver tus lunares
en lo alto de las olas
que agitan el cielo estival.
Agitadas olas danzan para mí
Frente al mar de Chorrillos
a chorros saltan luces de colores
Mi corazón también salta
por miles de razones
por gusto
por gratitud
por nostalgia mi corazón
se lanza por entre la espuma de las olas
y al par se cuela por los cantos
de los verdes acantilados.
El mar con sus brillos argénteos
ilumina poco a poco la vista nocturna
Las almas están quedas y están calladas
en este puerto de pescadores
que mis ojos vieron crecer en treinta años
De cara al mar
todos los antojos posibles
se agolpan y de pronto estoy solo
en la extensa playa de agua dulce
Las agitadas olas danzan para mí
Yo las miro
ellas me miran
por un momento nos amamos.
Las olas van vuelven y a su paso
envuelven
en apasionado abrazo
De pie no puedo menos que besarlas
una y otra vez
a ellas que al irme
se quedan también solas.
El girasol en el florero
El girasol
a
tu
lado
no gira
late y late de prisa
Se
acurruca
como hacen
las semillas
como hacen
los paraguas
en días de lluvia
exuberante
luego bate
sus alas amarillas.
El girasol
se prende
de
tu
mano
De las sillas
se sujeta
como hacen
los niños
que temen
quedarse
solos
No pasa nada
–Les dicen–.
Metido en un campo de girasoles
Pocas veces
me
he
sentido
así
como metido en un campo de girasoles
Me ocurrió un día mientras veía una película
ya clásica de Vittorio De Sica
Me sucedió también al conocer un maestro
sapiente y diestro en el arte del magisterio
y la i luz i on.
Entre tanto la luna atraía mis inflorescencias con
su
canto
tan
especial
de paloma enamorada y en pleno día
arrebatábame hacia los predios encantados
de la noche.
Pero no hay quien se resista a
los
rayos
del
sol
de madrugada de esos que te jalan la pita
de marioneta o te aplican una soberana patada
sin contemplación alguna.
El amor sin medida ni aderezo está en todo lado
en el latido de sístoles y diástoles de apóstoles
y mirones
sino no se explica por qué giramos de
unos
a
otros
ojos
por qué vamos de unas a otras bocas
de unos a otros pelos
de unos a otros nombres.
Cuando la luna se oculta desespero por el amanecer
es que al romperse los conjuros vuelvo otra vez
a soportar la prisa vascular mientras
un corro de grillos en un campo de girasoles canta:
¡Oh soles!
¡Oh soles!
¡Oh soles míos que giráis y giráis
y a vuestro morro sin falta tornáis!
El morro de marras el morro aquel de los girasoles
que lleno de antenas se dobla en mi espalda
sin querer.
La virtud de este libro es ponerle sabiduría a las palabras para entender con nitidez el devenir del hombre, aquí la poesía recorre los recovecos más diversos de la humanidad, respira la música del tiempo absoluto, exalta la luz solar en la cuenca de los ojos de nuestra contemporaneidad, aún en las más diversas peripecias humanas donde ausculta lo infinito: esa sombra del quid divinum, que viene desde la tradición clásica, brilla; el poeta Rodolfo Sánchez Garrafa sabe hacer brillar lo opaco de las cosas, ponerle transparencia a lo oscuro, explicar la aurora a la finalidad de la vida. El portus del siglo de las luces no se ha cerrado todavía.
Armando Arteaga
LA LUZ EN MOVIMIENTO
Víctor Vimos
I
También es una sustancia, la poesía. Gobernada por una ley exenta al entendimiento, fluye sin prisa, dejando una serie de pistas que dan fe de su paso. El poema es apenas una de ellas. Un objeto tallado por el inagotable murmullo de los astros.
II
El poeta es un escultor del misterioso mineral del lenguaje. Va del signo a la cosa significada queriendo profundizar en el mundo, como sugiriera André Malraux. Pero no lo logra. Por eso debe conformarse con la resonancia que sobre la nada –esa nada sagrada– produce su fracaso. Todo intento por condensar la realidad en palabras es una sumatoria de esfuerzos desvanecidos.
III
Entonces:
¿Para qué sirve un poeta?
IV
Se trata –gran tristeza– de responder con palabras. A menos que adquiera una nueva visión de la vida, a menos que esté dispuesto a sacrificar su vida para imponer la verdad y esplendor de su visión, dice Miller, el poeta no sirve para nada. Por eso su oficio, lejos de envanecer las grafías y las hojas en que estas encontrarán la vejez, yace más cercano al silencio, a la familiaridad con que la vida erosiona toda lengua hasta convertirla apenas en un cántaro que recuerda el aroma de la sed. El poeta pronuncia con total entusiasmo un canto que sabe adquirido como pago del dolor. Por ello, su mayor logro consiste en preñar la memoria todos los días con las huellas de su experiencia. Así, la vida se hará raíz de la metáfora; el corazón la tinta con que mañana edificará nuevamente los rostros, nuevamente los nombres,
los colores nuevamente, solo para recordarnos que aquello que amamos ya no está más, pues también para los poetas el tiempo es una traición.
V
Pero de nada sirve esa experiencia sino es visitada por la sustancia poética. Si no sirve, como creía Lucrecio, para verter el claro de los cantos en el más oscuro de los temas. Solo de ese modo, la poesía condiciona su unidad con el poema. Todo lo demás es polvo y estruendo.
VI
Este poemario tiene a su favor la luz y el movimiento, dos sustancias que encierran poesía. Su autor, el poeta Rodolfo Sánchez Garrafa, se ha esmerado porque esas cualidades dejen sospechar apenas el rumor de sus presencias en cada uno de los versos de este libro. No es extraña esa decisión. Desde hace algún tiempo, la búsqueda de este poeta parece concentrarse en el misterio de lo que se dice y también de lo que se calla, como si su recuerdo, materia espiritual y verbal de sus versos, huyera por momentos solo para dejar sentado sobre el lenguaje el invariable sentido del viaje. Un desplazamiento que se vuelve incesante sobre la forma y que, con cada nueva entrega, adquiere eso que en edad humana puede llamarse madurez. Pero en edad poética la madurez es sospechosa. Puede decir, por ejemplo, que uno ha encontrado una veta y que no cesa hasta desgastarla, repitiendo en cada verso una suerte de molde aprendido. Este, por suerte, no es el caso. Estamos ante un poeta que sabe que el riesgo es la mejor forma de no envejecer.
VII
Divido en cuatro estaciones, este libro encierra un ciclo concretamente definido. Empieza por el final, es decir, evoca la muerte como punto de partida.
En Parasoles, la primera estación, dice: “Al irse el día pieza por pieza/ se arman las sombras”. Usa el sentido primordial que tiene que ver con el reemplazo que esa ausencia amerita. Dice “el día es de los hijos/ la noche… de los abuelos”. Y su orientación lleva a la voz del poeta a utilizar metáforas literarias que en el fondo esconden el vientre. Dice “cavernas”, dice ”semillas”, dice “Yo Adán soy Adán”, y espera con ello remarcar la idea de que desde aquí parte, liberado por completo de cualquier peso o vanidad, pero extraviado por el innegable dominio de la luz. No es gratuita la referencia al vientre: para iniciar un viaje es necesario el desprendimiento de lo vital.
Crisoles, la segunda estación, apunta a una voz que acelera su mansedumbre hasta confundirse con la furia. Tal vez, como indicaba Reverdy, la imagen, en este caso, sí es hija directa del espíritu del poeta. Dice “Muerte preludio de vida”, como si en esa inversión del sentido simbólico encontrase la mejor manera de extender su temor al olvido. Pero también en este verso se pudiera condensar parte importante la intención del poeta en este poemario: se trata de hablar del cambio pues se supone inconforme con lo real. Ese cambio, lo demuestra, tiene que ser en todo nivel. En este caso, va desde el lenguaje hasta el significado que atañe a la vida.
Considero, a riesgo de equivocarme, que estos dos cuerpos permiten una mirada autoreferencial al poeta Sánchez Garrafa. No solamente porque en ellos los versos se muestran métricamente más extensos que en el resto del cuerpo, lo que habla de una necesidad por contarse, sino también porque la experiencia, por momentos, huye de la sustancia poética y da vueltas alrededor de sentencias o reflexiones que suponen una forma de integración con lo real. Esto sin embargo no es un pecado. Es una elección que en este poemario se ve justificada en la tercera y cuarta estaciones, pues en ellas parece que el poeta hablara para el futuro.
En Tornasoles, la penúltima estación, dice “El amor que se extraña suele /dejar una huella/ de silencio”, y compone un viaje a través de la pasión, de su pasión, capaz de acumular esperanza e ilusión. Probablemente aquí el amor no es visto como una realidad, sino como un fruto esperado y ajeno, y por eso su presencia se vuelve deslumbrante.
En la estación final, Girasoles, el poeta Sánchez Garrafa, se encarga de cerrar el ciclo, ofreciendo su propia incertidumbre como una nueva vida, acaso inventando una forma propia de empezar a caminar. Dice “Aquí empieza seguramente el infinito/ y es curioso que me venga a la memoria/ el número de los traga fuegos circenses”. Ese sentido de vacío anunciado al inicio, se llena ahora por la promesa de lo inacabable, de lo inabarcable, como si por medio de esa desmesura que es la inmortalidad se pudiera aspirar a rozar apenas de nuevo la infancia.
VIII
Nada hay que pueda oponerse a la fuerza del canto. El poeta Sánchez Garrafa ha entendido bien este principio poético y sabe que el verso no sirve para expresar idea o comunicar sentimiento, sino que su mayor logro es testimoniar el paso de la creación por entre las huellas del lenguaje. Y lo demuestra manejando una serie de símbolos que, como en trabajos anteriores, dejan sentada una atmósfera andina en sus poemas, en la que el frío, la montaña y los astros parecen elevar al unísono un solo himno emparentado con la libertad. Además, el poco uso de puntuación parece tener un empate con la visión que el poeta nos comparte: no se trata de trabajar un poemario para ordenar un mundo en ruinas, sino de hacerlo para testimoniar ese caos de la única forma que un poeta puede lograrlo, siendo honesto y transparente.
Wallace Fowlie decía que el poeta no existe solamente en lo que escribe, sino también en la pausa, en el espacio en blanco que queda en la página. Este poemario apuesta porque, en gran medida, sea esa pausa la que hable, una decantación sonora del verso que solo cuando es pronunciado –como cuando un pecado es cometido– permite el gozo total de su significado.
IX
Enfrentado a la decisión poética Rodolfo Sánchez Garrafa parece intuir la claridad de la revelación que el verso alcanza, haciendo que quien escribe no deba –no pueda– volver los ojos a la realidad cotidiana para contentarse con su verdad. Por eso la invención que permite el lenguaje termina por convertir a su trabajo en una muestra especialmente lograda de lo que la experiencia vital puede causar en su encuentro con la sustancia poética. Desde ese punto la presencia del poeta si alcanza la certidumbre de la utilidad: se es poeta, como decía Vallejo, hasta el punto de dejar de serlo.
X
También la poesía es una sustancia. Y también, tras esa sustancia los signos arman procesiones, anhelando encontrar el resplandor de su forma en el inagotable murmullo de los astros.
Lima/ Año de Manuela
¿Qués es poesía heliotrópica?
Rodolfo Sánchez Garrafa
Como estudioso de los símbolos, me siento atraído por la aplicación simbólica del «heliotropismo» en la poesía y, en particular, por su virtualidad arquitectónica, propicia para construir formas en parte misteriosas y en parte mágicas que se estructuran y luego fluyen en el uso de la palabra.
Sabemos que heliotropo es un vocablo compuesto que proviene del griego helios, sol, y de trepein, girar o cambiar de dirección. Los heliotropos son hierbas anuales o perennes, inflorescencias, caracterizadas por desarrollar un movimiento mediante el cual sus hojas y flores se ponen siempre de cara al sol, girando de este a oeste durante el día, y realizando movimientos de reversión para inclinarse hacia el oriente al amanecer, conducta que exhibe, por ejemplo, el girasol, planta cuyas células motoras del lado sombrío se estiran, haciendo que un segmento especializado de su tallo se flexione debajo de la flor en dirección al sol, para luego invertir su orientación en la oscuridad nocturna.
En mineralogía el sustantivo heliotropo se aplica a una variedad de calcedonia que en su forma típica es de color verde con inclusiones rojas de óxido de hierro o jaspe rojo y, a veces, con inclusiones amarillas. La designación de este mineral deriva de antiguas nociones que hacen referencia a la forma en que este cuarzo refleja la luz.
Para explicar algo más el título de este libro, conviene agregar que en literatura y, consiguientemente, en poesía, un tropo es un recurso retórico de expresión, que implica la sustitución de un término por otro cuyo sentido es figurado. Las voces trópos y tropus (del griego y el latín respectivamente), de donde proviene tropo, significaban «dirección». Un tropo hace que un término o vocablo cambie de dirección, y se desvíe de su sentido original para adoptar otro sentido diferente. Aquí los poemas, en su conjunto, son tropos o variaciones sobre la alternancia de luces y sombras en el curso de nuestras vidas, una alternancia caleidoscópica, por la que las mismas piezas se configuran de formas familiares y, a la vez, inusitadas.
Consecuente con los sentidos antes dichos, el propósito que le asigno a los manojos de poemas que conforman este libro es responder a la luz, asimilarla, dejarse llevar por ella o simplemente reflejarla, ora como plantas en movimiento perceptible desde la cámara lenta del escrito, ora como calcedonias que aportan sus gotas de sangre a la paleta de natura y quizá, aunque en menor medida, a las cuitas de Salamanca.
Apelo a la fuerza del lenguaje simbólico para enrolar, en lo posible, al eventual o comprometido lector, escucha o vidente. Aspiro –humano anhelo– que la experiencia plasmada en el escrito sea no solo compartida sino co-interpretada por otro u otra, mediante la concurrencia de imaginarios tal vez disímiles y distantes, pero unidos por un cordón umbilical sublime, con ecos afectivos, como aquellos que en los Andes se dejan sentir de montaña a montaña.
Procuro que los versos dancen por igual en torno a la razón y la intuición, que canten sublimaciones y susurren, pero que llegado el caso se insinúen también, y quizá seduzcan, mediante señales y emanaciones hormonales. Ser visitado por Hermes el dios del lenguaje, el mediador de toda competencia simbólica, de la lectura y entendimiento profundos, juega a favor de la recepción y procesamiento de una multiplicidad de sentimientos y pulsiones interiores en la cadena horaria ordenada por luces y sombras. Los versos animados por un impulso heliotrópico tienen así su dosis hermética, en cuya base se halla, en lo posible, la hospitalidad generosa a la belleza, pero también a los desarreglos que juegan del lado opuesto a la musicalidad perfecta.
Desde mi limitado conocimiento, entiendo que la poesía puede considerarse heliotrópica en cuanto le sea posible exhibir el resultado de una metafórica transparencia sensible a la luz del día, así fuese solo a la que se proyecta en pálidas tardes o en la impronta que permanece en el curso de la noche. En el heliotropismo no siempre estará el alarde de cromatismo sino que, a veces, la languidez de los colores fríos aportará irradiaciones inmortales gracias a sus ecos estelares y su comunión con el mundo de los sueños. La morriña y la tristeza existencial, los versos elongados, se aferran asimismo, en su monocromatismo, a la fuente de luz y de vida. Es posible que los elongamientos de ausencia sean tropismos enfermizos de esta poesía que traduce mi esmero por proveer luz para eludir la extinción del ser.
Suelo pensar que todos los mundos son heliotrópicos y que se mueven en torno de sus respectivos soles, con la diferencia que a escala sideral operan fuerzas de atracción y re-pulsión que actúan sobre caravanas de seres celestes o azules que cumplen sus respectivos circuitos de ida y vuelta, de la luz hacia la obscuridad y de esta otra vez hacia la luz.
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