André-Naffis Sahely
(Venice, 1985). De padre iraní y madre italiana, se crió en Abu Dabi. Naffis-Sahely vive en Los Angeles.
Escribe poesía y narrativa de no ficción, también ha trabajado como traductor literario del francés y el italiano. The Promised Land, su primera colección de poemas, será publicada por Penguin Books en el 2017. Las versiones al español de esta muestra son del poeta José Luis Rico (Ciudad Juárez, 1987).
Una isla de desconocidos
La azotea era el punto de reunión. Yo tenía quince
y era asiduo a ver botes de ceniza, gallineros
y mujeres cuando tienden ropa. Había un retrato
de cincuenta pies del Rey – siempre sonriente –
junto al mar, dominando un entronque traficoso;
como anuncio de enjuague bucal o dentífrico.
De noche, la playa al oeste de la ciudad
era la más calmada, donde hoteles, Natashas y haram
se aglutinaban a ser fiestas. Cada cuarto a media luz
era señal segura de orgasmos y el pasaje de dinero
de desconocido a desconocido. Cualquier cosa
interesante y placentera era haram. Yo envidiaba
al Rey, a sus hijos, a los dieciocho que tenía.
El Rey era viril, un patriarca, Abraham con Viagra;
su gente, por otra parte, usaba Prozac.
A donde mirara el ojo había dinero. La nariz,
mientras, sólo esnifaba sudor: acre, pugnaz, penetrante.
La mayoría de los chicos que conocía inhalaban butano, fumaban,
ahorraban para putas, esperaban su libertad bajo palabra en el verano.
Cada uno, de vuelta a su país. Al llegar septiembre
el regreso insatisfecho; perros inadaptados, en casa en todo
y ningún sitio. Un amigo comparó el cosmopolitismo
a quedarse en un campamento de verano, esperando a padres
que nunca aparecieron. En el vigésimo año de su sonrisa,
el Rey al fin murió. Su mausoleo es un merengue: ondulado,
blanco, vacío. Sus hijos han seguido agarrados de la greña, juegan
quién-la-tiene-más-larga con ladrillos; uno a uno, mueren en choques.
Días de insolación, kif y Ferraris sedientos de sangre.
Acto de desaparición
Sólo dos de cada diez personas mueren en Abu Dhabi, el resto simplemente no renueva su visa; son embolsados, etiquetados y colocados en el siguiente vuelo disponible a de donde sea que vinieron. La experiencia de viaje sin retorno par excellence… Cada edificio en esta isla es labrado por estos casinadas. Su regocijo en la muerte, al menos, es jamás hacer fila de nuevo días enteros, o dejarse entintar y presionar las yemas de los dedos por manos intolerantes, que su sangre fuera sondeada buscando enfermedades indeseables, su carne abrasada por un sol que se pregunta qué demonios están haciendo ahí.
El periodista habla sobre el dictador
“No me agrada el regusto de mi boca.
Reconvenir sería mejor, tener
la boca cerrada sería lo óptimo.
Puedo contar – y sé cuántos perdieron
los estribos contemplando su sonrisa
y cuántos más murieron en silencio
resbalando por el liso muro de sus dientes.”
Sehnsucht
para mi madre
Nuestra familia se convertido en un gobierno-en-el-exilio;
Visitarte es como ofrecerle mis respetos
a un ministro gentilmente alicaído que
tiene igual miedo del pasado, del presente, del futuro.
Dos pequeños cuartos para comer y dormir; sólo
los objetos esenciales se salvaron de quedar en cajas
mientras esperaban su destino. Aún aguardan.
Por ahora, esto es la casa – un pequeño pueblo
a las afueras de Florencia donde las calles no tienen vida
y los viejos asoman la cabeza a las ventanas
como tortugas que pelan el ojo por los buitres.
Estando lejos, sólo hablamos poco:
un par de cabezas conversando en penumbra.
Te miro: una ama de casa sin casa,
sin esposo también. Ponderándolo todo,
mastico antiácidos con indiferencia soberana…
Tu hijo menor, tu alguacil o asistente de campo,
se encierra en su cuarto todo el día y caza extraterrestres,
nazis o terroristas en su consola, casi como entrenando
para una guerra de reconquistar nuestras vidas.
Aparición
Me engañaba que yo no era un turista,
sino alguien astuto, audaz y mundano;
un lugareño, al menos, o un digno semilugareño,
pero salido de una oscuridad cavernosa.
En el espacio entre dos casas a medio derrumbar
demasiado angosto para un muslo, no se diga dos,
se deslizaba un niño no mayor de doce,
¿o quizá tenía diez? Nunca lo sabré…
Su mano asió mi muñeca. Era demasiado
fuerte para un niño y sus pómulos, afilados
medio ensombrecidos por barba incipiente. Era claro
que su infancia terminó el día que aprendió a caminar
y que moriría en el momento en que no pudiera.
Suave pero firmemente, como apacentando
una oveja perdida de vuelta al aprisco, me
llevó a casa, luego pidió por sus esfuerzos
una suma muy modesta. Le pagué.
Nos dimos la mano. Él tenía una madre
y cinco hermanas esperándolo, pero ‘ningún hombre’,
dijo, apuntando a tres muchachos que, entre risitas,
fumaban hachís en la esquina. ‘Los hombres’, dijo,
apuntando con su índice al cielo, como si
invocara alguna autoridad más alta e infalible,
‘los hombres deben trabajar duro, o quedarse niños para siempre’.
http://circulodepoesia.com/2016/08/poesia-norteamericana-andre-naffis-sahely/
The Journalist Speaks of The Dictator
I do not like the taste in my mouth.
To remonstrate would be better,
to keep my mouth shut would be best.
I can count – and know how many
lost their nerve at the sight of his smile
and how many more died in silence
sliding down the slick wall of his teeth.
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