Folio del manuscrito poético de Vélez Ladrón de Guevara
Francisco Antonio Vélez Ladrón de Guevara
(Colombia)
Un poeta enamorado y festivo
El santafereño Francisco Antonio Vélez Ladrón de Guevara, nacido en 1721 y muerto probablemente hacia 1782, marcó toda una época en sus versos festivos. El especialista Héctor H. Orjuela lo considera el poeta más importante de la poesía rococó en Hispanoamérica.
Abogado, posible alcalde de la ciudad en dos ocasiones, Ladrón de Guevara fue un poeta allegado a por lo menos cuatro cortes virreinales: la de Solís Folch, la de Messía de la Cerda, la de Guiror y la de Flórez, gobiernos que abarcan desde 1749 a 1782.
El códice que contiene sus poemas manuscritos conservado en la Biblioteca Nacional abarca 430 folios. Buena parte son poemas galantes, llenos de gracia, coquetería y frivolidad, donde se canta la belleza de las mujeres y se las compara a las flores. A sus requiebros no escapa ni la señora virreina, Juana María de Pereyra, esposa del virrey Flórez.
Según Orjuela, los poemas de Vélez Ladrón de Guevara registran ya “el cambio que ha experimentado en la poesía el papel de la mujer, que aparece como un ser de carne y hueso y no como la figura deshumanizada, seria, inalcanzable y escudada por las rígidas convenciones morales que tipifican el arquetipo femenino del Barroco”.
A una dama cariñosa y esquiva
Décimas
Cielo para qué derramas
Sobre mí tus luces bellas
Si solamente son ellas
Incendios con que me inflamas?
Sólo hallo en tus luces llamas
Pues siempre que a verlas llego
Quedo abrasado en su fuego
Quedo a su ardor derretido
Quedo a sus rayos rendido
A sus resplandores ciego.
Y con todo estoy de mí
Tan fuera, bella homicida,
Que quiero encontrar la vida
Del modo que la perdí,
Yo muero porque te vi
Y quiero resucitar
Con mirar y remirar
De ese rostro la luz clara
Sabiendo que esa tu cara
Me ha de volver a matar.
Pero quién, aunque perdiera
La luz por llegarte a ver
Se ha de poder contener
Sin acercarse a tu esfera?
Aunque por verte yo muera
No he de dejar de mirarte
No he de dejar de adorarte
No he de dejar de quererte,
Si he de morir de no verte
Moriré por contemplarte.
Seré Fénix que en la pira
Donde la muerte recibe
Toma alientos con que vive,
Pierde alientos con que expira.
Ya entre las llamas respira
Ya entre ellas pierde el aliento
Y haciendo entre el fuego asiento
Ya muerto en las llamas yace,
Ya entre las llamas renace
Con un continuo portento.
Seré inquieta mariposa
Que por cercar tu luz pura
Halle en ella sepultura
Con una muerte dichosa.
Pues qué muerte más gloriosa
Que morir entre la risa
De ese rostro, bella Elisa,
En cuyo sol abreviado
Y en perfección mejorado
Todo el cielo se divisa?
DE UN AMANTE MAL CORRESPONDIDO
Redondilla
Si con el amor te ofendo,
daré mi amor al olvido;
que no quiero, aborrecido,
y de amor, estar muriendo.
Glosa primera
Cómo agradarte no entiendo,
tirana de mi albedrío,
si amor pagas con desvío,
si con el amor te ofendo.
Si, porque te amo rendido,
tú me aborreces, mi bien,
para excusar tu desdén,
daré mi amor al olvido.
Pues si esperé ser querido
con amarte, viendo que
no me amas, yo mostraré
que no quiero aborrecido.
Que si tú te estás riendo
de mi loco frenesí,
no será justo, por tí,
yo, de amor, estar muriendo.
Glosa segunda
Nise: yo sólo pretendo
con mi amor servirte, fino,
mas mudaré de destino,
si con el amor te ofendo.
Y así, viendo convertido
mi cariño en tu disgusto,
para poder darte gusto,
daré mi amor al olvido.
Pues si sólo he conseguido
ofenderte con quererte,
verás, trocada la suerte,
que no quiero aborrecido,
porque afectos produciendo
en tí contrarios los míos,
no quiero, con tus desvíos,
yo, de amor, estar muriendo.
Al Santísimo Sacramento se dirige el poeta Vélez en breve romance que dice:
Bien conozco, dulce dueño,
que de amor estáis herido,
pues tan contrarios efectos
en tus afectos registro.
Si para mostrarte amante,
el más tierno y el más fino,
entre candores de nieve
tus llamas has escondido:
¿cómo, por darnos más muestras
de tu abrasado cariño
tronos de Vesubios y Etnas
tu Corazón ha erigido?
En el sacramento augusto,
ceñido a esferas de trigo,
nevado volcán al pecho
vuelcas, de tus escogidos,
queriendo templar los rayos
de tu Corazón activo,
con la nube en que se oculta
todo tu amor infinito...
Otros versos dedica en fiesta de la Concepción Inmaculada de Nuestra Señora, patente el Santísimo Sacramento:
¡De la soberana diestra,
cuan hermosamente brillan,
juntas en un mismo trono
las más dulces maravillas!
De Jesús se une la gracia
con la gracia de María,
siendo todo gracias cuanto
hoy nuestros ojos admiran.
Es Jesús acción de gracias
en sagrada Eucaristía,
y de gracias es pasión,
en su Concepción, María.
Las gracias, a manos llenas,
hoy, Jesús, nos comunica;
a manos llenas, las gracias
hoy María participa;
que sola de tanta gracia
ser potencia receptiva
pudo aquella de quien nace
aqueste Sol de Justicia,
para que con justa causa
hoy celebremos unida,
de las gracias a la fuente,
y al mar de gracias, María,
juntándose los candores
de esta Virgen peregrina,
con las candidas especies
de esa Deidad escondida.
Vélez hizo una de sus poesías de ocasión bajo la leyenda siguiente: Llora el Real Monasterio de Santa Clara la partida {que no se verificó al fin), de su benefactor el Excelentísimo señor Solís:
Si el sol, cuyos bellos rayos,
el orbe todo iluminan,
es el que en lluvias funestas
nubes que formó liquida,
tú, bello sol de Cardona,
que sólo luz esparcías,
ya sólo lúgubres llantos
puedes causar con tu vista.
En otro tiempo llenabas
de consuelo a estas tus hijas,
mas, ya sólo les dais penas,
cuando en tu ocaso te miran,
pues al ver que ya tus luces
cuando más de lleno brillan,
el nuestro en tinieblas dejan
y a otro hemisferio caminan.
Triste coro de tinieblas
es el nuestro, en que las liras
son el susurro del llanto
que corre por las mejillas,
cuyas aguas serán golfos
en que, cuales tristes ninfas,
queden las hijas de Clara,
confusas y sumergidas,
mientras que tú, de Nereo
undosos cristales giras,
llevando nuestros alientos
a los soplos de tu quilla.
Los que seguirán constantes
con sus deseos tus hijas,
velas volviendo sus velos
y remos sus ansias mismas.
Segura nave te lleve,
norte feliz la dirija,
dulce Favonio la sople,
puerto quieto la reciba.
Cobija el poeta Vélez su canto al salto de Tequendama con la siguiente denominación: Describe largamente un paseo de varias Madamas y otras personas, en el siguiente romance:
...Ver de Tequendama el Salto
la curiosidad no admiro,
pues es aquel bello monstruo,
aquel sonoro prodigio,
aquel músico de nieve,
aquel dragón de granizo,
que, con su horrendo murmullo,
puso silencio, del Nilo
a las altas cataratas,
y apaciguó sus bramidos.
Es aquel que, despidiendo,
desde un alto precipicio,
sus aguas en algodones,
sus cristales en rocíos,
corre primero apacible,
sin estruendo, sin ruidos,
del campo de Bogotá
por los amenos Elisios.
Mas, después, cuando su pompa
halla montes que, atrevidos,
quieren impedirle el paso,
ya con peñas, ya con riscos,
rompe con todo, irritado,
y, abriendo fácil camino,
muestra de su majestad
el mando y el poderío,
dando a entender que si corre
por la llanura, benigno,
es porque no hay quien se oponga
a su imperio cristalino.
Pero ya que en Tequendama
halla muros y obeliscos,
mira trincheras de cedros,
de robles fuertes castillos,
reprime un tanto sus aguas,
por hacer de ellas cuchillo;
y, soltando su represa,
con un horror vengativo,
rompe montes, barre piedras,
dobla cedros, parte encinos,
y, dejándose caer,
no dándose por vencido,
sí despreciando lo débil
del sojuzgado enemigo,
se precipita en espumas,
yendo de rabia encendido,
y desprendido en aljófar,
desde tantos montes fríos,
estrella su ardiente enojo
en los profundos abismos,
revolviendo en densas nieblas
sus aguas, con su estallido.
Y por las tierras calientes,
vuelto serpiente de vidrio,
prosigue serio y pomposo,
hasta que al Mágdalo unido,
corre con él a beber
sal del golfo cristalino.
Mas, volviéndome hacia atrás,
por coger del agua el hilo,
no parezca que del Salto
paso la anchura, de un brinco,
cuando se ofrece a mi pluma
la ocasión de describirlo.
Luego que en aguas y en nieblas
reparte sus desperdicios,
dando las nieblas al aire,
las aguas al centro frío,
con los reflejos del sol
que apenas mira aquel sitio,
se forma allá en lo profundo
de aquellos cauces sombríos,
un iris, que, a los candores
de la nieve y a los brillos
del sol debe su belleza,
su variedad y sus visos,
mostrándose Bogotá
armado cuando rendido,
no a sus pies, sí a su cabeza,
ha dejado al enemigo.
Y el sol que le forma el arco,
darle rayos le ha ofrecido,
si se ofrece la ocasión
de hacer al contrario el tiro.
Pero no: que el iris es
de la paz expreso signo,
y así en paz al Salto dejo,
y un poco atrás me retiro...
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