Santiago Flores Ochoa
Nació en Yuscarán, El Paraíso, Honduras el 11 de febrero de 1918 y murió en 1989. Poeta, periodista y diplomático. Hijo de María Ortencia Ochoa Cortés y de Armando Flores Fiallos. Su abuela fue doña Asunción Cortés Sevilla hija de don Leon Cortés famoso comerciante de Yuscarán.
Formó parte de la Academia Hondureña de la Lengua; en 1982 el Estado de Honduras le otorgó el Premio Nacional de Literatura "Ramón Rosa".
Entre sus libros destacan “Sonetos de Luz al viento” (Mexico 1963), “Sonetos Equinocciales” (Bogotá, Colombia 1973), “Los Angeles Nocturnos” (Buenos Aires, Argentina, 1969).
Tegucigalpa
Yo me he enraizado a ti como la hiedra
al árbol secular del bosque espeso,
como al sepulcro el descarnado hueso,
como el silencio que olvidado medra.
En tu marcha viril que no se arredra
supe el color y el embeleso,
con florescencia de cerezo,
embeleso con ángeles de piedra.
Tienes el olor de cumbres y de valles
y sed de altura en tus tortuosas calles
de barro, de granito y caracol.
Te hermanas con lo nuevo y lo lejano
y vas radiante con tu afán temprano
lleno el vientre de sueños y de sol.
Rimas en la noche
Un resplandor de luna y un vientecillo alegre
que salta las laderas y despeina las espigas,
y el sopor enervante de las horas nocturnas
celosas a mi anhelo y a mi sueño furtivas.
Un desfile lumínico de viajeras luciérnagas
que horadan las paredes aéreas de la noche,
un pájaro que trina, un arroyo que canta
y un pálido lucero dormido sobre el monte.
La brisa perfumada refugiase en mis manos
de tibias epidermis y afina las cigarras
su monocorde acento, su saltarín arpegio
que perece arrancado de tambores de plata.
Alientos musicales que vienen de los pinos
de copas seculares. Hoy diálogos de estrellas
en el azul profundo, en el océano inmenso
donde los astros siguen sus veredas eternas.
Resalta, allá a lo lejos, la torre de la ermita,
soberbia, esbelta y santa como monja devota,
mientras un viento alegre y un resplandor de luna
ahuécanse en el alma, tremendamente sola.
Libro Sonetos de luz al viento (1962)
Libro de poesías "Paramo"
Poema Evangélico
Por fe de Dios y lágrimas de Cristo
bien sostengo los designios de mi ruta,
por sus blancos sudores de infinito
mi vida toda su bondad disfruta.
Ariel a veces, Calibán en otras,
mi plena dualidad me han sostenido,
y a los despojos de mis alas rotas
con bálsamos divinos me han ungido.
Cantado he con claridad de cielo
y muy celeste la lengua con que hablo,
he bebido la luz del Evangelio
y también predicado con San Pablo.
Por los dos, por el Padre y por el Hijo,
huye de mí lo malo, lo protervo;
mi espíritu se encuentra fronterizo
de la suprema majestad del Verbo.
Los dos juntos en blanco pedestal,
Por el Logos unidos hasta el fin,
Perlados por la prosa de Renán
Y el vino que escanció San Augustín.
Por ellos, por la luz y por los Salmos,
Por las rosas crecidas en Judea,
Hay blancas mariposas en mis cantos
Y abejas de topacio en mis ideas.
1961.
Poema para Alfonsina
¡Oh¡ Tórtola de sol, fino canario
Bajo las torres de la tarde azul,
Que vives en tu lírico santuario
De pérgolas de ombú.
Ya tu campo de rosas está yermo,
Como un páramo hundido entre cenizas,
Como árbol milenario que está enfermo
De pájaros y brisas.
Te hacen daño los besos de los vientos
Que vienen fugitivos de la Antártica;
Son cual golpe de yunque los acentos
De tu lira romántica.
Se fueron tus marmólicos donaires
Hacia el sol, hacia el cielo, hacia la muerte,
Dejando con tu bruma a Buenos Aires
En su destino fuerte.
Mosto celeste de terreno vino
En su vasija de murano rota,
Hermana peregrina del espino
Y de etérea rosa.
Desnuda como virgen la llanura
Vió tus muslos, tus senos y tus rizos,
Vió cien veces tu mórbida escultura
Bañada de granizos.
Marchabas, visionaria hacia el futuro,
En medio de las trémulas banderas,
Derribando optimista todo muro
De odios y de afrentas.
De la lira inmortal sacerdotisa
De tu sueño rebelde te levantas,
A ver en el cristal de una sonrisa
El verde de las pampas.
A darle con tu verbo de profeta
Zumo tibio a los ángeles de armiños,
Querubes que en sus labios se interpreta
La risa de los niños.
Por siempre entre nosotros vas presente
-perpetua como luz de mediodía-
Equinoccio de Dios siempre tangente
En la melancolía.
Extraño el siglo de hoy, extraño el mundo,
Extraña pernoctaste con tu lumbre,
Llevando un gran ideal meditabundo
Ante la muchedumbre.
Ya sangraba tu planta peregrina
Y tu rosa con la planta de la luna,
Al erguirse la lanza de la espina
Soberbia ante tu ruta.
Un gran fuego interior te devoraba
Y tostaba tu epidermis de naranja,
Un gran sol inferior, flecha y aljaba,
Que hacia la muerte avanza.
Aquí la sierra azul, lánguida, angustia,
Lamiendo tus sedosas redondeces,
Sedeñas cual las plumas de las mieses
En la planicie mustia.
Allá el gran mar, rebelde, inquisitivo,
Su lluvia de mil peces te desata,
Gran ánfora de sal, de yodo vivo
En círculos de plata.
¡Ah! Hermana transparente de la ola,
Ala sonriente de viajero cielo,
¿Por qué con todos y por qué tan sola
En ascendente vuelo?
¿Cómo trazaste tu terrena huida
En la tarde teñida de claveles,
Dando un adiós al sueño de la vida
Con gesto indiferente?
Líquido abrazo te estrujaba el talle,
Y líquen verde te apretaba el cuello,
Y Dios pendiente del menor detalle
En tu fugaz destello.
El viento se vistió de ángeles tristes
Al robarse tu cuerpo hecho de auroras,
Alfonsina de luz, que ya no existes
En las celestes horas.
De aquel búcaro azul quedan despojos,
De aquel álamo azul llueven cenizas:
Dos estrellas, recuerdos de tus ojos,
Danzando entre las brisas.
Muy altos y solemnes los eriales
Hacen la guardia a tu deidad secreta;
Gran orquesta de rimas eternales
Y lengua de profeta.
Ave Lux, ave sol, ave en ascenso
En un cielo de leche y parafina;
Clamor de eternidad, amplio e inmerso
De la tierra argentina.
Buenos Aires, 1963.
Oración del Mediodía
A veces, en las mañanas blancas,
Suelo cantar;
Suelo dar a todo lo que existe
La miel de mis versos,
El agua de mis rimas
Y el sonido sinfónico de mis ideas.
Voy así, lleno de música,
Dándole redondez al tiempo,
Alas a la brisa
Plumas de oro al viento azul.
Hay en mí dulces resonancias
De tiempos idos,
Como si saltaran en este cuerpo alegre
Pífanos bíblicos, flautas aéreas
Que arrean el rebaño de las horas.
Que placidez en la hora inmóvil,
Cuando el sol –naranja sabrosa
De cáscara amarilla-
Revienta en el suelo verde.
Entonces, cuando los rayos caen verticales
A la hora del sueño meridiano,
Vuela la abeja sobre la flor altiva,
Cruza la alondra por el cielo vasto,
Nada el pez entre las aguas
Llenas de pétalos e insectos
Que semejan astros de oro.
Por eso suelo cantar en los días blancos
De reminiscencias y de sueños,
Mañanas de nácar y marfil,
Mediodías de oros peregrinos,
tardes de naves azules que van
soñando hacia el horizonte
vestido de púrpura.
Gloria grande la de los sentidos
Que no hacen conocer a Dios,
En todo lo que rodea,
En todo lo que gira,
En todo lo que entra por los ojos
Y se graba en el corazón.
Ah días míos,
Que me dais la majestad de la hora
Con su viento, con sus aguas,
Con sus rayos de sol
Y sus pájaros cantores.
El alma errante
Montañas de verduzco desaliño
Que voy palpando en mi ascendente vuelo,
Luceros en los párpados del cielo,
Joyeles en los vésperos de armiño.
Un viento tutelar me impele lejos
Como llevara al soñador Ulises,
Un joven almirante de países
En mares barnizados como espejos.
Rojos soles me queman la cabeza
En el lomo ondulante de la duna,
Y un rayo descendente de la luna
Oriflama el caudal de mi tristeza.
Vislumbran las pupilas incoloras
Un paisaje de fuego en lontananza,
Y un tangente meridiano de esperanza
Apunta cual reloj mis raudas horas.
El mundo se me ofrece, vasto, ancho,
Al vuelo azul y en el terrestre trote,
El uno para bien de Don Quijote,
El otro a la mediodía de Don Sancho.
Vuelo o trote, parecen semejantes
Porque llenan el espíritu y el sueño;
Babieca, Rocinante, Clavileño,
Cual sus amos eternos caminantes.
En la aventura el corazón se baña
Y sigue el ondular de los caminos,
Y lucha con tritones y molinos
Ya sea en Grecia o en la soleada España.
El alma es como un pájaro viajero
Que abre sus alas en vistosas rutas,
Y sigue ya las huellas de un lucero
O el pico de las nieves impolutas.
Y así va, superando las alturas
Muy en medio de exámetros y cánticos
Es su guía el ideal de los románticos
Con sus vasos colmados de ternuras.
Firme y sincera, desafiante en su arca,
Su frente blanca la refresca el aura,
Y maneja la mano de Petrarca
Cuando teje sus rimas para Laura.
No cede su correr en los oscuros
Minutos de temibles asechanzas.
Destroza nombres y derriba muros
Con la de religiosa de sus lanzas.
Alma la mía de prosapia blanca
En este mundo de valores grises,
Mas la palabra, si es sincera y franca,
En blanco torna todos los matices.
El deseo del viaje se traduce
En vuelo de constante renovar,
Un algo misterioso que me induce
Y me grita: viajar, viajar, viajar.
Ahí pasa el ilustre florentino
Con rostro de águila y mirada gris,
Enseñando el misterio de un camino
El alma deslumbrada de Beatriz.
Le indica lo valioso de lo eterno,
Las almas puras en constante vuelo,
Los fuegos calcinantes del Infierno,
La azul tranquilidad que ofrece el cielo.
Correr, volar, viajar, seguir la senda
Y no venza en el ánimo la duda,
Lanzar el miedo y levantar la tienda
Ante la franca realidad desnuda.
Si el ánfora de acíbares se llena
Bebamos sus licuadas amarguras;
Los santos fueron libres de sus pena
Por la hiel de las Santas Escrituras.
Habla en nosotros un lucero vivo
Que nos lleva a viajar hacia el futuro,
Afirmemos el pie sobre el estribo
Bajo este cielo de soñar maduro.
A mis delirios mi anhelar confío
En un mapa de viajas alegórico,
Bien escucho el mensaje de Darío
Con mucho de vidente y pitagórico.
Y montes con un verde desaliño
Escruto atento en mi perenne vuelo,
Y miro, ahí muy cerca, junto al cielo,
Mis ángeles con túnicas de armiño.
EL SONETO
En lo alto de la rama florecida
se posa el ruiseñor de mi soneto,
y cuenta con su cántico indiscreto
las complacencias que me dio la vida.
Confidente gentil en toda herida
con su acento engalana mi amuleto:
no existe entre los dos ningún secreto
que enturbie nuestra dicha presentida.
Compañero en mis triunfos y fracasos
con ansias de volar tiende los brazos
buscando su laurel bajo otro cielo:
y mientras halla su ilusión perdida
con un astro, fulgir, miro mi anhelo,
en lo alto de la rama florecida.
MI PROPIO YO
Conozco la razón de mi potencia
fuerte como río tras la frente,
en voz de un espíritu de su ausencia
y rosario de humilde penitente,
estoy en mí, y no estoy: es mi presencia
invisible, huidiza ante la gente:
en lo obscuro, tal vez, cuarto creciente
de una luna quebrada en transparencia.
Domina en mi vivir extraña alianza
el rancio acíbar y azucarado vino,
es decir: la amargura y la esperanza.
Y en los recodos de la vida advierto
entre árboles que doran el camino
mi propio yo con palidez de muerto.
ENCUENTRO CON SI MISMO
Las playas blancas un ocaso dora
y levantan los pelícanos su vuelo,
alas de seda rubricando el cielo,
zafiro y rosa en las solemne hora,
salmodia el mar su citara sonora
y madejas de luz hila el anhelo,
por revelar el misterioso velo,
por admirar al santísimo que ora.
En la tarde se funden los metales
del sol, van los arcángeles metales,
de mi ser desertando el abismo,
en que fui lo repito sin sonrojo,
alma sin fe, la efigie de un despojo
indagando el encuentro de si mismo.
FRÍO AUSTRAL
Cala el frío como agresiva daga
en el risco colgado sobre el viento,
y es un poco de nieve el pensamiento
que en el rojo crepúsculo divaga.
Frío que aturde y hiere, que me embriaga
y cuya aguja en el cerebro siento,
frío de antártico y vital aliento
que entre las cumbres escarchadas vaga.
Frío que viene sus curseles blancos
cabalgando por sobre los barrancos
y con vahos grises y salobres.
Frío que inca sus garras y su dientes
en mis labios, mis ojos y mi frente
y en las uñas moradas de los pobres.
RETIRO CONVENTUAL
Ya se ha ido mi soñar de peregrinos
y el afán de volar se ha doblegado,
en tantos años la vida me ha ofrendado
arte, carne, poemas y buen vino.
En la alondra encontré mágico trino
y en el águila un vigor agigantado,
y en mis manos la lira y el arado
se hermanaron con la rueda del molino;
pero hoy busco la paz de algún retiro
conventual; si la vida es un respiro
anhelo hacerla luminosa, ancha:
que yazca lejos lo que amara tanto
y se envuelva el hidalgo con su manto
en las sendas gloriosas de la mancha.
BYRON
Hosca y terrible, clavada tras la puerta,
los ojos fríos , la guadaña lista,
está la impía... deseando la conquista
de mi alma flaca y mi esperanza yerta.
y en esta noche fatídica, desierta...
cuando en el alma el derrotismo enquista,
me parece que al final ya nada dista,
mas yo tengo la pupila siempre abierta.
No vegas muerte a ensombrecer mi tienda
yo te conmino a proseguir la senda
en busca de otro que la tragedia abisma.
Déjame solo en mi triunfal locura
hecha de llanto, ciprés y sepultura,
pues bien sé yo que soy la muerte misma.
ELLA
Ella era así: como las rosas, puras:
flor arrancada del jardín arcano,
resumía en sí la sin igual ternura
que necesita el corazón humano.
Mas, fue mi vida en el amor tirano,
sin castidad nobleza, ni ternura
fueron mis sueños un anhelo insano
y mis triunfos de amor, una amargura:
bohemio, loco de prestancia ambigua,
trillé la senda que trillaron otros
y fui como ellos, a la usanza antigua.
pero ella entonces, con su incomprendida
astucia de mujer lanzó mis potros
tras los áureos senderos de otra vida.
MEDITO Y CREO
En mi barco navego a la deriva
la vela en enarbolada no se pliega,
la brisa vagabunda nunca llega
pasando hacia el ocaso,fugitiva.
En esta soledad mi alma cautiva
segundo tras segundo doblega ,
el ansia de volver se ha vuelto ciega
y en ella lo nostálgico se anida.
El ancla se extravió, quizá el oleaje
con su fuerza de malestrom salvaje
la arrastró por recóndita ribera:
Pero quizás porque medito y creo
en este azul, en lontananza veo
al pobre corazón como bandera.
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