Yansy Sánchez Fernández
(Santiago de Cuba, 1981)
Poeta, profesor y crítico literario. Licenciado en Letras por la Universidad de La Habana. Obtuvo el Premio Pinos Nuevos 2006, el segundo Premio Nacional Mangle Rojo 2006, mención en el Concurso Nacional de Poesía José María Heredia 2006, y fue finalista del Premio de Poesía La Gaceta de Cuba, 2007. Entre sus publicaciones destacan Té para los bárbaros (Ediciones Santiago, 2006) y Maldita sea (Editorial Letras Cubanas, 2006). Figura en las antologías Cuatro rostros de la palabra (Ediciones Santiago, 2006), Para subir al cielo (Ediciones Santiago, 2007) y La poesía contemporánea de Santiago de Cuba (Editorial Ángeles de Fierro, República Dominicana, 2007). Es miembro de la AHS. Actualmente es docente en el Instituto Superior de Arte (ISA).
EXPÓN TUS ESCROTOS A LA INTEMPERIE
al campaneo impreciso contra el límite de
piernas
al choque con el borde de las rocas
que la torpeza ambiental los endurece
A las niñas incluso que hizo el Padre
con el fin apacible de engullirlos
La torpeza ambiental y la junta con las
bestias
que emparienta nuestras pieles con el cuero
disimula el dolor la condición humana
Expón tus escrotos y tus ojos y todo lo blando
que por costumbre de hombre se protege
Expón tus escasas ventajas de ser hombre
y así errante e inadaptado
intenta pujar contra corriente
donde andar es imposible si igual no eres de
agreste
“La aldea no es noción que transforme”
Nadie halla el punto que concilia cuando raya
la aspereza
Lo blando que expones al rigor
no será más carne trivial:
El ciclo con las piedras lo armoniza
Es decir tus escrotos en la aldea
expuestos sin reparo a la intemperie
torpeza contra torpeza
hasta que no sangren.
si el ángulo es agudo más se encarna
Todo espoleado responderá al ardid castigo/recompensa
principio binario 01 01 castigo/recompensa
Se necesita accionar al espoleado
a la neurona suficiente del reflejo
que ordenará su turno a miccionar
hasta escurrir su humanidad
Si inadaptado la selección excluye
El espoleado es
para espolear.
si es bestia con látigo responde
la constancia de dolor devolverá su condición de auxilio
El asunto es moldear una bestia impresionable
Si no responde a la culpa del azote
ni hunde la bestia su cabeza
El domador no es culpable
La humanidad nunca traiciona al domador
Si no responde
guarda distancia de esa bestia
quizás sea un hombre.
(1)
Después del té, el crisantemo no será más una flor luctuosa. Las muchachas buscan encimársele e inundar su matriz con el aroma. Robarle aquello que esconden los muertos párpado adentro donde la muerte es otra fiesta porque han cerrado los ojos. Ellas también quisieran atesorar ese valor. Convocar al resto de los hombres matriz abajo donde las lenguas se confunden como en Babel y ellas detienen el tiempo para cerrar los ojos.
(2)
Por la armonía con que caminaban intuí que habían estado con los bárbaros. Los bárbaros tienen una forma muy rudimentaria de amar, sin embargo, ellas así lo prefieren. Nadie por más que se esfuerce podrá ser jamás como uno de ellos. Dios destina el nacimiento de los bárbaros y ellas lo examinan con admiración y concluyen que son así para espumearse luego bajo sus fricciones. Aunque después de la experiencia marchen con el recuerdo a las ciudades, dejando a los bárbaros con su barbarie.
(3)
A N. Valle
Te diré qué hacer con esos cúmulos que se te juntan ahí en los palmos de tu cuerpo. Tengo mis conclusiones aquí abajo, en este montón de sesos que es mi cabeza, en los impulsos que me repiten: ¡Voy a tocarte! ¡Hagámoslo ahora! Yo seré el predador y tú serás mi presa. Mira, esto es lo que tengo, debes hostigarlo hasta el cansancio para que él no te hostigue demasiado pronto. Si estás lista, volvamos al principio: repasemos esas hendiduras de tu cuerpo, esos cúmulos que son también para aliviarme.
(4)
Lamiendo sobre las fresas busco otra sospecha de ti, otro recuerdo; aunque a la verdad, la fresa es un pretexto. De todas formas sobre piedra o sobre fresa sé que mi lengua avivará el rastro de la memoria y el oficio de lamer será el mismo. Yo podré encontrarte a pesar de las piedras y a pesar del tiempo. La persistencia de mi memoria es la persistencia del lamer que te ha inventado en los alcances imposibles y a pesar de todo hasta mi lengua llegan esas noticias sobre ti que se prolongan con mi cuerpo, de repente.
(5)
No salgas de esa foto. Esa pose tan común del índice en la boca todavía me sugiere, por ejemplo: que estás como dueña de una geografía de cartón que se ha ajustado a tu tamaño y más al sur la otra mano intenta describir lo que el índice sugiere. Yo te miro con rigor y no disimulo esos tirones en mi pecho. De seguro otras veces volverá a empozarse mi sangre cuando te vea, de seguro no podré moderar estos nacimientos de mi sexo, pero no te arriesgues fuera de esa imagen, no pronuncies una palabra, por favor.
(6)
Tras la pared, aguardo el vaivén de las muchachas. Sus descuidos al andar me satisfacen, me dan para acabar. Ésa es toda mi expectativa. Si ellas decidieran colaborar conmigo, no tendría sentido estar tras la pared, no sabría cómo rehacer este conflicto.
(7)
Muchacha, no podrás escaparte de la aceleración. Con la aceleración gano el rebote de tu cuerpo. El espacio a que nos reduce el ómnibus me exonera de la culpa. Podré afincarte y disimular hasta la médula. No me culpes, cumple tu destino, nunca tuve frente a mí otras nalgas, providenciales.
(8)
La suerte es que el negrito se balancea al caminar. Su distancia de la presa no se estima por saltitos. Alternar las patas es un reflejo humano. El resto de los pájaros lleva al unísono sus patas y no alcanza al zarpazo si el negrito está. Los supera con ese ritmo que ellos creen disfuncional. Sin embargo, cuando se habla de los pájaros, esa osadía le es insuficiente.
(9)
Suenan el plato y asisto babeante como perro que tiene su oficio en las migajas y se sabe ilegítimo del pan, que si acontece a diario es por los hijos. Con todo más me vale perro a salvo que hijo muerto. Podría incluso definirme como perro, aun si incluyo en ello los reflejos mayores al hecho de menear la cola o asistir babeante. Definirme así, para luego culparme por todo lo que veo, lo que escucho, cuando ladro y desentienden que me estrechan las paredes y que me diezman del sol y de la lluvia: ¡Y todavía es absurdo no se diga —soy un perro reprimido—!, peor incluso, si incluyo en ello esta sapiencia que me ata a cierto género canino donde andar perrunamente ahora es norma, es noción del equilibrio. Digamos, aunque suban los perros a la mesa y sustente como líder mi camada: No heredaré las nalgas imperiales previstas al banquete de los hijos. Me restará ajustarme con ganas al cruciforme mientras como por fuerza las migajas. No hay lugar en tal cuestión para el orgullo. Mientras me suenen el plato asistiré babeante. Me quedará menear la cola si algo ellos derraman. Si acaso el pan (entiéndase por vida) no derraman, me quedará aún así menear la cola.
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