Max Jara
Maximiliano Jara Troncoso (*Yerbas Buenas, 21 de agosto de 1886 - +Santiago, 6 de julio de 1965) más conocido como Max Jara, fue un poeta chileno, ganador del Premio Nacional de Literatura en 1956.
Estudió su educación secundaria en el Liceo de Hombres de Linares y posteriormente Medicina en la Universidad de Chile, carrera que dejó trunca para dedicarse a la literatura. Trabajó como secretario en la universidad, en donde llegó a ser subjefe administrativo. Asimismo, trabajó en los diarios El Mercurio y El Diario Ilustrado de Santiago.
Obras
Juventud(1909)
Poesía(1914)
Asonantes (1922)
Ante El Arroyo
Aguas que multiformes y turbulentas
entre las rigideces de los peñascos,
con nostálgico vértigo de tormentas,
ruedan en un sonoro tropel de cascos;
aguas de claridades hondas y quietas,
traidoras en su ignota melancolía,
aguas, todo belleza, de los poetas,
aguas, todo tristeza, de los suicidas;
vierten vuestros rumores en mis oídos
la tumultuosa vida de las montañas,
agua maravillosa de los olvidos
bullente en el bochorno de mis entrañas.
Preña con tus hechizos las soledades
de mis ojos, resecos con la mezquina
aridez desolada de mis edades,
agua de peregrinos, y peregrina.
Mujer no me ha besado como tú besas,
ni sus miserias turban como tus sones,
que las fragilidades de tus bellezas
quebrantan el prodigio de los timones.
Desmayo (I)
Allá, cuando las lomas reverdecen,
donde hay almas que viven de esperanzas
y arreboles de fuego que florecen
en las inacabables lontananzas;
allí donde mi madre me ha llorado
con melodioso corazón de fuente,
por más que digan que los sueños mienten,
quisiera ser feliz y lo he soñado.
Son voces fraternales que me llaman,
una boca de niña que me besa,
dos negros ojos de tranquila llama,
y lejanos recuerdos de tristeza;
y el eco de murmullos lisonjeros
de los días henchidos de belleza,
y en cambio de los años que murieron
un puñado de nieve en la cabeza.
Desmayo (II)
Y, sin embargo, hay algo que me empuja
hacia los horizontes de los tristes,
hay alguien que mis carnes arrebuja
con el mismo jirón que su ser viste.
Ir sin ellos, el sueño de mi vida;
y al ver que no lo alcanzo y que me pierdo,
mientras en ese sueño rasgo y muerdo,
me duele el corazón como una herida.
Desmayo (III)
He visto al victimario de mis ansias.
Aullaba en su boca la ignorancia.
Envenenadas puntas que taladran,
las voces ancestrales cómo ladran.
Quizás si lo que llevo aquí en la frente,
que yo creo una selva, es una grieta,
y seré como el triste del poeta
que se murió de sed junto a la fuente.
El Amor
El amor es grave y el amor hastía.
El ansia del beso mató mi alegría.
El beso que espero y el beso que evoco,
ambos son dos pasos hacia la agonía;
el amor es triste, desmayado y loco.
Sólo las mujeres pueden con su carga.
Si tras la dudosa bondad de su gesto,
el hastío insomne los dedos alarga,
¿qué más que mitigue nuestra sed amarga
el amor vendido o el amor honesto?
Deseo es paloma toda ensangrentada,
de dolor gozoso vive estremecida.
Carne que al espasmo nació condenada,
la lujuria es triste, y en la boca amada
quién sabe si espera la muerte o la vida.
Estrella
Yo sé de una estrella que luce remota.
Su rayo en mi noche desmayado flota.
Su rayo que finge la expresión tranquila
de una soñadora virginal pupila.
Su rayo que anima temblor de sollozo,
su rayo que es prenda de amor doloroso.
Los vientos que traen rumor de follaje
de lejanos bosques con denso ramaje,
los vientos que llevan en un grito amargo
condensado el tedio del camino largo,
también se han llevado, con rumbo a la noche,
musical y tibio, este primer broche
de mi amor al astro que, desde muy lejos,
me envía recuerdos en vez de reflejos.
El lago la ha visto cruzar pensativa.
La ve, tembloroso, velar desde arriba.
El lago la mima. Sedoso la arrulla
cual si fuese el sueño de las ansias suyas.
Tal vez el reflejo con que el astro vibra
hiriendo las aguas con mágica fibra,
hace que la espuma que en la margen deje,
como mujer virgen de amores se queje.
Vientos cuya lengua, viril y sonora,
dejan una estela de cantos de aurora
vientos de esperanza?beso y primavera?,
alegran en vano mi lóbrega espera.
Bien sé que la estrella se abisma en la noche
como flor efímera que cierra su broche.
Y yo la lamento morir en la altura
con grave tristeza, con vana amargura.
Deseara darle la llama sincera
de todos los sueños de mi vida entera,
le ofrendara todos los trémulos bríos
de todas las chispas de los sueños míos;
que si ella me mira, que si ella me besa
qué importa que sólo me quede tristeza.
Habla La Nieve
Mi vida cristalina
es azahar y mortaja.
Yo soy la inaccesible peregrina
que muere cuando baja.
Soy un silencio grave,
soy ala en agonía.
No hay quién la hiel de mi pureza lave.
Soy la melancolía.
Soy la única, la sola,
condenada a posar sobre la cumbre
cuya serenidad augusta viola,
con sutil pesadumbre,
mi beso que su flanco desmorona
y su línea pervierte,
mi beso que corona
con sudario de muerte.
De la línea dormida
de pasiones que fueron,
en la ondulante y secular caída
del mago ventisquero,
resbala con isócrona armonía,
en la trémula gota,
el ansia de los días
que del silencio de mi forma brota.
Tiembla y vacila su virtud serena,
suspensa ante el horror del precipicio,
cual una casta pena
en la noche del vicio.
Música de mujer hay en la fuente
y va cantante hacia el dolor futuro,
envuelto por la bruma del poniente,
insaciable y oscuro.
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