José Santos Chocano Gastañodi
(Lima, Perú, 14 de mayo de 1875 - Santiago de Chile, 13 de julio de 1934) fue un poeta peruano, conocido también con el seudónimo de «El Cantor de América». En su poesía describe y representa a su país, el Perú. Es comúnmente conocido por la mayoría de peruanos y muchos escritores se refieren a él, abreviada y simplemente, como Chocano.
José Santos Chocano Gastañodi, considerado uno de los poetas latinoamericanos más grandes de todos los tiempos por la belleza de su poesía. Estudió en el Instituto de Lima pero al poco tiempo, se trasladó al Colegio de Lima, que dirigía Pedro Alfonso Labarthe.Conocido como "El Cantor de América" por su aporte en un teatro como cantante esparciendo el valor y sentimiento de sus obras.
Ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos, a la edad de 14 años.1 Tuvo una vida agitada, acusado de subversión, fue encarcelado a los veinte años, lo cual lo llevó a recorrer América como diplomático y aventurero; así es que se desempeñó, desde muy temprana edad, en algunas misiones diplomáticas por su país que le condujeron inicialmente a Colombia y luego a España.
En 1908 escribió: «Walt Whitman tiene el norte, pero yo tengo el sur».
Fue secretario de Pancho Villa y fue colaborador del dictador guatemalteco Manuel Estrada Cabrera, lo que casi lo llevó ser fusilado en 1920 al ser derrocado éste, le salvó la vida la clemencia del rey de España, Alfonso XIII.
En 1922, en Lima el gobierno de la ciudad lo nombró poeta laureado.
En la tarde del 31 de octubre de 1925, mató de un disparo a quemarropa al joven escritor Edwin Elmore, luego de un altercado entre ambos en el local del diario El Comercio de Lima. Elmore había criticado ácidamente la posición política del poeta. Chocano salió a los 2 años por un indulto y se fue a vivir a Santiago de Chile, donde en 1934 fue asesinado en el tranvía por Martín Bruce Padilla, un esquizofrénico chileno que creía que Chocano tenía el mapa de un tesoro.
Estilo literario
Se le considera dentro del modernismo, del cual fue uno de los representantes peruanos, compartiendo junto con Rubén Darío (Nicaragua), Manuel González Prada (Perú), José Martí (Cuba), Manuel Gutiérrez Nájera (México) y José Asunción Silva (Colombia). Sin embargo, cabe recalcar que Chocano por su carácter es considerado, por algunos entendidos, que está más cerca del romanticismo que del modernismo, mientras que otros, como es el caso del crítico estadounidense Willis Knapp Jones, lo llegaron a denominar como mundonovismo. Pero muchos estudiosos entienden que Chocano es muy diverso así como prolífico, por lo que algunas veces es épico y otras es lírico[cita requerida] en sus versos.
Soy el cantor de América / autóctono y salvaje;/ mi lira tiene un alma,/ mi canto un ideal. / Mi verso no se mece/ colgado de un ramaje/ con un vaivén pausado /de hamaca tropical... / Cuando me siento Inca,/ le rindo un vasallaje al sol / que me da el cetro / de su poder real;/ Cuando me siento hispano/ y evoco el coloniaje,/ parecen mis estrofas/ trompetas de cristal./ Mi fantasía viene de/un abolengo moro:/ los andes son de plata,/ pero el León de Oro;/ Y las dos castas fundó/ con épico fragor./ La sangre es española/e incaico es el latido;/ ¡Y de no ser poeta,/ quizás yo hubiese sido/ un blanco aventurero/ o un indio emperador! "Blasón"
Obras de José Santos Chocano
Iras santas (poesías). Lima: Biblioteca de "El Perú Ilustrado"; Imprenta del Estado, Rifa, 58; Notas [situación en que se escribieron los poemas El primer adiós y En el hospital por Chocano; 103 págs.; 1895; José Chocano. Con una fotografía del autor. De acuerdo a Bendezú, los caracteres fueron impresos en rojo.
En la aldea (poesías). San Pedro de los Chorrillos (Lima): estío y otoño de 1893; Biblioteca de "El Perú Ilustrado"; Imprenta del Estado, Rifa, 58; 127 págs.; 1895; José S. Chocano (Bendezú indica que contiene una fotografía del autor y que los caracteres fueron impresos en azul).
Azahares (versos lirícos). Lima; Imprenta del Estado, Rifa, 58; 79 págs.; 1896; José S. Chocano.
Selva virgen Lima, 1896 (Según Ventura García Calderón, el padre Alfonso Escudero y Luis Alberto Sánchez).
La selva virgen (poemas y poesías). París: Garnier Hermanos, Libreros Editores (Rue de Saints-Pères, 6); 252 págs.; 1901; José S. Chocano. [Según Bendezú, contiene una fotografía del autor. Al final se incluyó una lista de las poesías. El PAE consignó ediciones de 1897, 1901 y 1909. Sánchez indicó que estaban «notablemente aumentadas con composiciones fechadas en 1898, 1899 y 1900» y además agregó una edición de 1923.
La epopeya del morro (poema americano). Premiado con medalla de oro por El Ateneo de Lima en el concurso de junio-julio de 1899 (cuando Chocano tenía 24 años). Lima: Imprenta El Comercio, Rifa 44. Por J. R. Sánchez; fallo del jurado, firmado por Numa Pompilio Llona, Manuel González Prada, y Domingo de Vivero; 81 págs.; (s.a.) [1899]; José Santos Chocano. ¿Id.?, Iquique: Imprenta Comercial, 1899 (según PAE y LAS).
La epopeya del morro (en La literatura peruana, publicación semanal de obras selectas de autores peruanos, dirigida por Manuel Beltroy, año I, volumen 10). Lima. "Nota biográfica" escrita por J. P. Paz-Soldán (de su Diccionario de peruanos contemporáneos ; "Nota crítica", por F. García Calderón (de su De Litteris); "Nota biográfica" [que —de acuerdo con Bendezú— está plagada de errores], 32 págs., 7 de junio de 1923; José Santos Chocano. [Según Bendezú tiene una fotografía del autor. Es la versión definitiva —reducida de 1941 a 575 versos— que Chocano produjo en ediciones de Fiat lux!].
El derrumbe. Lima, 1899. Sánchez, L. A. [Reducido de 1345 a 637 versos en Poesías completas (1902) y Alma de América (1906). De acuedo con Bendezú, el libro terminó adoptando el nombre de El derrumbamiento.
El idilio de los volcanes (para México y sus volcanes. Habla sobre los dos volcanes más importantes de la Ciudad de Puebla, el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl)
En la ciudad de Madrid —donde vivió de 1905 a 1908— sus obras más importantes fueron:
Azahares (1896)
Alma América (1906)
Fiat lux (1908)
Primicias de oro de Indias (1937).
Entre 1899 y 1906 escribió obras de teatro:
El nuevo Hamlet
Vendimiario
Mundo rural y urbano
Ingénito
Sin nombre
El hombre sin mundo
Los conquistadores.
LA CANCIÓN DEL CAMINO
Era un camino negro.
La noche estaba loca de relámpagos. Yo iba
en mi potro salvaje
por la montañosa andina.
Los chasquidos alegres de los cascos,
como masticaciones de monstruosas mandíbulas
destrozaban los vidrios invisibles
de las charcas dormidas.
Tres millones de insectos
formaban una como rabiosa inarmonía.
Súbito, allá, a lo lejos,
por entre aquella mole doliente y pensativa
de la selva,
vi un puñado de luces, como un tropel de avispas.
¡La posada! El nervioso
látigo persignó la carne viva
de mi caballo, que rasgó los aires
con un largo relincho de alegría.
Y como si la selva
comprendiese todo, se quedó muda y fría.
Y hasta mí llegó, entonces,
una voz clara y fina
de mujer que cantaba. Cantaba. Era su canto
una lenta... muy lenta... melodía:
algo como un suspiro que se alarga
y se alarga y se alarga... y no termina.
Entre el hondo silencio de la noche,
y a través del reposo de la montaña,
oíanse los acordes
de aquel canto sencillo de una música íntima,
como si fuesen voces que llegaran
desde la otra vida..
Sofrené ml caballo;
y me puse a escuchar lo que decía:
- Todos llegan de noche,
todos se van de día...
Y, formándole dúo,
otra voz femenina
completó así la endecha
con ternura infinita:
- El amor es tan sólo una posada
en mitad del camino de la vida.
Y las dos voces, luego,
a la vez repitieron con amargura rítmica:
- Todos llegan de noche,
y todos se van de día ...
Entonces, yo bajé de mi caballo
y me acosté en la orilla
de una charca.
Y fijo en ese canto que venía
a través del misterio de la selva,
fui cerrando los ojos al sueño y la fatiga.
Y me dormí, arrullado; y, desde entonces,
cuando cruzo las selvas por rutas no sabidas,
jamás busco reposo en las posadas;
y duermo al aire libre mi sueño y mi fatiga,
porque recuerdo siempre
aquel canto sencillo de una música íntima:
- Todos llegan de noche,
todos se van de día!
El amor es tan sólo una posada
en mitad del camino de la vida...
DE VIAJE
Ave de paso,
fugaz viajera desconocida:
fue sólo un sueño, sólo un capricho, sólo un acaso;
duró un instante, de los que llenan toda una vida.
No era la gloria del paganismo,
no era el encanto de la hermosura plástica y recia:
era algo vago, nube de incienso, luz de idealismo.
No era la Grecia:
¡era la Roma del cristianismo!
Alrededor era de sus dos ojos ¡oh, qué ojos, ésos!
que las fracciones de su semblante desvanecidas
fingían trazos de un pincel tenue, mojado en besos,
rediviviendo sueños pasados y glorias idas...
Ida es la gloria de sus encantos,
pasado el sueño de su sonrisa.
Yo lentamente sigo la ruta de mis quebrantos;
¡ella ha fugado como un perfume sobre la brisa!
Quizás ya nunca nos encontremos;
quizás ya nunca veré a mi errante desconocida;
quizás la misma barca de amores empujaremos,
ella de un lado, yo de otro lado, como dos remos,
¡toda la vida bogando juntos y separados toda la vida!
BLASÓN
Soy el cantor de América autóctono y salvaje:
mi lira tiene un alma, mi canto un ideal.
Mi verso no se mece colgado de un ramaje
con vaivén pausado de hamaca tropical...
Cuando me siento inca, le rindo vasallaje
al Sol, que me da el cetro de su poder real;
cuando me siento hispano y evoco el coloniaje
parecen mis estrofas trompetas de cristal.
Mi fantasía viene de un abolengo moro:
los Andes son de plata, pero el león, de oro,
y las dos castas fundo con épico fragor.
La sangre es española e incaico es el latido;
y de no ser Poeta, quizá yo hubiera sido
un blanco aventurero o un indio emperador.
QUIÉN SABE
Indio que asomas a la puerta
de esa tu rústica mansión:
¿Para mi sed no tienes agua?
¿Para mi frío cobertor?
¿Parco maíz para mi hambre?
¿Para mi sueño, mal rincón?
¿Breve quietud para mi andanza?
-¡Quién sabe, señor!
Indio que labras con fatiga
tierras que de otro dueño son:
¿Ignoras tú que deben tuyas
ser por tu sangre y tu sudor?
¿Ignoras tú que audaz codicia
siglos atrás te las quitó?
¿Ignoras tú que eres el amo?
-¡Quién sabe, señor!
Indio de frente taciturna
y de pupilas de fulgor:
¿Qué pensamiento es el que escondes
en tu enigmática expresión?
¿Qué es lo que buscas en tu vida?
¿Qué es lo que imploras a tu dios?
¿Qué es lo que sueña tu silencio?
-¡Quién sabe, señor!
¡Oh, raza antigua y misteriosa,
de impenetrable corazón,
que sin gozar ves la alegría
y sin sufrir ves el dolor:
eres augusta como el Ande,
el Grande Océano y el Sol!
Ese tu gesto que parece
como de vil resignación,
es de una sabia indiferencia
y de un orgullo sin rencor...
Corre por mis venas sangre tuya,
y, por tal sangre, si mi Dios
me interrogase qué prefiero
-cruz o laurel, espina o flor,
beso que apague mis suspiros
o hiel que colme mi canción-,
responderíale diciendo:
-¡Quién sabe, señor!
LOS CABALLOS DE LOS CONQUISTADORES
¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!
Sus pescuezos eran finos y sus ancas
relucientes y sus cascos musicales...
¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!
¡No! No han sido los guerreros solamente,
de corazas y penachos y tizonas y estandartes,
los que hicieron la conquista
de las selvas y los Andes:
Los caballos andaluces, cuyos nervios
tienen chispas de la raza voladora de los árabes,
estamparon sus gloriosas herraduras
en los secos pedregales,
en los húmedos pantanos,
en los ríos resonantes,
en las nieves silenciosas,
en las pampas, en las sierras, en los bosques y en los valles.
¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!
Un caballo fue el primero,
en los tórridos manglares,
cuando el grupo de Balboa caminaba
despertando las dormidas soledades,
que de pronto dio el aviso
del Pacífico Océano, porque ráfagas de aire
al olfato le trajeron
las salinas humedades;
y el caballo de Quesada, que en la cumbre
se detuvo viendo, en lo hondo de los valles,
el fuetazo de un torrente
como el gesto de una cólera salvaje,
saludo con un relincho
la sabana interminable...
y bajó con fácil trote,
los peldaños de los Andes,
cual por unas milenarias escaleras
que crujían bajo el golpe de los cascos musicales...
¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!
Y aquel otro, de ancho tórax,
que la testa pone en alto
cual queriendo ser más grande,
en que Hernán Cortés un día
caballero sobre estribos rutilantes,
desde México hasta Honduras
mide leguas y semanas entre rocas y boscajes,
es más digno de los lauros
que los potros que galopan
en los cánticos triunfales
con que Píndaro celebra
las olímpicas disputas
entre el vuelo de los carros y la fuga de los aires
Y es más digno todavía
de las odas inmortales
el caballo con que Soto, diestramente,
y tejiendo las cabriolas como él sabe,
causa asombro, pone espanto, roba fuerzas,
y entre el coro de los indios,
sin que nadie haga un gesto de reproche,
llega al trono de Atahualpa y salpica con espumas
las insignias imperiales.
¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!
El caballo del beduino
que se traga soledades.
El caballo milagroso de San Jorge,
que tritura con sus cascos los dragones infernales.
El de César en las Galias.
El de Aníbal en los Alpes.
El Centauro de las clásicas leyendas,
mitad potro, mitad hombre,
que galopa sin cansarse,
y que sueña sin dormirse,
y que flecha los luceros,
y que corre como el aire,
todos tienen menos alma, menos fuerza, menos sangre,
que los épicos caballos andaluces
en las tierras de la Atlántida salvaje,
soportando las fatigas,
las espuelas y las hambres,
bajo el peso de las férreas armaduras,
cual desfile de heroísmos,
coronados entre el fleco de los anchos estandartes
con la gloria de Babieca y el dolor de Rocinante.
En mitad de los fragores del combate,
los caballos con sus pechos arrollaban
a los indios, y seguían adelante.
Y, así, a veces, a los gritos de "¡Santiago!",
entre el humo y e fulgor de los metales,
se veía que pasaba, como un sueño,
el caballo del apóstol a galope por los aires
¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!
Se diría una epopeya
de caballos singulares
que a manera de hipogrifos desolados
o cual río que se cuelga de los Andes,
llegan todos sudorosos, empolvados, jadeantes,
de unas tierras nunca vistas,
a otras tierras conquistables.
Y de súbito, espantados por un cuerno
que se hincha con soplido de huracanes,
dan nerviosos un soplido tan profundo,
que parece que quisiera perpetuarse.
Y en las pampas y confines
ven las tristes lejanías
y remontan las edades
y se sienten atraídos
por los nuevos horizontes:
Se aglomeran, piafan, soplan, y se pierden al escape.
Detrás de ellos, una nube,
que es la nube de la gloria,
se levanta por los aires.
¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!
LA TRISTEZA DEL INCA
Este era un Inca triste, de soñadora frente,
de ojos siempre dormidos y sonrisa de hiel,
que recorrió su imperio, buscando inutilmente
a una doncella hermosa y enamorada de él.
Por distraer sus penas, el Inca dió en guerrero;
puso a su tropa en marcha y el broquel requirió;
fue sembrando despojos sobre cada sendero
y las nieves mas altas con su sangre manchó.
Tal, sus flechas cruzaron inviolables regiones,
en que apenas los rios se atrevian a entrar;
y tal fue, derramando sus heroicas legiones:
de la selva a los andes de los andes al mar.
Fue gastando las flechas que tenía en su aljaba,
una vez y otra y otra, de región en región,
porque cuando salía victorioso, lograba
levantar la cabeza, pero no el corazón.
Y cansado de tanto levantar la cabeza,
celebró bailes magnos y banquetes sin fin,
pero no logra nada disipar su tristeza,
ni la sangre del choque, ni el licor del festín.
Nada entraba en el fondo de su espiritu oculto:
ni las cándidas ñustas de dignástico rol,
ni los cirios de Quito, consagradas al culto,
ni del Cuzco, tampoco, los vestales del sol.
Fue llamado el más viejo sacerdote; Adivina
este mal que me aqueja y el remedio del mal;
dijo al gran sacerdote, con voz trémula y fina,
aquel joven monarca, displicente y sensual.
-Ay,senor! - dijo el viejo sacerdote -
Tus penas remediarse no pueden; tu pasión es mortal.
La mujer que has ideado tiene anil en las venas
un trigal en los bucles y en la boca un coral.
- Ay, senor! - ciertos dias vendran hombres muy blancos,
Ha de oirse en los bosques el marcial caracol:
cataratas de sangre colmaran los barrancos,
y entrarán otros dioses en el Templo del Sol.
La mujer que has ideado pertenece a tal raza,
vanamente la buscas en tu innumera grey,
y servirte no pueden oración ni amenaza,
porque tiene otra sangre, otro dios y otro rey
Cuando el rito sagrado le mando optar esposa,
hizo astillas el cetro con vibrante dolor,
y aquel joven monarca se enterró en una fosa
y pensando en la rubia fue muriendo de amor.
NOSTALGIA
Hace ya diez años
que recorro el mundo.
¡He vivido poco!
¡Me he cansado mucho!
Quien vive de prisa no vive de veras:
quien no hecha raíces no puede dar fruto.
Ser río que corre, ser nube que pasa,
sin dejar recuerdos ni rastro ninguno,
es triste, y más triste para el que se siente
nube en lo elevado, río en lo profundo.
Quisiera ser árbol, mejor que ser ave,
quisiera ser leño, mejor que ser humo,
y al viaje que cansa
prefiero el terruño:
la ciudad nativa con sus campanarios,
arcaicos balcones, portales vetustos
y calles estrechas, como si las casas
tampoco quisieran separarse mucho...
Estoy en la orilla
de un sendero abrupto.
Miro la serpiente de la carretera
que en cada montaña da vueltas a un nudo;
y entonces comprendo que el camino es largo,
que el terreno es brusco,
que la cuesta es ardua,
que el paisaje mustio...
¡Señor!, ya me canso de viajar, ya siento
nostalgia, ya ansío descansar muy junto
de los míos... Todos rodearán mi asiento
para que diga mis penas y triunfos;
y yo, a la manera del que recorriera
un álbum de cromos, contaré con gusto
las mil y una noches de mis aventuras
y acabaré con esta frase de infortunio:
-¡He vivido poco! ¡Me he cansado mucho!
LA CRUZ DEL SUR
Cuando las carabelas voladoras
al fin trazaron sobre el mar sus huellas,
fueron rasgando por delante de ellas
la inmensidad con sus tremantes proas.
Entonces, Dios, en las nocturnas horas,
tras el misterio de las tardes bellas,
una cruz dibujó con cuatro estrellas
en el lienzo en que pinta sus auroras.
Quedó la cruz como argentado broche
que en la punta de un velo resplandece,
dejando ver radiantes simbolismos.
Y hoy, sobre el terciopelo de la noche,
en la profunda obscuridad, parece
la condecoración de los abismos...
LOS VOLCANES
Cada volcán levanta su figura,
cual si de pronto, ante la faz del cielo,
suspendiesen el ángulo de un vuelo
dos dedos invisibles de la altura.
La cresta es blanca y como blanca pura:
la entraña hierve en inflamado anhelo;
y sobre el horno aquel contrasta el hielo,
cual sobre una pasi6n un alma dura.
Los volcanes son túmulos de piedra,
pero a sus pies los valles que florecen
fingen alfombras de irisada yedra;
y por eso, entre campos de colores,
al destacarse en el azul, parecen
cestas volcadas derramando flores.
LA MAGNOLIA
En el bosque, de aromas y de músicas lleno,
la magnolia florece delicada y ligera,
cual vellón que en las zarpas enredado estuviera,
o cual copo de espuma sobre lago sereno.
Es un ánfora digna de un artífice heleno,
un marm6reo prodigio de la Clásica Era:
y destaca su fina redondez a manera
de una dama que luce descotado su seno.
No se sabe si es perla, ni se sabe si es llanto.
Hay entre ella y la luna cierta historia de encanto,
en la que una paloma pierde acaso la vida:
porque es pura y es blanca y es graciosa y es leve,
como un rayo de luna que se cuaja en la nieve,
o como una paloma que se queda dormida.
ORQUÍDEAS
Anforas de cristal, airosas galas
de enigmáticas formas sorprendentes,
diademas propias de apolíneas frentes,
adornos dignos de fastuosas salas.
En los nudos de un tronco hacen escalas;
y ensortijan sus tallos de serpientes,
hasta quedar en la altitud pendientes,
a manera de pájaros sin alas.
Tristes como cabezas pensativas,
brotan ellas, sin torpes ligaduras
de tirana raíz, libres y altivas;
porque también, con lo mezquino en guerra,
quieren vivir, como las almas puras,
sin un solo contacto con la tierra.
TRÍPTICO CRIOLLO
I. El charro
Viste de seda: alhajas de gran tono;
pechera en que el encaje hace una ola,
y bajo el cinto, un mango de pistola,
que él aprieta entre el puño de su encono.
Piramidal sombrero, esbelto cono,
es distintivo en su figura sola,
que en el bridón de enjaezada cola
no cambiara su silla por un trono.
Siéntase a firme; el látigo chasquea;
restriega el bruto su chispeante callo,
y vigorosamente se pasea...
Dúdase al ver la olímpica figura
si es el triunfo de un hombre en su caballo
o si es la animación de una escultura.
II. El llanero
En su tostada faz algo hay sombrío:
tal vez la sensación de lo lejano,
ya que ve dilatarse el océano
de la verdura al pie de su bohío.
El encuadra al redor su sembradío
y acaricia la tierra con su mano.
Enfrena un potro en la mitad de un llano
o a nado se echa en la mitad de un río.
El, con un golpe, desjarreta un toro;
entra con su machete en el boscaje
y en el amor con su cantar sonoro,
porque el amor de la mujer ingrata
brilla sobre su espíritu salvaje
como un iris sobre una catarata...
III. El gaucho
Es la Pampa hecha hombre: es un pedazo
de brava tierra sobre el sol tendida.
Ya a indómito corcel pone la brida,
ya lacea una res: él es el brazo.
Y al son de la guitarra, en el regazo
de su "prenda", quejoso de la vida,
desenvuelve con voz adolorida
una canción como si fuera un lazo...
Cuadro es la Pampa en que el afán se encierra
del gaucho, erguido en actitud briosa,
sobre ese gran cansancio de la tierra.
porque el bostezo de la Pampa verde
es como una fatiga que reposa
o es como una esperanza que se pierde...
NOCTURNO DE LA COPLA CALLEJERA
Tiempo ha quemé mis naves
como el conquistador,
y me lancé al trajín de la aventura
de un corazón en otro corazón;
pero...
confieso yo
que he tenido también mi noche triste.
¡Oh noche triste en que llorando estoy!
¡Oh noche en que, vagando
por los barrios oscuros de aspecto evocador,
donde en casas humildes sueña el romanticismo
de vírgenes enfermas de Luna y de canción,
me ha interrumpido el paso
una copla escapada por el hueco traidor
de una ventana, a sólo
clavárseme a mitad del corazón...
Y la copla a mí vino
lanzada, entre el rezongo de un viejo acordeón,
por algún mozalbete presumido
según era el descaro de su engolada voz.
No me llegó la copla redondeada;
no me llegó,
sino algo en que ponía su miel un primer beso
o en que abría su rosa quizá un primer rubor..
Pero...
¡ay de mí! sí estoy
seguro del final que en lo más hondo
su envenenada punta me clavó.
Tales palabras
son:
-"Pienso en aquél que te quiso
antes de quererte yo"-.
Ya que lejos de ti, siéntote acaso
más adentro que nunca de mi amor,
ha venido esta copla destemplada
a destemplar también mi corazón:
yo no he sido el primer hombre que amaste...
No he sido, no,
amor primero de mujer ninguna...
No he despertado en nadie la primera emoción...
No he probado la miel de un primer beso,
ni abrí la rosa de un primer rubor..
¿Comprendes tú qué sangre
lloro en mi noche triste? ¿Comprendes qué canción
es la que me sugiere aquella copla
venida a mí quizá como la voz
que detuvo, camino de Damasco,
también a un pecador?
La primera mujer que amé en la vida,
al oír que la amaba, colérica me huyó;
la segunda mujer, sonrisas tuvo
para mí que antes tuvo para otros tal vez... y luego adiós
díjome desde lo alto de un navío
en que de mí por siempre se alejó;
la tercera mujer no pudo nunca,
desde su ostentación
de estrella, percatarse
de mi apasionamiento de pastor;
una me dio una cita en cierta noche
en que, para burlarme, se murió;
otra me dijo con los ojos algo
que todavía descifrando estoy,
porque en ningunos ojos volví a hallar tal mirada,
con que piadosamente me ha de ver quizá hoy Dios...
Después... téngolo dicho:
he quemado mis naves como el conquistador
y me he entrado también a sangre y fuego
de un corazón a otro corazón;
y en esta noche triste,
tengo un orgullo sabio, porque no he sido yo
amor primero de mujer ninguna,
pero el último sí: ¡seguro estoy!
Y, así, como amor último que he sido,
de más de una mujer, pienso en tu amor;
y pensando en la copla callejera,
la hago decir con todo mi orgullo indoespañol:
¡Pienso en aquél que te quiera
después de quererte yo!
NOTAS DEL ALMA INDÍGENA
¡Quién sabe!
Indio que asomas a la puerta
de esta tu rústica mansión: .
para mi sed no tienes agua?
¿para mi frío, cobertor?
¿parco maíz para mi hambre?
¿para mi sueño, mal rincón?
¿breve quietud para mi andanza?...
-¡Quién sabe, señor!
Indio que labras con fatiga
tierras que de otros dueños son:
¿ignoras tú que deben tuyas
ser, por tu sangre y tu sudor?
¿ignoras tú que audaz codicia,
siglos atrás, te las quitó?
¿ignoras tú que eres el Amo?...
-¡Quién sabe, señor!
Indio de frente taciturna
y de pupilas sin fulgor:
¿qué pensamiento es el que escondes
en tu enigmática expresión?
¿qué es lo que buscas en tu vida?
¿qué es lo que imploras a tu Dios?
¿qué es lo que sueña tu silencio?
-¡Quién sabe, señor!
¡Oh raza antigua y misteriosa
de impenetrable corazón,
que sin gozar ves la alegría
y sin sufrir ves el dolor:
eres augusta como el Ande,
el grande Océano y el Sol.
Ese tu gesto que parece
como de vil resignación,
es de una sabia indiferencia
y de un orgullo sin rencor..
Corre en mis venas sangre tuya,
y, por tal sangre, si mi Dios
me interrogase qué prefiero
- cruz o laurel, espina o flor,
beso que apague mis suspiros
o hiel que colme mi canción
responderíale dudando:
-¡Quién sabe, señor!
EL ROMANCE DE LA FELICIDAD
Felicidad: yo te he encontrado
más de una vez en mi camino;
pero al tender hacia ti el ruego
de mis dos manos... has huido,
dejando en ellas, solamente,
cual una dádiva, cautivo
algún mechón de tus cabellos
o algún jirón de tus vestidos...
Tanto mejor fuera no haberte
hallado nunca en mi camino.
Por ser tu dueño, siento a veces
que no soy dueño de mí mismo...
Toda esperanza es un engaño;
todo deseo es un martirio...
Felicidad: te vi de cerca;
pero no pude hablar contigo.
Ya voy sintiéndome cansado...
Cuando en la orilla del camino
me siento a ver pasar a muchos
que hacia ti vayan cuál yo he ido,
tal vez te atraiga mi reposo,
mi displicente escepticismo,
mi resignada indiferencia,
mi corazón firme y tranquilo;
y, paso a paso, a mí te acerques,
sin que yo llegue a percibirlo,
y, al fin, sentándote a mi lado,
hablarme empieces: - Buen amigo...
¿Será mejor el no buscarte?
¿Será mejor el ser altivo
en la desgracia y no sentirse
juguete vil de tus caprichos?
Yo sólo sé que cuantas veces
con más afán te he perseguido,
más fácilmente, hacia más lejos,
más desdeñosa, huir te he visto.
Yo sólo sé que cuantas veces
tornó perfil un sueño mío,
Felicidad, te vi de cerca,
pero no pude hablar contigo...
EL IDILIO DE LOS VOLCANES
El Ixtlacíhuatl traza la figura yacente
de una mujer dormida bajo el Sol.
El Popocatépetl flamea en los siglos
como una apocalíptica visión;
y estos dos volcanes solemnes
tienen una historia de amor,
digna de ser cantada en las compilaciones
de una extraordinaria canción.
Ixtacíhuatl --hace miles de años--
fue la princesa más parecida a una flor,
que en la tribu de los viejos caciques
del más gentil capitán se enamoró.
El padre augustamente abrió los labios
y díjole al capitán seductor
que si tornaba un día con la cabeza
del cacique enemigo clavada en su lanzón,
encontraría preparados, a un tiempo mismo,
el festín de su triunfo y el lecho de su amor.
Y Popocatépetl fuese a la guerra
con esta esperanza en el corazón:
domó las rebeldías de las selvas obstinadas,
el motín de los riscos contra su paso vencedor,
la osadía despeñada de los torrentes,
la acechanza de los pantanos en traición;
y contra cientos y cientos de soldados,
por años gallardamente combatió.
Al fin tornó a tribu (y la cabeza
del cacique enemigo sangraba en su lanzón).
Halló el festín del triunfo preparado,
pero no así el lecho de su amor;
en vez de lecho encontró el túmulo
en que su novia, dormida bajo el Sol,
esperaba en su frente el beso póstumo
de la boca que nunca en la vida besó.
Y Popocatépetl quebró en sus rodillas
el haz de flechas; y, en una solo voz,
conjuró la sombra de sus antepasados
contra la crueldad de su impasible Dios.
Era la vida suya, muy suya,
porque contra la muerte ganó:
tenía el triunfo, la riqueza, el poderío,
pero no tenía el amor...
Entonces hizo que veinte mil esclavos
alzaran un gran túmulo ante el Sol
amontonó diez cumbres
en una escalinata como alucinación;
tomó en sus brazos a la mujer amada,
y el mismo sobre el túmulo la colocó;
luego, encendió una antorcha, y, para siempre,
quedóse en pie alumbrando el sarcófago de su dolor.
Duerme en paz, Ixtacíhuatl nunca los tiempos
borrarán los perfiles de tu expresión.
Vela en paz. Popocatépetl: nunca los huracanes
apagarán tu antorcha, eterna como el amor...
José Santos Chocano en su laberinto:
infamia y asesinato de “el Poeta de América”
Por Mario Pera
Al regresar a Lima José Santos Chocano luego de su periplo por México y Centroamérica, a fines de 1921, se trataba de un personaje envuelto en un halo de gloria literaria y con sendas amistades políticas. En aquellos momentos se conocía el carácter “enérgico” del mismo, más no se vislumbraba aún el actuar delincuencial que mostraría tan sólo tres años después. Al llegar Chocano al puerto del Callao, vecino a Lima, unos jóvenes poetas entre los que destacaban José María Eguren y César Vallejo, lo fueron a recoger para conocerlo y vitorearlo. El poeta recibió varias condecoraciones de parte de diferentes políticos a inicios de 1922, siendo la principal la Corona de Laurel y los títulos de “Hijo predilecto de la ciudad de Lima” y de “El Poeta de América” que le fueron otorgados por la Municipalidad de Lima y que le insufló el ego, si aún más se podía, en medio de una estruendosa ovación y fiesta dada en el Parque de la Exposición.
Ya en 1924 y con motivo de las celebraciones por los cien años de la Batalla de Ayacucho con la que se selló la independencia del Perú, el poeta Chocano ofreció un elocuente discurso frente a numerosos militares políticos y ciudadanos de a pie, en el que argumentó y elogió las “bondades” de las dictaduras de Latinoamérica, granjeándose la simpatía del presidente peruano Augusto B. Leguía, lo que Leopoldo Lugones (poeta, periodista y político argentino) exaltó diciendo en su discurso que había llegado la hora de la espada en Latinoamérica.
El periodista Edwin Elmore, asesinado por el poeta José Santos Chocano, en 1925.
Ante ese escenario, con declaraciones tan impactantes por literatos e intelectuales muy respetados, varios periódicos y revistas de América Latina respondieron con burlas, sarcasmo o comentarios críticos y corrosivos en contra de aquellos escritores, a quienes se consideraba serviles a las dictaduras a cambio de condecoraciones, premios y dinero. Uno de los más ácidos críticos fue el periodista y político mexicano José Vasconcelos, quien calificó como “bufón” al poeta Chocano. Este no pudo contener su ira y atacó a Vasconcelos con críticas y epítetos más duros aún vía los medios periodísticos de la época, los que tuvieron como súmmun el artículo titulado “Apóstoles y farsantes”. Ante ello, catorce periodistas e intelectuales peruanos en un acto de solidaridad profesional, firmaron un acta de apoyo al periodista Vasconcelos. Entre esos suscriptores estuvieron personalidades de la talla de José Carlos Mariátegui, Luis Alberto Sánchez, Manuel Beltroy, Carlos Cox y un joven periodista muy acertado y ácido en sus comentarios que le brindaron reconocimiento, Edwin Elmore.
Precisamente Edwin Elmore no quedó contento con sólo firmar la carta de apoyo, y expresó duras críticas a Chocano mediante un programa radial de la época a la par de escribir una larga nota para el diario La Crónica, en la que analizaba y censuraba fuertemente la dictadura de José B. Leguía así como a todos sus partidarios y defensores, entre ellos al laureado poeta José Santos Chocano. El director de dicho diario se negó a publicar el artículo de Elmore, al considerarlo muy subido de tono y casi personal. En el ínterin Chocano (arrogante y presuntuoso como era) se enteró del tenor de la nota periodística a través de sus amigos y llamó por teléfono a Elmore para increparle por el mismo. Al contestar, el periodista escuchó a Chocano espetarle: ¿Hablo con el hijo del traidor de Arica?, en alusión a que el padre de este, el ingeniero Teodoro Elmore, había traicionado al Perú en la Guerra contra Chile al supuestamente brindar un mapa con la ubicación de las minas instaladas para la defensa del Morro de Arica en 1880. Ante la ignominiosa pregunta, Edwin Elmore respondió: Eso no se atrevería usted a decírmelo en mi cara.
Publicación póstuma de Edwin Elmore, en 1926. Crédito FB de Manuel Ayala
El incidente no quedó ahí y Elmore escribió una nueva carta para ser publicada esta vez en el diario El Comercio (el de mayor circulación y prestigio nacional en esa época) en la que respondía a José S. Chocano ante tal ofensa. Lo mismo hizo el poeta, quien pretendía publicar una carta a Elmore en el mismo diario la que, entre otros puntos, manifestaba temerariamente:
Desgraciado joven, aunque no tiene usted la culpa de haber sido engendrado por un traidor a la patria, tengo el derecho de creer que los chilenos han pagado a usted para insultarme… Pequeños farsantes todos ustedes, generación de cucarachas brotadas en el estercolero de la oligarquía civilista… Miserable, como he aplastado a Vasconcelos, te aplastaré a ti sino te arrodillas a pedirme perdón.
Para mala suerte de ambos, periodista y poeta, se encontraron el 31 de octubre de 1925 en el salón de El Comercio cada uno con su carta bajo el brazo. Según narran algunos periodistas testigos de los hechos, los vieron abandonar el lugar en medio de un alboroto; segundo después observaron a Edwin Elmore sujetando de las solapas del terno a José Santos Chocano mientras le propinaba varios golpes en el rostro con el puño derecho. Los testigos no tuvieron tiempo de separarlos en medio de la golpiza cuando Chocano, quien había podido zafarse por unos segundos de Elmore, extrajo un revólver Smith calibre 38 que tenía escondido en el bolsillo. Todos los presentes se hicieron inmediatamente para atrás, entre ellos Elmore quien se retrocedió hasta quedar de espalda contra la pared, a poco más de tres metros del poeta. Para ese momento eran varios los periodistas y hasta el director del diario, Antonio Miró Quesada, quienes veían transcurrir la escena, siendo ellos parte de la noticia. Según contaron Chocano no dudó en descerrajarle un tiro a quemarropa al joven Elmore, quien se encontraba sorprendido y desarmado. La bala le alcanzó el vientre, ante lo que reunió ambas manos en el mismo para detener la hemorragia y salir caminando perdiendo el equilibro hacia la calle. Se apoyó en la reja de entrada al local, cuando uno de los periodistas que ingresaba al diario lo vio y auxilió cargándolo hasta un automóvil que lo trasladó al Hospital Italiano.
En el entretanto Chocano estaba completamente exaltado y pretendía deshacerse de los periodistas que intentaban desarmarlo y detenerlo para llevarlo a la Policía. Siendo varios no pudo y “el Poeta de América” fue llevado ante las autoridades para ser encerrado en un cuarto del Hospital Militar siendo merecedor de todas las comodidades de quien es amigo del Poder. Mientras tanto, el periodista Elmore se debatía entre la vida y la muerte en un larga y penosa agonía que finalmente lo venció para morir el 02 de noviembre de 1925, con escasos 35 años de edad, siendo enterrado al día siguiente en el cementerio Presbítero Matías Maestro de Lima. Dejó viuda a Elmina de Marinis, italiana con quien se había casado en Florencia en 1924 y con quien tuvo una hija que, al momento de la muerte de Elmore, apenas alcanzaba el año de edad.
Como es lógico, el poeta José Santos Chocano afrontó un proceso judicial largo, el que se vio apañado por su amplia fama, ante la que no pocos ciudadanos le daban la razón por lo que los jueces que atendieron su caso mostraban a priori una disposición benévola con este. Debemos tener en cuenta que Chocano era un férreo defensor y amigo del régimen leguiísta, régimen que a todas luces lo protegió incluso con órdenes llegadas desde Palacio de Gobierno. El encargado de velar por el “bienestar” del poeta fue Ricardo Dulanto, a la sazón Secretario del presidente Leguía. Es por ello que pese a la gran cantidad de testigos y a que el propio director de El Comercio acudió ante el Tribunal Correccional a dar su manifestación, todo lo dicho y coroborado por los testigos quedó en el aire y es que la sentencia ya estaba pactada días antes por la corrupción del régimen de Augusto B. Leguía quién coludido con los jueces blindaron a su acérrimo defensor y prosélito. Al final del proceso los jueces del Tribunal sentenciaron a Chocano a escasos tres años de prisión y al pago de dos mil libras peruanas como reparación civil, pese a tratarse de un homicidio en primer grado.
No obstante, la ayuda de Leguía y la corrupción no quedaron ahí. Con un Congreso con mayoría del partido leguiísta, y sin que la sentencia del Tribunal Correccional se hallara aún confirmada o anulada, el Congreso decidió votar, en una clara violación al Estado de Derecho y a la separación de Poderes del Estado cuando menos entre otros muchos delitos, para detener el juicio y darle una gracia congresal al poeta Chocano, quien resultó indultado en pleno proceso judicial penal en uno de los actos más corruptos, ilícitos e indecorosos que hayan tenido lugar en la historia de la justicia peruana. Aquella vergüenza se ejecutó en abril de 1927.
José Santos Chocano Gastañodi demostró que en el Perú, si tienes amigos en el Poder, puedes incluso asesinar a un hombre a sangre fría con numerosos testigos de por medio y, a lo sumo, se te sancionará con unos meses en una cárcel dorada para al final ser disculpado por uno de los Poderes del Estado. Asimismo, resulta abyecto y miserable como desde su “prisión” y mientras se desarrollaba el proceso José Santos Chocano lejos de arrepentirse y al menos guardar silencio, motivado por su descomunal ego, continuaba vilipendiando y difamando la memoria del periodista asesinado por él, del padre de este y de los amigos del periodista (especialmente aquellos cercanos a José Carlos Mariátegui y a quienes firmaron la carta de apoyo a Vasconcelos) a través de artículos ominosos que publicaba bajo una prensa servil como el diario La Hoguera.
El poeta José Santos Chocano, muy afín con las dictaduras y fiel amigo de Leguía.
Es así como el caso Chocano-Elmore representó lo más pútrido del estado de la justicia peruana del siglo XX. Acontecimiento del que el “El Poeta de América” salió bien librado tras pocos meses para viajar en octubre de 1928 a Santiago de Chile, ciudad en la que se finalmente se estableció. Sin embargo, tras el asesinato de Elmore no todo siguió siendo favorable a Chocano, quien se vio segregado por un amplio sector de la intelectualidad peruana, y también chilena, viviendo en la precariedad económica e incluso teniendo que empeñar (para subsistir) la corona de laureles hecha en oro que le entregó la Municipalidad de Lima. El otrora gran poeta peruano, homenajeado y exaltado por los gobiernos, se volvió en Santiago un personaje casi delirante, en decadencia económica y continuamente estafado por seudo clarividentes que le auguraban que encontraría un supuesto tesoro oculto por la orden religiosa de los Jesuitas.
Para sellar su trágico final, Chocano fue asesinado el 13 de diciembre de 1934 en el tranvía de Santiago por cuatro puñaladas encajadas en él por Martín Bruce Badilla, dos de las cuales le llegaron directo al corazón y las otras fueron a darle en la espalda. En un inicio se adujo que su asesino fue un exsocio suyo que, seguro de que este había logrado encontrar algún tesoro, no le había dado su parte. Sin embargo, el tribunal de justicia chileno que llevó el caso pidió la realización de un examen psiquiátrico al implicado, el que determinó que se trataba de un paciente de un hospital cercano que padecía de esquizofrenia.
El poeta murió sumido en la absoluta pobreza y casi en la locura producto de la búsqueda de un tesoro inexistente, pero en medio de un funeral apoteósico. Sus restos fueron finalmente repatriados a Lima en 1965, año desde el que reposa en el mismo camposanto que su víctima, Edwin Elmore.
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