AURORA ELENA OLMEDO
Poeta y escritora. Nació en Mar del Plata, Argentina. Profesora de Inglés y Filología inglesa en España. Ha recibido numerosos premios en concursos nacionales e internacionales en los géneros de poesía y cuento, tales como: Premio “Poesía Recuerdo” Florida, Estados Unidos, 2009; Premio Nacional Cuentos Córdoba, 2003; Premio Faro de Oro, 1999; Premio Concurso Nacional de Poesía “Discépolo”, 1995.
Ha publicado los siguientes libros de poesía: “Hoy somos todos héroes”; "El verso habitado"; “De vez en cuando, la risa”; “Cintia, Ciruela y Cielito” y “Personal”; y los libros de Cuentos: "El sol sale argentino", "Donde habitan los buenos" y "Buscando a Valentina".
Callada y morena
Yo he tocado fondo,
como ya he muerto, he nacido eterna.
No quiero desear sus labios.
No quiero este enjambre que en mis manos tiembla.
Sólo este silencio de dique y cerrojo,
de badajo y luna, golpea y golpea.
Como un rictus nuevo,
como una sentencia en mi mudez nueva.
Y usted que me mira y acaso sonríe.
Y usted que me quiere callada y morena.
Lo efímero, el agua, lo fugaz del día.
Me cuelgo del aire, del instante apenas.
No…Yo ya no quiero carne perfumada….
Intento el escudo, la lanza, la tregua.
Usted me intimida y araño la asfixia.
Yo no quiero urgencias
y mi voz se quiebra como un timbre roto
y vacío tanta garganta secreta.
Y usted que me mira.
Y usted que me quiere callada y morena.
Mi grito es antiguo,
medieval, mi vientre que mata las brevas
y hago un duelo dulce
con palabras de humo que ya no son ciertas.
Me armo de silencio
y anudo fatigas de asfalto con penas.
Y como aun respiro,
perdono a mi muerte y al adiós. Mis venas
trafican su sangre con héroes de acero.
Y usted que me quiere callada y morena.
De exilio
I
Debajo de la memoria sobornada,
de la desnutrida piel de la nostalgia,
mis huesos escamados
prosiguen su viaje hacia la deserción.
Un liviano cuerpo, a pesar de mí, camina.
No hay más verdad que la frontera.
II
Aletearán los párpados,
como pájaros sin jaulas,
sin barrotes de lápidas.
Sin la despojada matriz de las pupilas
en la mirada última,
recuperaré el milagro de la vista.
Los ojos celebrarán el buen paisaje.
¡Otra vez, otra vez el color de mi calle!
III
El exilio es mi hogar
con ojos tristes.
La frontera, mi patria sin orgullo.
El traicionado llanto de las fotos
me demora la mano
por las sienes.
He malgastado la memoria.
Eramos todos inmigrantes
Eran inmigrantes,
un pedazo de exilio con frontera,
un exceso de pájaros de asfaltos,
una esquirla de callada guerra .
Un poquito de cielo amaneciendo,
con vocación de júbilo y de tregua,
una redención de los ensueños,
una ferocidad de la paciencia.
Éramos todos inmigrantes,
todos trazumábamos ausencias.
Suicidas de amor y con bastones
de moderado orgullo por la acera.
Ávidos por túneles de partos,
a los tumbos y a tientas,
con los ojos de cobre por el llanto
y la risa de ámbar y sedienta.
Éramos todos inmigrantes,
que con manos de luz y rabia buena
íbamos hilvanando en el silencio
la mirada hacia atrás, huella por huella.
Traición
Esta indecencia de perder mi duelo
por la rara obsesión de perder cosas,
esta caza de oscuras mariposas
que me cubren a ratos, todo el cielo.
Este detenerme en cada esquina,
suicida corazón de últimos retos,
codeándose con dioses indiscretos…
¡Es tan raro el amor que no termina!
El aire se asfixia en la garganta,
las manos protegiendo un pecho abierto,
un regimiento de diez mil latidos.
El mástil de un orgullo me levanta.
Y finjo no mirarte y nada es cierto…
Esta rara traición de los olvidos
Imposibilidad
A pesar de mi boca impenetrable,
guardo un deseo, pero me doy pena.
En este frutal cuerpo de sirena
cerrada en una funda insobornable.
Grito, muero, vivo insoportable
insoportablemente atroz muerdo la arena
en este feroz cuerpo de sirena,
el sosiego se vuelve inalcanzable.
Los muslos van pegados sabiamente,
los gemelos del mal y un vicio bueno,
como úlceras de sal y agujas tiernas.
Yo no sé si inmolarme finalmente
y que este envase gris que ahora condeno
me salve de morirme entre tus piernas.
Juegos
Ruedo por la abierta boca en celo,
me arrojo a la batalla sin adarga.
Ruedo, al fin, por mi garganta larga
como un suicida que no halló consuelo.
Una yegua de luz que olvida el velo,
caigo en dos partes como quien descarga
un peso vertical de fruta amarga
Caigo al vacío más no toco el suelo.
Estoy a oscuras y aun así resuelvo
el secreto del gozo en la agonía.
Vuelvo, me marcho, juego, voy y vuelvo.
Ruedo a tu boca como tú a la mía,
ruedo a tus dientes pero no me absuelvo,
del dulce peso… ya, por fin, vacía.
Recuerdo
Cien años más tarde,
un vuelo circular de moscas tristes
me recuerda un verano.
La ciudad se sumerge en la dulce
ficción de algún recuerdo.
Todavía, aún lo sé, todavía
conservaba
un rumor de sanas palabras.
Dime como era la luz de hace cien años,
cuando aún pertenecía y me hacía falta el aire .
Si ahora es tarde , no lo sé pues a nadie pregunto.
Hace cien años que me fui
y la tierra con raíces de olivo me cubre.
Nadie desmiente la ausencia.
Un vuelo circular de moscas tristes
me ha traído el recuerdo del verano.
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