ÓSCAR RIVERA RODAS
(La Paz, Bolivia, 1942).- Poeta, crítico literario y educador.
Hizo estudios de literatura en España y Estados Unidos. Docente y funcionario de la carrera de literatura de la UMSA (1971-1978). Profesor en universidades norteamericanas desde 1982. Miembro de la Academia Boliviana de la Lengua (1977).
Raúl Rivadeneira Prada al referirse sobre carácter de las valoraciones literarias que hace Rivera Rodas, define: “Tal metodología no es otra que la del análisis estructural desde un doble ángulo de visión: el subjetivismo y el objetivismo en la narrativa de los autores estudiados. El sitio del crítico es el de un académico de las letras, analista de las estructuras de la pieza literaria”.
Y el propio autor, sobre sus concepciones en torno a la crítica literaria, en diálogo con Alfonso Gumucio, decía: “Yo no acepto una crítica preconcebida. En ese caso es preferible no hacer crítica. En la crítica–creación uno va descubriendo mientras escribe, y no se puede ir a ella con pre-conceptos. /…/ He señalado defectos, errores; puede que otro crítico no piense así. Eso es precisamente la crítica; como es creación, es personal”.
El poema titulado ‘Con el amor del hombre que habita en ti’, catalogado por Juan Quirós como uno de los cien mejores poemas bolivianos, dice en un fragmento: “Con el amor que habita en ti, / cantando este coraje en tus grutas, sobre tus paredes íntimas / -siempre mojadas por el amor- / danzando inclusive en tu orilla, convirtiendo mi deseo / en río para cubrir tus nervios de pie, / salgo a tus párpados, a tu arco sombrío que marca el ahogo de un mar. / Llego a tus cristales en reposo no siendo piedra ni honda, / ni luz que se imponga al suburbio de tus órbitas”.
LIBROS
Poesía: Dársena en el tiempo (1966); Testimonio de ausencia (Gran Premio ‘Franz Tamayo’, 1970).
Ensayo literario: La nueva narrativa boliviana (1972); El realismo mítico de Oscar Cerruto (1973); Funciones de la metáfora lírica (1973); Cinco momentos de la lírica hispanoamericana (Premio Centenario de la Academia Mexicana, 1978); La modernidad y sus hermenéuticas poéticas (1991); El cosmopolitanismo en las letras hispanoamericanas (Premio Mención de la Casa de las Américas, Cuba, 2007).
EL MAR Y LAS PIEDRAS
(Poemas asfixiados)
Fragmentos
Hermano extranjero:
mira;
llevo en las venas la piedra desprendida en silencio de las cumbres
más puras,
tengo la garganta de los extraviados en desiertos y dormidos bajo la
sombra
inconclusa del árbol que nace al pie de las ilusiones;
percibo el recuerdo enlutado de los cantos extraños que surgen del
Mar,
entre los moluscos de dientes pequeños y blancos, y las
luciérnagas, y
las espumas;
pero mis sueños se deslizan por la arena, sonríen con las algas, y
sé dónde
extienden su nido las gaviotas para una eternidad respetuosa
ante lo
ajeno.
A veces camino descalzo;
y no hay escorpiones que me muerdan los pies como a ti te lamen
cuando tus
ojos se lanzan sobre el piélago, frente a los mariscos.
Sólo llegan a mi árida boca, lluvias estremecidas que no son del
camino
prolongado a los navíos que desconocen mi cuerpo y el de mis
hermanos.
Sólo escucho - por las inmensas antenas que vienen de las entrañas
ruidosas
del viento - que otros hombres como tú, juegan con las olas,
se tumban
y ruedan por la playa.
No te extrañe que no me conozcas.
Porque mi voz se quema roncamente entre la carne de tierras que
tienen
semblantes sedientos de sal,
porque a la sonrisa de mis orillas, las garras de buitres fogosos se
han llevado
hace mucho tiempo,
porque nunca he salido a conversar con las caracolas,
porque me amuralla una justicia digna del escupitajo!
Algunos atardeceres
como el de hoy, que tú no conoces;
como el de siempre, que tú no conoces;
como las lágrimas de las aves del Mar, que yo no
conozco; como las lágrimas del Mar de las aves que yo
no conozco;
como incienso,
como tristeza,
como luz que desangra sus encantos;
recuerdo queda niñez de mi suelo tuvo también en sus limites
un Mar de sedas profundas y azules.
Mira,
cómo se desflora la piel a cada instante sordo, cómo cortan los
largos alfileres
del sol y no hay aguas que laven las heridas,
aquí sólo tengo nieves y fuegos, mira;
te cambio por un pedazo de ola para los labios de los niños,
te cambio por un pedazo de ola para mis ávidas manos de largas
raíces,
te cambio por un pedazo de ola para el eco que se quema
pavoroso...
¡No! ¡Espera!... Espera, hermano extranjero. No quiero pedazos.
Prefiero decirte:
hermano, mañana cuando sientas que la sangre hierve dentro de tu
pecho,
cuando las tardes de hoy ya no existan con la palidez de los seres
disecados,
cuando mis bordes recobren su húmeda brisa,
retorna hermano extranjero, retorna mañana
y báñate en mi Mar!
Antes entraban fiestas en casa
cuando todos en la Patria
acudíamos a una misma hora después de alimentar a la tierra.
Recuerdo que las lluvias pasaban dejando un ambiente de seguridad
opuesto a las tinieblas
y las palabras cubrían la humedad de las cosas frescas
frente al bostezo del Mar.
Había para todos pensamientos necesarios
y a punto de verter lágrimas de gozo
cuando el hombre disponía de una conciencia de arroyo
frente a las noches que dejaban gotas de cariño sobre las ventanas
conociendo nuestros amores con el Mar.
Casi siempre nos atraía el tiempo en cada ocaso
para reunirnos alrededor de una imaginación sublime
que lamía con bondad nuestro corazón
hasta dormirnos lentamente
con las plegarias de los niños.
El Mar y sus caballos nos asistían
como a un nacimiento sencillo entre los cerros,
encendiendo una lumbre de querencia
en el beso alejado de mis costas.
La multitud de los mares venía a mis brazos
y los peces y las aguas me pertenecían
porque habitamos siempre la misma Historia.
Y el Mar depositaba sus intimidades
en el umbral de una noche no completamente abandonada,
contigua a mi alcoba donde las esperanzas ya están crecidas
como frutos conservados después de un diluvio.
Nunca hubo límites entre los dos.
Aunque una enmohecida leyenda se descuelgue por los hilos
remendados de una araña;
en los tejados solitarios
absorbidos por el permanente nacimiento de las horas,
en cada trozo de nosotros
que dejamos cada día para la agonía de las noches
están adheridos los recuerdos del Mar.
Escucha:
para que los ojos de los hombres no se estrujen
o se llenen de zarzas,
para que sus cerebros no revienten de pronto
con la voz quebradiza e inmóvil,
anunciaremos que somos náufragos saciados por su propia
desgracia;
lejos de las alas destrozadas
que cruzaron el Mar,
lejos del humano trayecto de la tierra y de los siglos,
lejos de nosotros mismos...
Tú,
como el Mar que se introduce por el tímpano,
como fuego encendido sobre el párpado rutilante
y la mirada sepultada
como cruz de hielo que atraviesa el cuello
sin refrescar la garganta.
Yo,
estrangulado por mis propias manos
reventadas por la sed,
con la boca entre el llanto y la tierra,
más allá de las semillas consumidas por la sed.
A veces
cuándo los astros envían carretas de yunques
que aplastan los labios,
cuando siento que pies descalzos cubren con sangre
los guijarros del recuerdo,
cuando en el polvo de mi suelo se desmayan mis palabras
y en las piedras se acumula el granizo,
contemplo entre la niebla, la memoria y tu ilusión
el inmenso Mar adorante,
- mezcla de pasto, sonrisa y tristeza -,
acercarse desde su gruta de mármol
entre siluetas dolientes
y la herida cubierta por cenizas
que conservo en mis límites,
se agranda
como lápida que cubre una ciudad.
Mar,
reúne mis dedos privados del agua
sobre tu vientre de mujer virgen amante,
sepulta.
mi imagen bajo una máscara de cera
en tus húmedas y tiernas arrugas,
huye de las galerías que devoran tu murmullo
donde en cada esquina se mira un desvelo.
¡Enséñame los frutos de nuestra sangre!
Y en el tiempo,
bajo cada escalón,
entre las enredaderas que se esquivan
hacia el vértigo,
entre nuestros cuerpos tendidos
lejos de su lecho
agrupa sonrisas frescas
de fiesta y de Mar.
Mar,
símbolo de eternidad,
cofre donde depositan su memoria los años,
caudal de palabras
que se empeña en el encuentro con el canto de los hombres,
diosa disuelta en la grandeza
que se anida en tus mejillas,
deja que revienten junto a mi rostro
por la mirada de las pálidas gaviotas
las piedras que conservas
en la boca pura de tu entraña.
Entonces la Piedra frente al Mar,
y yo detrás de la Piedra,
junto a las aceras que no conocen la amistad,
con una llave nueva
mordida por la palabra inconclusa
pellizcando la punta de mi corazón.
Los ladrillos
con su inmutable abstracción
que delata el último desmoronamiento que cubrirá nuestra cabeza,
conservan la sequedad de nuestros labios
en el aullido de protesta que edificamos
una tarde completamente diferente
y en nuestra unión de seres despojados
del Mar.
Tal vez la sombra somnílocua de un véspero que se encorva
con su tristeza en el pecho
esconda a los grillos que en espaldas resbalosas
nos llevan,
detrás de tu desconocimiento y el mío,
lejos del Mar.
Mientras tanto
los puertos habrán roto su gratitud
en dos nieblas sostenidas de la falta de luz,
oscureciendo los derrames de tu semblante
tibio.
Recuerdo siempre en las hogueras de la fiebre
que en el piélago lanzado para los huéspedes,
las velas se hunden
como copos de mármol que nos reprochan
porque contemplamos bañarse a los peces simplemente,
cuando detrás nos esperaban nuestras sombras
con los senos molidos sobre sus manos...
Quise acallar mi voz escondiendo mi miedo en tu frente
y en tus cabellos que chorreaban desmayados.
El Mar soportaba los azotes en el costado desnudo.
Y es que el Mar también llora
cuando sabe que las penas se amontonan
en mi puerta.
Hay plantas pequeñas que se callan
cuando llego con un lamento incrustado en los zapatos
y en agua estancada de mis sueños desahuciados
las horas se ponen verdes y espesas.
Extraño el Mar.
Cuando el viento succionaba
a los troncos sin conocimiento,
correteaba entre la hojarasca
con la espina más larga entre los dientes,
con el susto que traspasa a las sombras
por la espalda,
con el grito que desconecta a las paredes,
y es que no buscaba el corazón del delfín
para reventarle al instante.
El Mar está muy lejos,
tengo que retornar por el camino de la Piedra
para que mis dedos acaricien
las entrañas de las algas.
Pero el Mar vivió en mi alcoba hace mucho tiempo,
el Mar vivió en mi alcoba,
vivió,
y ha dejado colgada su fragancia en las paredes.
Soy Mar también.
Mar,
mírame crucificado
en el vértice del horror.
No hay flujo de sangre por mis heridas
quebrantadas por la sal.
Por mis sienes,
por mis grietas,
por mis poros,
corre tierra enloquecida de fiebre
Es una cruz de piedra que cosieron a mi espalda
con agujadas infestadas y torcidas.
Quita las arenas que crecieron en mis ojos,
arranca las hierbas que han cubierto mi garganta,
apaga el fuego que carboniza mis entrañas.
Mar,
40 grados y mis nervios se endurecen.
¡Oh, Mar!
yo también
tengo sed.
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