Liudmila Quincoses Clavelo
(Sancti Spíritus -Cuba, 1975). Poeta y narradora. Promotora cultural. Miembro de la UNEAC y la AHS. Ha publicado los libros: Donde se cuenta la historia de un hombre, 1991; Un libro raro, 1995; En el último sendero el iniciado piensa, 1996; Los territorios de la muerte, 2001; Poemas en el último sendero, 2002; Plaza de Jesús, 2005 y El libro de la espera, 2008.
En 1994 Un libro raro, obtuvo el Premio de la Ciudad, de Santa Clara y con Los territorios de la muerte en 2001 obtuvo el Premio Pinos Nuevos. En 2002 fue galardonada con el Premio Calendario por su libro Poemas del último sendero.
Textos suyos se han incluido en antologías poéticas de Estados Unidos, Argentina, España, Alemania, Italia y México.
POEMAS DE LUIDMILA QUINCOSES CLAVELO
Ánima sola
I
La clarividente ha corrido su cortina con parchos
y me ha invitado a entrar en su recinto.
Donde un aire pesado trae olores
a salvia, a cera derretida,
a perfumes en frascos diminutos,
como si hubieran sido hechos
sólo para que ella los tocara.
Dos sillas y una mesa y muchas cosas,
los ángeles de Dios están sentados
a nuestro alrededor.
Yo no los veo,
ella los invoca y leo en sus ojos
los nombres de mis padres
y los nombres
de los que alguna vez fueran sus padres.
Veo que enciende la vela
mientras habla con los muertos
y pide que se acerquen,
pide verlos.
Sobre la mesa el vaso,
sólo un poco de tierra lo rodea.
El círculo del vaso es como un pequeño lago,
como un espejo de agua
donde acuden las imágenes.
Sólo tienes que fijarte para ver
la historia que el agua le cuenta
a la clarividente.
Allí, en el vaso
otro habla desde la muerte,
a tu espalda.
Escúchalo,
no es por gusto que escribe sin manos,
que dibuja suavemente esas figuras
en el agua quieta.
Vísperas
Como una araña tejí mi casa,
tejí los mármoles y los espejos.
Los altos ventanales
donde siempre es de noche.
Pensé la vigilia debe acabar,
pero es insondable
y sin dudas eterna esta única noche.
Subo y bajo las profundas escaleras,
todo es blanco,
terriblemente blanco y bello.
Amo mi casa sin árboles,
sin el mar.
Pero extraño mis ojos,
esos otros ojos adonde se asombra
el sol,
la enorme claridad de las mañanas.
Era feliz, entonces
no poseía las llaves de lo eterno.
Mensaje a Esmirna
Esmirna, mi mensaje es horrible;
nada me produce más placer que anunciarte
alegría
y he aquí que solo he venido a mostrarte
tristezas.
Ciudad translúcida
de contornos vagos como sueños,
Esmirna, tus mendigos son príncipes
y tus príncipes visiones.
Extraños comerciantes plantan sus tiendas
al sol
o bajo los portales de alucinantes fresnos
y venden todo tipo de magia,
toda clase de encantos
para los que, como yo, se dejan poseer.
Ahora, escucha:
ojalá sólo tuvieras oídos para escuchar el tañer
del címbalo,
las voces de júbilo.
Un ángel de Dios vino a mi encuentro y dijo
que todas esas cosas,
Que todos esos hombres, en verdad,
nunca existieron.
Yo conozco tus obras y tu tribulación.
He venido a librarte del peso infinito
de la gloria,
perdóname
pero mis órdenes son estrictas,
nada ha de quedar,
ni piedra sobre piedra.
Tus almenas serán el encanto
de los arqueólogos
de otro tiempo;
los esqueletos de tus mujeres, joyas antiguas,
y la ceniza que ahora veo perderse,
solo un pobre recuerdo de este hombre infame
que Dios ha elegido para ser odiado
de generación en generación.
Esmirna, no eres tú la única que muere;
poco falta para que la oscuridad invada
por siempre mis ojos
y mi memoria,
La aciaga profecía está por cumplirse:
Moriré esta noche, quemado por descuido.
El corazón quedará intacto de tanto odio;
cubierta estará mi tumba por un polvo eterno.
a Concha Tormes
ARCA, MURO
He puesto una piedra donde se han enredado las constelaciones,
he puesto una centella que blanquea el cielo,
mi alma toda para construir esta casa.
Haré dos plantas y una escalera para unir mi tierra
y mis cielos.
Bajo el techo verde de la pérgola
colgaré mil pájaros prendidos por hilos invisibles.
Quiero un sótano ancho
donde sepultar mis dudas, mi vergüenza.
Necesito una máscara,
una puerta de madera pulida, con aldabas de hierro.
Quiero un arca, una casa con muros, un jardín cerrado
donde tejer la vida que me queda,
donde olvidar…
ALGUIEN HA CERRADO LAS VENTANAS
DE LA PLAZA
Hay una plaza inmensa allá afuera.
Me separan de ella las ventanas,
la madera antigua con que fueron hechos los postigos.
Ya no veo la plaza, ahora la imagino.
Ahora sé por qué ha resistido tantos años.
Está hecha de nada,
de recuerdos que le dan forma.
Y uno puede quitar las rejas, las estatuas,
quitar la plaza.
Caminar sobre la tierra espesa.
Mirar la iglesia, la torre, el campanario,
sentir el ruido del bronce que ahuyenta las palomas.
Mirar la plaza de lejos sobre el puente,
regresar luego a los arcos, a los portales.
Regresar a esas ruinas que aún no fueron fundadas,
regresar a uno mismo.
Y abrir los ojos, las ventanas,
caminar luego por la plaza.
Palparla tal como es, volver a hacerla,
morirse de viejo,
fundarla.
Hay una plaza inmensa allá afuera.
Me separan de ella las ventanas,
la madera antigua con que fueron hechos los postigos.
Ya no veo la plaza, ahora la imagino.
Ahora sé por qué ha resistido tantos años.
Está hecha de nada,
de recuerdos que le dan forma.
Y uno puede quitar las rejas, las estatuas,
quitar la plaza.
Caminar sobre la tierra espesa.
Mirar la iglesia, la torre, el campanario,
sentir el ruido del bronce que ahuyenta las palomas.
Mirar la plaza de lejos sobre el puente,
regresar luego a los arcos, a los portales.
Regresar a esas ruinas que aún no fueron fundadas,
regresar a uno mismo.
Y abrir los ojos, las ventanas,
caminar luego por la plaza.
Palparla tal como es, volver a hacerla,
morirse de viejo,
fundarla.
OCASO
No sé lo que faltaba,
había una mesa con cinco candelabros,
una mano en la lámpara
que encendía el ocaso
como si fuera un juego de niños,
y la hierba,
esa finísima bruja,
apuraba la angustia.
En la confusión de la tarde
faltaba algo,
pero no puedo acordarme,
era tanto el brillo de las tazas de té,
era tan terrible el canto de los lobos.
Caía la noche
y otra cabeza al cesto,
decapitaba el día a su cómplice.
En la noche profunda del útero me hundo,
mis ojos se inician
en el oscuro arte de mirar las arterias,
la sangre que corre presurosa
como las aguas del estigia.
Adentro todo es génesis,
el arca es mi cuerpo.
Y allí, entre lo áspero y lo blando,
en el silencio más profundo
la vida comienza.
Mis senos como puñales
crecen lentamente.
Crecen y voy llevándolos con dolor
bajo mi blusa.
¿Podré alimentar a mi hija?
¿Podré tocarla sin herirla
con estos senos de filosas puntas?
Frida nunca vio su cuerpo por dentro,
dibujó lo que aparecía en su mente.
Yo he visto el dibujo exacto de mi interior,
la exacta copia de mí y quisiera pintarla,
poder abrir en dos la caja de mi cuerpo
y ver
y experimentar,
en tan profundo abismo
sensaciones,
miedos.
Ignoro qué pasa dentro de mi vientre
donde otras manos invisibles
tejen y destejen
lo eterno.
Fin de algo
Un ciclo se cierra,
se detiene la absoluta crueldad con que los astros
definen la belleza, lo podrido.
Caminábamos aquella tarde bajo los árboles
cuando nos despedimos en el parque de 15.
Yo te vi atravesar cabizbajo el sendero torcido
y desaparecer.
Nunca pude volver a Lamparilla,
ni recordar exactamente el silbato del barco
hacia la isla.
Todos son fragmentos del algo que termina.
En la Avenida de los mártires caen las mismas flores.
Duarte y yo
compartimos el milagro del domingo.
El Ermitaño y yo
encontramos monedas aún calientes
por un sol que sabemos
que nos mata.
Camino en círculos,
me siento en el mismo café.
De entre la gente espero que salgas,
que aparezcas, para nada.
Para entender el comienzo de todo,
el fin de algo.
Laminario
Hacia las cinco he cerrado la puerta,
cierta carta había anunciado que no vendrías.
Yo he visto tu sombra deslizarse hacia el patio,
solemnemente has cortado una a una las rosas.
Has vuelto y no sabías qué decir.
Un hombre encerrado dentro de sí muere poco a poco.
Tus lejanos amigos
me han traído noticias de tu estancia en Santos Lugares.
La Luna, esa rara carta, ha pronosticado la locura.
No habrías de morir bajo aquel árbol.
Los mercaderes han traído hermosas baratijas
y he querido colgarlas en tu cuello.
Una cruz, un retrato de algún maestro florentino,
una pequeña estatuilla de marfil.
Todos saben que has muerto.
En algún lugar de esta habitación
he encontrado las cartas,
las hermosas cartas que nunca escribiste.
Debajo de los retratos están los retratos,
la pared vacía está llena de rostros.
Y el mar que a todas horas ruge me consuela.
Qué haré conmigo, sin recuerdos.
Noche a noche trato de llorar.
Plaza de Jesús
Veo la mano aquella que me señalaba la plaza,
como un deslumbramiento.
Miro los bancos,
la iglesia de piedra hermosa y destruida,
del Cristo sólo quedan los pies,
y en las columnas los huecos de los nichos,
el espacio vacío de los santos en las paredes.
Jugamos al eco,
unos pájaros se asustan
y vuelan
en círculos sobre nuestras cabezas.
Me muestras la iglesia con mucha atención,
me muestras los techos,
las figuras borrosas de los ángeles.
El viento a veces entra y la luz dibuja
otras visiones.
Como si fuera la tarde última
miramos al cielo.
Escucho la campana que no existe
llamando a la misa de la tarde.
Última estación
Me han dicho que una luz se extingue,
que otra vez el cielo vuelve del remoto sitio
en que todo es divino, en que todo se rompe.
Sé de regiones donde no has pisado,
donde los hombres cantan
y los barcos mutilados cruzan el océano.
La tristeza es vasta, el silencio profundo.
Debajo de la tierra germinan las semillas,
germinan los muertos con sus dientes juntos.
Vi el anillo de oro sucio en el inmenso ataúd.
Y tu retrato,
que no volverá a parecerme hermoso.
Duplicación del trueno
Te veo sentado al borde de la fuente
mirando el camino que la tarde duplica,
que duplica el trueno.
Mueves los dedos bajo el agua imaginaria,
el agua te calma el calor.
En la plaza hace mucho tiempo que nadie canta,
que nadie aplaude bajo la lluvia,
que nadie saluda el bellísimo sonido
del trueno duplicado.
Arcos sobre el río
Me dan miedo esos arcos de piedra que un día se derrumbarán,
arcos perfectos y misteriosos,
hechos para ser contemplados desde una barca,
en pleno río.
La profundidad del remolino hace ver las márgenes
de otra manera.
Me dan miedo los ahogados
que descansan en los cimientos del puente
esperando que mi barca pase.
Siento sus dulces palabras en mis oídos,
veo sus cuerpos traslúcidos.
Abandono esos arcos, vuelvo a la orilla.
Pero no dejo de sentir esas palabras,
no puedo dejar de ver esas manos,
agitadas en señal de despedida,
o de reclamo
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