Daniel Ulloa
Matagalpa, 1973. Poeta nicaragüense que vive en Alemania. Ha ofrecido recitales en distintas ciudades de Europa y para universidades como la Freie Universität de Berlin, la Bergische Universität de Wuppertal y los centros del Instituto Cervantes de Frankfurt y Berlín. En Colonia es miembro activo de la Tertulia Literaria la Ambulante. En Nicaragua fundó el grupo literario Tarantela y la revista que lleva el mismo nombre, ha sido publicado en la revista literaria nicaragüense el Hilo Azul, así como también en la memoria poética Poetas pequeños dioses (Leteo 2006), en la antología Cruce de Poesía Nicaragua - El Salvador (400 Elefantes 2006) y en Poesía: invocada Antología de poesía joven nicaragüense, (Hispamerica: Latin American Studies Center -University of Maryland- USA 2008). Ha publicado en los suplementos literarios de los periódicos más importantes de su país. Ulloa cuenta con los poemarios La música nos mece e Inpúribus.
El marinero
El marinero se hace a la mar
como el amante se hace al cuerpo,
de tu cuerpo que se hace mar
yo me hago su más hábil
y enamorado
marinero.
No sé Borges
No sé Borges,
no sé cuánto pesa el universo,
mi rostro es un alma sin espejos
y mi tiempo un relámpago
en la boca de la noche.
Cifro mis palabras y las pongo
como flores de papel en un jarrón,
sin temer a los harapos que cubren mi conciencia,
amando el temor de quienes promueven mi temor,
amando a quienes roen la raigambre
en los labios de una hormiga,
y advierten al último
astronauta que se vio reflejado
en las pupilas de esa constructora de imposibles.
No sé cuánto pesa el universo
ni el resumen de mis huesos
en este salto mortal y breve.
Vibra la noche
y descansaré cuando ya no pueda preguntar,
cuando el sol olvide traer sus crepúsculos
apagándose a la medida de mis nostalgias,
cuando ya no pueda ir de la mano
de aquella hormiga que me dijo:
El cielo está encerrado
en una bolsa de golosinas.
No sé Borges,
no sé cuánto pesa la mujer que juró amarme,
desconozco la verdad
que en su oleaje se desvanece,
desconozco los misterios de cada guijarro,
de cada estrella,
que ella recogió de mi mar.
Requiem para un pájaro azul
Cierto día Neruda
apareció con un gorrión entre los dientes.
Aurelia se puso como loca.
Así que intervine,
entre la humanidad
bien intencionada de mi mujer
y el instinto indomable
del felino macabro.
Se escuchaban alaridos, gruñidos y escobazos,
que al final terminé recibiendo
también yo.
—!Si sos poeta, defendé al pájaro!— dijo Aurelia,
como último recurso.
—!Andá y buscá a Garcín en otro lado
y dejá al animal en paz!— dije,
la palabra “paz”
fue un martillazo,
fin de la discusión:
La noche es la patria de los gatos,
el silencio
y la soledad
son sus mejores estrategias.
La exactitud
de su poesía
se agudiza
en el filo de sus garras
y en la frialdad de sus pupilas.
Millones de años
refinaron a este felino
en el calculado arte de cazar,
su vida y su belleza
está diametralmente en concordancia
a las muertes que,
en un acto de acrobacia letal,
ocasiona como un crimen perfecto.
El gato continuó gruñendo,
agazapado con su presa entre los colmillos,
de la cual devoró sólo la cabeza
y dejó el resto
del cuerpecito emplumado,
como una ofrenda,
para disputar
entre Aurelia y yo.
Ars poética
Había una vez
una metáfora extraordinaria,
que se deprimió mucho
al enterarse
de que no la entendía nadie.
Así que decidió visitar al psicoanalista,
quien a su vez le explicó
que su padre había abusado de ella,
cosa que la deprimió aún más.
Con mucho esfuerzo,
la insólita metáfora realizó terapias de grupo,
se alejó de los cafés,
de los círculos intelectuales de la ciudad
y consiguió, con ayuda del tiempo,
rehacer su vida;
sin embargo su padre continuó delinquiendo,
hasta que fue descubierto
por un par de críticos literarios muy influyentes
y se suicidó.
Selección de poemas de Daniel Ulloa enviada a Aurora Boreal® por Daniel Ulloa.
De su poemario, Desde el espinazo de la noche, seleccionado por el Centro Nicaragüense de Escritores.
Prestidigitador
Los poetas hacen malabares
con palabras que lanzan al aire,
algunas caen por su propio peso,
otras salen volando de par en par
y hacen nido en la imaginación
de quien las lee.
Las que caen
se atontan por el golpe en tierra,
el poeta las recoge,
se las acerca al oído,
las agita un poco,
las limpia con las yemas de los dedos
y se las guarda de nuevo
con los demás juguetes,
las que se fueron
no vuelven más
y esas que se guarda
agujerean sus bolsillos
y le hacen perder
su escaso dinero
por la calle.
Un eterno resplandor en medio
de tanta oscuridad
En la eterna existencia
de lo que nunca ha sucedido,
allí me espera
un amor gigante.
Anoto estos versos en una servilleta,
despreocupado la doblo
y la guardo entre otros papeles
en mi billetera,
no sin antes haber pagado mi taza de café.
Calabacitas tiernas
I
Mi madre,
ajena a la política social mayoritaria,
con aire de músico sombrío,
sin héroes contemporáneos,
enguirnaldada con logros inútiles,
estremecida por la agonía del porvenir,
se hunde en el lodo.
De ella
conservo una fotografía en sepia,
donde me carga en brazos
y parecemos solos,
está engrapada a un pasaporte viejo y amarillo,
que utilizamos para cruzar la frontera,
para que mi padre supiera de mí
y nos dejara
más solos que antes.
Triste cabecita en aprietos,
frágil como su madre fue incauta.
Mi madre perdió la razón
en una escuela,
enseñando a otros niños
a vivir.
No guardo ninguna expectación,
la quiero a pesar de toda su injusticia,
que es la misma hierba extendida
en la confusión tropical
de este país
sin faro
ni lámparas.
II
del siglo pasado,
en este país del que soy natural,
los jóvenes
soltaron un puñado de pájaros,
pero olvidaron
soltar con ellos
también sus sombras,
ahora resulta que hay un montón
de sombras sin pájaros,
revoloteando en los edificios públicos
y en las cúpulas de las catedrales,
hacen nidos
en las escuelas
y en los burdeles,
en los hospitales
y en los mataderos,
en la quimera capitalista
de partir la patria en
dos.
Amedrentan a los transeúntes
en la oscurana de la noche,
en los parques, avenidas, callejuelas
y en los 19 de julio de todos los años,
de estos años arduos y hostiles
que nos tocan.
El principio del fin
La lluvia
con su letanía de rostros
cae.
Una gota no se parece a otra —decía el abuelo—
solo la multitud opina lo contrario.
Mientras tomaba su guitarra
y entonaba canciones
que versaban sobre tormentas
naufragios
y
llanto.
Tus manos
Tus manos atesoran los colores
del idioma con que más deseo hablarte.
La mañana es apropiada
para encerrar entre tus manos
mis temores,
para hallarlas
como dos claras respuestas
ante el fragor inoportuno de la gente,
para no separarme de este incendio
que corre entre mis manos,
con la infancia de encontrar las tuyas
de nuevo en cada flor.
.
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