viernes, 5 de diciembre de 2014

IRINA HENRÍQUEZ VERGARA [14.186] Poeta de Colombia


Irina Henríquez Vergara

Irina Henríquez, San Juan Nepomuceno (Bolívar, Colombia), 1988. Estudiante de español y literatura de la Universidad Córdoba, Minería. 
Autora del libro de poemas "A riesgo de caer" (Ed. Corazón de Mango, Col. 2012). Coordinadora del Taller Literario Manuel Zapata Olivella la Universidad de Córdoba-Montería (miembro de la Red Escritura Creativa- RELATA). Sus poemas han sido publicados en periódicos, revistas y antologías colombianas como El Meridiano Cultural, Labra Palabra, La Casa de Asterión, Puesto de Combate, Cincuenta poetas colombianos y una antología (Ed. Caza de Libros,2011), Silencio en el Jardín de la Poesía (UIS, 2012), La Palabra Contra la Violencia (Ed. Corazón de Mango, 2012). Co-organizadora del Encuentro Internacional de Mujeres Poetas de Cereté que este año llega a su XX versión. Productora del cortometraje "Tierra Escarlata" (Realización de Cortometrajes FDC 2011; Nominado Grand Prix Clermont Ferrand, Francia 2012, Panorama Court-métrage Toulusse, Francia 2012) y de los proyectos en desarrollo Genaro y Gaia.



Trece poemas
a riesgo de caer

Irina Henríquez


“El destino, como se dice, nos retiene prisioneros en el 
círculo de lo imposible,
Giramos en derredor del pozo, en cuyo fondo permanece encerrada,
enigma sombrío e insoluble, nuestra cara.”

Yannis Ritsos, “Ismenia”.


Sólo un destino poseo

—y la certeza

de que resbala de mis manos
y será absurdo reclamarlo—.

Sólo una contracción espiritual
ante este espejo que nada dice.
—Como la certidumbre
de que la araña existe 
a pesar  de su belleza inútil—.

Estas manos de líneas precursoras,
estos ojos temerosos de la noche
y unas cuantas vidas aplazadas 
tan sólo poseo.


                                                                  A Lucía Estrada.


VÉRTIGO DE LA TARDE

I

¿Y esa esfera de fuego, cómo es que nos reduce a su eterno llegar y esconderse?
 Esta condición de observadores de un todo 
que no permite ascender a su fuego milenario, 
concibe en mí la virtud del ave del río, del deseo de todos los vuelos de mi carne.


II

Me extingo. Me vuelvo a encender. Es el conjuro del viento en las alargadas ramas de la tarde. 
Un murciélago adorna la nostalgia del trópico poco después de haber doblado las campanas. 
Pero no es suficiente. No me pierdo en la música, en las voces, en los ríos de palabras. No me olvido de la noche…
que ya llega.


III

Ahora cierro los ojos, dispongo mi cuerpo y me torno en fruto que espera.



LA HORA DE LAS CAMPANAS

La tarde se fuga entre los pinos
y la vanagloria de quienes 
gimen de rodillas en el templo
para glorificar al sol que se coagula en noche.

Es la hora de los purgatorios.

Por un instante arrojo 
esta máscara vulnerada
y los cuchillos de la oscuridad
difuminan mis párpados
y mi cuerpo adquiere la virtud 
de los creados en la noche antigua.

Es la sal de todos los mares 
ardiendo en mi garganta.

Aguardo cada día esta hora
para venerar la eterna mirada de la luna
sobre un río de ojos vivos y muertas almas,
para celebrar este rito
hasta en la sombra de mis huesos.



LA NEGACION DE LA LOCURA

Cae sin tregua la lluvia.
Una lluvia áspera de invierno del Trópico.
Burbujas en apariencia inútiles se mojan en la intemperie.
Dentro de una estoy yo, 
seca de agua empapada de miedo.

Alrededor de esta burbuja, 
los sueños del pasado reanudan la noticia 
de mi lucidez temprana:
ratas del bosque
puerco espinos de agua
aves monstruosas regresan a roer la piedra del destino
que he escogido para esta vida.

Entonces de regreso a mis visiones
me doy cuenta de que este bosque
por el cual he transitado tiene orejas y ojos 
que lanzan miradas de hambre sobre mí,
y a través de la burbuja
un sapo me es arrojado al pecho desnudo
para que el grito condensado de todas las noches anteriores
me despierte
seca de lluvia
ahogada en un poema.



A RIESGO DE CAER

“Yo estoy vigilante para hablar de lo que veo
a  través de la ventana”
Orietta Lozano.

Se han agolpado todas las aves
en el verde manto de la tierra que atisbo por la ventana.

He confundido a peces voladores y golondrinas,
y desde que las aguas visten el color del pasto
me es imposible diferenciar tierra y lago
si sobre ambos piedras y nenúfares arden como la flor del día.

Comprobarán mis pies que la tierra es tierra
y que el agua es agua,
porque de ambas ascienden árboles inmensos sin procurarme sombra.
O seré ave a riesgo de caer.
O seré mujer a riesgo de volar
de flotar
de caminar sobre las aguas 
o morir ahogada.

Entonces arderá en mí lo vegetal y desestabilizará el color de la materia.
Porque preciso locamente
palpar la savia de los bosques y los campos
olvidar la ventana y hundirme para siempre
bajo el verde manto de estas aguas.


Confines del vórtice de la noche

Escucha el rumor de la tarde que se aproxima con todo su vértigo hacia tu sombra. 
El silencioso andar de las hormigas a tus pies. El gorjeo de las aves que se encuentran justo donde el árbol deja de serlo.

Confina tu tristeza en el temblor de esta habitación, luego, da la espalda 
y sé la que observa y nombra al mundo. Pisa con tu mirada las hojas caídas 
al pie del mango, marcha hacia las rocas ajuntadas por el tiempo y descalza, 
húndete en el dolor de sentirlas bajo tus pies.
Ten presente que la luz del poniente es vaga y que la brisa no recuerda los cuerpos 
que ha rozado. Que la noche es tu hora de volver al temblor de las paredes, 
de abrir la página y reanudar la tela con que te cubrirás hasta que el gallo vuelva a ahuyentar a los demonios nocturnos con su canto. 



Abstracto con peces a blanco y negro

Un río con peces habituados a estar muertos
ha sido estampado en un lienzo 
en el pasillo de mis miedos.

Acostumbro recorrerlo sin levantar los ojos
siempre de prisa,
sin rozar las estrechas paredes
avanzo hasta una puerta
y giro la perilla con el misterio de los niños a la hora del juego.

Al abrir,
sólo hallo mi asombro al saberme diestra
en el arriesgado oficio de tentarme las entrañas.
¿Y si me río de los peces muertos?
Quizá conjure algunas trampas.
Tal vez me acostumbre a los gajes de mi oficio.



Poemas 
de un libro en preparación


Este bosque tiene orejas, 
este campo tiene ojos.

Avanza
y a veces retrocede
en esta marcha dispuesta desde siempre
por caminos de fábula 
                        ensueño
                        y horror.

Y el bosque tiene trampas:
piedras preciosas colgadas de telarañas.
Hermosas imágenes para embaucar al entendimiento.

Este bosque además tiene orejas
que escuchan su pensar.
Así que frecuenta palabras mínimas
mientras se arrastra por el sendero de robles.

Y avanza.

Este campo tiene ojos
que observan cada uno de sus pasos:
finge no sentir el peso de las pupilas
mientras camina sobre las hojas muertas.

Y a veces retrocede.

En esta marcha dispuesta desde siempre
sin más brújula que una intuición 
diluida en su sangre.



No me ha sido dado comprender
el vuelo con que atraviesa el tiempo
el cielo de mis días.
Menos aún cuando, vertiginoso,
tuerce caminos para girar inesperado
hacia el estupor.

Aún así, insisto en avanzar a donde no sé,
entre piedras,
ya cautelosa,
ya temeraria:
pedazo de criatura relativamente repetida
desde antiguo en sí misma
creyendo ir a parte alguna.

No.
Aún el tiempo no se decide a revelarme
el porqué del vuelo.
Sólo su ojo de cuervo logro atisbar desde mi cerradura.



La preponderancia de lo pequeño

I

Eso que escucho no es un pájaro
que canta en esta tarde
sino el recuerdo de otro que cantó 
aquella mañana en que desperté
tan escindida como un árbol
al que el rayo dividió.

Y aún aquél canto fue el recuerdo
de otro que creí escuchar
una tarde como ésta bajo un árbol
que le sirvió de sombra 
a una tumba olvidada.

El tiempo es ese pájaro encerrado
que no cesa de cantar.


II

El pájaro hiende velozmente
el aire denso de este día.
Y conduce mi visión por pasajes en donde es lícito callar
para que el viento y las copas ebrias de los árboles
hablen.

¿De qué hablarán?
No sabría descifrarlo.

Musitan suavemente una canción antigua
camuflada de rama en rama
como los pequeños animales.

Al llegar a la más alta
un lejano trueno ensordece la canción
y precipita al vacío su silenciosa muerte
justo antes de que el pájaro hienda de nuevo 
la ebria densidad del mundo.


Héctor Rojas Herazo

Ahora soy quien convoca a las formas
a que me muestren los orígenes
del azul misterioso de cielo y mar.

Anduvo mi antepasado
por desiertos de arena y nieve
colmado de incertidumbre
por la lumbre vegetal
que le pudrió las sienes.

Hasta la muerte misma interrogó luz y sombra
abrumado por el polvo de las alas
que pesaron en su espalda.

Ahora
la misma lumbre vegetal ciega mis párpados,
ahora soy quien convoca a las formas
a que me muestren los orígenes.




A ponto de cair

“Yo estoy vigilante para hablar de lo que veo
a  través de la ventana”
Orietta Lozano.

Todas as aves se juntaram 
no verde manto da terra que vejo pela janela 

Tenho confundido peixes voadores com andorinhas 
e quando as águas avistam as cores do pasto 
não posso distinguir a terra do lago 
se em todo canto pedras e lírios ardem como a flor do dia. 

Meus pés saberão que a terra é terra 
e que a água é água,
porque aí crescem árvores imensas sem que eu seja sombra.
Ou serei ave a ponto de cair. 
Ou serei mulher a ponto de voar 
de bailar
de caminhar sobre as águas 
ou morrer afogada.

Então a natureza irá arder em mim e a cor da matéria será turva.
Porque preciso loucamente
tocar a seiva dos bosques e os campos  
esquecer a cena da janela e mergulhar para sempre 
no verde manto destas águas. 

(De “A riesgo de Caer”, Ed. Corazón de Mango, 2012).




Encontro 

Minha maneira de esperar que algo aconteça é obsessiva. Espero sempre que se lance sobre mim a fera que se esconde por detrás dos acontecimentos do dia. Mas não espero mais que poucos segundos: desejo que me encontrem enquanto busco ou enquanto celebro qualquer achado.   
A melhor forma de encontrar é ficar imóvel enquanto tudo gira ou as sirenes tocam: o mundo então é todas as coisas que antes ou depois se camuflam embaixo da aparência do cotidiano. Desejo o turbilhão de imagens que ficam atrás de cada movimento nas ondas leves do ar. Desejo ser aquilo que tu olhas sem saber, todas as coisas que em nome do destino foram dedicadas ao vazio do abandono. Porque não te deste conta, porque o gavião é dono de sua queixa, mas desconhece o que me tem passado, porque está no mundo e é meu encontro.   

(De “A riesgo de Caer”, Ed. Corazón de Mango, 2012).





O domínio do ínfimo

I

Isso que escuto não é um pássaro 
que canta nesta tarde.
E sim a lembrança de um outro que cantou 
naquela manhã em que acordei 
tão acesa quanto a árvore 
tocada pelo raio de sol. 

E aquele canto foi ainda a lembrança 
que imaginei escutar 
numa tarde como esta embaixo de uma árvore
que serviu de sombra 
a uma tumba esquecida. 

O tempo é esse pássaro prisioneiro 
que não para de cantar.   


II

O pássaro rompe velozmente 
o ar pesado deste dia.
E conduz minha visão por caminhos em que é lícito calar 
para que o vento e as folhas ébrias das árvores
falem.  

O que falam?
Eu não sabia decifrar.

Sussurram suavemente uma canção antiga 
camuflada de galho em galho 
como pequenos animais. 

Ao chegar nas alturas 
um trovão distante ensurdece a canção 
e lança ao vazio sua silenciosa morte
antes que o pássaro rompa novamente 
a ébria densidade do mundo. 

(De “A riesgo de Caer”, Ed. Corazón de Mango, 2012).



Lua em junho

A lua cairá sobre nossas cabeças.
Posso ver pela linha côncava
que nasce no sol.
Agora se alinha verticalmente a duas estrelas 
agora pressinto sua queda no rio
nessa serpente cobre tão antiga quanto junho    
quando o céu remove o sal 
que alimenta nosso fogo. 

Agora 
todos os astros 
se olham no espelho do rio:
fui hipnotizada pelas luas gêmeas 
e pela visão de meu amante 
que caminha 
na semente cobre de meus sonhos. 

(De “El Cuaderno Azul”, inédito)



A noite voltou a cair sobre mim.
Esta vez com chuva 
e silvestre agonia de grilos e vaga-lumes
que removem meu silêncio. 

Além dessa janela 
é a noite quem me observa 
e faz de mim uma substancia trêmula 
diante de seu mistério. 

(De “El Cuaderno Azul”, inédito)



Tenho somente um destino

-e a certeza 
de que escorrega de minhas mãos 
e será absurdo reclamá-lo-

Somente uma convulsão espiritual 
diante do espelho que nada diz.
-Como a certeza 
de que a aranha existe 
apesar de sua beleza inútil-. 

Essas mãos de linhas inaugurais,
estes olhos temerosos da noite
e algumas vidas espaças 
somente isso possuo.




A Lucía Estrada
                                                                                                        
Agora surge do dia 
a metade de sua vida planetária.
Hora meridiana para deixar repousar a dor no alto de uma árvore.
A linha vital do dia surge quando o monte distante da noite
abandona meus olhos a este corpo que não me pertence.
A quem pertenceria, então? 

Todos os deuses caíram nas profundezas de meu jardim,
lágrimas caem sobre a folha, o talo se estremece e embaixo de sua sombra
sobre a terra, a flor caída. 
Não pises. Esse é meu corpo.  




A negação da loucura

A chuva cai sem parar. 
Uma chuva tensa do inverno do Trópico.
Bolhas aparentemente inúteis se molham no temporal.
Dentro de uma delas estou eu 
sedenta de água e ensopada de medo. 

Perto desta bolha,
os sonhos do passado anunciam a notícia 
de minha lucidez primaveril:
ratazanas do bosque 
porco-espinho de água 
aves monstruosas voltam a roer a pedra do destino 
que escolhi para esta vida.

Então de volta às minhas visões 
me dou conta de que este bosque 
por onde caminhei possui orelhas e olhos
que disparam miradas de fome sobre mim
e através da bolha
um sapo é plasmado ao meu peito nu
para que o grito contido de todas as noites antigas 
me desperte 
seca de chuva 
afogada em um poema. 




“Agua, agua por todas partes, 
/y no hay una sola gota para beber.”
Samuel Taylor Coleridge

Não é para beber.
O rio derrama seu leito apenas para que nos afoguemos.
Para ver morrer a tarde inundada de pássaros feridos que são levados pelas águas. 

Mas tenho que morrer de sede,
não mergulhada nas águas.
Mas tenho que morrer afogada,
e não com a garganta seca.

Partirei para reverenciar outros rios,
os rios de palavras, de silêncios.
Partirei no final da tarde com o coração nas mãos 
porque minhas costas não toleram mais a face do julgamento,
porque meus olhos voam distante deste corpo 
à procura das ondas verdes dos dias
e das ondas negras de outros olhos.  

Não é para beber.
O rio derrama seu leito apenas para que nos afoguemos.
                                   Esperarei que transborde minhas fronteiras 
                                   Me invada. 
                                   Me consuma. 


Tradução do espanhol; Edson Oliveira, revisão de: Veronica Aranda e Clarissa Macedo.






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