Ana Velarde
(Distrito Federal, MÉXICO, 1991)
Poeta mexicana nacida en octubre de 1991. Ferviente admiradora de Octavio Paz y San Juan de la Cruz. Participó en el taller de poesía impartido por Javier Sicilia en el Centro Morelense de las Artes y actualmente estudia la licenciatura en Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Algunos de sus poemas aparecen en la antología Breve memoria de un instante publicada por Moria y Ediciones Simiente.
En 2013 fue elegida para participar en el Curso de Creación Literaria para Jóvenes en la ciudad de Xalapa, organizado por la Fundación para las Letras Mexicanas y la Universidad Veracruzana. Ha publicado el libro La luz cuando amanece (Ediciones Simiente, 2012).
De "La luz cuando amanece"
Lluviosa omnipotencia,
deshójate en mi vientre
porque habrá de albergar,
el día de la gloria,
su ardorosa semilla,
porque habré de ser nido,
jacaranda,
deshójate en mi pubis,
porque habré de ser suya hasta el fin de los tiempos.
Que se abran todos los frutos de la tierra
ante tu desnudez
y derramen su pulpa y su semilla.
Que se quiebre la noche con tu grito.
Que florezcas en mí —violeta incandescente— todas las primaveras.
Que sangren las heridas,
que duelan para sabernos imperfectos.
Que vuelvas —que siempre vuelvas--
que no termines nunca de incendiarme.
Tengo que desnudarme porque tú resplandeces
Tomás Segovia
Tengo que desprenderme de mi nombre
y ofrendarte el ardor que anega mi alma
porque tú eres el pan,
la miel,
la salvación del mundo,
y a tu paso la tierra se hace fértil;
tengo que abrirme
para incendiar la noche de victorias,
tengo que descender a mis orígenes
—a los primeros días del mundo--
para saciar tu resplandor,
porque tienes costumbre de milagro
y solamente soy
porque tú me has nombrado.
http://enemorelos.weebly.com/ana-velarde.html
Bajo esta jacaranda y para siempre
he de llamarte mío,
he de saberte eterno,
cavidad subterránea,
nido donde mi amor vibra como las aves.
Inminencia de luz,
bajo esta jacaranda
pronunciaré tu nombre
y será su sonido
el que hable de nosotros.
Tú, que cobijas mi deseo y lo apaciguas,
permíteme habitar en tu follaje
como habitan los pájaros
y ser siempre violeta
debajo de tu sombra.
Si yo no fuera carne
—si hubiera sido un árbol—
te besaría los ojos con mi florecimiento
y en tus pestañas infinitas
encontraría el consuelo
de no poder moverme
—de habitar el abismo
entre el suelo y la luz—.
Pero no soy un árbol
y tú no eres consuelo
—consuelo son la lluvia y la nostalgia
y no las necesito—,
eres causa,
semilla,
nacimiento.
Qué triste ser consuelo, dolería:
yo soy carne,
y tus pestañas la certeza
de que existe la luz.
Esta vez,
el 21 de marzo,
será la primavera un nuevo nacimiento
que llegue con tus ojos —florecidos de augurios—
y nazca por tu cuerpo;
esta vez en la tierra
quedarán los vestigios de los frutos
que cosecho en tu blanca desnudez
—bajo las jacarandas erguidas de deseo—
todos los días,
cada vez que me llamas por mi nombre.
Mis senos,
desnudas caracolas
donde tu boca sacia su deseo,
surgieron de la tierra
que algún día fecundaste
al ritmo de un poema.
Siempre te desvaneces
—albo amor— de mis ojos después de poseerme
siempre te haces etéreo
al borde de mis labios
siempre te vuelves sombra
siempre —amor milagroso— te diluyes
en el húmedo aroma de mi sexo
y me quedo de sola como ausencia
porque siempre —amor mío—
siempre te desvaneces.
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