Yván Silén. Nació en Santurce, Puerto Rico, en 1944. Poeta, narrador, ensayista y filósofo. Residió en Nueva York desde 1970 hasta el 2008. En estos momentos reside en Puerto Rico. Allí dirigió brevemente las revistas Lugar sin límites y Caronte. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Después del suicidio (1970), El pájaro loco (1971), Los poemas de Filí-Melé (1976, 1987), El miedo del Pantócrata (1980), La poesía como libertá (1992; Premio del Pen Club de Puerto Rico) y Casandra & Yocasta (2001). Además de poeta es novelista (La biografía, 1984; La casa de Ulimar, 1987; Las muñecas de la calle del Cristo, 1989), cuentista (Los narcisos negros, 1997; Los gatos azules—Les Chats bleus, 2004;) y ensayista (El llanto de las ninfómanas, 1981; La democratización de la democracia, 1987; La rebelión, 1995; Los ciudadanos de la Morgue, 1997). Produjo dos importantes antologías: Los poetas puertorriqueños/The Puerto Rican Poets (1972, junto a Alfredo Matilla Rivas) y Los paraguas amarillos: los poetas latinos en Nueva York (1983). Ha publicado recientemente la novella La muerte de mamá (2004). En estos momentos se encuentra laborando en un libro de poesía neomística titulado Tu té de mirra; en un texto filosófico: Nietzsche o la muerte del nihilismo; en un nuevo libro de cuentos (MESHUGGA). Este año (2009) publicará los siguientes textos: Francisco Matos Paoli o la angustia de Dios (Editorial de la Universidad de Puerto Rico); "Catulo o la infamia de Roma", poesía (editorial Terranova); y "La novela de Jesús" (Editorial Tiempo Nuevo).
Partí el agua como cartón, como
sombra del miedo de estar muerto. Partí
la lluvia como cortina de baño
que devela la mujer desnuda:
cuerpo de la muerte en el espejo
de morir: lluvia seca tu sexo
de rosa; agua negra tu sexo de lata
que partió mi sed, mi labio...
(Partió el bálano de luna la sangre:
lagartijo de losa degollado
-risa de niños de cartón-). Partió
la sangre, sola, como sombra
de miedo de la mujer desnuda: los niños
de cartón en los espejos de la muerte.
Los ciegos
Que no veo la luz,
ni oigo el eco,
ni la sombra soy.
Que soy la luz que no veo,
y el eco que no oigo soy,
y no veo la sombra,
porque no he venido a ser
eco de su ser
sino a ser del eco la palabra.
He venido
que muerto y vida,
y bien y mal,
cruzo,
lejos de mí, corpeando
del doa a la nochi
al borde del sueño en un espejo
de la imagen que sale al
vacío.
No he venido a ver la nada que veo.
A ver, ciego, mi ausencia,
y a mi cuerpo que canta
la canción callada,
la palabra silencio
del que pasa: Que cómo me llamo.
Que quién seré si doa,
que cuándo fui si nochi.
Oh, qué amanece el sexo
de la rosa, copa de agua,
semen de agua,
y eco sordo si luzoigo.
Si sombramor
del sereco y de la luz.
No ha venido la luz a verme,
ni el eco a oírme ha venido,
sino la nada que soy
a bien y a mal,
al borde del espejo,
ha venido vacía,
en la palabra repleta del sereco,
de ser mal, de seroscuro.<> Que no oigo la luz,
ni el eco oigo,
sino la sombra que soy.
*
Soy vidente y tengo rabia.
En el cementerio fusilan a los muertos:
lactean sus heridas como si en la bala
el canto de una madre repercutiera:
humo blanco: llanto gris y muerte lila,
han fusilado otra vez mi trapo
nuevo. Han fusilado el ataúd
y la corona de rosas marchitas,
donde hay espinas florecidas y domingos
florecidos. Soy vidente y tengo
rabia, porque detrás del mismo paso
del brazo de mi madre
a lo fatal del beso.
¡Soy vidente y tengo rabia:
en el cementerio fusilaron a las madres!
No te he visto
No te he visto, ni te he oído, ni te he olido.
Sólo te ando con mi sombra rota. Sólo
te gusto con mi olfato como si tu
sombra prosiguiera derramada y
tu sangre, como una rosa de pie, iluminara
el espejo donde escribo anterior al sueño,
posterior, derramado yo, alquilado
para tu Espíritu Santo que ríe y juega,
y se alborota. No te he visto, ni te he besado
en la boca, ni me he salido de mí, ni he
levitado en mi bastón como si fuera tu payaso.
Hoy extiendo mi sombrero a ver si pasas.
Hoy enrolo mi tabaco en una esquina. Hoy no
te he visto, ni te he olido, ni te he besado en la boca.
De: Tu té de mirra.
LA POESIA
A los filósofos...
La poesía no representa. La
poesía ha borrado los espejos.
Es un crimen bello como
un beso (rosa qu'espele su semen,
su sangre, su alegría). La poesía
es el infierno (del corazón enamorado).
La poesía es Dios y el mundo; el ser
y la nada. Es esta bondad que saquea
los cuerpos. Estoy fatigado y gozoso.
Estoy antiguo y moderno. Estoy asombrado
y rebelde. La poesía ha ungido mi cuerpo.
Ella es una mujer desnuda que se baña
en los arroyos, en las cunetas, en los
charcos. La poesía no miente. Sólo
****
dice lo posible de tu boca azul
y de tu orgasmo. Sólo dice mi fuga
mi burla, mi cariño. La poesía
reintegra una verdad qu'escandaliza
al pensamiento. Somos tú y yo copulando
encima del abismo. La poesía
es la nueva razón, porque lo irracional
no existe. Sólo con tu pico de Dios
ebrio (¡salve, poeta!, en el infierno
--Homero, o Dante, o Propersio te saludan--):
Tu vulva es la puerta del Hades. Manzana
de cristal tu virgo al paraíso... ¡Oh, herejía
de Dios entre tu carne! Somos, tú y yo,
copulando al borde de tus besos!
****
La poesía no es nada. Es indefinible,
astuta, camaleónica. La poesía
no es la muerte terrible de tus labios.
(Un ángel s'está mirando en los charcos de Diana.)
¡Oh, tus apariencias de mujer desnuda;
tu ser erótico de mujer vestida!
La muerte no desea la poesía.
Los retóricos no aman el estro.
El mundo está colmado de poesía.
La razón está repleta de asesinos,
y los que claman están repletos de consuelo.
Canta, ser, tu mariposa de alma negras;
canta, no ser, tu mariposa de ánima blanca.
Canta, tú mujer, sobre la espada de mi falo.
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