Manuel Gahete Jurado
Manuel Gahete Jurado (Fuente Obejuna, 5 de julio de 1957) es un escritor español, catedrático de Lengua y Literatura.
Doctorado en Filosofía y Letras, es socio fundador del Ateneo de Córdoba y miembro de su Junta Directiva entre los años 1993-1997. Conferenciante, traductor, articulista y crítico, colabora en prensa y revistas especializadas. Su obra poética ha sido traducida al francés, inglés, italiano, rumano y al árabe. Recibió la Fiambrera de Plata del Ateneo en 1990. Miembro numerario y director del Instituto de Estudios Gongorinos de la Real Academia de Córdoba. Cronista oficial de Fuente Obejuna. Vocal de intercambio científico de la Ilustre Sociedad Andaluza de Estudios Histórico-jurídicos y académico correspondiente de la Real Academia Vélez de Guevara de Écija.
Publicaciones
Poesía
Nacimiento al amor (Premio Ricardo Molina 1986).
Sortilegio (1987).
Los días de la lluvia (1987).
Capítulo de fuego (Premio Miguel Hernández, 1989).
Alba de lava (Premio Barro, 1990).
Íntimo cuerpo (Premio Villa de Martorell, 1990).
Ángel pagano (1990).
Regreso a Mellaria (1991).
Glosa contemporánea a Góngora (1992).
Carne e cenere (Ed. bilingüe. Italia, 1992).
Don de lenguas (1995).
El cristal en la llama - Antología Abierta 1980-1995 (1995).
Andenes (1997).
Casida de Trassierra (1999).
La región encendida (Premio San Juan de la Cruz, 2000).
Elegía plural (2001).
Poesía en la Bodega (1) (Córdoba, Arca del Ateneo, 2000). ISBN 84-88175-27-2
Mapa físico (Premio Ángaro 2002).
El legado de arcilla (XIV Premio de Poesía Mariano Roldán 2004).
Mitos urbanos (Premio Ateneo de Sevilla, 2007).
El fuego en la ceniza (Premio Fernando de Herrera, 2013).
Ensayo
Poesía medieval. Antología (1991).
La cofradía de la Santa Caridad. Tradición y actualidad (1997).
La oscuridad luminosa: Góngora, Lorca, Aleixandre (1998).
Dossier de poesía joven cordobesa: Siete poetas neutrales (1998).
Después de Paraíso (1999).
Alonso Muñoz, el Santo (1999).
Cuatro poetas: Recordando a Dámaso (2000).
Textos con pretexto (Córdoba, Arca del Ateneo (2001).
Fuente que mana y corre (2002).
Andalucía pueblo a pueblo: Córdoba (2006). En colaboración con Antonio Gala.
La acción y la palabra (2006). Biografía de Miguel Castillejo Gorráiz.
Rostros de mujer ante el espejo: Poética de la trasgresión (2007).
Madrid del Cacho: Más allá del Derecho (2009).
Literatura infantil y juvenil
Cristal de mariposas (Premio Nacional de Teatro Corto Barahona de Soto, 1985).
Ángeles de colores (León, Everest, 2002). Con ilustraciones de Ana Ortiz Trenado.
-Nacimiento al amor
Terrible azar
No sé soñar, no sé.
¿Cómo me siento, pequeño y apocado,
sin una luz que atarme a la memoria,
sin unos ojos firmes que desguacen mi llanto?
Lo reconozco, sí, sufro de besos
que nunca han entendido mi tristeza,
que, aleteando pájaros de olvido,
desgarran el enojo de mis mil y una muertes.
No sé vivir, no sé
y las cenizas con vocación de ser a lo infinito,
como dedos de arena me arrebujan.
Gritar grité y en ese ronco aullido
desempolvé un cadáver trasegado en mi pecho.
Pueril manzana rota entre los labios,
extremado coraje saeculorum
tendido siempre al sol desconocido.
No sé, no sé
que visto frente a frente
mi espejo me escupía como una sombra
de verme tan desnudo y no morirme.
Polen negro
¡Qué sencilla es la muerte de las cosas humildes!
Un glauco fuego oscila de los húmidos seres
al desdén de los dioses.
Vals de escotes marcados y perlas como dientes,
van y vaivén, vals vacuo, volcán de vanistorio,
despavorida risa, belfo loco, murmullo,
trepidante susurro como lengua de galgo,
un niño como urgencia, homo homini lobo.
Atrás el siglo XX, como harapo de tarde,
una tendida tarde con la piel desgajada,
ardida como espacio.
Desde mí desde dentro, en vísperas del odio,
alferraz de la noche que tiende fauces largas,
acentos acabados de trirremes antiguas,
de carolingias naves por abatir las frondas de tu nombre.
Ya no hay hombres voraces o atroces como águilas
porque todo se hace de puntillas, sin golpes,
ya no queda una lágrima, ni una feble caricia,
ni un alción como arcángel
que aúne mansamente la leche de los besos.
No es inútil tal vez la pesadilla
o el insomnio auñado a las raíces
cuya terne abscisión tamaño entiendo.
Hoy llueve un manantial. Orvalla el hombre
acangallado. Voy a la semilla,
a esta tierra arrastrada a la columbre,
a la angustia letal de los andenes,
a los trenes gargantas de sal y de cadáveres.
Sigue siendo sencilla, tan sencilla la muerte
que nos parece estéril, costumbre, rutinario
un grito o un suspiro, un gesto por su nombre.
Diálogos
Yo creé mi poema completamente roto,
deslavazado en sangre peregrina.
Yo creé mi poema,
el poema de novia de una nieve movida,
de una primeva madre,
de un roce de dos bocas,
de un estallido hueco al pecho o al soldado.
Yo creé mi poema
y otros hombres atrépticos y hembras amuladas
devoraron sus lletas y sus peces y pájaros.
Porque sentí el amor atrafagante
y con él cada álamo del río
y cada joven ala y cada niña
y cada luna álfica... Perdona.
Yo quisiera, quisiera... (Ven, descansa)
cuando los grillos quemen la impaciencia
de mis cabellos negros
o mi cara
de flor de pergamino
que la línea del pubis se componga
porque nunca parezca que el hombre se repita.
Nadie es
Y yo habré muerto entonces y será primavera.
Ricardo Molina
Tú lo sabes, Manuel, sabes el nombre
de tu tierra nesgada en el olvido
como cadarzo roto hasta los dientes,
atarazana estéril del olivo.
Será el año más largo de la noche,
la garra como pica de enemigo
acezará la tarde como buida
beso traidor o aromo escarnecido.
El barro como perro escupe plata
sobre un deseo de carne reprimido
y hasta el aliento cruje por el ansia
de la sangrante lengua de un cuchillo.
Tú lo sabes, Manuel, tal vez ya muerto
escarbarás el musgo lentecido
y te florecerán rosas del vientre
porque habrás muerto nata como un niño;
y es que tú eres tan tierra como el polvo
y tan sueño de lluvia como el vino.
Cuando hayas muerto, entonces, sólo entonces
y sea primavera en el camino.
Manuel
Aquí y frente a mí a barlovento,
en un labio metal de sol ardiente,
airón sobre el bajel, luz inconsciente,
ardes como papel, máncer del viento.
Y arde como papel el sentimiento,
la razón como iceberg, carne algente,
la idea como azar, cangro doliente,
y el corazón sin sangre en un momento.
Aquí y frente a mí, en esta tierra,
un agujero negro de la sierra,
donde nací, Manuel mi nombre ha sido.
Dura accesión de cardos y beleños,
mezcla fetal de espinas y de leños,
pólvora y fuego el sueño que he vivido.
-Los días de la lluvia
Icaria
Huir al sol del sordo laberinto,
al eólico sueño de las aves,
como cíngaro o yerba,
como polen de anémona o galanto.
Huir al mar, al piélago de sombras,
desde la oscura cárcel abismada
con las alas de cera
por la orilla
del deslumbrado amor de los sauzales.
Huir y arder en brasas esta carne,
esta piel de amaranto
que respira
un fuego fatuo rojo y fluorescente.
Siempre es el mismo ardor,
la misma historia
repetida en pirámides cristales,
el mismo hervor,
la misma pesadilla,
creerse dios, celícola estepario,
y ser pigargo yerto sobre Icaria.
[Déjame ya vivir]
Déjame ya vivir,
déjame
-¡oye!-
estallar núcleo azul sobre el poniente,
ser moneda de nadie en luz y sombra.
Déjame ya olvidar el lábil labio,
tu estructura de almíbar elodada,
tus deltas de esturión.
Nunca has querido.
Nunca has querido darme el aguadulce
o la muerte tal vez.
Nunca has querido.
Vine a beber y vine confiado.
(Yo pretendía tomar la vida en serio).
Pobre Kafka sin voz, padre de alondras,
náufrago en el cianuro recibido.
Vine por ti
¡qué ecos de escritura!,
qué pies de huellas nunca perseguidas!,
qué epílogo de amor!
Vine a tu cuerpo,
a tu taimado corazón de gárgola,
a los huecos que amaba
tal vez
mi carne antigua.
¡Qué negra está la luz!
¡Qué ojos acechan!
Qué sínodo de pájaros en llamas
crepita en la catarsis de los árboles!
Qué diente de animal esta buscando
los pulsos de mi voz!
Ya no es posible.
Ya no serás maravillosa nunca.
Ya no seré feliz.
Ya no deshojes
los pétalos de anís de las magnolias.
Ya no.
De tantas ansias coheredero
no ha de soñar el gesto con tu alquimia
ni con el beso rojo de azafranes.
Me moriré en el mar.
¡No lo sabías!
Juré entregarme ayer
si no me amabas
al agua agraz del dios Mediterráneo.
Credo
Quiero decir
es frío este mar tan ausente
y díscolo y nocente el sol del horizonte.
Quiero decir
tus labios, la última palabra,
las quedas golondrinas de un invierno de muerte.
Quiero decir
yo sufro, suscribo mi tristeza,
este aguijón de sangre, fulgor del tiempo amado.
Quiero decir
yo tiemblo y llevo un hombre en vilo
y he de gritar más alto aunque así cunda el miedo.
Quiero decir
la daga que atraviesa mi vida,
esta espita de gases que estraga en mis pulmones.
Quiero decir
me templas reclinada en mi espalda,
asiendo así los goznes de un espíritu torvo.
Quiero decir
Ignoro y callo, hasta me olvido
del rencor y del agua amarga de mis versos.
Quiero decir
ahora tu nombre, pronunciarlo
como vocal espuma, como lava o ventalle.
Quiero decir
existe la mística del barro,
el óxido en el oro, esas horas falaces.
Quiero decir
anuncio corazones de plata
y agoreras palomas de la muerte transidas.
Quiero decir
reviente el mar de cobre y surja
del cieno de los peces una boca que clame.
Quiero decir
yo amo las márgenes y el plomo,
aunque sé que es mentira, por parecerme al hombre.
Quiero decir
tú tienes en tus manos mi cuerpo
y bebes de mi sangre aunque nadie te exculpe.
Quiero decir
no entiendo el vino desangrado
ni la carne convulsa ni el cuchillo en la sombra.
Quiero decir
yo amo, se me quiebran las alas.
Yo amo y os lo digo y que Dios me perdone.
El sueño de Ícaro
Yo vine al mar, al sur, a la intemperie,
a los aires alciónicos y al vino.
Yo vine, carro o astro de mil leguas,
con este roto amor como equipaje.
Yo vine hasta el lugar del sortilegio
desde un fuliginoso mar de alambres
con los labios salobres
y las alas
en rudos desgarrones de coral y vinieblas.
Yo vine al mar, al sur, a la intemperie
-la simpasión de asfalto y nicotina-
eternamente solo,
eterno y solo anclado en el camino.
Yo sólo un cuerpo soy, ésta es mi carne,
haced de mí alimento de los pájaros.
Mayo
Sí,
todavía es mayo
y es cimbel
y es promesa subtáctil
y es mandrágora
y sigue amenazando el cristal de los pájaros del río
con romperse,
con preñarse las semillas del trigo,
porque es mayo
y mahieres
con ojos incendiados en el temblor de las arenas.
Todavía y siempre juega Amor a ser niño
revoltoso del aire,
diablillo en las cavernas del clamor o el silencio.
Todavía es mayo
y existe nuestro amor como oportunidad de no morirse.
Todavía y siempre
y siempre, siempre, siempre...
[Y puestos a volver]
Y puestos a volver
¡qué nos importa!,
qué nos importa el alacrán del miedo,
qué el arpegio en las alas del olvido,
qué ese hayedo de ayer en que expiramos.
Si has de volver
¡qué nos importa todo!,
qué importa que mi piel sea como un surco
la cicatriz ahora sabe a beso.
Si has de volver,
si vienes del naufragio
con el adiós al mar definitivo
y sartas de corales sobre el pecho
¡ven!
no quiero saber la noche oscura
ni qué perdón titila
ni qué labios.
Si has de volver
no pienses en mis ojos
quemados de amargor.
¡Qué importa el tiempo!
Si has de volver
entrégate sin treguas.
No hables
loco amor
no importa nada.
Si has de volver
(¡Será maravilloso!)
Si has de volver
aquí tienes mi cuerpo.
[Buscar la luz]
Buscar la luz
no es más que desearte,
no es más que traspasar tu carne densa,
avivar el deseo de lo no percibido,
las acequias de fuego donde sucumben siempre
las últimas palabras.
Buscar la luz
es verte diluida
en trance del amor,
ajena a estatua o diosa,
es seguirte las huellas herbáceas y maduras
de una tierra agostada que palpita y que besa,
de una tierra agostada preñada en sus raíces
con feraz alimento para bocas que buscan.
Buscar la luz
es darme por entero a la vida.
No existe otra manera de acercarme a tu espejo,
morada inexpugnable de los dioses
que temen
que en mi encuentro contigo sus oros palidezcan.
Es darme por entero
o perder la partida,
darme a beber en sangre o vino
a quien me anuncia.
Buscar la luz
es siempre
avivar el deseo,
horadar en la carne como fúlgida espada,
taladrar piedras, rocas,
agrietar los cristales,
demolerse en espumas,
babelizarse en éter.
Es hundirse en el cosmos febrectante del sueño
donde afirma tu vientre el agua rescatada,
donde afirma la boca la verdad que no existe
más que en la carne muerta o en un acto de vida.
Buscar la luz
es darme por entero a la vida
sin lógica o razones,
en dura fe desearte,
desnudarme del cuerpo para arder en el tuyo,
cegarme,
redimirme,
ser el mundo en tus ojos.
Buscar la luz,
¡la luz...!
en este éxtasis
una oración desciende desde Dios a los hombres.
-Capítulo de fuego
[Ya, ígneo Dios, venías con cítaras y yáculos]
Ya, ígneo Dios, venías con cítaras y yáculos,
trueno o lluvia nupcial sobre mi vientre,
catarata sin fondo, a irrogarme de fuego.
Era mi sangre, al fin, la nueva raza,
bramando como un toro por el pecho del mundo.
[Sangro como una fuente por todos los rincones]
Sangro como una fuente por todos los rincones,
en todas las criaturas del mar y de la tierra,
por el fuego y el aire, en todo lo que hay de ellos,
con una inmensa haga inmarcesible.
¿Acaso es que tu amor cuando nos hiere
no admite a medias el dolor de amarte?
Éfeso
Ya vuelve el mar undoso.
Ya vuelve trashumante.
Ya abatido o batiente.
Ya vuelve y me derriba.
Corzo indócil
que lame mi cuerpo por la arena,
que tronza remontando mi carne en soledades,
que abre surcos de sangre, de amor sobre la herida.
Vuelve el mar devorando con ansias milenarias
humedades
y
besos
panes
peces
y
pájaros.
Sólo el mar sabe el nombre,
el nombre de los tactos letales que nos rozan,
el nombre de los fuegos o tueros abrasados.
Ya vuelve el mar ungido
por íncubos y ángeles
a mi cuerpo de bronces
de púrpuras penínsulas
con voces abarradas,
con tempestad de hembra,
en vivo ardor los labios,
con idiomas agrestes.
No ha de existir un palmo de tierra que no arda
ni un agua de azahares que no florezca en oros
ni una lengua que calle
ni nieve sobre nieve.
Sólo el mar sabe el nombre preciso de las cosas.
Conoce los arcanos en que vibra la noche,
la cábala del miedo,
el tósigo abrasivo de un beso de mandrágora.
Ya vuelve el mar
punido
pungente
trasminado
con debeladas lobas y náyades de olíbano,
en fulgor de relámpago,
en cúspides de humo.
Vuelve el mar a mi cuerpo,
a un cuerpo de ansiedades,
a mis venas en ascuas, sollamadas orillas,
a este mundo sin ecos ávidamente niño,
a otro mundo sin voces felinamente humano.
ArribaAbajoSólo el mar saber el nombre
el nombre que me callo
el nombre de las cosas sencillas
que no vuelven.
Esmirna
Cuando calla la boca
también el corazón zurce su miedo,
su forma de ignorancia.
Mis labios ateridos, como peces de aceite,
beben aljez y cieno.
Contra mi pecho irrumpe, estalla una mentira.
Belfo loco de sangre tu boca en mi garganta.
Huele a tierra mojada. El agua crece
con luciérnagas. ¡Ven! ¡Agita ramas! Caen las cúpulas.
Brincan como toros
doncellas de ondas rojas sesgadas de sus alas.
Ondeo mis banderas.
Me sumo al sacrificio por llegar a ser hombre.
Me sumo a los nacidos ángeles de las sombras.
Mira, Dios, qué gehenna, qué noche de corceles.
Fulge el tiempo en la sien. Mi voz vacila.
Cuando habla la boca...
Lenguas desaforadas de incasto surco bífido,
litigio en que los labios huellan y besan vientres,
boca contra quien lucha la espada de mi boca.
Tempus fugit
Todo arde en el fuego:
mis huellas en la arena,
los cálices de oro y plomo derramados.
No hay espuela sin hombre.
En el lago del fuego vibra como una espada
un deseo acezante de carne y de madera.
Todo arde en el fuego
esa voz rescatada que de las simas fluye,
lengua agraz devorada, quizá devoradora.
No hay temor que no espante.
No hay amor que no duela.
Todo arde en el fuego:
la diáspora de sangre,
el maná del amor pisoteado,
el eco que pronuncia mi nombre en los calveros.
Todo arde en el fuego.
Mordida va la sangre de los héroes.
Mordido un corazón letal estalla.
Todo fluye en ardiscas de símbolos amados.
No seremos mañana más que olvido.
Mudo testimonio
¡Vuelve a mí! Tu mirada sentida como espina
o brisa te inaugura. Augura la llegada
de los lábiles labios como un ciego designio:
el mudo testimonio de Dios y su voz álala.
Me devuelves al centro, al culmen, al origen,
a los ojos ungidos de amor en la retama
y no puedo alcanzarte cuando tu voz se aleja
como una nave oscura y hacia el ponto naufraga.
Todo lo que creaste fluye como la lava.
Todo lo que creaste se me crispa en las manos
como un miembro transido, como rotas aliagas.
¡Cómo hubiera querido que tu amor me colmara!
Todo lo que creaste para mí, en un segundo,
se ha tornado negrura, vacío, apenas nada.
Confesión
Quiero creer que el hombre no es sólo un puño negro,
una vinta de sangre velejando en la sombra
un crepúsculo rojo por donde el sol revienta.
Quiero creer, creerte, amar y perseguirte,
abrasarme en tu cuerpo como papel ceniza,
como harina en el horno, como rosa de ásaro.
Quiero creer -¡lo sabes!-, cuerpo nocturno frío,
en la lírica nueva que pronuncie la muerte
por que un ángel esparza mi fe sobre la tierra.
Súplica
Escucha, dime, ven.
Todos los hombres
yacerán si tú yaces.
Escucha, si vinieras
cabalgando el vaivén de la costumbre,
luminaria en la eterna latebra de mi espíritu.
Si vertieras la savia del mar en mis caderas:
un lívido alimento,
un ígneo simulacro.
Ven que tal vez los ojos ensoñados se alumbren.
¡Oh, si vinieras, sí
desde lo antiguo!
Como un halcón gigante.
Como una llama áurea entre la noche.
Ya no soy yo sin ti.
Si tú vinieras.
¡Oh, si vinieras, sí
desde la orilla!
Con un hijo del sol entre las sienes.
No se oirá más que tú
que si regresas
amor traerás sangrante entre los labios.
Reencuentro en el sur
Siempre espero la garra abierta por la herida,
el deseo inflamado donde acudir al beso,
la sonrisa caliente del labio de los hijos,
las rojas amapolas desde mayo a mi sangre.
Vuelvo y vuelvo al recuerdo de las tardes gastadas,
a las rejas y arados de los fríos inviernos.
Vuelvo al roto eucalipto que guardó mi memoria,
a ese vino embriagante del amor que no espera.
Siempre espero y espero a estar desesperado
y vuelvo a estos caminos que entramaron mi nombre,
que nunca he conocido tan bien como quisiera,
que se volvieron viejos y sordos a mi olvido.
Miro al andar al hombre con los ojos cansados,
con esta misma imagen y a semejanza mía.
Al hombre que en silencio me mira y no conozco,
que se quedó esperando mi mano en el espejo.
Vocación de ser
Soy de los que han buscado
-o, al menos, lo he creído-
un lugar en la tierra.
No sé si he fracasado sobre una tarde amarga.
Devoré con mis dientes alcornoques bornidos,
encinas, pinos, fresnos, robles y cornicabras,
acebuches, lentiscos, arrayanes y urces,
labiérnagos, torbiscos, piornos y cantuesos.
Quizás cuando mordía mi pan junto a las bestias
vertí néctar de odio. Quizás sin pretenderlo.
Ablandé las espuelas cuando me fue posible.
Sólo besé los labios que su piel me ofrecieron
y no di más limosna por temor a la ofensa.
No pronuncié más nombre que el que me dio la vida.
Ahora ya no tengo más vocación que amarte.
Contrapunto
Mi corazón se rompe
en todas las retamas
de tu vientre de monte, de tu carne de encina
y adviértese su prisa por auparse en el alba.
Espuma de tus labios,
mi corazón se enzarza
con el mar a arrancarle
espinas a tu alma.
Mi corazón se educa con el beso caliente
de tus labios en brasas
para aprender a amarte,
para escanciar un vino de uvas en tu cara.
Mi corazón se cuela
con todas las palabras
que quedaron sin nombre
a través de tu cuerpo, por todas sus entradas.
Epílogo de amor
Sobre tu piel renazco. Mi debelada fuerza
ergógena, insistente se vuelve a reclamarte.
Tañes en mis oídos la cántiga más triste.
Mi cuerpo es a tu imagen, átomo de tu cuerpo.
Te reconozco apenas. El beso de tus labios
parece remozarse como una fruta joven
sobre mi piel de invierno. Apenas me conozco,
me reconozco apenas espasmo de tu beso.
Por devolverte intacta tu prístina alegría
yo tronzaría mi vida, la rompería en añicos,
haría de mis ojos sarta para tu cuello.
Y negaría mi nombre si con ello olvidaras
la cicatriz o lágrima que agraz ajó tu vida.
¡Te cambiaría ahora mi vida por tu sueño!
Confesión final
Sí, tiemblo, sí. No miento más. Renazco.
Cabalgo bronces, brújulas, acentos.
Vibro en el seno dulce de mi amada.
Me desconozco. Esparzo mi semilla.
Sí tiemblo, sí. Me malvendí. Pretendo
reconquistar la albura. Los colores.
La mística en la cimbria del silencio.
Las vocálicas ansias de mi boca.
El pájaro de sangre por mi vientre.
Mis alas que ya buscan
un ardido retorno en que ocultarse:
latebra entre tus manos que amanecen
sobre el tálamo dócil
cuando acude la luz a tu cintura
y sacude en el vértigo
una espiga de plata
la oropéndola.
Sí, me estremezco. Tiemblo. Me complazco.
Abro mi corazón a la simiente.
No juzgo mi pasado. Voy de paso.
Voy con el prisma urgente del deseo,
con mis dedos de fuego a los rincones.
Hurgo en los arrabales.
Urge una paz que alivie las heridas.
Vislumbro la esperanza en un otero álgido de espumas.
Me arranco el corazón ya semillado.
Yo soy el que persigue los corales.
El que busca tu piel. El malherido.
El que clama en las plazas por si el viento retumba,
por si el hombre se olvida
de nacerse otra vez y no se arroba.
Yo soy el que mahiere cada fibra de fe por donde vagas.
Quien aprieta los labios contra el muro tensado de tu pecho.
El que desnudo implora una caricia
y tañe la dulzaina de nuestro amor cumplido.
Tiemblo porque he de ser en luz y sombra.
Tiemblo ante ti y tiemblo ante los hombres.
Tiemblo ante Dios y tiemblo ante la muerte.
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