Mariana Robles
Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1980. Vive en Córdoba desde 1998. Es poeta y artista visual. Publicó los libros Líneas de Atlas (Alción, Córdoba, 2010), Constelación Escarlata-Turquesa (La Sofía Cartonera, Córdoba, 2013), El árbol de los reflejos (Biblioteca de Córdoba, 2010) y Los niños de Renoir (Nudista, Córdoba, 2016).
de Tres mujeres Planchadoras (inédito):
Tres mujeres Planchadoras
Cuando plancho florece el entendimiento
la revelación se desvía de sus formas lógicas
y lo que soy encarna situaciones ancestrales:
la cadencia, las manos sujetando
la plancha, el calor que emana
conducen a la revelación de un lenguaje
metódico y simple.
*
El cuerpo me concede
la amable posibilidad de localizar
un volcán o un torbellino
de otros tiempos
y otros seres. Así resistimos
la realidad que aúlla
hacía la historia.
*
Una mujer planchadora redime
el trabajo con los vericuetos
de la imaginación. Mientras
la ambición desea más poder, ellas
planifican un poema donde pasado
y futuro son subterránea resurrección.
*
Lo que habita la tierra se desliza
al útero infinito, quien muere
se aproxima a su nacimiento…
ríen tres mujeres planchadoras
en la orilla de mi corazón.
*
En la doble interferencia de las cosas
un hombre que durante el día
trabaja en el matadero, en las noches
redacta poemas invisibles;
ordena las estrellas: variaciones
del sueño y la libertad.
La sombra de ese mismo hombre
hiere su cuerpo robusto
para que sus cenizas otra vez
se vuelvan palabras.
El árbol de los reflejos
En la esquina del cuarto
donde aún duerme mi madre,
hay un ropero brillante
pintado con laca perlada
que refleja al revés el espacio,
lo que extraviado se dispersa
en la región de los rayos.
La luna, atravesando los vidrios,
las mantas, las lámparas encendidas
y otros objetos del reino de los sueños.
El retrato oval desde su lugar antiguo,
en el fondo de la cama
del respaldo matrimonial,
con la imagen de mis abuelos ya muertos.
*
En el tronco del árbol
hay un nudo profundo
un brote terrible y agazapado.
El padre de mi padre,
rey de los silencios,
en la perturbada congestión
de los acontecimientos
se suicidó
*
Mi linda madre con reiterada ceremonia
mes a mes compra varios rollos de colores
para su doméstica cámara analógica.
Cuando mi hijo Valentino y yo vamos
a visitarla, cruzando el filo de las sierras,
ella nos espera con su obturador abierto
como una flor en éxtasis o a punto de morir.
*
Somos un documento
húmedo y gris, entre
las cosas leves
que, relampaguean.
de Los niños de Renoir (2016):
Azul, dorado y rojo
El azul cobalto, del fondo
recorta con texturadas luces
el perfil dorado de la niña.
Cubierta de puntillas, bucles
de óleo blanco y amarillo
que la adornan, se mezcla
su dulce cuerpo con la hoja
gastada del libro.
Los moños rojos del vestido,
manchas que Renoir devolvió
a la forma y petrificó en
el atuendo, serían
la sangre que ella
y yo, compartimos.
El pintor y la filosofía
Renoir pinta el crecimiento
de sus hijos y de otros niños,
al igual que Lewis Carroll
inventó la infancia
en la estabilidad meditativa
de sus miradas cautivantes.
El espejo es el imperio
de la poesía abismal: el
cuerpo desencontrado
de la verdad y las palabras.
Linterna mágica
El destello de sus ojos,
las mejillas y las bocas
en ingenuo éxtasis.
sus caras devienen,
en el perfume inaccesible
de sus pieles, máscaras
mortuorias. La paulatina
retórica de su desaparición.
Pierre Renoir, niño
El torso del hijo del pintor
se desvanece en el margen
inferior del papel. La oscuridad
y los modulados son muy
fuertes, en el volcán de sus ojos.
El primer dibujo de un cuerpo
fue, según Plinio el Viejo,
el trazo de una joven
al reflejo de su amante.
Así el amor nos arrojó
a la caza de un espectro
que la carne soberbia
ya olvidó.
.
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