miércoles, 28 de septiembre de 2016

JOAQUINA GARCÍA BALMASEDA [19.176]


Joaquina García Balmaseda

Joaquina García Balmaseda de González (Madrid, 17 de febrero de 1837 - 1911), actriz, periodista, poeta, comediógrafa y escritora española, que usó los pseudónimos de Baronesa de Olivares, Aurora Pérez de Mirón, Adela Samb y Condesa de Valflores.

Era hija de una familia humilde formada por Dámaso García Fernández y Francisca Balmaseda Olivares. Estudió Declamación en el Conservatorio de Madrid. Su carrera literaria empezó en 1860 a los 23 años. Compuso tres obras teatrales, tres libros de consejos para mujeres, un álbum para señoritas (subtitulado Tratado de las labores frivolité y malla), tres libros de poesía, un libro de utilidad para niñas y seis traducciones, algunas de ellas "como regalo" a los suscriptores de La Correspondencia de España y artículos periodísticos. Sus tratados de educación de la mujer y de labores femeninas fueron muy leídos (los "diálogos instructivos" titulados La madre de familia, publicados por primera vez en 1860, habían alcanzado en 1919 la duodécima edición), pues no en vano fue declarado oficial para las escuelas de primera enseñanza. Empezó su carrera periodística colaborando en La Educación Pintoresca y en La Floresta (1857) de Barcelona y a partir de ahí en numerosas revistas y periódicos durante más de treinta y cinco años: en La Correspondencia de España (1860), para cuyo folletín o novela por entregas tradujo innumerables novelas del francés, del italiano y del inglés, fuera de llevar la crítica literaria desde 1864 y escribir también las crónicas de modas; El Museo de las Familias (1861), en La Aurora de la Vida (1861), en La América (1861 y 1867), en La Educanda (1862-1865), en El Museo Literario (Valencia, 1863-1866), en La Violeta (1864). Fue nombrada directora de El Correo de la Moda (octubre de 1883) sucediendo a Ángela Grassi de Cuenca, y en ella mantuvo una sección escrita por ella, "Revista de Modas", durante más de veinte años (1866-1886); también, bajo diversos pseudónimos, se multiplicó como redactora. Poseía una rica erudición, cual demuestra en su ensayo La actriz española, en que refiere una detallada historia del teatro desde sus raíces griegas hasta su estado actual en España. Su artículo periodístico «La mujer artista», el que sale tan solo un año después de la publicación de su tercera y última obra teatral, Un pájaro en el garlito, contiene una defensa tanto de la artista como de la mujer en general que sirve de trasfondo ideológico en su producción dramática: «No por esto creáis que la naturaleza la hizo inferior [a la mujer]: su docilidad subyuga, su abnegación interesa, su carácter dulce domina, porque la naturaleza que dio distintas armas para luchar al hombre y a la mujer, no hizo las de ésta inferiores por fortuna». En su juventud García Balmaseda fue actriz durante cuatro años en la compañía de Joaquín Arjona, por lo que el artículo se puede convertir en mucho más que un tratado sobre las consecuencias de la vida pública de una actriz. El motivo del artículo en estas palabras de la autora: «Sin negar que la felicidad doméstica sea compatible con la celebridad de la mujer, debo haceros comprender que en muchas ocasiones sacrifica la primera a la segunda».1 En efecto, en sus tres cortas piezas teatrales desarrolla el tema del antagonismo entre los sexos y en ellas la mujer lucha por afirmar su independencia, aunque al final se deje convencer para aceptar el amor que se le ofrece.

Aunque vivió inmersa en el neocatolisicmo imperante durante la época de Isabel II, la escritora abrió importantes brechas, todas ellas relativas a la educación de la mujer como pilar de la célula familiar, pero también como medio para garantizar a la mujer soltera buenas condiciones de vida, su independencia y su libertad.

Obras

Teatro

Donde las dan..., Madrid, Establecimiento tipográfico de Eduardo Cuesta, 1868.
Genio y figura, Madrid, Imprenta de José Rodríguez, 1861.
Un pájaro en el garlito, Madrid, Imprenta de José Rodríguez, 1871.

Lírica

Entre el cielo y la tierra, 1868, con prólogo de Manuel Cañete.

Traducciones para La Correspondencia de España

La dicha de ser rico, de Hendrik Conscience
El Crimen de Orcival, El dinero de los otros, El legajo núm. 113, El proceso Lerouge, La canalla dorada, Los esclavos de Paris y Los secretos de la casa Champdoce, de Émile Gaboriau
Amada, El caballero Fortuna, El paraíso de las mujeres y El pretil de aventureros, de Paul Feval
Dos madres, El conde de Coulange, La encantadora, y La hija maldecida, de Jules Émile Richebourg
Cesarina Dietrich, El marqués de Villemer y Flamarandre, de George Sand
El coche número 13, El médico de las locas y El secreto de la Condesa, de Xavier de Montepin.
La hada de Auteuil, Los amores de Aurora, y Los misterios de una raza, de Pierre Alexis Ponson du Terrail
La muerta viva, Marido y mujer, y Pobre Lucila, de Wilkie Collins
Cecilia y Creación y redención de Alejandro Dumas
Diario de una mujer de Octave Feuillet
Dos miserias de Émile Souvestre
El abismo, de Charles Dickens
El beso de la Condesa Sabina, de Antonio Gaccianiga.
El caballero de Pampelonne, de Henri Ange Aristide de Gondrecourt
El capitán del buitre, de Mary Elizabeth Braddon
El padre de Marcial, de Albert Delpit
El prometido de Simona, de Víctor Cherbulier
El renegado, de Jules Claretie
El vampiro de Valdegracia, de León Gozlen
Fremont joven y Risler mayor, de Alphonse Daudet
La novia, de Enmanuel González
Los amores de una gran señora, de Alfred de Bréhat
Los malvados, de Fortuné du Boisgobey
Madama Frainex, de Roberto Halt
Santiago Broneau, de Madame de Clesinger
Sergio Panine de Georges Ohnet
Un estreno en la Opera, de Ernest-Aimé Feydeau.

Ensayo

"Lo que toda mujer debe saber", 1877, en La mujer en los discursos de género: textos y contextos en el siglo xix, Catherine Jagoe, Alda Blanco y Cristina Enríquez de Salamanca, eds., Madrid, Icaria, 1995, pp. 95-99.
«La actriz española», en Las mujeres españolas, americanas y lusitanas pintadas por sí mismas, Faustina Sáez de Melgar, ed., Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2006.

Varios

La madre de familia: diálogos instructivos sobre la religión, la moral y las maravillas de la naturaleza, Madrid: D. A. Santa Coloma, 1860.
Tratado de las labores frivolité y malla
Lo que toda mujer debe saber, 1877.


Entre el cielo y la tierra

Hay días de grata calma,
De tan dulce desvarío,
Que flores hasta el vacío
Presta a nuestro corazón;
Y entre vagas armonías,
Y entre sueños de dulzura,
Siente el alma de ventura
Desconocida emoción;
Y busca un sol más brillante
Y otro suelo y otras flores,
Y más risueños colores
Y otro cielo que admirar,
Y otro lenguaje que exprese
Lo que el suyo en vano trata
Que sólo su afán retrata
Con incierto suspirar...
Mas ¡ay! que en cada suspiro
El alma al espacio vuela,
Y nueva vida recela
Que no acierta a definir,
Y llorando de ventura

Por delicias no esperadas,
Siente dichas ignoradas
Y pide en ellas morir!
Y pasan las horas
En rápido vuelo,
Y el alma levantan,
Levantan al cielo...
Mas ¡ay! que ni a él llega
Ni en la tierra está.
Y es que, hay otro mundo
Latente, escondido,
De castas delicias
Purísimo nido,
Y el alma que siente
A ese mundo va!

Y vienen horas en cambio
En que sin razón segura,
Nos envuelve la amargura
Con su fúnebre crespón;
Y sin saber por qué lloran,
Lloran sin tregua los ojos,
En tanto que los enojos
Rebosan del corazón;
Y ni matices las flores
Nos muestran en su corola,
Ni la luna su aureola,
Ni vemos el sol brillar;
Ni los cantos escuchamos
Con que las aves se entienden,
Y hasta sus ecos ofenden
Y doblan nuestro pesar.
Y huyendo de cuanto bello
El alma en su torno mira,
Por otro mundo suspira
Y a otro mundo quiere ir,
Mundo en donde su amargura
Más alta y más ancha viva,
Buscando a su pena vida
Y ansiando en ella morir!
Y pasan las horas
En amargo duelo,
Y el alma levantan,
Levantan al cielo...
Mas ¡ay! que ni a él llega,
Ni en la tierra está.

Y es que hay otro mundo
Latente, escondido,
De santos dolores
Purísimo nido
Y el alma que siente
A ese mundo va!

En alas del sentimiento
Más que de la fantasía,
Volé un día y otro día
A esa ignorada mansión;
Y en sus espacios perdidos
Estas hojas se trazaron,
Y una tras otra brotaron
De mi pobre corazón.
Por eso hoy al darles nombre
Con que entrar en este mundo,
Las llamo, como al fecundo
Mundo en que las vi nacer;
Y aunque aparezcan desnudas
De galas del pensamiento,
Tendrán las del sentimiento
Del mundo que los dio ser!



María Inmaculada

Sólo se alzó hasta Ti mi pobre acento
En oración cristiana:
Nunca osó temeroso el pensamiento
De humilde inspiración bajo el amparo,
Llegar hasta tu asiento,
Que cercan los querubes
y sostienen las nubes
Sobre el ropaje azul del firmamento.
Nunca, nunca pulsé la lira mía
Al nombre de María,
Porque juzgué, Señora, que cantarte,
Sólo aquellos debieron
Que del cielo la dulce melodía
Para sus tiernos cantos recibieron
Y robaron al arte sus primores
Su cadencia a los suaves ruiseñores,
Y la arrogancia para alzar su canto
Al águila altanera,
Que rauda tiende el vuelo,
La tierra deja, por la nube rompe,
Y el sol mismo amenaza en su carrera,
Y va a perderse en la celeste esfera
Por temor a lo pobre de mi canto
Hasta tu trono santo
Mi lira no elevó tímidos ecos,
Pero ya de mi pecho alborozado
Se escapa el sentimiento
Que estuvo hasta hoy callado,
Y a Ti vuela mi acento,
Y en pos de Ti se lanza,
Y ya temor no advierte,
Que en Ti miro la vida de mi muerte,
Mi norte y mi esperanza.
Oh! Salve en Ti, María
A la casta doncella
Que la cabeza del dragón impío
Holló bajo su huella;
La que inclinó su frente
De su Dios a la voz, y humilde dijo
Con labio reverente:
«He aquí, Señor, tu esclava:
Hágase en mí según tu amor contaba.»
Bendita en Ti la esposa, que su nombre
Enlazó con el hombre,
Por ser su madre nueva
Borrando el crimen que aún el mundo llora
De la Eva pecadora,
La inmaculada, la cristiana Eva!
Si una mujer el mundo
Pudo lanzar de un golpe en el profundo
Abismo de los males,
Otra de santa abnegación ejemplo,
Abrió a los fieles el cerrado templo
De gracias celestiales...
Raro contraste, singular misterio,
Que el ánimo suspende, el alma eleva,
Y hasta su Dios la guía
Él con liberal mano
Los males atajó, y augusto quiso,
Si una mujer la humanidad perdiera,
Que otra mujer viniera
Y con su amor la humanidad salvara!
Gloria a la Madre que apuró hasta el fondo
El cáliz de amargura,
Y en su propio dolor encontrar pudo
Tesoro tal de maternal ternura,
Que acoger le dejó en su amor al hombre,
Que con feroz, sangriento regocijo,
Enclavado en la cruz le dio a su Hijo!
Tan sólo quien tuviera
Origen celestial, y Dios criara
Para madre del Verbo, y la eligiera
Para que al hombre mísero salvara,
Ejemplo tal de amor al mundo diera!
Aunque necia e impía
La humanidad por madre te negara
Yo tu gloria cantara,
Tu piedad implorara el labio mío,
Por Ti mi frente al polvo se humillara,
Y con ojos que viven
Dentro del pensamiento
Y la luz solo de la fe reciben,
Sobre el azul del cielo
Buscárate con fervoroso anhelo!
Oh! Si un día perder debiera el alma
La venturosa calma,
Que por mares tranquilos hoy la guía,
Para lanzarse en mar ¡ay! borrascosa,
No me quites jamás, Señora mía,
La fe que en Ti reposa,
Que con ella mis penas
No han de creerse de consuelo ajenas.
Mi fe me hizo volver a Ti los ojos,
Ya por el llanto rojos,
En esas horas de mortal quebranto
En que el alma, en aislado sufrimiento
Y callado tormento,
Quiere huir de sí propia con espanto;
Y al volverlos a Ti, cual la tormenta
Que alborota los mares,
El iris calma, la bonanza advierte,
Y al navegante alienta;
Así en el alma mía
Huyeron los pesares
Al invocar el nombre de María!
Qué fuera de los míseros mortales
Si en tu amor no vivieran y esperaran?
Quién calmará sus males?
Quién sus quejas oyera,
Y por ellos, Señora, intercediera?
Oh! no; el pesar humano.
Límite de dolor mayor no alcanza
Que a perder su esperanza,
Y eres Tú la esperanza del cristiano.
Nunca, nunca te pierda el alma mía!
Sé Tú mi escudo, sé Tú mi consuelo,
Y el alma acoge y guía
Cuando deje este suelo,
Y a más perfecto mundo tienda el vuelo!
Deja que en mis placeres te bendiga
Y en mi dolor te implore
Deja que a tus pies llore
Y mis penas te diga;
Deja en fin elevar mi pobre canto
Hasta tu trono santo,
Y ve, Señora mía,
Que a falta de ecos de la lira mía
Te ofrece el pecho, con su fe escudado,
Un corazón en lágrimas bañado,
Que a Ti reza, a Ti acude y en Ti fía.




A mi madre

He llegado a comprender
Que al sentir aproximar
lloras de dulce soñar
Y de vago padecer;
Horas en las que esconder
Ve sus reflejos el día,
Pidiendo a la noche umbría
Sin su fúnebre capuz
Misteriosa, incierta luz
De tierna melancolía:

En esas horas que son,
Para quien sabe sentir,
Horas en que deja oír
Verdades el corazón,
Lamentas, no sin razón,
Que yo, que tanto canté,
Yo, que al papel trasladé
Cuanto en el alma sentía,
Tan solo a ti, madre mía,
Un canto no consagré.

Mucho has debido sentir,
Mucho has sabido callar,
Mucho has podido envidiar
Mis conceptos al oír,
Si llegaste a presumir
Que iba en ellos de partida
El alma entera escondida,
Sin decirte nada a ti,
Cuando eres tú para mí
Otra mitad de mi vida.

Mas no es así, no te azores;
Deja que cante a la flor,
De la aurora el esplendor,
Del ruiseñor los primores;
Deja que entre mis dolores
Quejas a los vientos dé,
Ve que si no te canté
Es que por ti tanto siento,
Que ni aun poniendo en tormento
La razón, decirlo sé.

Tú, que de mi pobre gloria
Tierno vigilante fuiste,
Tú, que en el seno escribiste
De mis desdichas la historia,
Tú, en cuya amante memoria
Van impresos mis pesares,
Mis venturas, mis cantares,
Cuanto el pecho guarda en calina,
Qué puede decirte el alma
Que en ti misma no encontrares?

¿Anhelas mis cantos, di,
Pobres de ingenio y de arte?
Ellos no pueden pintarte
Lo que guardo para ti.
Por eso siempre temí
El silencio quebrantar,
Porque antes de profanar
La santidad del querer,
Dejo al labio enmudecer,
Sólo al corazón hablar.

Busca el alma que te llama,
Todo día, en toda hora,
En el fuego que atesora
De mi pupila la llama;
En mi aliento que se inflama
Si el tuyo débil advierto
En mi respirar incierto
Sino estás al lado mío;
En el beso que te envío
Cuando a tu lado despierto.

Búscala al verme luchando
Víctima de ensueño triste,
Si a mi lado sonreíste
Mi espíritu serenando
Cuando padezco callando
Por no turbar tu contento
Cuando elevo al firmamento,
Mi mente y mi corazón,
Pidiendo a la Inspiración
Gloria, que en tu frente asiento

Recoge, en fin, con anhelo
Los pedazos de mi alma
En esas horas sin calma,
De tan triste desconsuelo,
Que ya no encuentro en el suelo,
Esperanza ni alegría,
Y a otro mundo volaría,
Si, cuando el dolor le ahogara,
El corazón no estallara
Exclamando: «Madre mía!»

No hay canto que valga, madre
Lo que tal exclamación,
Ni pidas al corazón
Lenguaje que más te cuadre:
Deja que el pecho taladre
Con mi propio razonar,
Y cuando le oïgas cantar,
Falto de arte, pobre de estro,
Piensa que sólo maestro
Ha sido en saberte amar!

Noviembre del 66



La esperanza

Misterio incomprensible, que sostienes
La fortaleza, la virtud del alma,
Que la recibes cuando viene al mundo,
Siempre la amparas:
Faro consolador del afligido,
Iris que calma siempre la borrasca,
Apoyo del espíritu cristiano....
¡Salve, esperanza!
Eres del niño peregrina estrella,
Que guías hacia el bien su débil planta,
Haciéndole entrever gloria y ventura
En el mañana:
Eres del hombre espíritu intranquilo
Que le despiertas y hacia ti lo arrastras,
Le encadenas, le ofreces, le ilusionas,
Audaz le engañas;
Y vuelves luego a interesarle, y vuelves
Siempre a jugar con sus mortales ansias,
Sin que él reniegue de tu dulce imperio
Dicha del alma!
Eres de la mujer más que la vida;
Eres la fe que la sostiene y salva!
Niña, doncella, madre, en ti constante
Sus ojos clava:
Y si reza, es que tú le dices «ora,
Que Dios oye clemente tu plegaria:»
Si sentir deja al corazón, comprende
Que tú le dices «ama.»
Y si un ángel lo da sobre la tierra
La bendición de Dios, estas palabras
Son las primeras que a decir le enseña:
«¡Fe y esperanza!»
¿Cómo no bendecirte el labio mío,
Si fuiste por el mismo Dios formada,
Y eres de nuestra madre cariñosa
La primera palabra?
¿Qué fuera del amor sin tu alimento?
¿Sin ti, cómo hacia el bien bogara el alma?
La virtud, el amor, ¡cómo vivieran
Sino esperaran!
No se padece pena más aguda,
Ni se inventó palabra más amarga
Que ésta que mata, que aniquila el ánimo:
«¡Sin esperanza!»
¡Es recibir la muerte y no morirse!
Es quedarse con vida y no gozarla!
Es no tener sonrisas, ni oraciones,
Ni fe, ni lágrimas
Dichoso aquel que sus pesares llora
Y llorando su vista a Dios levanta,
Tendrá el consuelo que al que en Dios espera,
Dios siempre manda.
Virtud que al alma vacilante enseñas
Que hay siempre un mas allá de paz y calma,
Que sobre las miserias de este mundo
Dios nos aguarda;
Bendito tu fulgor que el alma eleva!
Tu poderosa, inextinguible llama,
Del nacer al morir siempre la vemos,
Nunca se apaga;
Y ni en ese momento en que la muerte
Nos acaricia con sus negras alas,
Supremo instante en que se pierde todo,
Todo se acaba,
Y ni el beso del padre nos conmueve,
Ni el acento del hijo que nos llama,
Ni nos arranca el mundo que dejamos
Una mirada;
Cesa la mente de esperar, que entonces
Se eleva, y más creyente, más cristiana,
Espera que en un mundo más perfecto
Vivirá el alma!



A la luna en la playa 
de Valencia

Si es tu pálida blancura,
Si es tu mágica dulzura
La que infunde
Paz y calma,
Y difunde
Dentro el alma
Ignorado bienestar;
No huyas tan rápida, espera,
Plácida y fiel compañera
Del que llora;
Deja ruegue
Que la aurora
Nunca llegue
Tu claro brillo a matar.

No adviertes cómo esta noche,
Cual flor que rompe su broche,
Renaciendo
El alma mía,
Ya sintiendo
De alegría
Bálsamo consolador?
No adviertes cómo mis ojos,
Por el llanto siempre rojos,
Al mirarte
Se serenan
Y al nublarte,
Tú, se llenan
De lágrimas de dolor?

Solitaria mensajera,
Bienhechora compañera
De quien no ama
Sol ni día,
Y te llama
Y te confía
Secretos del corazón:
Confidente de las flores
Y de los castos amores!
Yo daría
Del sol bello
La alegría
Y el destello
Por tu luz de bendición!

Yo te vi alumbrar hermosa
Entre la enramada umbrosa,
Arroyuelo
Que de día
Sin anhelo
Visto había,
Y hermoso me pareció:
Vi al sol iluminar montes
Y lejanos horizontes,
La alta cresta
La hondonada,
La floresta
Ponderada...
Y el alma no impresionó:

Pero los vi a tu luz vaga,
Y cual misteriosa maga
Les prestaste
Tal grandeza,
Que animaste
Mi tibieza,
Y el poder de Dios sentí;
Y hasta humilde florecilla
Olvidada por sencilla,
No encontrara
Mi deseo
Flor más cara
Si la veo
Iluminada por ti.

Hoy te contemplo a la orilla
Del mar, y en sus ondas brilla
Aún más vivo
Tu reflejo,
Y apercibo
En su espejo
Tus cambiantes rielar:
Y tu misterioso encanto
Impresiona el pecho tanto,
Que a grabarte
Ya la mente
Por mirarte
Eternamente
Reflejada en ese mar.

Nunca lo hallé tan hermoso!
Nunca el jardin tan frondoso,
Ni su esencia
Tan fragante,
Ni a Valencia
Tan gigante
Como al verla a tu fulgor!
Que sus torres elevadas,
Sus campiñas dilatadas,
Cuanto ostentan
Sus vergeles,
Que aún lamentan
Los infieles
Cual su pérdida mayor;

Encuentro hoy más atrevidas,
Y sus llanuras vestidas
Más de fiesta
Portentosa,
Porque en esta
Noche hermosa
Les da más valor tu luz:
Y no diera en este instante
Por un alcázar brillante
Que alboroza
Y maravilla,
Una choza
De esta orilla
Coronada por la cruz!

Solitaria mensajera,
Bienhechora compañera,
De quien no ama
Sol ni día,
Y te llama
Y te confía
Secretos del corazón:
Confidente de las flores
Y de los castos amores:
Dios bendiga
Tu incolora,
Luz amiga
Que atesora
Bálsamo de bendición!




A Don Pedro Calderón 
de la Barca

Era yo niña: entre el rumor primero
Que al pecho llega en plácida armonía
Cuando de la inocencia prisionero
Vislumbra ya de la razón el día,
Tú llegaste hasta mí; dulce y severo
Lograste conmover el alma mía,
Y te busqué, y tu nombre aún ignoraba
Y ya el labio tus versos murmuraba.

Y ellos mi entendimiento iluminaron,
Santas delicias a mi infancia dieron,
Y poco a poco levantar lograron
Mis sentidos, que al fin te comprendieron:
Mis labios que a cantar tu gloria osaron,
Entonces para siempre enmudecieron.
¡Hoy, que de tu valor mide la talla,
Admira la razón, la lengua calla!

Grande tu misión fue: la patria mía
Con santo orgullo y con amor te nombra,
Y el estro de la hispana poesía
Se alza gigante con tu augusta sombra.
Sirviéronle a tu rica fantasía
Del arte los obstáculos de alfombra,
Y el arte por primero te proclama,
Y es pedestal el Mundo de tu fama.

Con tu Secreto agravio y tu Venganza
El alma llenas de mortal pavura,
De tu Médico admira la templanza,
De tu Duende mujer la donosura,
No halla en la primavera semejanza
Con tus Mañanas de sin par dulzura,
Y se crece el espíritu, y no es dueño
Aun así, de alcanzar tu Vida es sueño!

Nadie hasta ti llegó: Lope fecundo
Camino te abre con su rica vena;
Tirso, ya picaresco, ya profundo
Su musa ostenta de donaire llena
Otros cien tras de aquestos dan al mundo
Joyas que ensalzan la española escena;
Mas sólo tú hermanaste sutileza,
Heroísmo, pasión, arte, grandeza!

No debes a la patria agradecida
Un humilde recuerdo a tu memoria;
Una losa entre ruinas confundida
Hoy nos habla tan sólo de tu gloria.
Olvidote tu patria a quien das vida,
Cuál página más rica de su historia,
Mas monumento firme y duradero
La admiración te da del mundo entero.

No necesitas que unas pobres flores
Agrupándose al pie de tosca piedra,
Rindan a tu valer pobres loores,
Cual débil luz a quien la fuerte arredra.
Tú las creaste dignas y mejores,
Que a ti se enlazan cual al tronco yedra,
Y éstas, que vida del sabor reciben,
De unos en otros van, y eternas viven.

Quédate, así; y pues sólo en la memoria
De los que viven, sienten y te admiran
Debes vivir, justo es si hacia tu gloria
Mi mente el alma en su entusiasmo giran:
Tú los llamaste, tuya es la victoria
Si hoy sienten, piensan y a lo bello aspiran,
Que otra senda jamás seguir pudiera
Quien te ha debido su impresión primera.



Nocturno

Ya huyó el sol por occidente,
Ya va mostrando la luna
Su aureola;
Ya la flor dobla su frente
Por mirar en la laguna
Su corola:

Ya los pájaros murmuran
Dulces trinos de amorosa
Despedida;
Ya las estrellas fulguran
Sobre la natura hermosa
Dormecida:

Ya es todo calma y descanso;
Ni el aura en la selva umbría
Vuela leve...
Hasta el arroyuelo manso
A murmurar cual solía
No se atreve!

Acuda, pues, el que anhela
Consuelo, expansión, reposo
Para el alma,
Que libre al espacio vuela
Cuando todo silencioso
Duerme en calma!

No tema si ríe o llora:
Nadie escucha sus canciones
Ni su duelo...
Implore a Dios, que a tal hora
Seguras las oraciones
Van al cielo!

Ven joven, tú que trocaste
Por mil ensueños de rosa
Mil engaños;
Ven anciano, tú que hallaste
Experiencia dolorosa
Con los años,
Ven niña, si de amor lloras
Dicha pasada o presente
Desventura;
Ven madre, tú que las horas
Cuentas ante una reciente
Sepultura!

Venid cuantos en el alma
Guardáis dichas o tormentos
Recatados;
Ya la noche en santa calma
Os manda dulces momentos
Codiciados.

Ella acoge vuestra queja,
Ella enjuga vuestro lloro
De amargura,
o al menos correr lo deja
Entra su inmenso tesoro
De dulzura.

Feliz quien busca tal hora,
Que impregna los corazones
De consuelo!
Feliz quien entonces ora,
Que entonces las oraciones
Van al cielo!



La flor del olvido

Es el olvido una flor,
Que dentro del alma vive,
Cuyo influjo bienhechor
Borra cuanto el tiempo escribe
Con risa, llanto y amor.

Por ella el perdido bien
No da dicha ni congoja;
Ella hace pasar también
Del alma el rudo vaivén
Que la ilusión ¡ay! deshoja.

No siempre al alma va unida
Esa flor, dichoso don
Que a gozar del hoy convida,
Cicatrizando la herida
Del llagado corazón.

Hay almas que por correr
Tras del bien que vieron ir,
Halagan su padecer,
Y en los recuerdos de ayer
Se van dejando morir.

¿Sabéis lo que queda al ciego
Corazón que nunca olvida?
Una vida sin sosiego,
Y allá en su fondo escondida
Una lágrima de fuego.

Mas no podéis comprender
Los que sabéis olvidar,
El puro, inmenso placer,
Que hace el alma estremecer
Esa lágrima al brotar!

No vale todo el reposo,
Con que nos brinda el olvido,
El suspiro misterioso
Que del corazón medroso
Lanza el recuerdo escondido!

Es este mundo dejar
Por el mundo del sentir!
Es al pasado tornar,
Y con su pena gozar,
Y con su dicha sufrir!

Es del tiempo la medida
Cortar con ánimo fuerte!
Es la impresión recibida
Dilatar toda una vida
Buscando en ella la muerte!

Mas qué digo? No hay placer
En donde anida el dolor!
No dejéis llanto correr,
Aunque el alma a su calor
Se estremezca de placer.

Olvidad! Fresca y lozana
Se alza la flor del olvido,
Brindando altiva y galana
El bien que su cáliz mana
Al corazón dolorido.

Y si el alma al abrigarla
Se hace digna de obtenerla...
Vale el bien de disfrutarla
La vergüenza de alcanzarla
Y el baldón de merecerla!

Buscad la dichosa flor
Que dentro del alma vive,
Cuyo influjo bienhechor
Borra cuanto el tiempo escribe
Con risa, llanto y amor.

Sabéis lo que alcanza el ciego
Corazón que nunca olvida?
Una vida sin sosiego,
Y allá en su fondo perdida
Una lágrima de fuego!


La niña y la flor de azahar

Apólogo

-De dónde vienes? la niña
Preguntó a la blanca flor.
Vengo en alas de tu amor,
De muy lejana campiña.
Tu dicha vengo a sellar
Tu ser uniendo a otro ser,
Y en ello, de tu deber
Ejemplo te vengo a dar.
-Te trajo mi amor?
-Sin él
Nunca a tu lado viniera,
Que soy de amor mensajera,
Y del tuyo emblema fiel.
-Puro es mi amor.
-Como yo.
-Dios le creó.
-Como a mí.
Va a gozar la dicha.
-Sí.
-Que será eterna.
-Eso no.
Nada eterno puede ser,
Y en el mundo en que vivimos
Todos a inmolar nacimos
Nuestra ventura al deber.
Yo flor, de tu amor emblema,
Gocé los bienes mayores
Que Dios otorga a las flores
Con su voluntad suprema.
Me daba el aura su arrullo,
Los pájaros su armonía,
Y hasta a besar descendía
El céfiro mi capullo;
Y orgullosa me miraba,
Y satisfecha en mi anhelo,
Cual santa oración, al cielo
Mi perfume se elevaba.
-Por qué el sitio abandonar
Donde eras tan venturosa?
-Fue a buscarme aquel que esposa
En breve te va a llamar.
Cortome para ofrecerte
La nupcial diadema en mí,
Y sacrificar debí
La suerte mía a tu suerte:
Mi vida inmolo a los dos,
Y muero por ti sin pena,
Que al que labra dicha ajena
La suya le guarda Dios.
-Ven, pues, y del amor mío
Emblema y corona sé;
Fuerzas en mí encontraré
y seguir tu ejemplo fío.
-Sí, procura con tu amor
Tu abnegación hermanar,
Que eso niña es levantar
El espíritu al Señor.
Y esposa que en su conciencia
Halla unión de tal valer,
A su esencia de mujer,
Une del ángel la esencia.
Desde hoy seréis uno en dos,
Sacrifícate sin pena,
Que al que labra dicha ajena,
La suya le guarda Dios.
Calló la flor, que la hermosa
En su frente colocó,
y en su mirada brilló
Revelación misteriosa;
Que si el alma del mortal
Camina del bien en pos,
Baja un destello de Dios
A su frente virginal.



A mis alegrías

Soneto

No os busqué, me buscasteis, y en mi pecho
Apenas un momento os detuvisteis,
Porque encontrar sin duda le debisteis
Para vuestro valer, recinto estrecho.

El corazón en lágrimas deshecho
Desde que el bien a conocer le disteis,
No llora el mal que con huir le hicisteis,
Llora el que al acercaros le habéis hecho.

Avezado al dolor de aciagos días
Ignoraba el placer de horas serenas,
Vinisteis, y tan sólo por ser mías

Mostrasteis condiciones tan ajenas,
Que tuve, al disfrutar mis alegrías,
En conocerlas mis mayores penas!


Despedida al año 1865

¡Un año más! Con dolor
Casi te miro partir,
Si te pude recibir
Con impresión de temor:
Nunca esperé que mejor
Me hicieses pasar tus días,
Mas hoy que las penas mías
Se quedan, y tú te vas,
Creo que llevas detrás
Mis soñadas alegrías.
No te quedo año a deber
Dichas, amores, ni gloria;
No deja en mi tu memoria
Ni un recuerdo de placer,
Mas si te vengo a perder
Sin más penas que contar,
No extrañes que al ver llegar
Otro, que más que sentir
Me deje acaso al morir,
Quieran mis ojos llorar!
Sin tener que agradecerte
Anhelara conservarte,
Que siento que he de llorarte
Después, de perdido verte;
Fue de tu vida la suerte
Derramar luto y pesares,
Pero en tanto sin azares
Mi vida arribó a esta orilla
Como la frágil barquilla
Que surca revueltos mares.
En otros años, yo vi
Trocarse en borrasca fiera
La existencia placentera,
Que al Ser Supremo debí
No se borran para mí
Aquellos años de afán,
Que no pasa el huracán
Sin tronchar ramas y flores
Ni del alma los dolores,
Sin dejar huella se van.
Adiós, pues, tú que trajiste
Contra la desdicha mía
La dulce melancolía,
Sola ventura del triste:
Nunca olvidaré que diste,
Reposo a mi corazón,
Que a tan dura condición
Un día pudo llegar,
Que dicha llegó a encontrar
El mantener su aflicción.
Ve en paz año de venturas
Para otros, ¡ay! de dolores!
A los que en bienes y amores
Diste dichas más seguras,
Tras de nuevas aventuras
Irán de tu olvido en pos...
No temas que entre los dos,
Alce el olvido su palma:
Me diste la paz del alma,
Que es la sonrisa de Dios!



A Santander

Despedida

Si hay dichas que no se acaban,
Si hay bienes que son eternos,
Y alegrías que carecen
De pesar por el reverso;
Son aquellas que tranquilas
Blandamente nos mecieron,
Dándonos gratas dulzuras,
Dándonos puros contentos.
Estos bienes no se acaban
Ni borrarlos puede el tiempo,
Que los conserva lozanos
El rocío del recuerdo!
Por él vivirán presentes
A mi agradecido pecho
Los días que, venturosa,
Vi deslizarse en tu seno.
Adiós, Santander, te queda
Con tus encumbrados cerros,
Tu coronado follaje,
Tu melancólico cielo,
Tus noches de blanca luna,
Y tu mar ancho y soberbio,
Que cien naciones distintas
Arrastra a tu hermoso puerto.
Dios te guarde reclinada
Con indolente sosiego
A la sombra de los montes
Que alzan su cresta soberbios
Coronados por los árboles
Que el cuadro forman completo
De tu hermosura, y les sirve
De lejano fondo el cielo.
Queda en paz: y si en la noche,
Cuando duerme el marinero,
Cuando ni se oyen sus cantos,
Ni azota el agua su remo;
Cuando a gemir no se atreve
Entre las hojas el viento,
Por no turbar de tus hijos
El blando apacible sueño,
Oyes un débil suspiro,
Escúchale, es mi recuerdo.
Es la tierna despedida
De un agradecido pecho
Que a tu halagüeño hospedaje
Debió paz, calma y consuelo
Dando tregua a sus pesares,
Que ¡ay! por breve espacio huyeron.
Triste llegué a tus umbrales:
Si venturosa no vuelvo,
Se adurmieron mis tristezas
Mientras que viví en tu seno:
Por eso tu puro nombre
Pronunciará con respeto
El labio; nombre de amigo
Que llega en triste momento
Y nos ofrece amoroso
Ternura, calma y consuelo.
Adiós, Santander, te queda
Con tus encumbrados cerros,
Tu corona de follaje,
Tu melancólico cielo,
Tus noches de blanca luna,
Y tu mar ancho y soberbio
Que cien naciones distintas
Arrastra a tu hermoso puerto.
No te olvides de quien triste
Vino a ti y halló consuelo,
Que si las dichas pasadas
Viven en el pensamiento,
Si para el bien fugitivo
Dios nos otorgó el recuerdo,
Vivirán siempre en el mío
Los días que vi en tu seno
Deslizarse, y mis pesares
Adormecidos vivieron.
Por eso tu puro nombre
Pronunciaré con respeto,
Y adonde quiera llevarme
De mi aciaga suerte el viento,
Bendeciré tus montañas,
Tu melancólico cielo,
Tus noches de blanca luna,
Y tu mar ancho y soberbio
Que cien naciones distintas
Arrastra a tu hermoso puerto!


En el álbum de una niña

No es verdad, niña hechicera,
Que en tu edad de dulce calma,
Atormenta ya tu alma
Desconocida inquietud;
Por qué sin cesar escuchas
Que perderás la alegría,
Cuando tu niñez un día,
De paso a tu juventud?
No te dicen de continuo
Que sólo en los tiernos años,
No hay que llorar desengaños,
Ni nos aflige el dolor;
Y mil pesares te auguran
En tu bella adolescencia,
Marchitando tu inocencia,
Que es hoy tu más bella flor?
Te engañan pobre alma mía!
Dios, que desde el alto cielo
Cubrió de galas el suelo,
Y el sol permitió brillar,
Y otorgó a la flor perfume,

Y a la luna su luz suave,
Y mágico acento al ave,
E inmensa grandeza al mar;
Al formar la criatura
Le dio un corazón dichoso,
Y su perpetuo reposo,
Conservar lo permitió:
Sólo, niña, aquel que deja
De la virtud el camino,
Trueca su feliz destino,
Pierde el bien que a Dios debió!

Mira esa cándida joven,
Junto a su madre velando,
Su santa misión llenando
Cual el ángel del deber;
Para su madre sonríe,
Para ella dicha procura,
Y esto, celeste ventura
Derrama en todo su ser.

Observa a ese noble anciano,
Cuyas tranquilas miradas,
De sus acciones pasadas,
Te revelan la bondad;
Y al ver que todos le admiran,
Le respetan, di con ellos:
«Bajo esos blancos cabellos
Reina la felicidad.»

Mira en fin, aquella dama
Que olvidando su hermosura,
Pasa una existencia oscura,
Sin pesares ni dolor;
Sonríe a su hija en los brazos,
Al tierno infante en la cuna,
Y no ansía otra fortuna
que los lazos de su amor.



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1 comentario:

  1. Me gusta mucho tu Blog.
    Te envio el mio
    http://anna-historias.blogspot.com.es/2016/09/muerte.html?m=1.
    Por si quieres criticar.
    Gracias

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