William Alfaro
San Salvador, EL SALVADOR 1973. Poeta y periodista; integró el desaparecido Taller Literario El Cuervo; Miembro de la Fundación Cultural Alkimia; Miembro fundador del Proyecto Poético Multimedia El Verbo en la Ventana. Ha publicado en el Suplemento Cultural 3000, del Diario Co-Latino, Revista Alkimia, Revista Escenarios, Revista Cultura. Apareció en la antología Alba de otro Milenio, del poeta Ricardo Lindo, 2000 (Concultura); Coloquios Poéticos, de la Biblioteca Nacional, 2001 (Concultura); Los vecinos de la casa, antología publicada por la Casa de la Cultura del gran San Salvador y la Corte Suprema de Justicia, 2002; Revista Literatosis, Nicaragua. Participó en el Primer Encuentro Centroamericano de Escritores en Post de la Utopía, Santa Ana, El Salvador 2001; XII Festival Centroamericano de las Artes Escénicas Bambú, Tegucigalpa, Honduras 2002; Tercer Encuentro de Escritores Centroamericanos Pablo Antonio Cuadra In Memoriam, Managua, Nicaragua 2002.
Primer Festival Internacional de Poesía de El Salvador, 2002.
Realizó junto a Carlos Clará y Osvaldo Hernández una gira poética por las principales ciudades de Costa Rica en el marco de una invitación del Instituto Tecnológico, con sede en San Carlos. Participó en el IV Encuentro Centroamericano de Poetas, realizado en octubre del 2003 en la ciudad de San Salvador; Primer Encuentro Iberoamericano de Poetas Jóvenes, efectuado en San Salvador en Agosto de 2004; Tercer Festival Internacional de Poesía de El Salvador, 2004, y el Primer Festival Internacional de Poesía en Granada, Nicaragua, 2005.
Moderador de Los Miércoles de Poesía. La mayor cantidad de su producción poética se encuentra inédita. En la actualidad trabaja como periodista para El Diario de Hoy.
A manera de despedida
Y llegaste a la muerte a la hora que decidiste,
sin mayores contratiempos que las contradicciones.
Llegaste al final de tu poema suicida
con el punto final de tu sangre,
sin mayor desafío te entregaste al sueño
del que jamás se resucita.
Hoy no hay tiempo que te acompañe,
porque el tiempo se ha volcado sobre tu boca
y ahora es la boca del tiempo.
Tú duerme ese sueño inmortal,
alcanzado con tu mano, mano de niño,
de pequeño dios y poeta.
1.1.11 A Francisco Ruiz Udiel, in memoriam, el día de su muerte.
De Poética imperfecta
Reseña
Yo nací en una ciudad llena de sombras, cadáveres y gente alegre, eternamente
alegre.
Apenas abrí los ojos, me sorprendió una guerra.
Observé a mis hermanos devorando los huesos de mis hermanos. A los hijos
atacando a su padre y su madre, a la tierra tragando polvo y lodo.
Adelante me atraparon tres terremotos, los que los especialistas reportaron como
tales, un huracán, enormes tormentas que vomitaron de sus entrañas a mis
hermanos asesinados.
Entonces miré armas, osamentas. Sentí cómo mi pellejo despertó, asustado,
aterrado, conmovido.
Luego, un hombre me llamó con un libro, un libro abierto con las páginas corroídas
que escapaban como murciélagos, buscaban la clandestinidad y el olvido, pero
nadie las olvidó, nadie.
Ahora, un volcán despierta sobre mi estómago, somos sombra nuevamente, tímida
y callada sombra que espera una luz que iluminé nuestra tiniebla.
Yo vivo en la ciudad que nací, cuento los sismos y la lluvia con los cabellos de mis
hijos. Ellos nacieron en una ciudad llena de sombras, cadáveres y gente alegre,
eternamente alegre.
Bajo mundo
Al nocturno silencioso de Juan Durán
Un hombre tiene noticias de Dios entre la basura y el estiércol, ahí, juntó a él las
sombras resucitan.
Dos mariposas revolotean entre los faroles de neón.
El hombre sigue hablando de Dios y de la resurrección, pero ningún ciudadano de
Sodoma lo escucha.
Algunas sombras femeninas se acercan y se hunden en la profundidad de la
mirada.
Juan, sostiene una copa y aferra los labios al vino que pronto se terminará.
Aquí, a pesar de mi asombro los sapos son sinceros amigos de las moscas.
Quiero quedarme más tiempo, pero la ciudad despierta y nos golpea con tanta
honestidad.
Retrato en blanco y negro
Nosotros. Los insumergibles, los que decidimos colgarnos de un enorme trapecio
suspendido en el espacio, hemos vuelto para despedirnos, no queda más de
nosotros.
Nosotros: tú y yo, este camino, el agua y la música de todas las mañanas se han roto
en los retratos. No hay huellas ni salmos que los salven.
Tú y yo, fuimos dos lágrimas rodando en rostros opuestos. Éramos silencio en los
cuartos, ecos en los pechos repitiendo lengua y saliva, lengua y saliva.
Tú y tus labios, yo y mi sombra, la música alta, muy alta rompiendo el tejado.
Ahora nada existe, y el ritmo, esos violines inmensos apenas se escuchan a lo lejos,
allá, detrás de la lentitud.
Todo quedó atrás, en las hojas blancas y en las cortinas abrazadas por el polvo, en
los libros penetrados por las termitas y las colillas apagadas.
Sé que quieres razones, almohadones, respuestas, sábanas cubiertas de fluidos, una
vuelta atrás, y un beso desbordando una catarata.
Pero no queda nada floreciendo en el jardín, no hay estrellas en la noche, y tú y yo
comenzamos a desvanecernos.
Nosotros, los recuerdos; esa tarde, los gemidos; esa noche, los ojos; esa mañana, las
manos; ese día, el cabello y el sol siguiéndonos, apagándose.
Tú y yo, somos, lo que apenas fuimos.
Mane
regresa en las mañanas, en las tardes, en las noches,
acude al silencio, desprecia los pájaros sin destino,
suspira, calla, amárgate en la garganta como los ríos,
escóndete, sumérgete en las entrañas.
otra vez este silencio,
estas manos y estas grietas,
los crucifijos, el ruido de las campanas,
los peces y los panes,
la mano escondida bajo la braga,
los meses de invierno
el catarro y el jarabe para la tos.
las chuletas friéndose a las tres de la mañana
mi ebriedad buscado buscando alivio en el retrete
"¿cómo está?", pregunta.
una pregunta sin respuesta,
un niño llora entre las miradas.
dice que en ocasiones miento
-dice la verdad-
lo que no sabe es que ayer me afeité,
me peiné y fui a trabajar,
pensando en ella,
como solía hacerlo cuando tenía dieciséis.
tiene las manos cálidas como lo labios
y cientos de corazones en todas las esquinas de la casa
El elegido
I
Hace falta vino
y sobran Magdalenas,
pide un milagro
o trae cuarenta monedas de plata
II
Ya ves
nos vencieron.
Ahora baja de esa cruz,
y sígueme.
III
Ve a casa del tuerto,
él te mostrará
Su reino.
El poema más triste del mundo
Joaquín quiso escribir la canción más triste del mundo, y acá entre en las paredes
amarillas intento deshacer las historia que hilvane todos estos años.
Aquí no hay personajes, todas las mujeres me abandonaron, y los rostros son
máscaras, figuras difusas.
Hace unos días regresé de unos de esos sueños en los que alma se estanca, creo
firmemente en la ausencia, la palpé cada segundo, y a veces hasta llegué a abrazarla
como la única compañera que con seguridad volverá cada cierto tiempo.
Acá, donde golpeo con la mano derecha me dijeron que estaba el corazón, lo
busqué y apenas encontré una pelota envuelta en una cinta roja.
No sé, si lo que dicen los poemas son tatuajes grises sobre la memoria, enemiga
acérrima de cosas.
Este cuerpo tuvo tiempos mejores. Fue un niño elevando una cometa, pateando
una pelota y persiguió al polvo por muchos años.
Ahora es mapa de un tiempo que no existe, que dejó de ser y que no volverá jamás.
El fuego de los días
Los días son como pequeños fósforos entre los dedos.
Se van consumiendo con sus rápidas llamas.
Cuando la cajita de la vida esta por quemar el último fósforo.
La intensidad de éste, es como un pequeño infierno,
tratando de iluminar todo lo que este a su alcance.
Así son los días, pequeños fósforos entre los dedos,
pequeñas llamitas que se extinguen apasionadamente
entre las cuatro y cinco de la mañana en estas latitudes.
A veces, sólo a veces y por las noches
con ayuda de una pálida vela iluminan todo un cuarto o una casa.
Y crean sombras que se contorsionan sobre las paredes.
Máscara
“La poesía no es un oficio. Es una desgracia.
Más bien una deformación del pensamiento”
Luis Chávez
La máscara me mira a los ojos
pregunta por islas atrapadas en una botella
tirada a la carretera.
Tiene ojos verdes
habla incansable por teléfono,
asegura que casi soy un poeta,
como los que a ella le gustan.
A veces pregunta por mi vida,
a veces le respondo poco,
mis hijos están bien,
mi mujer también,
yo a veces estoy mejor,
cuando hablo menos y bebo más cerveza,
cuando todos los miércoles fumo,
y me desvelo.
A veces le llamo,
pregunto por su vida,
dice que ahora ama menos,
que no cree en los hombres,
que ya no es una estúpida,
que ya no es una niña.
Hace años le dije que la amaba
ella lo recuerda
como quien toma una instantánea,
la guarda en un cajón y le prende fuego,
atrás está la catedral,
y un cementerio con las cruces
de los hijos que no tuvimos.
Ya no la llamo por su nombre
ni ella tampoco,
a veces cuando estamos solos
solemos pensar en islas atrapadas en una botella de tinto,
y hamburguesas rápidas y papas a la francesa,
y microbuses con música estruendosa.
Solíamos escribir poemas
sobre alas de mariposas,
y asistir cada martes a parques clandestinos
beber litros de coca cola,
e inventar parejas felices he hipócritas.
A ella le gustan los delfines,
a mí no mucho,
prefiero seres menos inteligentes
como los que viven en mi espejo,
dice que ya no es virgen, que nunca lo fue,
y que va menos a la iglesia.
Yo por mi parte, escribo poemas en las noches
cuando las niñas corren
en los pasillos interminables
y gritan y trato de callarlas
y vuelven a correr y a gritar
y trato nuevamente,
mientras ella en la soledad repite
“me gustaba cómo me leías poemas”,
y cada vez se pierde más entre mis párpados.
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