Javier Lasheras (Don Benito, Badajoz, 1963) ha publicado hasta la fecha tres libros de poemas y una novela.
Poemas recibió el Premio Asturias Joven de Poesía en el año 1990, La paz definitiva de la nada de Martín Huarte el Premio Feria del Libro de Madrid en 1999, publicado por Endymion, y en marzo de 2008 ha aparecido Fundición, en Algaida Editores.
La novela El amor inútil, también publicada en Algaida Editores, se publicó en 2004.
Durante algunos años fue el coordinador del Programa de promoción y difusión de la literatura denominado LITERÁSTURA organizado por la Consejería de Educación y Cultura del Principado de Asturias y desde el año 2000 hasta el año 2006 fue presidente de la Asociación de Escritores de Asturias.
En los años 2001 y 2003 coordinó respectivamente el I Encuentro Internacional de Jóvenes Escritores En guardia y en vanguardia y el II Encuentro Internacional de Jóvenes Escritores Europa, Europa, ambos encuentros recogidos en los libros homónimos y editados por la Consejería de Educación y Cultura del Principado de Asturias.
Además, ha colaborado en libros de relatos, ha escrito reseñas, artículos literarios y ha participado en diversos encuentros y lecturas poéticas. Actualmente dirige y coordina, junto con José Havel, la edición de la revista digital LITERARIAS, de la Asociación de Escritores de Asturias.
Hoy por hoy vive en Oviedo, aunque no descarta cambiar de escenario.
OBRA:
Poemas. Servicio de Publicaciones, Oviedo, 1990.
La paz definitiva de la nada de Martín Huarte. Endymion, Madrid, 1999.
El amor inútil. Algaida, Sevilla, 2004.
Fundición. Algaida, Sevilla, 2008.
Aprendí a hacer nudos en las casas
portuarias de Chushi y Katsuura
y en Santa Caterina a mandar y mirar
durante bacanales interminables.
La azotaina en un hotel cercano a Charing Cross,
el tiramisú tras una madonna veneciana
y el dry Martini con un barman que sabía
cómo hacerlas bailar hasta la madrugada
con un par de hielos en sus manos…
En fin, comprobarás que mis dedos
no son de este mundo y renegarás
de algunos mandamientos
porque la lengua imita al arte
y llega a confines inexplorados.
Luego, probablemente,
hasta pensarás que Dios existe:
nadie conoce la cara del diablo.
Ya verás, amor, ya verás,
ahora me toca a mí.
RÉQUIEM
El hombre que arde sobre las calles de esta ciudad
con la mirada colgada de un imperdible horizonte
y una mueca herida orgullosa tal vez arrogante
es un ser sin miedo forjado en el lar de su memoria.
Es el hombre fraguado con acero y cerámica
que dejó atrás los doctorados en eternidad
para ser el errante aprendiz de cenizas y nada.
Y si en el camino celebra el perfume de alguna mujer
con él siempre va la leve nostalgia del aroma de otra.
Es el hombre que habita en la música de la esquina
quien sonríe por fuera y ahorcado grita por dentro
escribiendo a cada paso la liturgia de las sombras.
El hombre fusilado al despertar por las metrallas de luz
mira a sus hermanos con casi tanta ternura y piedad
como cada noche acaricia su espalda destemplada y.
(vieja.
Gloria a quien vele cada huella del hombre anochecido.
De Poemas, 1990.
VIERNES
Hoy es viernes
y he perdido la inteligencia
por algún recodo de la casa.
Quiero contarte, belleza amante,
que soy peor de lo que parezco…
Sí, serán los años que pasan.
Tengo delirios de grandeza
que sólo guardo para los amigos
en días profundos de farra
(Cutty Sark, JB, Ballantine’s…).
Me disgusta el trabajo
mas deseo que otros lo hagan,
Desdeño al idiota por imbécil
y al imbécil por idiota.
Soy hijo de la debilidad
pero fumo como una bestia
(Marlboro, Camel, JPS, Ducados…).
Hablo de temas importantes
pero aún no comprendo
tu cuerpo. Es decir
lo único que me importa.
Te digo todo esto
ahora que, por fin,
has hecho el equipaje
y compartes
a este romántico y enfermizo,
solitario y calvo empedernido,
Hoy, que es viernes…
De La paz definitiva de la nada de Martín Huarte, 2000.
Himno para mi herida
Me levanto y camino veinte pasos
veinte pequeños pasos de anticipada vejez
arrastrando las zapatillas como un animal
cansado, indiferente.
Y mientras tanto enciendo un cigarrillo,
miro el cuadro abstracto de un amigo,
el desorden de la habitación en penumbra,
fotografías de cuando creía ser feliz,
libros esparcidos para el tedio del insomnio,
medicinas de escasa efectividad dado el caso
y una taza de café manchada y vacía.
Sigo caminando como un refugiado,
veinte pasos a un lado, veinte a otro,
cuento las láminas de madera, tres,
seis, nueve, doce, quince, dieciocho
y veintiuna para no pensar en ti.
Porque hubo una vez en que yo tuve una patria
y la llamé Sol y Alegría y Eternidad,
un cuerpo para vivir con un hogar
entre sus piernas y todas las mañanas
un beso de amor, un buenos días y un te quiero
libre virginal tierno secreto.
Me detengo ante un espejo y me miro
fijamente a los ojos: ruina, tiempo, derrota.
Todo es mío y no puedo más que sentir
tanta ternura, tanta piedad como la que sentiré
por ese hombre cuando sea viejo.
Ah, ahora llega el dolor con su equipaje
pero cómo no celebrarlo si de ti tengo
tu pelo, tus labios, todos tus labios
y el recuerdo imborrable de tus pechos
pequeños y exactos. Y también tus manos,
tu voz y tu jadeo formidable.
No es casual que tu nombre sea mi inmortalidad.
No es en vano que tu cuerpo sea mi universo.
Así tu ausencia es mi herida luminosa
y como un perro en este rincón oscuro
me lamo con la dulce saliva de mi despojo.
Que nadie se acerque nunca para salvarme
tan sólo tú o juro que lo mato.
De Fundición, 2008.
Pavana para cuatro manos
No basta con oír la música; además hay que verla.
Igor Stravinski
Cuando miro hacia atrás mi tiempo que es decir
las mujeres que he amado y abro mis manos
para ver el extraño presente de sus cuerpos
de río lava o mar en calma, mis pulmones crujen
como la estela de un asteroide sin destino.
Pero si te miro, sonrisa mineral del paraíso,
de la lumbre serena de tus manos me llega
ese quiero ser tu piedra y tu horizonte,
tu última herida…
Y aquí yago, besando el origen del mundo
mientras tú entretejes triángulos de agua
en la partitura geológica de nuestra carne
–este olor de cuerpos a café recién hecho–,
la música que vemos cuando nos tocamos.
LAS HERIDAS
Llegaron siempre como por ensalmo
con la luna bajo sus vientres
y toneladas de yugos y deseos,
esa abundancia de enigmas y saliva
escondida en el fondo de su armario
que derramaron sobre mí como aguaceros,
así que quién no se hubiese mojado
en el fuego cremoso de sus mareas.
Llegaron quemándome los ojos
con sus cinturas de guerra,
dibujando sus labios ardientes y crueles
sobre el cristal afilado de la noche;
hubo algunas que probaron mi estancia
y otras que pasaron como un vértigo,
enloquecidas, indefensas o extraviadas
bajo el árbol de la lujuria y el abandono.
Fueron fiesta y peligro lo abismático
de golpe sobre mi cara vacía.
Ya sé que tengo mi cuerpo lleno
de heridas, pero sólo una acabará conmigo.
De Fundición. Ed. Algaida, 2008.
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